Los labios mentirosos
George Lawson
Los labios mentirosos son abominación al Señor,
pero los que obran fielmente son su deleite (Pr. 12:22).
¡Qué terrible es ser abominación al Señor, cuya “misericordia es mejor que la vida […]” (Sal. 63:3) y cuya ira es peor que la muerte más vil! ¿De qué nos serviría obtener los mayores beneficios o ganarnos el favor del príncipe más poderoso por medio de un método que va a acarrearnos la indignación de Aquel que ha de juzgar a todos los hombres?
Los labios mentirosos son objeto de abominación al Señor, aunque el hombre no pretenda hacer ningún mal a los demás a través de ellos; el Creador no excusará a una persona por mentir, aunque sea con la mejor intención y con el propósito más amigable. Si los escogidos de Dios son tan necios como para adoptar este método deshonesto con el fin de servir a la misericordiosa Providencia, el Señor les hará sentir una y otra vez cuánto aborrece Él las falsedades de sus hijos, aun cuando continúe mostrando su favor hacia sus almas. Jacob habría obtenido la bendición sin necesidad de mentir a su padre, pero cabe preguntarse si su tío Labán le habría engañado si el patriarca no hubiera merecido recibir esta disciplina de parte de Dios por su pecado.
El aborrecimiento de Dios por los mentirosos es patente en el curso habitual de la Providencia, que generalmente les priva de beneficios mayores que los que sus mentiras podrían proporcionarles jamás; pero se manifestará con terrible severidad en el siglo venidero, porque ninguno de quienes aman y practican la mentira entrará en la ciudad celestial, sino que “[…] todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8), juntamente con su gran modelo: “el padre de la mentira” (Jn. 8:44).
“Pero los que obran fielmente son su deleite”. ¿Por qué no dijo el escritor inspirado: “los que hablan fielmente”? Porque no sirve de nada que haya verdad en nuestras palabras si no la hay en toda nuestra conversación. En el cristiano debe darse una uniformidad del corazón, la lengua y la vida. Esa es la integridad que Dios exige y que Él contempla con rostro complacido.
¡Cuán presuntuosos son los que piensan que no es muy grave decir una mentira a menos que se pretenda ocasionar algún mal más grave con ella! ¿Es lo mismo provocar a Dios que complacerle? ¿Se imaginan los mentirosos que Dios es también un mentiroso igual que ellos? ¿Y consentirá Él que se desacredite su fidelidad a su Palabra con eximirles del castigo que está escrito?