La bendición del que muere en Cristo
“Un verdadero creyente, en un estado espiritual saludable, experimenta gran dolor porque el pecado sigue permaneciendo, y obrando de forma activa y agresiva en él. Pero bendito sea Dios, porque en el momento en que ese hijo suyo—que lucha, pelea, se arrepiente, y se esfuerza—, exhala el último suspiro, Dios extiende sobre esa alma que ha abandonado el cuerpo una concentración de su gracia santificadora y del poder que acabará de inmediato la obra de conformar esa alma a la semejanza moral de Cristo. Desde ese mismo momento, y en el tiempo sin límite de la eternidad, el alma que sale de un verdadero creyente jamás volverá a tener un pecado que confesar, un matiz de frialdad de corazón del que avergonzarse, un deseo desordenado o impuro que le llene de vergüenza y remordimiento. Además, el alma de ese hijo de Dios que ha muerto será embellecida con todas las gracias de un amor, una pureza, una pasión por la gloria de Dios como las de Cristo y con todas las demás virtudes que Él posee como hombre perfecto. Al ser totalmente conformados a la imagen moral de Cristo no nos fusionamos en otros pequeños dioses que comparten la esencia divina, sino que nos convertimos en almas o espíritus humanos sin pecado”. -Albert N. Martin
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