Jonathan Edwards como pastor, Parte 1
¿Quién era Jonathan Edwards?
Era un hijo de Adán por naturaleza.; bisnieto de un hombre inglés (William Edwards) y llevado a los Estados Unidos por su madre y su padrastro británico que, junto con otros santos, buscaban poder adorar a Dios conforme a Su Palabra. Estas personas vivieron en Hartford, Connecticut. Su pastor era Thomas Hooker, un conocido puritano de Nueva Inglaterra. El abuelo de Jonathan (Richard Edwards) nació en Hartford y llegó a ser un próspero hombre de negocios; y, lo que es más, era temeroso de Dios, a pesar de (o, quizás debido a) tener una esposa que sufría de una enfermedad mental. El padre de Jonathan, Timothy Edwards, tenía a su padre en alta estima, pero llegó un momento en que tuvo que testificar contra la infidelidad de su propia madre. Su padre estudió en Harvard, se graduó con buenas notas y, posteriormente, se instaló en el pueblo de East Windsor, Connecticut, donde fue pastor. Timothy se casó con Esther Stoddard, hija de Solomon Stoddard, pastor de Northhampton, Massachusetts, muy conocido en aquel tiempo. Los Stoddard eran de clase social alta, pero sobre todo eran personas que seguían al Señor conforme a la luz que tenían, confiando solo en Él para su justificación y su esperanza de vida eterna.
Jonathan nació el 5 de octubre de 1703 en East Windsor. Tenía cuatro hermanas mayores que él y seis menores. Era el único hijo varón de la familia. Debió haber recibido bastante atención, pero hay razones para creer que sus padres no querían que fuese un hombre consentido y malcriado. Recibió una buena educación.
En cuanto a su crianza, Timothy Edwards (padre de Jonathan) servía como pastor y además era tutor. Tenía fama como tal, porque sus estudiantes siempre estuvieron bien preparados para entrar en la universidad. Enseñó a su propio hijo que era un niño precoz. Cuando Jonathan comenzó sus estudios, lo que llamaríamos estudios universitarios, ya sabía mucho de latín, griego y hebreo. Todavía no había cumplido los trece años, cuando comenzó dichos estudios en septiembre de 1716.
Además de la disciplina de los estudios formales, Jonathan habría observado atentamente todo lo que su padre tenía que hacer y sufrir, enfrentar y llevar, en su oficio de pastor. Asimismo, es probable que tuviera contacto con muchas de las visitas que pasaron por aquel pueblo. Seguramente vería los gozos del ministerio y, a la vez, quizás también algunas de las dificultades. Al parecer, su padre enseñaba como tutor, porque su sueldo no era suficiente para suplir todas las necesidades de su familia. Con todo, es evidente que Edwards no vio nada que le empujara a huir del ministerio. A la larga, y siendo aún joven, anhelaba pregonar la grandeza de Dios y aceptó la responsabilidad de pastor.
Estudió en un colegio/universidad que, con posterioridad, se llamó Yale. Terminó su bachillerato en mayo de 1720 (tenía 16 años) y fue el estudiante con mejores notas. Como era la costumbre, le tocó dar un discurso en una reunión de reconocimiento de los graduados, en septiembre del mismo año.
A continuación hizo su “maestría”, terminando sus estudios en mayo de 1722 y presentó el equivalente de lo que denominamos “tesis” que fue aprobada poco antes de que cumpliera los veinte años.
Durante el tiempo en que cursó sus estudios graduados tuvo una experiencia de conversión, una transformación en su manera de pensar y sentir, una nueva vida y un nuevo rumbo. Volveremos a ese asunto más adelante.
Desde el 10 de agosto de 1722 hasta abril de 1723, vivía y predicaba en una iglesia presbiteriana de habla inglesa, en la ciudad de Nueva York.
Sirvió como pastor en Bolton, Connecticut, desde el 11 de noviembre de 1723 hasta mayo de 1724 (solo tenía veinte años). En mayo de 1724, fue elegido tutor en Yale y dejó su posición como pastor en Bolton, para desempeñar dicho puesto.
En agosto de 1726, la Iglesia de Northampton, Massachusetts, que su abuelo materno, Solomon Stoddard, había pastoreado durante cincuenta años, le pidió que viniera para ayudar al pastor Stoddard. Edwards renunció a su posición como tutor y, en octubre de 1726, comenzó un tiempo de prueba para que la congregación pudiera conocerle como persona y como predicador.
