Una oración para todos Parte I
C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Primero, ADMIREMOS LA IMPORTUNIDAD DE ESTA MUJER.
Me atrevo a decir, aunque estoy hablando a una congregación numerosa, que nadie entre nosotros ha experimentado un rechazo o dificultad similares a las de esta mujer. Puede haber más de alguno que tenga derecho a levantarse y decir, “¡Ah, Señor! Usted no conoce mi experiencia; mi llegada a Cristo fue muy difícil.” Ciertamente no conozco tu experiencia mi querido amigo, pero sí estoy seguro que tu experiencia no es comparable a la de esta mujer, porque en su venida a Cristo ella tuvo que superar dificultades más grandes que las que tú puedas imaginar, aunque estés a punto de desesperar por los obstáculos en tu camino. Esta pobre mujer tuvo que superar tres dificultades especiales.
La primera fue que el Señor Jesucristo no respondió su clamor. “Pero Jesús no le respondió palabra” (Lc. 15:23). Él era la Palabra, sin embargo, no le dio la palabra que ella buscaba. Jesús es el bendito vocero del Eterno por quien Dios rompe el infinito silencio y habla al hombre; pero “Él no le respondió palabra.” Él solía responder la oración, pero a ella no le respondió ni una sola palabra. Él nunca fue conocido por dejar ni una súplica sincera sin respuesta, no obstante a ella no le dio nada. Pero aun así, aunque no recibió ni una sola palabra de Cristo sobre la cual afianzar su esperanza-una invitación o un aliento-ella se aferró a Cristo y se propuso no dejarlo ir hasta que la bendijera.
No hay ninguno entre ustedes, queridos amigos, que pueda decir que nuestro Señor Jesucristo no le ha hablado, porque aquí está un libro entero lleno de sus palabras-anótenlo, un libro, no una línea. Pero esta pobre mujer nunca vio ni siquiera una línea de éstas. Ella vivía en una región donde el Antiguo Testamento era completamente desconocido, en una época en la que el Nuevo Testamento aún no había sido escrito. Pero ustedes tienen las palabras de Cristo en sus casas. Allí están, frente a ustedes, en la banca. Ustedes las pueden llevar en sus bolsas a donde quiera que vayan. Un Nuevo Testamento puede ser comprado por unas cuantas monedas por cualquiera de ustedes, así que no pueden decir que Jesucristo no les ha dado una palabra. ¡Y con cuánta frecuencia han tenido palabras buenas de Cristo a través de los predicadores del Evangelio! ¡Con cuánta frecuencia Él ha enviado su Palabra en abundancia directamente a ti, pobre y angustiada alma! Ustedes han recibido palabras dulces y llenas de gracia-
Bellas palabras de vida-
Por eso digo que hay un punto en el cual las dificultades de esta mujer exceden en mucho a las tuyas. Y si ella perseveró hasta lograr el deseo de su corazón, ¿no harás tú lo mismo? ¿No recuerdas cómo los de Nínive se aferraron a un ‘¿quién sabe?’ (Jonás 2:9), que era como aferrarse a un insignificante clavo, ¿y que por hacerlo alcanzaron misericordia? Ha habido quienes han encontrado consuelo en lo que Dios no ha dicho: “No dije a la descendencia de Jacob, en vano me buscáis” (Isaías 45: 19). ¿No vas tú a encontrar consuelo en lo que Él ha dicho? Especialmente puedes alegrarte y ser bendecido con palabras como éstas: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuentas, si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1: 18). “Perdonaré a los que yo hubiere dejado” (Jer. 50:20). “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Tim. 1: 15). Ahora, hay una gran diferencia entre ‘no le respondió palabra’ y todas estas palabras. ¿Qué diferencia hay entonces entre tú y esta pobre mujer? ¡Cuánta ayuda tienes tú más que la que ella tuvo! Ven entonces a Jesús, ven ahora, implora la promesa y no te irás sin la bendición.
La segunda dificultad de esta mujer fue que todos los discípulos estaban contra ella. Ellos le dijeron a Jesús, “Despídela, pues da voces tras nosotros” (Mat. 15:23). “Ella nos incomoda, no nos deja oír tu exposición, no nos deja hablar entre nosotros. Despídela, despídela. Su voz es muy rústica; no habla nuestra lengua, habla el lenguaje de Tiro o de Sidón y no nos gusta; es molesta. Primero se puso a llorar frente a Juan, después se fue tras Pedro y no se tranquiliza. Despídela, despídela.”
