Emparejamientos espirituales (Sal. 119:34)
Dame entendimiento para que guarde tu ley
y la cumpla de todo corazón (Sal. 119:34).
Para progresar correctamente a la hora de captar el mensaje de la Biblia debemos aprender a reconocer aquellas cosas que van siempre emparejadas y, entonces, dejar de intentar dividirlas. Un ejemplo: el pacto de Dios y su fidelidad; el tipo y el cumplimiento; estos son solo dos muestras de lo que podría llegar a ser una lista exhaustiva. En nuestro texto, el salmista une tres parejas que nosotros no debemos jamás divorciar en nuestra propia mente. El intento de separar estas cosas ha llegado a ser la ruina de innumerables almas y destruirá muchas más si el Señor sigue empleando su paciencia hacia los pecadores.
Asimismo, observamos que estas tres parejas tienen una progresión del tipo A-B, B-C, C-D; esto significa que, por extensión, la primera parte va unida a la última por medio de una cadena ininterrumpida de realidades espirituales. Finalmente, debemos observar que estos elementos forman un ciclo de la experiencia cristiana, porque deberíamos movernos siempre a lo largo de esa línea, del mismo modo en que uno sube por una escalera de caracol y se encuentra, una y otra vez, en el mismo acimut (ángulo que forma el círculo vertical que pasa por un punto de la esfera de la escalera en este caso), pero cada vez en un nivel superior. Así que Dios nos llama a ascender cada vez más en nuestra comunión con Él, por el trillado sendero de todos los santos: un camino que conduce al Cielo.
Estos temas no son nuevos en el Salmo 119, pero deberíamos persistir en ellos con la intención de hacer un autoexamen y para que tengamos en cuenta el arrepentimiento y nuestras aspiraciones de tener una comunión más íntima con Cristo.
La oración verdadera conduce a obedecer la Palabra de Dios de todo corazón.
LA ORACIÓN Y LA COMPRENSIÓN ESPIRITUAL
A lo largo del Salmo 119 el autor humano se dirige a Dios de una forma directa y este es el tipo de lenguaje claro que se llama oración. Aquí, las palabras fervientes del salmista adoptan la forma de una petición. Dirige sus ruegos al Señor, que es Quien puede conceder todas las peticiones, según su sabiduría y poder. ¿Cuál es el objeto del deseo en la petición de este hombre piadoso? “Dame entendimiento”. La palabra original significa enseñar, instruir, es decir hacer que se imparta el conocimiento y la sabiduría. El salmista reconoce claramente su ignorancia natural de las cosas espirituales y su necesidad de la instrucción divina. Solo un necio se autoinstruye en las cosas espirituales, y aquellos que ponen su confianza en los maestros humanos (como los adeptos del “Magisterium” de Roma) son unos ingenuos. Ningún medio humano puede legarnos un tesoro semejante; solo la bendición de Dios. Todos nosotros dependemos por completo de Dios, para que nos conceda lo que no se puede encontrar mediante la simple búsqueda (cf. Job 11:7-8; 1 Co. 1:5; 2:9-10).
Dios ha ordenado, para su propia gloria, que la oración sea necesaria para crecer en cuanto al entendimiento espiritual. No basta con leer la Biblia, devorar libros de devocionales y teología, asistir a las predicaciones y comprometernos en santa conferencia con amigos que tengan una mente espiritual, si dejamos de lado la oración. El Señor está más dispuesto a dar de lo que tú lo estás a recibir, pero quiere que tú le pidas directamente la sabiduría que necesitas. ¿Eres demasiado orgulloso como para pedirle? “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). Ve con qué claridad explica el asunto en Pr. 2:3; Jer. 33:3 y Dn. 2:14-23. Si no oras, permanecerás en tu ignorancia, en tus pecados y en tu culpa, porque la oración y el entendimiento espiritual siempre van juntos.
EL ENTENDIMIENTO ESPIRITUAL Y LA OBEDIENCIA A LA PALABRA DE DIOS
“Dame entendimiento para que guarde tu ley”, es decir, la Palabra de Dios o las Escrituras. Aquí, el salmista no está haciendo un voto como agradecimiento por la respuesta a su oración. En lugar de ello, está confesando lo que ocurrirá, con toda seguridad, cuando Dios haya contestado su oración. Me gustaría reforzar esta conexión en vuestra mente: no solo se trata de lo que va a ocurrir, sino que el aumento del entendimiento espiritual será la consecuencia absolutamente cierta de esa oración, de la misma manera en que el helio siempre hace que un globo se eleve.
A lo largo de todas las Escrituras vemos que el entendimiento espiritual es algo muy práctico, cuyo efecto es una bendita transformación de vida. El hecho de conocer realmente a Dios, sus caminos y su voluntad revelada, es algo que inunda la mente de luz, llena el corazón de celo e impregna la voluntad con la decisión de complacer a un Señor tan glorioso y de cumplir las gozosas responsabilidades. El cristiano que recibe esa iluminación sabe que servir a Dios es un privilegio y una bendición. Ser alguien que Él ama y que tiene el encargo de esperar en Él no solo es algo correcto, sino que también es un don de gracia muy valioso y es el camino que conduce a la felicidad profunda y eterna. Por el contrario, la alternativa opuesta—es decir, la desobediencia— es un camino de oscuridad, de miseria y de destrucción.
Aquellos que piensan tener mucho entendimiento espiritual, mientras siguen satisfaciendo sus propias lujurias sin ninguna consideración por la voluntad revelada de Dios en las Escrituras, se están engañando a sí mismos. “La fe sin obras es estéril” (Stg. 2:20).
