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El decálogo para la era digital (8): El adulterio digital

El adulterio digitalMark Kelderman & Maarten Kuivenhoven

Cuando se oye la palabra digital con relación al séptimo mandamiento, probablemente, lo primero que venga a la mente sea la pornografía. Las imágenes digitales son una grave tentación que te confrontan cuando eres un joven o una joven. El diablo y el mundo están siempre alerta para atraparnos en este pecado que halla su raíz en nuestros corazones. Con las invenciones de la tecnología, existen infinitas formas en las que este pecado se pone delante de ti, tentador, y promete cubrirte con el aura del secreto. Una de las crecientes preocupaciones en la iglesia es que los jóvenes están siendo expuestos a estas tentaciones desde temprana edad. En lugar de tratar los detalles del envío de textos sexuales, de los videos de internet, de la pornografía o de los juegos de fantasía en la red, cosas que pasan factura a la espiritualidad de esa joven persona, en este breve artículo queremos ocuparnos brevemente de la imagen a mayor escala.

El Catecismo de Heidelberg y el Catecismo Mayor de Westminster enfatizan, cada uno de ellos, la amplitud del séptimo mandamiento. Afirman que Dios “prohíbe todas las acciones, gestos, palabras, pensamientos, deseos impuros, y cualquier cosa de este tipo que pueda tentar a los hombres a cometerlos”. Se nos llama a “mantener una vigilancia sobre nuestros ojos y sobre todos los sentidos”, así como a evitar “todas las imágenes impuras que pueda producir nuestra mente, los pensamientos, los propósitos y los afectos” y “todas las demás provocaciones a cometer actos impuros y estas acciones en sí, tanto en nosotros como en otros”.

Nuestro Señor mismo dejó muy clara la amplitud de este mandamiento, cuando declaró: “Todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Jesús pasa, obviamente, de los ojos al corazón donde tiene lugar el pecado. A través de los ojos, el deseo se desarrolla donde comienza el corazón. Cuando ansiamos y deseamos cosas contrarias a la ley de Dios, imaginamos que nos procurarán un placer duradero; sin embargo, en realidad, lo que acarrean en última instancia es la muerte. Por esta razón, Jesús quiere que pongamos vigilancia a nuestros ojos, como un escudo para nuestro corazón. Las Escrituras ponen ante nosotros ejemplos de hombres piadosos que también lucharon contra el pecado sexual. Piensa en Job, que dijo: “Hice un pacto con mis ojos, ¿cómo podía entonces mirar a una virgen?”. Más adelante, en el capítulo 31, conectando los ojos al corazón, afirma: “Si… mi corazón se ha ido tras mis ojos…”. Job entendió la relación que hay entre los ojos y el corazón. David también aprendió esta lección, aunque demasiado tarde. Desde la azotea vio a una mujer que se estaba bañando. Era muy hermosa y atractiva a los ojos… y el resto fluyó de esa mirada.

El ojo de la mente puede revivir una y otra vez esas vistas e imágenes. El problema no está en el ojo; está en el corazón. Es necesario que entendamos que quebrantar el séptimo mandamiento equivale a golpear el núcleo central de las relaciones del pacto; destroza los vínculos de la comunión del pacto. Imaginamos que podemos tener una relación pecaminosa sin otra persona, a través de la conexión digital, sin ramificaciones. Creemos la mentira de que podemos permitirnos en este pecado y que nadie saldrá herido. Pero este no es el orden que Dios creó; fuimos creados para mantener una relación de pacto con él y con los demás, y, de esta forma más íntima, con el cónyuge que él nos dé. Vivir de cualquier otro modo jamás será verdaderamente satisfactorio y no llegará a alcanzar la bendición real y el placer que Él pretende que obtengamos.

Por tanto, amigos, pongan vigilancia sobre su corazón. En primer lugar necesitamos al Espíritu Santo para que renueve nuestro corazón (Tit. 3:5), y Jesús enseñó que todo aquel que le pida el Espíritu al Padre, lo recibirá (Lc. 11.13). Él sabe cuándo has hecho un pacto con la muerte a través de imágenes pecaminosas y del placer carnal, pero también es capaz de liberarte por completo de este pecado. Necesitamos que nuestros corazones cambien, que dejen de amar nuestro placer egoísta para desear caminar en obediencia a la ley de Dios. Y si tenemos un corazón renovado, tendremos que comprometernos a la santidad y la pureza por medio del poder de Cristo. Necesitamos hacer lo que dice Proverbios 4:23: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida”. Pon custodia delante de tus ojos y guarda tu corazón, para que puedas mantener una estrecha vigilancia sobre tu imaginación, tus pensamientos y tus afectos, y que tus deseos estén continuamente dirigidos hacia el Señor.

Mark Keldermann es Decano de Estudiantes y de Formación Espiritual en el Seminario Teológico Puritano Reformado. Maarten Kuivenhoven es pastor de la Heritage Netherlands Reformed Congregation de Grand Rapids, Michigan, y estudiante doctoral en el Seminario Teológico Calvino, Grand Rapids, Michigan.

El decálogo para la era digital I: ley y evangelio
El decálogo para la era digital II: ¿Es Google Dios?
El decálogo para la era digital III: ¿Ante quién nos inclinamos?
El decálogo para la era digital IV
El decálogo en la era digital V: Descanso digital

Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2014.

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