Ahora bien, a pesar de que esto era una cosa muy secundaria comparada con el silencio de Cristo, tuvo que haber causado gran desánimo en su corazón y haber hecho que su espíritu sintiera que ya no podía soportar. Sin embargo, ella se mantuvo allí hasta que la bendición llegó. Me atrevo a decir que no hay nadie aquí que esté buscando al Salvador que haya tenido a los discípulos de Cristo en contra suyo. ¡Oh, querido corazón, hay muchos hoy en esta iglesia, que no están en contra tuya! Ellos harán todo lo posible para animarte y traerte al Salvador. Sé de algunos que cuando este servicio termine probablemente se te acercarán en los pasillos. Ellos siempre están buscando personas que estén interesadas en su alma para darles una palabra de aliento. Ellos no dirán, “despídelo;” más bien querrán detenerte un rato y hablar animadamente sobre tu alma procurando señalarte el camino de la vida y la paz. Estoy seguro que no tendrás las dificultades que tuvo esta pobre mujer. Pero aunque las tuvieras, te seguiría exhortando a imitar su importunidad; si no lo has hecho, deja que su importunidad te avergüence y ven de inmediato con resolución al Salvador y dile, “Tengo que encontrar la misericordia que necesito; no me puedo ir sin encontrarla.” Dios permita que muchos de ustedes hagan esa buena resolución.
Pero hubo también una tercera dificultad que pudo haber sido mayor que las otras dos, y era que cuando el Salvador habló, sus palabras fueron, “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat. 15. 24). Eso era como decir, “No soy enviado a esta mujer cananea; los límites de mi comisión no me dejan hacer nada por ella.”
Sin embargo, cuando la mujer oyó esas palabras, en lugar de sentirse intimidada, se acercó a Cristo, y adorándole le dijo, “Señor, ayúdame.”
Puede que esté hablándole a alguien que ha estado pensando en la elección-una doctrina que no debería ser problema para nadie, pero frecuentemente lo es. Puede ser que digas en tu corazón, “¿Qué si no soy elegido? ¿Qué si las bendiciones del pacto de gracia no son para mí?” Yo te ruego: no te dejes persuadir por Satanás para detenerte allí, sino ve a Jesús como lo hizo esta mujer. Ella parecía decirse a sí misma, “No importa si este Ungido de Dios fue enviado a una mujer de Tiro y Sidón o no; yo iré, le adoraré y clamaré, “Señor, ayúdame.” Ella oyó que Cristo no había sido enviado a su país, pero ella parecía decir, “Si tú no fuiste enviado, Señor, yo aún estoy aquí. Si tú no fuiste enviado a mí, talvez yo soy enviada a ti.” Ella sentía que tenía que haber alguna forma de superar esa dificultad. Ella creía que de alguna manera ingeniosa, aunque no sabía cómo explicarlo, esa dificultad podía ser removida. Este Salvador glorioso y amoroso, cuyo radiante rostro estaba viendo, no podía repudiarla; ella sentía que eso no podía ser. Y queridos amigos, no puedo creer que Cristo repudie a un pecador así como no me es posible creer que mirar al sol me congelaría. No puede ser; el sol brilla demasiado y está muy lleno de calor para congelarme; y yo no puedo mirar al rostro del Salvador y creer que Él deseche jamás a una pobre alma que viene a Él. Así, de una u otra manera, esta mujer parecía sentir, “si no puedo escalar esta dificultad, la voy a rodear.”
Ése es siempre un buen método; por mi parte, he aprendido a regocijarme en arrojar el ancla por la borda y detenerme cuando encuentro algo infranqueable que no puedo entender. Cuando viajo por barco, me gusta ver cómo la nave rompe el agua y navega suavemente por el canal en medio de las colinas. Pero, si repentinamente encontramos que el canal de navegación está bloqueado, me siento igual de confortable si el capitán arroja el ancla y nos pasamos la noche bajo el resguardo de alguna roca grande y elevada. ¿Por qué no? Es muy bueno entender las cosas; pero yo no sé qué tan mejores seriamos si lo entendiéramos todo. A veces el entender nos envanece, pero el creer siempre nos beneficia. Así que, mi amigo, cuando te encuentres con algo difícil que no puedas superar, no intentes evadirlo, sino detente allí y di, “si es así, que así sea; pero en cualquier caso, Dios es un Dios de gracia, Cristo es misericordioso y yo voy a lanzarme a los pies del Salvador crucificado y a confiar en Él.”
Ahora, esta mujer, a pesar de la terrible decepción que enfrentó después de escuchar al mismo Señor diciéndole, “no he sido enviado a ti,” perseveró en sus ruegos. Ninguno de ustedes ha oído jamás al Señor diciéndole que no es de los elegidos. ¿Por qué no habrías tú de ser elegido como cualquier otro? Ninguno ha ido al cielo y ha visto que su nombre no esté escrito en la lista de los elegidos de Dios-ni jamás subirá para leerlo. Estas cosas están escondidas de tus ojos. Tu deber es aferrarte a los preciosos pies de Cristo y no dejarlo ir hasta que te conceda el deseo de tu corazón. Así que mi primera observación es que admiremos la importunidad de esta mujer.
Todos los artículos en esta serie:
Una oración para todos Parte I
Una oración para todos Parte II
Una oración para todos Parte III