La seguridad del cristiano I
Arthur Pink
“Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
¡Cuántos hijos de Dios han recibido fuerzas y consuelo por este bendito versículo a través de los siglos! En medio de tribulación, perplejidades y persecuciones, ha sido una roca bajo sus pies. Aunque a primera vista las cosas parezcan trabajar en su contra, aunque para la razón humana las cosas parezcan obrar para su mal, sin embargo, la fe sabe que es todo lo contrario. ¡Y qué gran pérdida es para aquellos que no han podido apoyarse sobre esta inspiradora afirmación; qué temores innecesarios y cuántas dudas han sido las consecuencias!
“Todas las cosas les ayudan a bien”. Lo primero que se nos ocurre es: ¡Qué Ser tan maravilloso es nuestro Dios, que tiene el poder para hacer que todas las cosas obren de esa manera! Hay una espantosa cantidad de maldad en actividad constante. Hay un número infinito de criaturas en el mundo. ¡Que incalculable cantidad de intereses conflictivos obrando! ¡Cuán vasto ejército de rebeldes luchando contra Dios! ¡Cuántas huestes de criaturas sobrehumanas continuamente se oponen al Señor! Y sin embargo, por encima de todo, está DIOS, en calma imperturbable, Dueño absoluto de la situación. Allá, desde el trono de su exaltada majestad, Él obra todas las cosas según el consejo de su propia voluntad (Efesios 1:11). Mantengámonos en reverencia en presencia de aquel ante cuyos ojos “como nada son las naciones; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es” (Isaías 40:17). Inclinémonos en adoración ante “el Alto y Sublime, el que habita en la eternidad” (Isaías 57:15). Levantemos nuestras alabanzas hasta Él que puede sacar bienes aun de la peor calamidad.
“Todas las cosas ayudan”. En la naturaleza no hay tal cosa como una criatura de Dios que falle en cumplir el propósito para el cual ha sido designada. Nada permanece ocioso. Todo recibe energía de Dios para poder cumplir la misión que se le ha asignado. Todas las cosas están obrando hacia la gran meta que es el placer del Creador. Todo se mueve a su mandato imperativo.
“Todas las cosas ayudan”. No sólo trabajan, sino que cooperan; todas actúan en perfecto acuerdo, aunque sólo aquellos oídos escogidos podrán discernir los acordes de su melodía. Todas las cosas ayudan, no individualmente, sino en conjunto, como causas cercanas y que se ayudan mutuamente. Es por eso que las aflicciones rara vez vienen solas. A una nube le sigue otra nube; una tormenta sigue la otra. Como en el caso de Job, un mensajero de dolor fue seguido por otro, cargado con noticias de una aflicción aun más intensa. Sin embargo, aun aquí la fe puede trazar la sabiduría y el amor de Dios. Es la combinación de los ingredientes en la receta que constituye su benéfico valor. Así es con Dios. Sus repartimientos no sólo trabajan, sino que trabajan conjuntamente. Así lo reconoció el dulce cantor de Israel: “me sacó de las muchas aguas” (Salmo 18:16).
“Todas las cosas les ayudan a bien”, etc. Estas palabras enseñan a los creyentes que no importa cuál sea el número de las circunstancias adversas, ni cuán agobiantes sean éstas, están contribuyendo a llevarlo hacia la posesión de la herencia provista para ellos en los cielos. ¡Qué maravillosa es la providencia de Dios al encauzar aquellas cosas desordenadas y utilizar para nuestro bien aquellas que en sí mismas son perniciosas! Nos maravillamos ante su eficaz poder que sostiene a los cuerpos celestiales en sus órbitas; ante la renovación de la tierra y las estaciones del año que continuamente se suceden; pero esto no es tan maravilloso como el hecho de que Él pueda sacar bien del mal en todos los complicados sucesos de la vida humana, y hacer que aun el poder y la malicia de Satanás, con la natural tendencia destructiva de sus obras, ministre para bien de los hijos de Dios.
“Todas las cosas ayudan a bien”. Esto debe ser así por tres razones. Primero, porque todas las cosas están bajo el control absoluto del Gobernador del universo. Segundo, porque Dios desea nuestro bien y nada más que nuestro bien; tercero, porque aun Satanás mismo no puede tocar ni un cabello de nuestras cabezas sin el permiso de Dios, y aun entonces sólo para nuestro bien adicional. No todas las cosas son buenas en sí mismas, ni en sus tendencias; pero Dios hace que todas las cosas obren para nuestro bien. Nada entra a nuestra vida por pura casualidad; ni hay cosas “accidentales”. Todo es movido por Dios, con este fin: nuestro bien. Todo está subordinado al propósito eterno de Dios y lleva bendiciones a aquellos que han sido escogidos para conformarse a la imagen del Primogénito. Todo sufrimiento, dolor, o pérdida, son usados por nuestro Padre para ministrar en beneficio de sus elegidos.
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