En 1727, el día 15 de febrero, Jonathan fue ordenado pastor asistente en la Iglesia Congregacionalista de Northampton, Massachusetts. Tenía veintitrés años. En julio de ese mismo año se casó con una joven de diecisiete, Sarah Pierrepont, piadosa y de buen nombre, hija de pastor. Hay libros escritos sobre la esposa de Edwards, y creo que todo el mundo está de acuerdo en que él pudo servir como lo hizo por la gracia de Dios, y porque Él le dio una mujer extraordinaria1.
Experiencia de conversión
Hasta ahora hemos considerado unos hechos relativos a aspectos más superficiales de la vida de Edwards, con el fin de obtener un contexto histórico de este hombre de Dios. Pero, se supone que debo hablar de él como pastor.
Lo más importante en un pastor es que sea verdaderamente un hombre de Dios, un hombre piadoso. Es cierto que, en la historia de la iglesia, también ha habido Judas, y que Él puede usar incluso a una burra para expresar su palabra. Sin embargo, por lo general, son hombres llenos del Espíritu de Cristo cuya influencia entre el pueblo del Señor es duradera; como aquellos hombres que vivieron y murieron en la fe dada una vez y para siempre a los santos. Dios manda a los pastores que le amen a Él (como vemos en las palabras de Jesús a Pedro en Juan 21); que cuiden de sí mismos y que sigan la fe, el amor y la santidad. Edwards es un ejemplo de este tipo de pastor.
Aunque no se convirtió hasta el verano de 1721, a la edad de diecisiete años, nunca vivió una vida escandalosa. Tenía una conciencia sensible. A los ocho años y medio, hizo una choza en un pantano donde pudiera ir a orar. A pesar de ello, como testificaría más tarde, no tenía paz con Dios. De hecho, le molestó pensar en su soberanía por encima de todas las cosas y que la salvación dependiera solamente de Él. Pero, en la gracia de Dios, el Espíritu le abrió los ojos mediante la lectura y la meditación de 1 Timoteo 1:17, y su vida cambió para siempre.
En la biografía de Edwards (p. 35) obra de Iain Murray, se afirma que la declaración más importante que escribió sobre sí mismo es la que vemos en su Personal Narrative (que se halla en la vida de Jonathan Edwards preparada por su bisnieto Sereno Dwight). En ella, Edwards escribe:
«El primer ejemplo que recuerdo de esa clase de deleite interno y dulce en Dios, y en las cosas divinas en las cuales he vivido mucho después, fue cuando leí esas palabras (1 Timoteo 1:17): “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Mientras leía, las palabras entraron en mi alma y en ella se difundió un sentido de la gloria del Ser Divino; un nuevo sentido, muy diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado antes. Jamás había visto unas palabras de las Escrituras como aquellas. Pensé:
“¡Cuán excelente Ser es Él y cuán feliz sería yo si pudiera disfrutar de Dios, y ser arrebatado a Él en el cielo, quedar para siempre como absorto en Él!”. Me repetía a mí mismo una y otra vez aquellas palabras, y era como si las cantara. Entonces empecé a orar a Dios pidiéndole que pudiera disfrutar de Él. Fue una oración muy distinta a las que solía hacer, con un nuevo tipo de afecto. Pero mi mente no captó que hubiera algo espiritual en aquella experiencia o algo relativo a una naturaleza salvadora.
“Desde ese tiempo en adelante, comencé a tener una nueva clase de entendimiento e ideas sobre Cristo y la obra de redención, así como de la manera gloriosa de la salvación efectuada por Él. A veces, un sentido interior y dulce de estas cosas entraba en mi corazón, y mi alma era dirigida hacia agradables percepciones y contemplaciones de ellas. Mi mente solo pensaba en pasar mi tiempo en la lectura y la meditación de Cristo, en la hermosura y excelencia de Su persona y en el camino precioso de la salvación, por gracia y libre en Él. Los mejores libros eran aquellos que trataban de estos asuntos. Las palabras de Cantares 2:1no se apartaban de mí: “Yo soy la rosa de Sarón, y el lirio de los valles”. Me parecían una dulce representación de la hermosura y la belleza de Jesucristo. Todo el libro de Cantares me resultaba agradable y pasé mucho tiempo leyéndolo […]. El sentido que tenía de las cosas divinas me provocaba, con frecuencia, un ardor en el corazón que no sé como expresar2».
