El llamado al arrepentimiento
“Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:3)
El arrepentimiento es una de las pruebas fundamentales del cristianismo. En el Nuevo Testamento encontramos por lo menos sesenta referencias al arrepentimiento. ¿Cuál fue la primera doctrina que predicó nuestro Señor Jesucristo? El Evangelio nos cuenta que dijo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mar. 1:15). ¿Qué proclamaron los apóstoles la primera vez que El Señor los envió en una misión? “Predicaban que los hombres se arrepintiesen” (Mar. 6:12). ¿Cuál fue la comisión que Jesús dio a sus discípulos cuando dejó este mundo? “Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Luc. 25:47). ¿Cuál fue el resumen de la doctrina que Pablo dio a los ancianos de Éfeso cuando se despedía de ellos? Les dijo que les había enseñado públicamente, y casa por casa, “testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hech. 20:21). ¿Cuál fue la descripción que Pablo dio de su propio ministerio cuando presentó su defensa ante Festo y Agripa? Les dijo que les había mostrado a los hombres que “se arrepintiesen….haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hech. 26:20). ¿Cuál fue la explicación dada por los creyentes en Jerusalén acerca de la conversión de los gentiles? Cuando la oyeron dijeron: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hech. 11:18)…Seguramente todos coincidimos en que estas son cuestiones serias. Demuestran la importancia de la pregunta que estoy haciendo. Un error acerca del arrepentimiento es un error muy peligroso. Una equivocación en cuanto al arrepentimiento es una equivocación que yace en las raíces mismas de nuestra religión. Entonces, ¿qué es el arrepentimiento? ¿Qué podemos decir de cualquiera que se arrepiente?
Amamos el pecado por naturaleza. Empezamos a pecar en cuanto podemos actuar y pensar, así como el pájaro comienza a volar por naturaleza y el pez a nadar. Nunca existió un niño al que había que educarlo a fin de que aprendiera acerca del engaño, la sensualidad, la pasión, el egocentrismo, la glotonería, el orgullo y la insensatez. Estas cosas no se aprenden de las malas compañías o gradualmente mediante un curso de tediosa instrucción. Surgen solos, aun si los niños se crían solos. Las semillas en ellos son evidentemente el producto natural del corazón. La tendencia natural de todos los niños hacia todas estas cosas es prueba indubitable de la corrupción y la caída del hombre. Ahora, cuando este corazón nuestro es cambiado por el Espíritu Santo, cuando el amor natural por el pecado ha sido echado fuera, entonces sucede ese cambio que la Palabra de Dios llama arrepentimiento. Se dice que el hombre, en quien ocurrió este cambio, se arrepintió. Puede ser llamado, en una palabra, un hombre “penitente”…
(1) El verdadero arrepentimiento comienza con un entendimiento del pecado. Los ojos del penitente son abiertos. Ve con consternación y confusión lo largo y ancho de la Ley santa de Dios, y lo extensas, lo enormemente extensas que son sus propias transgresiones. Descubre, para sus sorpresa, que al creerse un hombre bueno” y un hombre “de buen corazón” se ha estado engañando tremendamente. Descubre que es, en realidad, perverso, culpable, corrupto y malo ante los ojos de Dios. Su orgullo se desploma. Sus opiniones elevadas de sí mismo se desvanecen. Ve que no es nada más ni nada menos que un gran pecador. Éste es el primer paso hacia el verdadero arrepentimiento.
(2) El verdadero arrepentimiento continúa con un sentimiento de tristeza por el pecado. El corazón del hombre penitente se llena de profundo remordimiento por sus transgresiones del pasado. Se le destroza el corazón al pensar que ha vivido tan alocada y ruinmente. Se lamenta por el tiempo perdido, por los talentos desaprovechados, por haber deshonrado a Dios, por su propia alma herida. El recuerdo de estas cosas le duele. La carga de estas cosas a veces es casi intolerable. Cuando un hombre sufre, tiene el segundo paso del verdadero arrepentimiento.
(3) El verdadero arrepentimiento procede, luego, a producir en el hombre una confesión de pecado. Se suelta la lengua del penitente. Siente que tiene que hablar con Dios contra quien ha pecado. Algo dentro de él le dice que tiene que clamar a Dios, orar a Dios y hablar con Dios acerca del estado de su alma. Tiene que abrir su corazón y reconocer sus iniquidades ante el Trono de Gracia. Son una carga pesada dentro de él, y ya no puede guardar silencio. No puede reservarse nada. No puede esconder nada. Va delante de Dios, sin pedir nada para él mismo y dispuesto a decir: “He pecado contra el cielo y contra ti…mi iniquidad es grande…¡Dios, se propicio a mí, pecador!” Cuando el hombre se presenta de esta manera ante Dios con su confesión, está en el tercer paso del verdadero arrepentimiento.
