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Una muchacha ordinaria con una fe extraordinaria

lady-jane-grey-formal-portraitSimonetta Carr

Cuando Lady Jane Grey subió al patíbulo en una mañana gris de invierno, miró desde allí arriba, con suma calma, a la multitud de espectadores. Luego, reuniendo toda la fuerza que había pedido a Dios que le proporcionara, habló con tal aplomo y convicción que hasta sus ejecutores se sintieron conmovidos.

Tras el breve y acostumbrado reconocimiento de culpa (todos los condenados a muerte tenían que admitir la justicia de su castigo), Jane enfatizó aquello que, para ella, era lo más importante del mundo. «Mi oración es que todos ustedes, buenas personas cristianas —declaró— me den testimonio de que muero como una verdadera cristiana y que no procuro ser salva por ningún otro medio que no sea por la misericordia de Dios y por los méritos de la sangre de Su único Hijo Jesucristo». Confesó algunos pecados pasados, en particular el amor por sí misma y por el mundo, le dio gracias a Dios por Su misericordia, y a continuación pidió oración, pero puso especial cuidado en añadir «mientras sigo viva», señalando así la futilidad de la creencia católica romana de rezar por los muertos.

Jane había reinado en Inglaterra durante menos de dos semanas, durante uno de los tiempos más turbulentos de la historia. El joven rey Eduardo VI acababa de morir a causa de una enfermedad pulmonaria, dejando órdenes sin confirmar para la subida de Jane al trono. Aprovechándose del fuerte apoyo popular que tenía, María Tudor, la primogénita de Enrique VIII, reunió rápidamente sus fuerzas para que reclamaran sus derechos a la corona. Jane fue arrestada, confinada a una sección de la Torre de Londres, juzgada y hallada culpable de traición. Inicialmente, María pareció inclinada a mostrar misericordia. Pero esto solo duró hasta que el padre de Jane fue capturado como parte de una conspiración para derrocar al gobierno. Llegados a ese punto, Jane se convirtió en un riesgo demasiado grande para el reinado de María. Mientras estuviera viva, alguien podría intentar liberarla y volver a establecerla como reina. Su sentencia de muerte estaba sellada.

Conocemos relativamente poco sobre la vida de Jane hasta la muerte de Eduardo y la promulgación de su voluntad, pero, de los pocos documentos disponibles, emerge como una típica adolescente. Sus primeras cartas reflejan el sencillo deseo de marcharse de su hogar y una agradable demostración de aptitudes literarias. Su queja, a menudo romantizada, de que sus padres no apreciaban su amor por realizar estudios superiores suena, en realidad, al intento de una adolescente por provocar compasión en unos momentos de frustración personal. Hasta su profesor, John Aylmer, se sintió gravemente preocupado cuando empezó a demostrar un interés aparentemente vano por la moda y la música.

Sin embargo, y por extraño que parezca, en estas cosas ordinarias es donde podemos hallar el mayor estímulo para nosotros mismos y para nuestros hijos. Cuando esta muchacha tan normal tuvo que enfrentarse de repente a la humillación, el encarcelamiento y, finalmente, la muerte, las Escrituras y la teología que sistemática y casi inadvertidamente aprendió, día tras día, cuando era una niña —sobre todo en la iglesia, en la escuela y en los devocionales familiares— tomó prominencia en su vida.

Su formación teológica destaca, de forma particular, en su relato de una discusión de tres días con John Feckenham, un abad enviado por la reina María para persuadir a Jane de aceptar la fe católica romana. Absolutamente convencida de que «solo la fe salva», Jane desmontó confiada y apasionadamente los argumentos de Feckenham concernientes a la misa, señalándole que Cristo se sacrificó una vez y para siempre en la cruz y que ofreció un trozo de pan ordinario cuando aún estaba físicamente presente con los discípulos cuando dijo: «Este es mi cuerpo» (Lc. 22:19).

Su familiaridad con las Escrituras también es evidente en las cartas que escribió durante su encarcelamiento, en particular la que dirigió a Thomas Harding, su excapellán, que había renunciado a su fe en el evangelio. En un solo párrafo de aquel mensaje atrevidamente explícito, citó con toda naturalidad once versículos de la Biblia.

Finalmente, su última carta a Katherine, su hermana más pequeña, se hace eco de las palabras de consuelo e instrucción que Jane debió de haber escuchado durante su más tierna edad: «Hermana, desea entender la ley del Señor tu Dios. Vive para morir, para que por la muerte puedas entrar a la vida eterna, y, entonces, disfrutar de la vida que Cristo ha conseguido para ti por medio de su muerte. No pienses que porque ahora seas joven, tu vida será larga, porque jóvenes y viejos mueren según la voluntad de Dios […]. Niega a este mundo, desafía al diablo, menosprecia la carne y deléitate solo en el Señor. Arrepiéntete de tus pecados y, a pesar de ellos, no te desesperes. Sé firme en la fe, pero no presumas de ello. Con San Pablo, desea morir y estar con Cristo, con quien incluso en la muerte hay vida».

Jane estampó la misma frase que le había escrito a su hermana —«Vive para morir, para que por la muerte puedas entrar a la vida eterna»— en la dedicatoria de su libro de oraciones que dejó a su carcelero. En sus últimos días, su muerte como cristiana era lo único que importaba y asumió la tarea con entusiasmo y devoción.

A veces resulta fácil vernos, a nosotros o a nuestros hijos, como la Jane más joven —ocupándonos casi por rutina o incluso de forma distraída a los medios de gracia y del estudio de la Palabra de Dios, viendo poco fruto—, pero la vida de Jane es un estímulo a perseverar. Si estamos fundamentados en el evangelio y en la teología sana, las pruebas no nos sorprenderán sin preparación. Fortalecerán la fe que «es por el oír», mientras que «Aquel que comenzó la buena obra en [nosotros] la perfeccionará» (Ro. 10:17; Fil 1.6).

Simonetta Carr es la autora de numerosos libros y biografías, incluido su libro más reciente Anselm of Canterbury, que forma parte de la serie Christian Biographies for Young Readers [Biografías cristianas para jóvenes lectores]. Este artículo se ha tomado de Tabletalk. Usado con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth.

Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2014.

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