Asimismo, testificó:
«Caminé solo en los pastos de mi padre, por un lugar solitario, para tener un tiempo de contemplación. Y al ir caminando por allí y mirando hacia el cielo y las nubes, me vino a la mente una dulce sensación de la gloriosa majestad y la gracia de Dios que no sabría explicar. Me pareció verlas en dulce unión: majestad y mansedumbre unidas. Fue dulce, apacible, y santo; una inmensa dulzura, una elevada nobleza, grande y santa.
“El aspecto de todo quedó alterado: parecía existir una calma, una dulce mirada o una apariencia de la gloria divina, sobre casi todas las cosas. La excelencia de Dios, Su sabiduría, Su pureza y Su amor, parecían estar en todo: en el sol, la luna y las estrellas; en las nubes y en el cielo azul; en la hierba, las flores y los árboles; en el agua y en toda la naturaleza […] que se me quedó grabada por largo tiempo en la mente. Solía sentarme, a menudo, a contemplar la luna durante largo rato, y dedicaba gran parte del día observando las nubes y el cielo, para poder contemplar la dulce gloria de Dios en ellos. Mientras tanto, iba cantando en voz baja mis meditaciones sobre el Creador y Redentor3”.
Hermanos, si una persona profesa ser cristiana, pero no tiene tiempo o no se toma el tiempo de contemplar la creación con admiración, existe un serio problema. Los pastores hemos de ser ejemplos en este asunto. Al parecer, Edwards nunca perdió su deseo de salir fuera y contemplar las obras de Dios en la creación. A la vez que reconocemos las ventajas de los aparatos celulares y del Internet, tenemos que lamentar que, en la mayoría de los casos, esos aparatos de la tecnología moderna tienen a la gente fascinada, estupefacta, encantada, embelesada, embobada, etc., con cosas que carecen de valor espiritual y eterno. No consideran los cielos como el salmista ni consideran los lirios y las aves como nuestro Señor.
El Señor, sus palabras y sus obras deben fascinarnos.
Pero, como conclusión de esta primera observación, diremos que Jonathan Edwards fue un pastor fiel por la gracia de Dios que lo llamó. En él podemos ver los rasgos de un hombre que ama a Dios.
La bendición de una esposa piadosa
Además de pensar en su experiencia de conversión, podemos considerar otras muchas cosas en relación con él como pastor.
En otro estudio analizaremos algo de su vida de contemplación, de estudio, de reflexión y de vivir en la presencia de Dios. Tenía su tiempo de oración en privado, y el que compartía con la familia. No escribió ninguna de sus oraciones; ni las privadas ni las familiares, y esto es algo que entendemos. Sin embargo, tampoco escribía las que hacía en la adoración, aunque muchos pastores sí tenían costumbre de hacerlo. Sus oraciones públicas salían de su corazón y en una forma que, muchas veces, dejaron una profunda impresión en aquellos que lo oyeron.
En conexión con lo anteriormente mencionado, pienso en su disciplina, en su propia vida y en su familia. En cuanto al hogar, Jonathan Edwards pudo contar con una mujer que cooperaba por completo. No cabe duda del amor que existía entre ellos. A veces salían por las tardes, a caballo, para conversar y compartir.
Edwards se había fijado en ella cuando solo contaba con trece años y escribió sobre su reputación:
«Dicen que hay una joven en New Haven, amada por ese Ser Todopoderoso que creó y gobierna el mundo y que, en momentos concretos, de alguna manera invisible u otra, viene a ella y le llena la mente con gran placer, de tal manera que apenas se preocupa de nada que no sea meditar en él. Ella espera, después de un tiempo, ser recibida arriba donde Él está; ser levantada del mundo y llevada al cielo, con la completa seguridad de que Él la ama demasiado para quedarse por siempre a una distancia de Él. Allí vivirá con Él, encantada con Su amor y deleite para siempre. Por tanto, si se le presenta el mundo con el más rico de sus tesoros, no lo tiene en cuenta ni se preocupa de esas cosas, ni se conmueve por cualquier dolor o aflicción. Posee una extraña dulzura en su mente, y una pureza singular en sus afectos. Es sumamente justa y concienzuda en todos sus actos y no se la puede persuadir para que haga algo malo o pecaminoso ni siquiera a cambio de todo lo que uno pudiera darle, ya que no quiere ofender a ese gran Ser. Su dulzura es maravillosa, su calma y su benevolencia universales, especialmente después de esas temporadas en las que este gran Dios se ha manifestado a su mente. A veces va de un lugar a otro, cantando dulcemente, y parece estar siempre llena de alegría y placer, sin que nadie sepa por qué. Le encanta estar sola y caminar por los campos, en las montañas, y parece que alguien invisible está siempre conversando con ella4».
