El engaño del pecado
Noble D. Vater
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación” (Hebreos 3:12-15 con una cita del Salmo 95 y la alusión de ese Salmo a Éxodo 17:1-7).
¡Qué buenísimo pastor es el Señor! Toda su palabra evidencia su gran amor y cuidado tierno para su pueblo escogido. A ese pueblo ha impartido su instrucción, en el medio del pueblo la ha conservado, y por medio de ella ha guardado a su familia de la fe. Todo santo profeta movido por el Espíritu, por quien Dios nos ha hablado (2 Pedro 1:19-21), era también un buen pastor mediante el Espíritu que le guiaba. En aquellos profetas existía el Espíritu del Buen Pastor y las palabras que escribían reflejan el amor para con el pueblo de Dios. Toda promesa y cada aviso, todo mandato, invitación y exhortación juntos con toda narración de las obras de Dios entre aquellos que las veían, están escritas para el bien de las ovejas que están en su mano (2 Timoteo 3:16,17; Salmo 95:7; Juan 10:27-29).
Así que las palabras citadas al principio son parte de una epístola, una exhortación a la comunión de creyentes hebreos que estaban frente a unas tentaciones severas, tales como el abandonar el mensaje único del evangelio (2:3), no continuar en la fe y la esperanza (3:6,12,14; 4:1 y otros); caer (6:6), retroceder (1O:36-3; ser como Esaú (12:14-17) y así por el estilo. La Epístola a los Hebreos fue enviada con el propósito de encaminarlos en las sendas de justicia por amor del nombre divino. Buscaba así los extraviados, o a aquellos que estaban en peligro de desviarse.
Para llevar a cabo su objetivo, el autor, profeta inspirado por el Espíritu, usaba varios métodos para corregir, animar, fortalecer y encaminar a los amados del Señor. A veces utilizó avisos, como se ve en los versículos anteriores. No los utilizó exclusiva ni principalmente, pero sí dio advertencias, porque por medio de ellas Dios opera en los que le aman. El pueblo regenerado, los verdaderos hijos de Abraham, atienden las advertencias, mientras que los necios corren hacia la destrucción.
En la vida cotidiana de cada uno, las instrucciones y las advertencias son importantes. Cualquier negligencia en seguir las instrucciones puede resultar en que dañemos una herramienta, máquina u otra cosa. Enfermedades, heridas o aun la muerte pueden sobrevenir por falta de advertencia o por descuido. Contamos con las advertencias para no meternos en situaciones peligrosas o desagradables. Y si cuidamos tanto lo perecedero y mortal, ¿cuánto más debemos prestar atención a lo que tiene que ver con el bienestar eterno? La necedad se ocupa con lo visible mientras que no se preocupa con lo invisible. Está más preocupado con las advertencias en una botella de medicina que con las advertencias divinas. ¡Cuán necesario es el oír la Palabra de Dios!
El texto con que tratamos habla a aquellos que han hecho una confesión inteligente y han entendido. Han confesado que Jesús es el Señor, el enviado (Apóstol) por el Padre, el Sumo Sacerdote que se dio a sí mismo como sacrificio por el pecado. Quitó el poder de Satanás y libró a los redimidos de la muerte y sus terrores (Hebreos 3:1; 2:9,10,14,15). A éstos Dios advierte contra un “corazón malo de incredulidad” y contra el endurecimiento (del corazón) “por el engaño del pecado”.
El endurecimiento y la incredulidad son inseparables, como lo son las temperaturas bajo cero y la congelación del agua pura expuesta a tal ambiente. La incredulidad, con todo lo que trae consigo (el endurecimiento, provocación y tentación a Dios y desobediencia, Hebreos 3:8,9,18) es destructiva-procura la ira divina y el disgusto de Dios. Hace imposible el entrar en el reposo de Dios. Como el frío no puede existir juntamente con el calor, así tampoco puede el incrédulo endurecido vivir en la presencia divina en esa condición. El que vive en clima frío morirá si no tiene protección contra frío. Tenemos que evitar el endurecimiento del corazón como evitaríamos ser echados en un congelador. La pintura que se seca en su lata no sirve; tampoco sirve el corazón endurecido.
