Un aliento cristiano
Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día (2 Co. 4:16).
En este mundo existen muchas cosas que nos desalientan. La vida está llena de decepciones, dolor físico, angustia y sufrimiento de todo tipo. Nadie está exento de las circunstancias que amenazan con llenarnos de una sensación de desesperanza y melancolía.
Es evidente que ustedes están recibiendo su parte de dificultades, porque necesitan el cuidado especial de estas buenas instalaciones de SunBridge. Quiero asegurarles que cuentan con nuestro amor, nuestra comprensión y nuestras oraciones en la Iglesia Bautista Calvary.
¿Cómo se puede aguantar bajo todo esto? ¿Cómo es posible que algunos se derrumben bajo una carga o sufrimiento relativamente ligeros, mientras otros sufren experiencias atroces no sin dolor, pero sin desesperación? He visto muchas veces durante mi ministerio ilustraciones de esto que afirmo. Algunos miembros de la iglesia están siempre dispuestos a alabar al Señor con alegría y me siento verdaderamente asombrado cuando considero lo terrible de su situación. Otros son tan débiles que, cuando les ocurre algo sin demasiada importancia, parecen haber perdido por completo el gozo. Apenas hay correlación entre sus circunstancias, su actitud y su perspectiva.
Uno de los cristianos más grandes que haya vivido jamás fue el apóstol Pablo. Escribió catorce de los libros del Nuevo Testamento, de manera que sabemos bastante sobre él. Algunas veces habló con franqueza sobre su propia experiencia y perspectiva espirituales. Ahora podemos beneficiarnos enormemente al estudiar los pensamientos que él recoge. Permítame ayudarle a considerar un poco de esto en nuestro texto.
EL TESTIMONIO DE UN CRISTIANO
«No desfallecemos». El antiguo sentido de este verbo es debilitarse cada vez más en espíritu, desmayar. Otra versión dice «Por tanto, no desmayamos». Como cristiano que goza de buena salud espiritual, Pablo habla acerca de sí mismo y de sus colegas predicadores, pero todo esto es aplicable a todo aquel que cree en el Señor Jesucristo.
No obstante, esto no significa que él no sufriera cosas terribles, o que estas no le afectaran emocionalmente. Unos pocos versículos antes escribe: «Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos» (2 Co. 4:8-9). Cristo decretó que Pablo sufriría grandemente en su ministerio del evangelio (Hch. 9:16), pero también le impartió gracia suficiente para que pudiera pasar por todas aquellas cosas de forma victoriosa (2 Co. 12:9). Por esta razón fue capaz de decir con toda sinceridad: «No desfallecemos». No se debe a que Pablo fuera de una naturaleza más resistente que las demás personas, sino a que tenía al Señor, y Él cumplió su promesa. Y ocurre exactamente lo mismo con cada creyente cristiano verdadero (He. 13:5-6). La diferencia radica en que ustedes sean cristianos verdaderos o no lo sean.
LA CONFESIÓN DE UN CRISTIANO
«Nuestro hombre exterior va decayendo». Aquí, Pablo se refiere en primer lugar a su cuerpo físico y, a continuación, a todo lo relativo a este siglo presente. En este mundo, los cristianos no están exentos de la debilidad del cuerpo, de las enfermedades graves, del envejecimiento ni de la muerte física. Si en nuestra juventud estamos sanos, llegaremos a ser más grandes y fuertes hasta un momento dado de nuestra vida; pero luego llega el estancamiento y, poco a poco, todo empieza a venirse abajo. Si se llega a tener una larga vida, los años de la vejez pueden ser los más difíciles y dolorosos. Quizás Dios hace que sea así, porque para entonces habremos tenido la oportunidad de prepararnos para afrontar nuestros mayores desafíos.
Aunque no era un anciano, la salud de Pablo estaba irremediablemente dañada por las duras condiciones de su ministerio, incluidas las brutales palizas que soportó en las persecuciones que sufrió como misionero. Los eruditos piensan que padecía de una grave dolencia en la vista. Probablemente era un hombre de pequeña estatura, nada impresionante en su apariencia física. En el tiempo en que escribió esta carta contaría con unos cuarenta años y se hallaba a solo diez de su martirio. Sabía por experiencia lo que significaba sufrir a causa de una salud debilitada.
LA VIDA ESPIRITUAL DE UN CRISTIANO
Y ahora viene lo que podríamos definir como el secreto del aliento de Pablo: «nuestro hombre interior se renueva de día en día». Todas las personas son seres que constan de dos partes: el hombre exterior y el interior, el cuerpo y el alma. Aunque el cuerpo se derrumbe y esté moribundo, el cristiano no tiene por qué desanimarse, porque su alma adquiere cada vez más vida, más salud y más fuerza con cada día que pasa.
Según la Biblia, los incrédulos —es decir, los que no son cristianos— están espiritualmente muertos aun cuando están físicamente vivos (1 Ti 5:6). Pero aquellos que confían en Cristo han nacido de nuevo, la gracia de Dios los ha vivificado espiritualmente, y están vivos y abiertos a Dios como nunca antes lo estuvieron. Y, una vez que Dios salva nuestra alma, sigue dándonos Su gracia para renovarnos y aumentar esa vitalidad espiritual que ya es nuestra en cierto grado.
Gran parte de este aliento viene de la esperanza en el futuro. Pablo mantiene su enfoque en las cosas eternas e invisibles, y no en las temporales que se pueden ver (cf. vv. 17-18). Esperaba con cierta expectativa a la resurrección gloriosa que experimentaría después de haber acabado su fiel servicio al Señor Jesucristo en este mundo.
Y esto es lo que todos debemos hacer para permanecer alentados. Hemos de confiar en Cristo y entregarnos a servirlo. Debemos crecer en nuestra fe cada día, y no morar en nuestros sufrimientos terrenales y físicos, sino en nuestra gloria futura cuando Cristo regrese. Mi oración es que crean ustedes en el mismo Señor que Pablo predicó y que yo les predico: Jesús mismo. Entonces, su alma se renovará día tras día y no se desalentarán. Amén.
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