Su diligencia en cuidar de su casa y su piedad delante de Dios han sido objetos de testimonio de muchos, tanto de visitas como de personas que vivían con ellos.
Poco antes de morir, estando él en New Jersey y ella todavía en Massachusetts, Edwards dijo a una de las hijas que estaba con él: “…parece ser la voluntad de Dios que pronto tenga que dejarles; por tanto, transmite mi amor más cariñoso a mi amada esposa, y dile que confíe en que la unión inusual (poco común, en inglés ‘uncommon’) que hemos tenido durante tanto tiempo, ha sido de tal naturaleza que ha de ser espiritual y, por tanto, continuará para siempre. Espero que se sienta sostenida en esta prueba tan grande y que se someta gozosamente a la voluntad de Dios5”.
El Señor bendijo su unión matrimonial con once hijos (ocho hijas y tres varones). Todos nacieron bien y no perdieron ningún bebé por aborto espontáneo ni en el momento de su nacimiento.
Con una familia tan grande, su esposa necesitaba ayuda y, conforme a la costumbre de ese tiempo, Edwards tenía siervos (esclavos) para que asistieran a su esposa en la casa y trabajaran en los terrenos que la iglesia había provisto. Los criados adoraban con la familia, tanto en la casa como en la iglesia.
Fue una gran bendición del Señor el proporcionarle una esposa tan extraordinaria. Como opinó un biógrafo serio —y probablemente muchos han creído lo mismo—, es muy posible y aún probable que, sin ella, yo no estaría escribiendo sobre él ahora. Hay unos cuantos hombres que podrían servir mucho mejor en el reino del Señor si tuvieran una mujer parecida a la de Edwards. Algunas mujeres, por su carácter defectuoso en unas áreas, su lengua suelta y/o por su manera descuidada (o atrevida) de vestir y de comportarse, estorban grandemente cualquier influencia santa que sus esposos pudieran tener como líderes. Todo esto nos hace entender cuán importante es que un hombre de Dios ponga sumo cuidado a la hora de escoger a una esposa, y la relevancia de que esta sea una ayuda idónea para él. Estas son cosas por las que hay que orar.
Por supuesto, cada creyente, sea hombre o mujer, debe vivir una vida piadosa, dedicada a Dios, tener cuidado en la selección de su cónyuge y cumplir debidamente con sus deberes.
La piedad de Jonathan y Sarah Edwards es digna de imitar.
Notas
1. Existe un interesante libro sobre ella: Marriage to a difficult man, por Elizabeth Dodds.
2. Citada en Iain Murray, véase la bibliografía, páginas 35, 36; traducción de NDV
3. De Personal Narrative, aunque no sé quién hizo la traducción; la encontré en http://mestizaenamor.blogspot.com/2010/05/narracion-personal-de-jonathan-edwards.html
4. Citada en Iain Murray, véase la bibliografía, página 92; traducción: Google y NDV
5. Citada en varios libros; traducción NDV
Bibliografía selecta.
Existen unas cuantas biografías de Edwards, algunas escritas por creyentes que amaban o aman su fe, y otras por personas que, como humanistas, tratan de explicar su fe y su vida desde su propio punto de vista, aun no estando de acuerdo con la fe bíblica (evangélica y calvinista) de Edwards.
Las obras más provechosas que recomiendo son:
Murray, Iain H., Jonathan Edwards – A New Biography (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1987). Esta es la obra que más estimo junto con la biografía de Sereno Dwight, bisnieto de Edwards.
Dwight, Sereno, Life of President Edwards. La biografía que he leído se encuentra en el tomo I de esta próxima obra. Incluye la narración personal de Edwards.
The Works of Jonathan Edwards, en dos tomos, revisado y corregido por Edward Hickman (1834); (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1974; reprinted 1976). Estos dos tomos contienen los sermones y los escritos más conocidos. Son de mucho provecho.
La Universidad de Yale mantiene una página web con muchos recursos: http://edwards.yale.edu/