La adoración: ¿Bendición de Dios o bendición del hombre?
Paul Christianson
Hoy día, muchos cristianos hablan de las bendiciones que reciben en la alabanza, la oración y la predicación, en el contexto de la adoración del Nuevo Testamento. Se diría que, como todo lo demás en nuestro tiempo, la adoración va dirigida hacia Dios, pero buscando el beneficio del hombre. Muchos creen que la adoración es venir delante de Dios para que el hombre pueda ser bendecido. Bien es cierto que las antiguas deidades de Grecia y Roma eran adoradas con este pensamiento en mente. Se propiciaba la voluntad de los dioses de la lluvia y del sol para que la comunidad pudiera recoger una cosecha cuantiosa.
La analogía moderna de estos antiguos ritos que se encuentra en la iglesia hoy son las funciones de marionetas, musicales, representaciones musicales a cargo de coros que cantan himnos (singspiration) y otras cosas por el estilo. Estas «diversiones», en el lenguaje popular religioso son «propiedad de Dios» para bendecir a su pueblo. Sin embargo, yo sugeriría que esto debe ser completamente al revés: el propósito de entrar en la adoración es, primero y principal, para bendecir a Dios, y Dios no será bendecido si es el hombre quien ocupa el centro del escenario.
Juan 4:23 nos dice que el Padre busca adoradores. ¿Quiénes son estos adoradores? Pedro nos ayuda a responder en su primera epístola: «También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5). Aquí tenemos un templo espiritual, una reunión de todas las piedras vivas juntas para formar la iglesia de Jesucristo. Y, dado que estas piedras vivas son un sacerdocio santo, ofrecen sacrificios espirituales por medio de Jesucristo.
¿Cuáles son estos sacrificios espirituales? Hebreos 13:15 nos dice que uno de estos sacrificios es la alabanza; en Romanos 12:1 Pablo dice que debemos presentar nuestros «cuerpos como sacrificio vivo». Y una vez más, Efesios 5:1, 2 nos insta: «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma». En Filipenses 4:18 Pablo les agradece por su ministerio hacia él por medio de cosas materiales y afirma: «… habiendo recibido de Epafrodito lo que habéis enviado: fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios». Este «fragante aroma» y el «sacrificio» ¿para quién son? Son para Dios, y se encuentran en un pasaje dentro del contexto de adoración, Pablo exhorta a Timoteo «… que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres» (1 Timoteo 2:1).
Esto es cierto también en el Antiguo Testamento. El toque final de la confesión de David en el Salmo 51, asevera: «Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás». En el Salmo 100, se ordena a los hombres que acudan a la presencia de Dios, de forma corporativa, con gozo, acciones de gracias y alabanza en sus corazones y en sus labios. En muchos otros lugares del Antiguo Testamento, incluidos los salmos 35, 40, y 95 se explica este tema en detalle. Tanto en la antigua dispensación como bajo la nueva, todos nuestros sacrificios espirituales son para Dios. Y si son para Él, entonces resulta que también son una bendición para Dios. En primer lugar debemos bendecir a Dios en nuestra adoración, y esto se lleva a cabo en nuestra entrega, amor, oración, agradecimiento, arrepentimiento y cánticos, entre otras cosas. Todo esto debe ser, antes que nada, una bendición para nuestro Dios.
¿Y cuál es la razón de esto? No es porque se deba hallar ningún mérito al ofrecer tales sacrificios, sino porque la ofrenda se hace a través de nuestro gran Sumo Sacerdote, Jesucristo. Pedro habla de sacrificios «aceptables a Dios por medio de Jesucristo».
Si nuestra adoración no incluye el elemento de bendecir a Dios, entonces estamos hablando de una adoración defectuosa, si es que podemos calificarla de adoración. ¿Acaso esto no significa ni más ni menos que robarle a Dios aquello que le pertenece? El profeta Malaquías pregunta: «¿Robará el hombre a Dios?». Y, a continuación, declara: «Pues vosotros me estáis robando». Y sigue explicando cómo se está llevando a cabo ese robo. En resumen, (Malaquías 3:10) dice «en mi casa», refiriéndose al templo y a su adoración. No debemos «robarle» a Dios en la adoración por medio de actitudes, palabras o hechos que colocan el interés y la bendición del hombre en el centro del escenario. Cuando venimos a adorar, procuremos primero agradarle y bendecirle a Él: no hacerlo es una clara violación del primer y mayor mandamiento de amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente.
A pesar de todo, cuando adoramos con las metas y los motivos correctos, Dios ha prometido bendecirnos. En el Antiguo Testamento, Salmo 65:1-4:
«Silencio habrá delante de ti, y alabanza en Sion, oh Dios;
y a ti se cumplirá el voto.
¡Oh tú, que escuchas la oración!
Hasta ti viene todo hombre.
Las iniquidades prevalecen contra mí;
mas nuestras transgresiones tú las perdonas.
Cuán bienaventurado es el que tú escoges, y acercas a ti ,
para que more en tus atrios».
Salmo 36:7-9 es aún más explícito:
«Cuán preciosa es, oh Dios, tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de tus alas.
Se sacian de la abundancia de tu casa,
y les das a beber del río de tus delicias.
Porque en ti está la fuente de la vida;
en tu luz vemos la luz».
En el Nuevo Testamento, Santiago nos ordena: «Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros» (Santiago 4:8). Dios promete que este acercamiento a Él con arrepentimiento y un corazón humilde tendrá como resultado Su exaltación de Su pueblo, versículos 9 y 10. Pero la humildad requiere que el adorador ponga a Dios en el primer lugar de su adoración.
¡Que Dios tenga a bien hacernos madurar en el entendimiento y en la práctica de la adoración que le bendice a Él, cuando entremos «en sus atrios»!
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