Consuelo para el cristiano: No hay condenación
Arthur Pink
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay”. El octavo capítulo de la Epístola a los Romanos concluye la primera sección de esa maravillosa carta. La palabra “pues” puede considerarse de dos formas. En primer lugar, sirve de enlace con todo lo que se ha dicho desde Romanos 3:21. Se deduce ahora que hay una inferencia en la totalidad de la discusión que ha precedido; una inferencia que es, de hecho, la gran conclusión hacia la cual el Apóstol se había dirigido a través de todo el argumento. Porque Cristo ha sido constituido como “propiciación por medio de la fe en su sangre” (3:25), porque Él fue “entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación” (4:25); porque por la obediencia de Uno los muchos (cristianos en todas las épocas) son “constituidos justos”, legalmente, (5:19); porque los creyentes han “muerto (judicialmente) al pecado” (6:2); porque han “muerto” al poder condenatorio de la ley (7:4), no hay “ahora, pues, ninguna condenación”.
No solamente debe la palabra “pues” considerarse como una conclusión sacada de toda la discusión que antecede, sino que también debe considerarse como teniendo una estrecha relación con aquello que la precede inmediatamente. En la segunda parte de Romanos 7, el Apóstol ha descrito el doloroso e incesante conflicto que se libra entre las naturalezas antagónicas de aquel que ha nacido de nuevo, ilustrando esto con una referencia a sus experiencias personales como cristiano. Habiendo dibujado con maestría—posando él mismo para el cuadro—las luchas espirituales de un hijo de Dios, el Apóstol procede ahora a dirigir la atención hacia el consuelo divino para una condición tan angustiosa y humillante.
La transición del tono desalentado del capítulo 7 al lenguaje triunfante del capítulo 8, parece abrupta y sorprendente, y sin embargo, es completamente lógica y natural. Si bien es cierto que los conflictos del pecado y la muerte pertenecen a los santos de Dios, bajo cuyos efectos se lamentan ellos, es igualmente cierto que su liberación de la maldición y la correspondiente condenación, es una victoria en la cual se regocijan. Señala un contraste extremadamente notable. En la segunda parte de Romanos 1, el Apóstol trata sobre el poder del pecado, que opera en los creyentes mientras están en el mundo; en los primeros versículos del capítulo 8, él habla de la culpabilidad del pecado, de la cual son completamente libertados en el momento en que se unen por fe al Salvador. Por consiguiente, en el versículo 7:24 el Apóstol pregunta; “¿Quién me librará?” del poder del pecado; pero en el 8:2, él dice, “me ha libertado”, esto es, me ha libertado a mi, de la culpa del pecado.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay”. No se trata de que nuestro corazón nos condene (como en 1 Juan 3:21) o que no encontremos en nosotros algo condenable; en vez de eso, se trata del hecho bendito de que Dios no condena al que ha confiado en Cristo para la salvación de su alma. Necesitamos distinguir claramente entre una verdad subjetiva y una objetiva; entre lo que es judicial y lo
que es experimental; de otra manera, fallaremos en extraer de las Escrituras, como esta que estamos considerando, el consuelo y la paz que fueron diseñadas para llevar. No hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús. “En Cristo”: Esta es la posición del creyente ante Dios, no su condición en la carne. “En el primer Adán” (Romanos 5:12) yo estaba condenado; pero estar “en Cristo” es estar para siempre libre de toda condenación.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay”. El calificativo “ahora” implica que hubo un tiempo cuando los cristianos, antes de creer, estaban bajo condenación. Esto fue antes de que murieran con Cristo, muriendo judicialmente (Gálatas 2:20) por la penalidad de la justa ley de Dios. Este “ahora”, por lo tanto, hace una distinción entre dos estados o condiciones. Por naturaleza estábamos bajo (la sentencia de) la ley, pero ahora los creyentes están “bajo la gracia” (Romanos 6:14). Por naturaleza éramos “hijos de ira” (Efesios 2:2) pero ahora somos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Bajo el primer pacto estábamos “en Adán” (1 Corintios 15:22) pero ahora estamos “en Cristo” (Romanos 8:1). Como creyentes en Cristo tenemos vida eterna y por esto “no vendremos a condenación”.
