El origen y la extensión del pecado
El origen del pecado
La pecaminosidad del hombre no comienza de afuera, sino de adentro. No es resultado de una mala formación en los primeros años. No se contagia de las malas compañías y los malos ejemplos, como les gusta decir a algunos cristianos débiles. ¡No! Es una enfermedad de familia, que todos heredamos de Adán y Eva, nuestros primeros padres, y con la cual nacemos. Creados “a la imagen de Dios”, inocentes y rectos al principio, nuestros padres cayeron de la rectitud y justicia original, y pasaron a ser pecadores y corruptos. Y desde ese día hasta ahora, todos los hombres y mujeres nacen caídos, a la imagen de Adán y Eva, y heredan un corazón y naturaleza con una predisposición al mal. “El pecado entró al mundo por un hombre”. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. “Éramos por naturaleza hijos de ira”. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios”. “Porque de dentro, del corazón…salen los malos pensamientos, los adulterios” y cosas similares (Rom. 5:12; Juan 3:6; Ef. 2:3; Rom. 8:7; Mar. 7:21).
La extensión del pecado
El único fundamento seguro es el que nos presenta las Escrituras. “Todo designio de los pensamientos de su corazón” es por naturaleza “malo” y eso “continuamente” (Gén. 6:5). “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9).
El pecado es una enfermedad que invade y se extiende por cada parte de nuestra fibra moral y cada facultad de nuestra mente. El entendimiento, los afectos, el poder de razonar y la voluntad están todos infectados de un modo u otro. Aun la conciencia está tan ciega que no se puede depender de ella como un guía seguro, y puede llevar a los hombres al mal haciéndolo parecer bien, a menos que sean iluminados por el Espíritu Santo. En suma “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay…cosa sana” en nosotros (Isa. 1:6).