Bienaventurado el hombre
Salmo 1:1-3
TÍTULO. Este salmo puede ser considerado EL SALMO PREFACIO, porque incluye una indicación del contenido de todo el libro. El anhelo del salmista es enseñarnos el camino a la bienaventuranza y advertirnos contra la destrucción segura de los pecadores. Este, pues, es el tema del primer salmo que puede ser apreciado, en algunos sentidos, como el texto sobre el cual la totalidad de los salmos constituyen un sermón divino.
Versículo 1. BIENAVENTURADO—Notemos cómo este Libro de los Salmos comienza con una bendición, igual que el famoso Sermón de nuestro Señor en el Monte. La palabra traducida “bienaventurado” es…plural. Podríamos leerla: “¡Oh, las bendiciones!” Y podemos considerarla acertadamente como una exclamación de gozo de la felicidad del hombre lleno de gracia. ¡Ojalá que la misma bendición sea nuestra!
No anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado. Cuando los hombres viven en pecado van de mal en peor. Al principio sólo andan bajo la influencia de los indiferentes e impíos que olvidan a Dios. El mal es más bien práctico que habitual. Pero después de eso, se habitúan al mal y andan en camino de pecadores reconocidos que a sabiendas violan los mandamientos de Dios; y si dejados a su propio criterio, van a un paso más allá y llegan a ser ellos mismos maestros pestilentes y tentadores de otros. Y así es como se sientan en silla de escarnecedores. Han recibido su título en vicios, y se han instalado como Eruditos en Belial. Pero el hombre bienaventurado a quien pertenecen todas las bendiciones de Dios, no puede tener comunión fraternal con personajes como éstos. Se conserva puro de estos leprosos, se quita las cosas malas como ropas manchadas por la carne, se aparta de los impíos, sale de en medio de ellos cargando el reproche de Cristo. Ay que tuviéramos la gracia de estar así separado de los pecadores.
Y ahora observe lo positivo de su carácter. En la ley de Jehová está su delicia. No está bajo la ley como una maldición o condenación, sino que está en ella y se deleita de estar en ella teniéndola como la regla de la vida. Además, se deleita en meditar en ella, leerla de día y meditar en ella de noche. Toma un texto y lo lleva con él todo el día, y en las vigilias de la noche, cuando no puede dormir, cavila en la Palabra de Dios. En el día de su prosperidad canta salmos tomados de la Palabra de Dios, y en la noche de su aflicción se reconforta con las promesas de ese mismo libro. “La ley de Jehová” es el pan cotidiano del verdadero creyente. ¡Y esto a pesar de que en la época de David, cuán pequeño era el monto de inspiración, porque casi no tenían nada sino los primeros cinco libros de Moisés! ¡Entonces, cuánto más debemos valorar toda la Palabra de Dios escrita, la que gozamos del privilegio de tener en nuestras casas! Pero, ¡ay, que mal tratamos a este ángel del cielo! No todos somos bereanos escudriñadores de las Escrituras (Hech. 17:11). ¡Qué pocos entre nosotros pueden reclamar la bendición de este texto! Quizá algunos de ustedes pueden pretender tener derecho a una especie de pureza negativa, porque no andan en camino de pecadores, pero les pregunto: ¿Su deleite está en la ley de Dios ¿Estudian la Palabra de Dios? ¿La tienen como el hombre de su mano derecha: su mejor compañero y guía diaria? Si no, esta bendición no les pertenece.
Versículo 3. Será como árbol plantado—no un árbol silvestre, sino “un árbol plantado”, escogido, considerado propiedad, cultivado y asegurado contra el último terrible desarraigo, porque “toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada” (Mat. 15:13). Junto a corrientes de aguas—de manera que aunque un río falle, tiene otro. Los ríos del perdón y los ríos de la gracia, los ríos de la promesa y los ríos de comunión con Cristo, son fuentes de agua que nunca fallan. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo—ninguna gracia otorga fuera de tiempo, como higos prematuros que nunca tienen el mejor sabor. En cambio, el hombre que se deleita en la Palabra de Dios, siendo enseñado por ella, produce paciencia en el tiempo de sufrimiento, fe en el día de la prueba y gozo santo en la hora de la prosperidad. Dar fruto es una cualidad esencial del hombre lleno de gracia, y ese fruto debe ser en su tiempo. Y su hoja no cae—Su palabra más débil será eterna, sus pequeñas obras de amor serán recordadas.
No simplemente será preservado su fruto, sino también sus hojas. No perderá su hermosura ni su fruto. Y todo lo que hace, prosperará. Bienaventurado es el hombre que tiene una promesa como esta. Pero no siempre hemos de estimar el cumplimiento de una promesa por nuestra propia percepción. Mis hermanos, si juzgamos con frecuencia con nuestros débiles sentidos, llegaremos a la misma conclusión dolorosa de Jacob: “Contra mí son todas estas cosas” (Gén. 42:36), porque aunque conocemos nuestro interés en la promesa, estamos tan atormentados y atribulados que nuestra vista percibe exactamente lo opuesto a lo que la promesa predice. Pero para el ojo de la fe esta palabra es segura, y por ella percibimos que nuestras obras prosperan, aun cuando todo parece estar en contra de nosotros. No es la prosperidad externa lo que el cristiano más anhela y valora, lo que anhela es la prosperidad del alma…con frecuencia es por la salud del alma que somos pobres, estamos afligidos y somos perseguidos. Nuestras peores cosas son con frecuencia las mejores. Así como hay una maldición envuelta en las caridades del hombre impío, hay una bendición escondida en las cruces, pérdidas y aflicciones del hombre justo. Las pruebas del santo son cultivos divinos, por los cuales da crecimiento y produce fruto abundante.
Cortesía de Chapel Library. Usado con permiso.