Lo que trae el endurecimiento es el engaño del pecado (también inseparable de la incredulidad). El albañil mueve la mezcla no usada (y echa un poco de agua a veces) para evitar que se ponga dura e inútil; el mecánico engrasa los vehículos y la maquinaria para que no se pongan secos y oxidados y así se dañen. De igual modo, el que quiere evitar el endurecimiento, tiene que evitar el engaño del pecado.
El pecado, debido a un tentador engañoso (2 Corintios 2:11; 11:3), a un corazón engañoso (Jer.17:9) y a nuestra debilidad, tiene un poder engañador. El ganado acostumbrado a cierto pasto se trae a otro pasto y si logra comer todo lo que quiere de algunas plantas, se enferma.
Los peces se engañan por una carnada artificial, o por la carnada que esconde el anzuelo, y pronto no son peces, sino pescados. Así el hombre es engañado y entonces endurecido. Tal fue el caso de Eva. Fue engañada, y entonces engañó a su marido.
Podemos ser engañados por el pecado de más maneras que las que podemos contar. Por eso debemos procurar con diligencia poder reconocer sus artimañas y hacer lo posible para evitarlas. Esto no quiere decir que no hagamos nada sino estudiar el pecado y cómo puede asaltarnos.
Tenemos que oír toda la Palabra de Dios, creerla y obedecerla; tenemos que negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguir al Señor (cosas imposibles aparte de la justificación y regeneración por gracia). Pero es el Señor quien nos ha dicho muchas veces: No erréis; no os engañéis; velad y orad para que no entréis en tentación; etc. De modo que tenemos que poder reconocer las trampas, minas, emboscadas y toda artimaña que nos puede sorprender.
El que no vela, no ama su vida. El que cree que esto no es necesario, es tan necio como el soldado que no mira atentamente a su alrededor. El que dice: “El Señor me cuidará, no tengo que preocuparme de detalles como ésos”, sólo habla una media verdad. El Señor que nos cuida es el mismo que dice: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41) y por medio de su apóstol Pedro dijo: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Pablo escribió a los efesios, “Tomad toda la armadura de Dios…orando…y velando” (6:10-18). Nuestro deber es no pecar, y si no estamos pendientes del engaño del pecado, ese mismo nos matará, endureciéndonos y llevándonos por el camino ancho. Esto será fatal.
Si alguno dice que eso no puede suceder a los escogidos de Dios, redimidos por Cristo y renovados por el Espíritu Santo, le decimos que es cierto que ninguno de aquellos perecerá, porque serán guardados por medio de la fe, protegidos en su perseverancia, constancia y precaución que el Señor obra en ellos. La perseverancia en fe y obediencia, el luchar contra el pecado, el hacer morir por el Espíritu las obras de la carne, es el único camino por el cual el Trino Dios trae a su pueblo escogido a su presencia. Si no hay abnegación y perseverancia, no hay salvación, ni hubo, ni habrá vida eterna, ni aun en un hombre como el apóstol Pablo, quien dijo: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26,27).
Por consiguiente, nos conviene ver algunas de las artimañas del pecado (utilizando la figura de personificación—como si el pecado fuera un enemigo con vida como un hombre o demonio). El conocer solamente las artimañas no nos salvará de ellas. Tendremos que velar. Y si tenemos éxito contra algunas por la gracia de Dios, habrá otras. El hombre de quien dijo Dios: “No hay otro como él en la tierra (Job 1:8) fue probado como ningún otro hasta que Jesucristo vino a nuestro mundo.
¿Cómo nos engaña el pecado? Estudiar cómo fueron engañados los israelitas que perecieron en el desierto nos dará algunas ideas, porque ellos son el ejemplo dado por el autor de la carta a los hebreos, y nos advierte que no seamos como ellos.
