¿Acaso no hacen bien sus palabras?
D. Scott Meadows
¿Acaso no hacen bien sus palabras? ¿Acaso no caminamos con el Justo? (Mi. 2:7)
הֲלֹוא דְבָרַי יֵיטִיבוּ עִם הַיָּשָׁר הֹולֵךְ
La traducción tradicional de este dicho es buena y, por lo general, se acepta. Su interpretación depende más de la sensibilidad al contexto. Estoy de acuerdo con Calvino en que un sentido básico es “más fácil y fluido”, mientras que otros son posibles, aunque forzados. Nos centraremos, pues, en la interpretación más natural del texto.
Este mensaje profético le llegó a Miqueas de parte del Señor, en “los días de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, lo que vio acerca de Samaria y de Jerusalén” (Mi. 1:1), durante un periodo que se extendió desde el 750 hasta 687 a.C., en general paralelo a otros profetas del siglo VIII como Oseas e Isaías. Eran días oscuros de apostasía general, caracterizada por una idolatría pública y una inmoralidad que precipitó graves castigos en la cautividad de Israel en Asiria (722 a.C.) y en el cautiverio de Judá en Babilonia (586 a.C.).
El pecado es pecado para todo el mundo, pero cuando este reina en la iglesia visible es especialmente abominable y provoca la denuncia en los términos más firmes. El Señor llamó a Miqueas para que predicara juicio. Sus malvados paisanos israelitas despreciaron el mensaje.
Por medio de Miqueas, el Señor anunció una maldición sobre intrigantes inicuos, afanosos, impenitentes (Mi. 2:1). Eran codiciosos, ladrones violentos y una amenaza pública (2:2). La respuesta del Señor a esto fue la santa oposición establecida para derrocar a los hacedores de maldad (2:3). Su campaña contra el mal sería tan eficaz que su ruina se convertiría en algo proverbial (2:4), y los pecadores perderían cualquier lugar posible entre el santo pueblo del Señor (2:5).
En lugar de inducir al arrepentimiento, la fiel proclamación que Miqueas hizo de todo esto se encontró con la rígida resistencia. En realidad, le dijeron a los verdaderos profetas del Señor que se callaran (2:6). “‘No profeticéis’ dicen, y profetizan…”. La ESV traduce el versículo seis: “No prediquen —por consiguiente, predican— ‘uno no debería predicar tales cosas, la desgracia no nos sobrevendrá”. Los falsos profetas eran mucho más populares que los verdaderos, y eran los portavoces de las masas, expresando los sentimientos populares de la sociedad judía impía de aquel tiempo. Con esto en mente, consideremos Miqueas 2:7:
Primera línea: “¿No se dice, oh casa de Jacob:
Segunda línea: ‘¿Es impaciente el Espíritu del Señor?
Tercera línea: ¿Son éstas sus obras?’.
Cuarta línea: ¿No hacen bien mis palabras al que camina rectamente?”.
La primera línea va dirigida a los judíos apóstatas y los avergüenza por la incoherencia entre su identidad formal y sus prácticas paganas.
La segunda línea significa, probablemente, que era insolente y poco razonable que imaginaran que podían refrenar o silenciar al Espíritu del Señor provocando así a los verdaderos profetas a entregar sus mensajes que nadie apreciaba.
La línea tres, sugiere que no se debe culpar al Señor por el desagradable contenido de los sermones que escuchan. La miseria y el anuncio de ella son toda la desgraciada e inevitable pelea de la rebeldía del hombre contra Dios y Su verdad.
La línea cuatro equivale, pues, a la defensa de las palabras del Señor. “¿No hacen bien mis palabras al que camina rectamente?”. “Al que camina rectamente” es una etiqueta para la persona que, por lo general, obedece la ley moral de Dios por medio de la fe, a través de la gracia, desde el corazón. El Señor promete bendición (es decir, salvación) para tales personas. El decreto de Dios lo concede y Sus beneficiarios acogen con alegría su anuncio.
Los fieles predicadores necesitan hoy este recordatorio. No podemos desalentarnos por la oposición, incluso de miembros de la iglesia, a sermones que están llenos de las Escrituras con una sana interpretación y aplicación.
Los miembros de la iglesia también necesitan este recordatorio. Vuestros fieles pastores deben proclamar todo el consejo de Dios a partir de las Escrituras. Contiene muchas cosas altamente ofensivas para los incrédulos, y los cristianos con menos discernimiento, por no mencionar a los que no son más que meros fingidores dentro de la iglesia. La Palabra predicada fielmente hará que algunos se marchen de la iglesia y usted debe seguir apoyando a sus valientes comunicadores. Los que no se ven afectados suelen echar la culpa a la iglesia y al predicador cuando se marchan en lugar de admitir que el verdadero problema está dentro de ellos mismos.
Este recordatorio también nos llama a un autoexamen. Cuando las Escrituras crean un roce con nuestro espíritu, el problema se encuentra sin lugar a duda dentro de nosotros. “¡Si mi predicación frota tu piel en el sentido equivocado, dale la vuelta al gato!” dijo el párroco rural. Desde mi juventud se me ha dicho: “Este libro te mantendrá alejado del pecado, o este te apartará de este Libro”. ¡Qué gran verdad! Debemos seguir creyendo que, por doloroso que llegue a sea, venir una y otra vez a Dios y a Su Palabra en humilde contrición por todos nuestros pecados, es la única forma de suprema bendición y salvación. Y sigue diciendo: “¿No hacen bien mis palabras al que camina rectamente?”. Sí, claro que lo hacen, pero solo a aquellos que tienen una fe verdadera y se arrepienten habitualmente lo experimentan. Amén.
Reservados todos los derechos