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Sufrimientos compensados Parte I

Arthur Pink

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

Ah, puede decir alguien, eso debe haber sido escrito por un hombre que no conocía lo que es el sufrimiento, o por uno que solo conocía las irritaciones menores de la vida. No es cierto. Esas palabras fueron escritas bajo la dirección del Espíritu Santo, y por uno que bebió hondamente de la copa del sufrimiento, sí, por uno que sufrió las más grandes aflicciones. Escuchen su propio testimonio: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Corintios 11:24-27).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Esta, pues, era la firme convicción no de un “mimado de la fortuna”; no de uno que encontró que el camino de su vida era un sendero suave, bordeado con rosas, sino que fue escrito por un hombre que fue odiado por sus compatriotas, que fue varias veces molido a palos, que sabía lo que era estar privado no sólo de las comodidades, sino de las necesidades básicas de la vida. ¿Cómo, entonces, nos explicamos su alegre optimismo? ¿Cuál era el secreto de elevarse sobre sus problemas y tribulaciones?

El primer consuelo del muy probado Apóstol fue pensar que los sufrimientos del cristiano son de corta duración – están limitados a “este tiempo presente”. Este pensamiento presenta un agudo y solemne contraste con los sufrimientos de aquel que rechaza a Cristo. Los sufrimientos de éste serán eternos; atormentado para siempre en el lago de fuego. Pero para el creyente es algo totalmente diferente. Los sufrimientos se limitan a esta vida en la tierra, que es comparable a la flor que nace y que luego es cortada, a una sombra que se desvanece para siempre. Unos pocos años a lo sumo, y pasaremos de este valle de lágrimas a aquel bendito país donde nunca se escucha un suspiro ni un lamento.

Segundo, el Apóstol miraba hacia “la gloria” con los ojos de la fe. Para Pablo “la gloria” era algo más que un bello sueño. Era una realidad práctica, que ejerció una poderosa influencia sobre él, consolándolo en las horas más angustiosas y ardientes de la adversidad. Esta es una de las pruebas de la fe. El cristiano tiene un sólido apoyo en el tiempo de aflicción, que el inconverso no tiene. El hijo de Dios sabe que en la presencia de su Padre hay “plenitud de gozo”, y que a su derecha hay “delicias para siempre”. Y la fe les echa mano, se las apropia, y vive en el regocijo de su alegría aun ahora. Igual que el pueblo de Israel en el desierto se sentía alentado al pensar en lo que les esperaba en la tierra prometida (Números 13:23, 26), asimismo aquel que hoy anda por fe, y no por vista, contempla aquello que el ojo no ha visto, ni el oído ha escuchado, sino que Dios por medio de su Espíritu Santo nos ha revelado (1 Corintios 2:9, 10).

Traducido por Magda Fernández. Reservados todos los derechos.

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