El Salmo 95:7-11 es el texto explicado por el escritor. Este Salmo habla de un suceso narrado en Éxodo 17:1-7. Los israelitas habían recibido las promesas del Señor de que los llevaría a la tierra de los cananeos y se la daría a ellos (Éxodo 3:7,8,16,17; 4:29-31). Vieron sus grandes obras en Egipto y salieron con riquezas, atravesando el mar que luego destruyó el ejército del Faraón. Por el día había una nube y por la noche una columna de fuego, y el Ángel del Señor presente allí nunca se apartó de ellos. Tenían la palabra de promesa abundantemente confirmada. Pero llegó el día cuando, después de viajar unas horas, no hallaron agua y tenían sed, como nunca antes. Entonces, en vez de mantener la confianza y expresar la fe y esperanza, dijeron a Moisés que él
(Moisés) los había llevado al desierto para hacerles morir. Y por eso Dios se enojó.
¿Cree usted que Dios era injusto al inculpar a unos hombres sedientos y desesperados? Si cree que Él era severo con ellos, Ud. también podría sentir su ira, porque como los israelitas, Ud. no conoce los caminos del Señor. Los israelitas fueron endurecidos en sus corazones, no oyendo la voz del Señor. Andaban extraviados en sus corazones. ¿Cómo se manifestaron todas aquellas cosas? ¿En qué había engaño?
Había engaño en echar la culpa a Moisés (“¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?” Exodo 17:2). En vez de ver que estaban en las manos del Señor, que su suerte estaba en Él, altercaron con Moisés. Y así es el pecado. Baja sus ojos hacia la tierra y busca a quién echar la culpa por los problemas, aflicciones y padecimientos, en vez de tratar con Aquel que tiene nuestra suerte en la mano. Raquel, sin hijos, dijo a Jacob: “Dame hijos, o si no, me muero”. Bien le contestó: “¿Soy yo acaso Dios?” Ana, la madre de Samuel, sabía a quien acudir para poder tener hijos (Gén.30:1,2; 1 Sam.1:11).
Olvidaron la promesa divina, el pacto con Abraham, Isaac y Jacob; dudaron de su bondad. Creían que no cuidaba de ellos, no los amaba, de otro modo, ¿por qué no hay agua? ¿Por qué estamos sufriendo esta sed? Uno de los engaños más antiguos es que Dios realmente no quiere hacernos bien. “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis … sabe Dios que el día que comáis de él… seréis como Dios … ” (Gén.3:1,5). Entonces Eva podía pensar que Dios no quería hacerle bien, y que ella podría lograr algo mejor mediante la desobediencia. Casi todo pecado, si no todo, tiene algo de esto. Pensando que por la desobediencia se puede lograr algo bueno, el desobediente demuestra que Dios no desea el bien para nosotros, no nos ama, no es bueno, porque de otro modo no prohibiría esto que me dará un beneficio. (Otro engaño es el razonar así: Dios quiere lo mejor para mí; yo sé lo que es mejor; por lo tanto Dios no me lo prohibirá y si la Biblia aparentemente lo prohíbe entonces tenemos que interpretarla bien, porque sabemos que Dios no diría tal cosa. Esa premisa menor: “Yo sé lo que es mejor”, es el engaño del corazón soberbio. Sólo Dios sabe lo que es mejor y lo ha dicho en su palabra).
Los israelitas no consideraron que Dios sí los amaba y obraba en todo para el bien de ellos. No vieron que las aflicciones son pruebas que nos fortalecen si las utilizamos bien. El que alza pesas sufre dolor, pero se hace más fuerte. El que corre experimenta incomodidad física, pero luego el estar en buenas condiciones físicas puede salvarle la vida. El que depende del Señor y ve el cumplimiento de su promesa, puede resistir más en el futuro y así el Señor recibe honra por medio de su pueblo. Pero los israelitas no conocieron los caminos del Señor. No pensaron en eso. Y si nosotros creemos que una aflicción fuerte demuestra que el Señor no busca nuestro bien, ya ha comenzado el endurecimiento por el engaño del pecado.
Aparentemente los israelitas creían que a Dios no le importaba nada. No creían que estaba entre ellos. (“¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?” Éxodo 17:7). Por lo tanto se quejaron sin temor. Si no está entre nosotros para bendecir, tampoco está para maldecir, era su razonamiento. No tenían miedo de amenazar a Moisés y decir cosas pésimas en cuanto a él y su Señor. ¿Existe todavía tal engaño? ¿No son muchos los que creen que a Dios no le importa lo que a ellos les concierne? Por lo tanto, hacen las cosas a su propia manera.