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas. Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismo. Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace” (Stg. 1:21-24 LBLA).
El conocimiento significativo de la Palabra de Dios, unido a una aplicación práctica del mismo en la propia vida, es lo que se asocia aquí claramente a la salvación. Solo aquel que persevera en obediencia tiene la promesa de ser bendecido.
LA VERDADERA OBEDIENCIA Y LA OBEDIENCIA DE TODO CORAZÓN
El último emparejamiento de realidades espirituales se declara aquí de una forma más sutil: “para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón”. Incluso hoy día, el modismo “de todo corazón” transmite muy bien el sentido. El salmista va más allá de una modificación de la conducta externa que aun los hipócritas ofrecen a Dios. Asimismo, vemos que en esta última frase el hombre piadoso no promete a Dios algo a cambio del favor de una oración respondida, sino que declara que esas consecuencias son inevitables una vez que Dios ha contestado la oración. “Señor, te ruego que me des entendimiento porque, cuando lo hayas hecho, sé que el resultado será mi obediencia a tus mandamientos, una obediencia sincera, ardiente, minuciosa y global”, etc.
Los pecadores son muy rápidos a la hora de darse palmaditas en la espalda por la más ligera conformidad con la ley moral de Dios. Quizás no lo hagan de forma intencionada; puede ser que sus motivos no sean los correctos o incluso sean muy imperfectos en muchos respectos. Sin embargo, tienen tendencia a señalarlo con orgullo y reclaman su justificación basándose en ello. Por el contrario, los santos son propensos a reconocer las grandes imperfecciones incluso de su mejor servicio para Dios y se muestran sorprendidos de que él lo acepte de sus manos, con toda clemencia.
La única obediencia verdadera a Dios, el único tipo que Él elogia en la Biblia y que alabará en el Día del Juicio, es la obediencia de todo corazón. Para su propia humillación y gran frustración, Saúl descubrió esto en su campaña contra los amalecitas. El Señor le ordenó a Saúl que los exterminara de una forma absoluta y total y que no dejara con vida a nada que respirara, ni aun sus mujeres, hijos y animales (Cf. 1 S. 15). Sin embargo, en su calidad de primer rey oficial de Israel, Saúl se había convertido, por decirlo de una forma directa y franca, en alguien a quien su posición se le había subido a la cabeza. Sentía que tenía la suficiente autoridad como para modificar la orden divina de tal modo que se acomodara a su propio juicio y sus deseos, ¡aunque el mandato procediera del Dios Todopoderoso! Por consiguiente, Saúl se limitó a matar a la mayoría de los amalecitas, pero dejó con vida al rey de ellos, Agag, y a lo mejor de las ovejas y de los bueyes, aparentemente para sacrificarlo al Señor.
El piadoso profeta Samuel fue el intermediario que Dios utilizó para declarar que esto era inaceptable. Cuando se enfrentó a Saúl, el rey le dijo: “¡Bendito seas del Señor! He cumplido el mandamiento del Señor” (15:13). Aunque habían matado a una gran multitud de amalecitas, en respuesta a las órdenes divinas, Samuel le hace una pregunta muy embarazosa: “¿Qué es este balido de ovejas en mis oídos y el mugido de bueyes que oigo? (15:14). En ese momento, Saúl procede a ofrecer sus pobres y débiles excusas para justificar su desobediencia en ese asunto y Samuel las rechaza de plano. Escucha el diálogo y ve tu propia perversidad manifestada en el comportamiento de Saúl (lee cuidadosamente 1 S. 15:17-23).
La obediencia parcial es desobediencia. Así lo ve Dios. Existen muchas declaraciones bíblicas en sentido contrario para que no podamos escudarnos de ello, con la excusa de que nadie obedece a Dios con todo su corazón. En realidad, este sería el rasgo más destacado del sucesor de Saúl, David, el hombre según el corazón de Dios (1 R. 9:4; 11:4; 14:8, etc.).
Un alma espiritualmente sensible se sentirá casi aplastada por la responsabilidad de una obediencia perseverante, global y de todo corazón hacia Dios. Este es un nivel tan noble y elevado que no somos capaces de alcanzarlo por nosotros mismos.
En ese punto es donde Dios quiere vernos, porque ese pobre espíritu humilde es el que se agarrará con avidez a este modelo de oración: “Dame entendimiento para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón. Esto quiere decir:
“Señor, por naturaleza soy como Saúl. Fallo a la hora de entregarme por completo a ti y de abrazar tus mandamientos exactamente como Tú los has dado. Busco excusas para mi obediencia parcial y mi rebeldía contra Ti. Yo también me siento satisfecho con demasiada facilidad por una pequeña modificación en mi conducta, mientras mi corazón se halla lejos de Ti. ¡Señor, ten misericordia!
¡Enséñame! ¡Señor, cambia mi corazón para que yo sea tu siervo fiel durante toda mi vida! Solo si escuchas y respondes a mi oración podré tener alguna esperanza de que esa bendición sea mía algún día.
Si empiezas a orar así, por fe, y sigues haciéndolo sin cesar, con toda seguridad recibirás la respuesta que tu corazón desea. La gracia de Dios te capacitará y seguirás dando un paso tras otro en el camino de la santificación. Te sentirás cada vez más cerca de la gloria celestial y lo disfrutarás. ¡Que Dios obre en nosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito! Amén.
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