“Condenación” es una palabra de tremenda importancia, y mientras mejor la comprendamos, mejor podremos apreciar la maravillosa gracia que nos ha librado de su poder. En las cortes judiciales humanas, este es un término que cae con terrible sonido en el oído del criminal convicto, y que llena los espectadores de tristeza y horror. Pero en la corte de la Justicia Divina, está investida con un significado y un alcance infinitamente más solemne y que inspira mayor temor. A esa Corte están citados todos los miembros de la raza caída de Adán. “Concebido en pecado, y formado en iniquidad”, cada uno entra en el mundo bajo arresto—un criminal acusado, un rebelde con las manos esposadas. Entonces, ¿cómo era posible para uno como ése, escapar de la ejecución de tan espantosa sentencia? Había una sola manera, y ésa era quitar de nosotros aquello que atrajo sobre nosotros la sentencia, esto es, el pecado. Si la culpa se elimina, no puede haber condenación.
¿Ha sido quitada la culpa, es decir, quitada del pecador que ahora cree? Dejemos que las siguientes Escrituras nos den la contestación.
Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones (Salmo 103:12).
Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados (Isaías 43:25).
Echaste tras tus espaldas todos mis pecados (Isaías 38:17).
Y nunca mas me acordaré de sus pecados y transgresiones (Hebreos 10:17).
¿Pero como podía quitarse la culpa? Solo siendo transferida a otra persona. La santidad divina no podía ignorarla; pero la gracia divina podía transferirla, y así lo hizo. Los pecados de los creyentes fueron transferidos a Jesús: “Jehová cargo en Él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). “Por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay”. Ninguna. El “no” es enfático. Significa que no hay condenación alguna. Ninguna condenación por la ley, o por la corrupción interna, o porque Satanás puede probar algún cargo contra mí; no hay ninguna condenación por ninguna causa. “Ninguna condenación” significa que ninguna condenación es posible, y que nunca lo será. No hay condenación porque no hay acusación (véase 8:33) y no puede haber acusación porque no hay imputación de pecado (véase 4:8).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Cuando se trata del conflicto que existe entre las dos naturalezas del creyente, el Apóstol, en el capítulo que antecede, se había referido a si mismo, para poder demostrar que los más altos logros en la gracia no nos eximen de la guerra interna que allí él describe. Pero aquí en el 8:1, el Apóstol cambia de persona. No dice, “No hay condenación para mí”, sino “para los que están en Cristo Jesús”. El Espíritu Santo fue muy benigno en esto. Si el Apóstol hubiera hablado en singular, hubiéramos razonado que tan bendita exención se adaptaba más a este honorable siervo de Dios que gozaba de tan maravillosos privilegios; pero que no se aplicaría a nosotros. El Espíritu de Dios, por consiguiente, movió al Apóstol a utilizar aquí el plural, para demostrar que “ninguna condenación” se aplica a todos los que están en Cristo Jesús.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Estar en Cristo Jesús es estar perfectamente identificados con Él en la decisión e intervención judicial de Dios; y también significa ser uno con Él, vitalmente unido por la fe. La inmunidad a la condenación no depende en forma alguna del modo en que “caminemos” con Él, sino solamente en estar “en” Cristo. El creyente está en Cristo de igual modo que Noé estaba en el arca, mientras los cielos se oscurecían sobre él, y las aguas se agitaban bajo él, y sin embargo, ni una gota del agua del diluvio penetro su embarcación, ni una ráfaga de tormenta conmovió la serenidad de su espíritu. “El creyente está en Cristo igual que Jacob estaba en los vestidos de su hermano mayor cuando Isaac lo besó y lo bendijo. Está en Cristo como el pobre homicida estaba dentro de la ciudad de refugio cuando estaba siendo perseguido por el vengador de la sangre, quien no podía alcanzarlo y matarlo” (Dr. Winslow, 1857). Y porque está “en Cristo”, no hay, pues, ninguna condenación para él. ¡Aleluya!
Traducido por Magda Fernández. Reservados todos los derechos.