El error no es tan inocente como piensan algunos
William Gurnall
La Palabra es el espejo en que vemos reflejado a Cristo, y al verle, nos transformamos a su imagen por el Espíritu Santo. Si el espejo está roto, nuestro concepto de él se distorsiona, mientras que la Palabra en su claridad real nos muestra a Cristo en toda su gloria. De lo que se deduce que Satanás no solo golpea a Dios cuando ataca la verdad, sino que también golpea a los cristianos. Si puede llevarlos al error, debilitará—si no lo destruye—el poder de la piedad en ellos.
El apóstol une el espíritu de poder y el de dominio propio (cf. 2 Ti. 1:7). Se nos exhorta a desear “la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis…” (1 P. 2:2). Al igual que la leche diluida, la Palabra mezclada con el error no es muy nutritiva. Todo error, por inocente que parezca, es un parásito. Así como la hiedra mina la fuerza del árbol en que se enreda, el error socava la fuerza de la verdad. El alma que se alimenta de la verdad contaminada no puede crecer sana.
Para utilizar otra analogía, Pablo habla de los creyentes como la esposa de Cristo. Cuando aceptas un error, llevas a un extraño al lecho del Señor para cometer adulterio espiritual. Un aspecto terrible del adulterio es que aparta el corazón del adúltero de su verdadero cónyuge: concentra sus pensamientos y su atención en el asunto ilícito, y lo aparta de su primer amor. Vemos cómo esto pasa en la Iglesia moderna, cuando una facción abraza un error doctrinal o una herejía abierta, y lucha por ella con mayor celo que por la sencilla verdad del evangelio que la llevó a Cristo en primer lugar. La pérdida entonces es grande, porque Cristo no puede compartir un amor conyugal verdadero con el alma que se une al error.
A estas alturas espero que te des cuenta de que el error no es tan inocente como piensan algunos. No solo interrumpe la relación del cristiano individual con el Amado, sino que también perturba la paz de la Esposa: la Iglesia. “Oigo que hay entre vosotros divisiones—dice Pablo—; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones…” (1 Co. 11:18). Implica con ello que las disensiones son hijos ilegítimos del adulterio con el error. Cuando los creyentes andan en la verdad, también lo hacen en unidad y amor; cuando caminan en el error, lo opuesto prevalece.
Una exhortación para todos los oyentes, especialmente para aquellos que se llaman cristianos: ¿Eres tan orgulloso que crees que todo esto de contaminar la verdad de Dios con el error no va contigo? De ser así ¡corres gran peligro! El error doctrinal es la enfermedad moderna. ¿Qué te hace tan seguro de que estás vacunado contra ella? Debo decirte que para esta aflicción no hay una cura rápida.
Mientras más conocimiento adquirimos, y más sofisticados nos volvemos en el estudio de la fe, ¡más cuidado hemos de tener con el error! El gran predicador Pablo se sintió obligado a subrayar esta idea una y otra vez. Casi nunca predicaba ni escribía sin rogar a los creyentes que se cuidaran de aquello que adulterase el evangelio. Consideraba este aviso indispensable para los cristianos de Galacia, Corinto y Filipos. ¿Hemos llegado hoy a no necesitar esta amonestación? Satanás no se cansa de perpetrar sus mentiras; no nos atrevamos a volvernos indolentes en la búsqueda de la verdad divina.
Reservados todos los derechos. Extracto de “El cristiano con toda la armadura de Dios” por William Gurnall. Recomendamos la adquisición de este excelente volumen que se puede comprar en el sitio web de Cristianismo Histórico, un ministerio de literatura cristiana en español.