Comprado por la eternidad y aún así penitente constanteUna pregunta religiosa contestada por J.G. Vos
PREGUNTA: Si los pecados de una persona —pasados, presentes y futuros— han sido perdonados cuando ella ha sido justificada, entonces ¿por qué debería un cristiano confesar su pecado a diario y orar pidiendo perdón, a lo largo de toda su vida?
RESPUESTA: Este problema ha dejado perplejos a muchos cristianos. La clave para su solución radica en la distinción que se debe hacer entre justificación y adopción. Aunque ambas son simultáneas e inseparables, se trata de dos actos distintos de Dios e implican dos relaciones diferentes entre el creyente y Dios.
En la justificación Dios es nuestro Juez; en la adopción Dios es nuestro Padre. La justificación nos convierte en ciudadanos del Reino de Dios; la adopción nos hace miembros de la familia de Dios. La justificación es un acto judicial que tiene que ver con el castigo legal por el pecado así como el requisito legal de una justicia absoluta. La adopción es un asunto de relación personal que se refiere a nuestra posición como hijos en la familia de Dios y a que disfrutemos de la luz de su rostro.
Por medio de la sangre y la justicia de Cristo, la justificación resuelve el tema del estado del cristiano en relación a la ley de Dios y lo hace por toda la eternidad. En la justificación Dios declara, de una vez por todas, que el castigo de la ley se ha satisfecho y que, a causa de la justicia de Cristo imputada, el cristiano es positiva y absolutamente justo a la vista de Dios. Esto ocurre de una vez y para siempre; no necesita ni puede volver a repetirse. Por toda la eternidad ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. La justificación es una transacción permanente y definitiva.
Por otra parte, la adopción tiene que ver con la relación entre el cristiano y Dios como Padre celestial suyo. El castigo de la ley se ha llevado a cabo y la justicia que la ley exigía se ha imputado. Todo esto es un tema zanjado. Pero el cristiano sigue teniendo una naturaleza pecaminosa y peca a diario contra Dios de palabra, pensamiento y hecho. Estos pecados diarios no pueden llevar al cristiano a condenación. No pueden quitarle su justificación permanente. No pueden tener el más ligero efecto sobre su salvación eterna. Pero pueden desagradar a Dios, Padre celestial del cristiano, y ciertamente le disgustan. Son una violación de la santidad de la familia de Dios.
Si no se arrepiente inmediatamente de sus pecados diarios y los confiesa, estos tendrán graves consecuencias en la vida del creyente. Es cierto que no le van a quitar ni su justificación ni su salvación eterna. Sin embargo, tendrán graves consecuencias en la vida presente. Endurecerán la propia conciencia del creyente, causarán dolor al Espíritu Santo y acarrearán el castigo de Dios sobre el cristiano en forma de algún tipo de sufrimiento. Destruirán también la utilidad presente que el creyente pueda tener en el servicio cristiano y provocarán una profunda oscuridad sobre su alma por que la luz del rostro de Dios se retirará. Lea el Salmo 32 y vea lo desgraciado que se sintió David durante el intervalo transcurrido entre su gran pecado y su confesión. Sin embargo, si
David hubiese muerto durante este intervalo, habría ido instantáneamente al cielo porque era un hombre justificado.
El castigo que Dios impone a sus hijos que pecan no tiene absolutamente nada que ver con el de la ley. En lo que se refiere al castigo judicial del pecado, el creyente ya recibió la sentencia de muerte y esta se ejecutó en la persona de su representante, el Señor Jesucristo, en la cruz del Calvario. El castigo de Dios sobre sus hijos no es una sanción sino disciplina. No procede de su justa ira, sino de su amor paternal y de su compasión. El propósito no es satisfacer las demandas justas de la ley, sino volver a restaurar a los hijos que pecan y devolverlos a su estado espiritual. El arrepentimiento cristiano diario y la confesión del pecado se refieren única y exclusivamente a esta relación con Dios como Padre. No tiene nada que ver con la culpa legal ni con el castigo por el pecado. Esto ya fue zanjado para siempre, por medio de la justificación. Es algo más bien necesario para que puedan existir unas relaciones correctas dentro de la familia de Dios. Cuando el creyente se arrepiente verdaderamente y confiesa, como hizo David, se vuelve a restaurar la luz del rostro de Dios en su alma. En resumen, el creyente debería arrepentirse a diario y confesar sus pecados, no porque esté en peligro de condenación eterna, sino porque ha ofendido a su Padre celestial y necesita ser consciente de que vuelve a tener el favor del Padre.
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