Soledad en un mundo de miles de amigos
Soledad en un mundo de miles de amigos
Jeremy Walker
Con anterioridad, hemos tratado en este blog las limitaciones que tienen Facebook y otras páginas de redes sociales a la hora de utilizarlas como medio de conseguir y mantener amistades verdaderas. Asimismo, soy consciente de que esta regla general tiene innumerables excepciones. A veces, una amistad ya existente no solo se mantiene sino que se ve reforzada. A través de este medio también se forman algunas nuevas y genuinas, y esto no es poco para algunos que, normalmente, tendrían menos acceso a esas relaciones.
No obstante, la BBC ha informado de un nuevo estudio que sugiere que la soledad es un problema creciente en el moderno Occidente. Aunque las nuevas tecnologías pueden ser una bendición en algunos momentos, también pueden llegar a ser una maldición:
“… existe también una gran preocupación de que la tecnología se esté utilizando como sustitución de la genuina interacción humana”.
Casi un tercio de los jóvenes, a quienes se preguntó para realizar el informe, reconocieron que invertían demasiado tiempo comunicando con amigos y familiares online cuando podían verlos en persona.
Una organización benéfica declara:
“Los jóvenes con los que trabajamos nos dicen que hablar con cientos de personas en las redes sociales no tiene nada que ver con una verdadera relación y que cuando utilizan estas páginas es porque suelen sentirse solos en su habitación”.
Aquí no se trata de estar a favor o en contra de las redes sociales, sino más bien la oportunidad que una alienación semejante crea para el Evangelio. Multitud de personas están enajenadas tanto de Dios como del resto de los humanos: no forman parte de ningún grupo (compárese 1 P. 2:10) y existe una necesidad natural y un deseo de que los cristianos —“haciendo bien a todos y especialmente a los de la familia de la fe”— puedan utilizarlo como medio para llevar las buenas nuevas a aquellos que buscan una amistad verdadera. A Jesús se le acusó de ser el Amigo de pecadores (cf. Mt. 11:19) y Mateo nos recuerda, en ese pasaje, que “la sabiduría se justifica por sus hechos”. ¿Acaso no son estas unas circunstancias ideales para que podamos comunicar, a los que están perdidos y se hallan vagando, tanto de palabra como de hecho, que hay un Amigo para los pecadores y que hay una familia de Dios que abraza cálidamente a todo aquel que pertenece a ella?
En dos ocasiones, el apóstol Juan hace hincapié en el hecho de que, aparte de lo que pudiera escribir con pluma y tinta, quería ver y hablar con al menos dos de las personas a las que escribía —sus amigos—, cara a cara, para que “el gozo fuese completo” (cf. 2 Jn. 12; 3 Jn. 13-14). Una de las palabras de moda en el movimiento misional es “encarnacional”: deberíamos ser “encarnacionales”. Por consiguiente, ¿no es este un tema para el cual ha llegado el momento de la verdad? Las amistades tienen su pleno funcionamiento en el cuerpo y, para ello, se emplean y se cultivan todas las dinámicas y dimensiones de relaciones interpersonales totales que se presentan. Nuestras relaciones como hermanos y hermanas en Jesucristo deberían ser de tal nivel que, cuando los demás nos observen, deseen tenerlas: bajo la dirección de Dios podemos provocar una envidia santa en los hombres por formar parte de la familia de Dios. La relación con nuestro Hermano mayor y más verdadero Amigo, Cristo, y con su Padre que es también el nuestro, debería suscitar un deseo creciente en aquellos que están espiritualmente perdidos y en soledad, que les haga anhelar tener un Hermano, un Amigo y un Padre semejantes. Nuestras relaciones con los vecinos, colegas, miembros de nuestra familia y —sí, también— nuestros amigos, deberían ser de esas que predican las buenas nuevas por medio de nuestras actitudes, nuestras palabras y nuestros hechos. “Que nuestros labios y nuestra vida expresen el santo Evangelio que profesamos”, que en verdad sea así. Si un hombre que tiene amigos debe ser amistoso (cf. Pr. 18:14), ¿cuánto más aquel que quiera ganar amigos para sí mismo y, por medio de su persona, para su gran Amigo y Redentor, el Señor Jesucristo (cf. Mr. 2:1 y ss.)?
Llevará tiempo y costará mucho, pero también dará mucha ganancia. Un ministerio “encarnacional” siempre lo hace, sino ¡pregúntaselo a Jesucristo!
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