La principal preocupación
Una carta a mi querido hermano:
Hay muchas cosas a las cuales es correcto que atiendas, pero hay una sola cosa que tiene importancia por encima de todas las demás: la salvación de tu alma. Aprender es bueno, pero si obtuvieras todo el aprendizaje posible, solamente te haría desgraciado si fueras echado al Infierno. Y así es con todo lo demás. Si, mediante la bendición de Dios, finalmente vas al Cielo, te irá infinitamente bien aun si has sido pobre y despreciado, miserable e ignorante.
Sabes que no deseo que descuides tu aprendizaje, pero tengo mucho más temor a que descuides las cosas eternas. Este es el verdadero aprendizaje; esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado1. Eso es lo que la Biblia llama sabiduría. Puede que un hombre sea un erudito en las cosas terrenales y, sin embargo, muy necio. ¿Qué puede ser más necio que regalar el gozo eterno para obtener unos cuantos años de placer? Eso es lo que hacen muchos hombres sabios según el mundo. El temor del Señor es el principio de la sabiduría2. Un niño a quien se le enseña sobre Dios sabe más de las cosas divinas de lo que sabía Sócrates.
Me temo, mi querido hermano, que no pienses en esto tanto como debieras. Me temo que apartes el pensamiento cuando venga a tu mente. Eso es muy peligroso. De ese modo puedes endurecer tu corazón hasta que llegue a no sentir nada en absoluto. Cuando apartas tus pensamientos de la religión, te estás apartando de Dios y de Cristo. Si el Señor Jesucristo fuera a llegar a la casa donde vives, y se revelara a ti, tal como lo hizo ante sus discípulos en el mar de Tiberias —en Juan 21— y te dijera: “Sígueme”, ¿qué harías tú?
Quizá dirías: “No puedo seguir a Cristo ahora porque soy demasiado joven”. Muchos muchachos dicen eso en sus corazones. Cristo les dice: “Sígueme”, de modo tan real como si Él entrara en tu salón de clase, y te tomara de la mano, y pronunciara esas palabras. Quizá dirías: “No puedo seguir a Cristo ahora porque los otros muchachos se reirían de mí”. ¡Ah, qué malvado, qué ingrato es eso! Los malvados puede que ciertamente se rían de ti si sigues a Jesús. También se rieron de los discípulos en tiempos antiguos. ¿Crees que los primeros cristianos estaban libres del ridículo?
Se burlaban de ellos y los despreciaban dondequiera que iban; y no solamente se burlaron y los despreciaron, sino que fueron perseguidos, encarcelados, y les dieron muerte. No puedes seguir a Cristo a menos que estés dispuesto a sufrir por causa de Él. ¿Tienes temor a la risa de necios muchachos y de hombres malvados? Piensa en el bendito Redentor. Él no tuvo temor de esas cosas sino que las soportó, y mil veces más, para salvar a los pecadores. La gente se rió de Él.
Lo ridiculizaron al referirse a Él como el hijo del carpintero. Dijeron que era samaritano, que era un nombre despreciado entre los judíos; dijeron que estaba loco, y le acusaron de tener un demonio. Aun cuando Él hacía milagros, ellos se reían de Él para burlarse. Sí, y cuando colgaba de la Cruz con angustia, a punto de morir, ellos meneaban la cabeza mirándolo y se burlaban de su sangre y su sufrimiento. Piensa en ello. Eso es lo que Jesús ha hecho por nosotros. Y ahora Él dice: “Sígueme”. Él parece mostrarte sus manos y pies traspasados, y decir: “Hijo mío, yo he soportado todo eso por los pecadores, y ahora lo único que pido es que me sigas”.
Es tu obligación, mi querido hermano, entregar tu corazón a Dios ahora; creer ahora. No hay ninguna buena razón para esperar. Todas las razones que vengan a tu mente para hacer que lo pospongas son excusas malvadas, egoístas y rebeldes. Ahora es el tiempo aceptable3. Mañana será tan difícil creer en Cristo como lo es hoy; quizá mucho más difícil porque, como he dicho, el corazón se vuelve insensible cuando las personas continúan resistiendo al Espíritu Santo.
Oro para que Dios envíe su Espíritu Santo desde el Cielo para que cree en ti un corazón limpio y te renueve. Tu corazón carnal es enemistad contra Dios, y esa es la razón de que no esté sujeto a la Ley de Dios. Los corazones carnales no pueden estar sujetos a la Ley4. Y aunque Cristo te invita cada día, sin embargo no vienes a Él para que tengas vida5. Si sigues adelante en ese estado de ceguera y de impenitencia, hay razón para temer que te convertirás en un siervo tal del pecado, que el maligno te conducirá a realizar algún delito manifiesto. Se da a los creyentes una bendita esperanza de vida eterna, y eso es lo que deseo que tú disfrutes. Quizá puede que no vivas hasta llegar a la madurez, pues la muerte a veces llega muy repentinamente. No hace mucho tiempo viste la lápida de un muchachito; él tenía una salud tan buena como la tuya unas semanas antes de su muerte; no pensó en que estaba a punto de morir, ¡y ahora está en la eternidad!
Ven ahora, mi querido hermano, y únete a mí y a tus amigos cristianos para buscar al Señor y clamar a Él. “Buscad al SEÑOR mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca”6. Haz del agradar a Dios la principal ocupación de cada día. Cuando te levantes en la mañana, que tu primer pensamiento sea que tienes un alma que salvar; durante todo el día, deja que la salvación de tu alma sea tu principal preocupación. Otras cosas pueden esperar, sin ningún peligro. Tus juegos y tu recreo pueden esperar; porque si vives, puedes ocuparte igualmente de esas cosas más adelante. Tus estudios pueden esperar, porque unos cuantos días perdidos pueden recuperarse mediante la diligencia. Pero las preocupaciones del alma no pueden esperar. Mientras tú esperas, se acerca la muerte. La muerte está más cerca de ti que cuando comenzaste a leer esta carta. Mientras tú pospones la religión para otro día, estás mucho más cerca del Día del Juicio. Tú pierdes tiempo y te rezagas, pero el tiempo no se queda rezagado. Y antes de que llegue el día en que te propongas comenzar a buscar el rostro del Señor, puede que tu alma esté atormentada. Oh, mi querido hermano, atiende con rapidez a estas advertencias. Todo te irá bien mientras estés persuadido de seguir a Cristo. Escógele a Él; mírale a Él; acude a Él; recíbele a Él; cree en Él; y al instante tendrás el privilegio de ser uno de los hijos de Dios7.
Ve a algún lugar tranquilo y privado, y dile al Señor en oración que has sido un gran pecador, y laméntate por tu pecado y clama: “Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Porque “de allí buscarás al SEÑOR tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma”8. ¡Que Dios te bendiga abundantemente!
Tu afectuoso hermano:
James
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