La dureza de sus corazones por este engaño se ve en su falta de humildad y súplica al Señor y en el seguir los medios carnales, diciendo a Moisés lo que dijeron. La primera manifestación del endurecimiento en muchos es el de no orar; la falta de humildad; el quejarse por lo que les ha sobrevenido. Y si logran salir de la aflicción por medios carnales o a pesar de los medios carnales, casi siempre están más duros que antes y siguen ese modelo de conducta, como lo hacían los israelitas.
El predicador Spurgeon señaló en un sermón sobre este texto algunos engaños del pecado, por ejemplo:
1. El pecado es engañoso en la manera de llegar. Hace preguntas sutiles – ¿ha dicho el Señor? Como el extremo afilado de una uña, una duda entra y pronto hace su daño. O el engaño puede venir por repugnancia a otro pecado – aquel que ha malgastado tanto, huye de ese pecado y se hace avaro. Y el pecado seduce a cada uno conforme a sus circunstancias—el rico tiene unas tentaciones, el pobre tiene otras; el joven, algunas y el viejo, otras; y así va engañado.
2. Engalla en cuanto al objetivo. Casi nadie diría al pecar que quiere tentar a Dios. Piensa que sacará algún beneficio y siguiendo ese deseo o vana imaginación busca cómo excusarse.
3. El pecado es engañoso hasta en los nombres por los que es llamado–la codicia es ser económico o frugal; el orgullo, respeto propio. El que se embriagó anoche, bebió un poquito. (Su amigo que, con él, hizo lo mismo, bebió un poco más de la cuenta; su enemigo que hizo lo mismo, ése se embriagó de veras).
4. Engaña por los argumentos que utiliza. Esto no importa, es cosa pequeña. Mi situación es diferente. Quizás otros no deben hacerlo, pero yo puedo. El pecado viene con miles de argumentos.
5. Si el pecado tiene muchos argumentos antes de seducir, tiene una cantidad igual o mayor de excusas después. “Soy humano”. “Soy una víctima”. “No pude evitarlo”. “Pudiera haberlo hecho peor” (hasta tal jactancia llega). Así continúa.
6. El pecado promete mucho, pero cumple poco. Presenta libertad y da esclavitud. Pretende dar una mente liberal, y desde luego, lo que produce es una persona insoportable.
7. Engaña por su actitud destructiva. Le dice a uno que no debe pensar en lo que hace. Puede pensar en eso mañana. Luego le dice que ya no hay remedio, su caso no tiene esperanza.
Así por una manera u otra, por pocos argumentos o por muchos, el pecado enreda; y hasta donde el atrapado se mete, hasta ahí está endurecido, porque el endurecimiento es la consecuencia del engaño del pecado.
La lucha contra el pecado es un combate mortal. No hay manera de evitarla. Cada persona o vence por Jesucristo y su Espíritu, o es vencido.
El Señor Jesús es el único que puede salvar, y él utiliza muchos medios. Hebreos capítulos 3 y 4 contiene algunas instrucciones que tenemos que seguir por el Espíritu, clamando al Señor para que opere en nosotros tanto el querer como el hacer de su santa voluntad. Tenemos que oír su voz, creer lo que dice y andar constantemente en eso, mirando al Señor. Tenemos que conocer sus caminos, revelados en la Biblia. También nos dice: “Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”. ¡Cuán necesaria es la asociación constante con otros de la familia de la fe que obedecen este mandato! Los que no quieren exhortar diariamente a los demás, y los que no quieren recibir la exhortación, demuestran que no hay comprensión de la gravedad del conflicto con el pecado; no hay verdadero amor. Que tal exhortación no sea necesaria, también es el engaño del pecado. Que el Señor nos salve de ese engaño y nos haga obedientes en esto.
-Noble D. Vater es pastor de la Iglesia Bautista Bereana en Río Piedras, Puerto Rico. Este artículo fue publicado en la revista HERALDO DE GRACIA.