Líderes fieles en nuestros hogares
“Elí era ya muy anciano; oyó todo lo que sus hijos estaban haciendo a todo Israel, y cómo se acostaban con las mujeres que servían a la entrada de la tienda de reunión, y les dijo: ‘¿Por qué hacéis estas cosas, las cosas malas de que oigo hablar a todo este pueblo? No, hijos míos; porque no es bueno el informe que oigo circular por el pueblo del SEÑOR’” (1 Sam. 2:22-24).
Este es un pasaje muy triste, y lo más chocante es lo que en éste se nos da a conocer sobre lo infiel e ineficaz que Elí fue como padre. Hay varias cosas que son dignas de destacar en este recuento. Primero, el hecho de que Elí dos veces habla de haber “oído” sobre la conducta de sus hijos. El debió haber sabido sobre su conducta y no tan sólo haber oído sobre ésta. ¿Por qué tuvo que enterarse Elí sobre el estilo de vida de sus hijos de fuentes externas? ¿Por qué es que Elí no sabía de estas cosas? Y lo que empeora la situación es que Elí viene a reprender a sus hijos cuando él ya era viejo y ellos eran adultos. En otras palabras, él había dejado que esta situación se le escapara de su control por muchos años. Con razón el párrafo termina diciéndonos que sus hijos no hicieron caso a la voz de su padre. ¿Y por qué iban a hacerlo ahora si no lo habían hecho antes? Es más, parece ser que en realidad nunca hubo una voz a la que tuvieron que haberle prestado atención. Y en ese momento era demasiado tarde para empezar a instruirles.
Que el Señor nos ayude a ser líderes fieles en nuestros hogares; que enseñemos a nuestros hijos el temor del Señor. Que seamos fieles atalayas en nuestros hogares, y fieles instructores y supervisores de aquellas almas inmortales que nos han sido encomendadas. No sea que el Señor haga que su mano pese sobre nosotros, y nuestros hijos tengan que señalarnos el día del juicio. Pero para ello dependamos de aquel que nos ha dicho: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Sal.127:1).
Reservados todos los derechos.