(4) Además, el verdadero arrepentimiento se demuestra ante el mundo por un apartarse totalmente del pecado. La vida del hombre penitente se ha alterado. Su conducta diaria ha cambiado completamente. Un nuevo Rey reina en su corazón. Se despoja del viejo hombre (Ef. 4:22). Lo que Dios ordena, ahora anhela y realiza; y lo que Dios prohíbe, ahora anhela evitar (Luc. 8:15; Sal. 25:11; Luc. 18:13). Se esfuerza por evitar el pecado por todos los medios, luchar contra el pecado, lograr la victoria sobre el pecado. Deja de hacer lo malo. Aprende a hacer lo bueno. Repentinamente se despoja de sus malas costumbres y malas compañías. Se esfuerza, aunque sea débilmente, por vivir una vida nueva. Cuando el hombre hace esto, está en el cuarto paso del verdadero arrepentimiento.
(5) Por último, el verdadero arrepentimiento se demuestra por producir en el corazón un hábito bien establecido de odio profundo contra todo pecado. La mente del penitente se convierte en una mente habitualmente santa. Aborrece lo malo y se aferra a lo que es bueno (Rom. 12:9). Se deleita en la Ley de Dios (Sal. 1:2). Con frecuencia no puede cumplir sus propios anhelos. Encuentra en sí mismo un principio de maldad que guerrea contra el Espíritu de Dios (Gal. 5:17). Encuentra también que está frío cuando debiera estar caliente, que retrocede cuando quiere avanzar, indiferente cuando quiere ser entusiasta en su servicio a Dios. Es profundamente consciente de sus propias debilidades. Se lamenta porque siente que la corrupción general de su corazón mora en él. Sin embargo, a pesar de todo esto, la inclinación general de su corazón es hacia Dios y contra el mal. Puede decir con David: “Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira” (Sal. 119:128). Cuando el hombre puede decir esto, cumple el quinto paso o el paso culminante al verdadero arrepentimiento.
El verdadero arrepentimiento, como el que acabo de describir, nunca está solo en el corazón del hombre. Siempre tiene un compañero bendito. Está siempre acompañado de una fe viva en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Dondequiera que hay fe, hay arrepentimiento; dondequiera que hay arrepentimiento, siempre hay fe. Yo no soy el que decido cuál viene primero, si el arrepentimiento viene antes de la fe o la fe antes del arrepentimiento. Pero me atrevo a decir que ambas gracias nunca están separadas la una de la otra…
Cuídate de no equivocarte en cuanto a la naturaleza del verdadero arrepentimiento. El diablo bien sabe el valor de esa gracia preciosa, tanto que no la disfraza con imitaciones falsas. Dondequiera que haya una moneda buena siempre hay dinero malo. Dondequiera que haya una gracia valiosa, el diablo pone en circulación falsificaciones y parodias de sea gracia y trata de que el alma del hombre las acepte. Asegúrate de no ser engañado. Sí, ten cuidado de no ser engañado.
(1) Asegúrate de que tu arrepentimiento sea asunto de tu corazón. No es el gesto adusto, el rostro santurrón ni de imponerte a ti mismo una serie de penitencias o de mortificar tu cuerpo, no es esto en sí lo que constituye el verdadero arrepentimiento hacia Dios. La verdadera gracia es mucho más profunda que una mera cuestión del rostro, la ropa, los días santos y los formulismos. Acab se ponía el saco de duelo cuando le convenía, pero Acab nunca se arrepintió.
(2) Asegúrate de que tu arrepentimiento sea un arrepentimiento que te lleve a Dios. Félix temblaba cuando escuchaba predicar al Apóstol Pablo. Pero…ese no es el verdadero arrepentimiento. Cerciórate de que tu arrepentimiento te lleve a Dios y te haga acudir a él como tu mejor Amigo.
(3) Asegúrate de que tu arrepentimiento sea un arrepentimiento que incluye una renuncia total al pecado. La gente sentimental puede derramar lágrimas cuando los domingos escucha sermones llenos de emoción, y no obstante, vuelven al baile, al teatro y a la ópera durante la semana…los sentimientos en la religión son más que inservibles, a menos que estén acompañados por la práctica. Una mera emoción sentimental, sin abandonar totalmente el pecado, no es el arrepentimiento que Dios aprueba.
(4) Asegúrate, sobre todo, de que tu arrepentimiento esté bien arraigado en la fe en el Señor Jesucristo. Cerciórate de que tus convicciones sean convicciones, que nunca descansan, excepto al pie de la Cruz donde murió Jesucristo. Judas Iscariote podía decir: “He pecado” (Mat. 27:4), pero Judas nunca se volvió a Jesús. Judas nunca puso su fe en Jesús, y por lo tanto, murió en sus pecados. Dame esa convicción de pecados que te obliga a correr a Cristo y lamentarte porque tus pecados han herido al Señor quien te compró. Dame esa contrición del alma bajo la cual sientes mucho amor hacia Cristo y se duele al pensar en los desprecios que le ha hecho al Salvador tan lleno de gracia. Yendo al Sinaí, escuchando acerca de los Diez Mandamientos, contemplando el infierno, pensando en los terrores de la condenación, todo esto puede atemorizar a las personas, y tiene su lugar. Pero ningún arrepentimiento dura si el hombre no pone su vista en el Calvario más que en el Sinaí, y ve en un Jesús sangrando la motivación más fuerte para la contrición. Tal arrepentimiento baja del cielo. Tal arrepentimiento está plantado en el corazón del hombre por Dios el Espíritu Santo.
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