Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
C.H. Spurgeon
¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Habitar los hermanos juntos en armonía! (Salmo 133:1)
Mirad. Es una maravilla pocas veces vista, por lo tanto ¡a prestar atención! Es visible, porque es la característica de los verdaderos santos; por lo tanto ¡no dejen de examinarla! Bien vale la pena admirarla; ¡hagan una pausa y contémplenla! ¡Les encantará tanto que querrán imitarla, por lo tanto, véanla bien! Dios la observa con su aprobación, por lo tanto, considérenla con atención. ¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es imposible describir la excelencia extrema de tal condición; y por eso el salmista usa dos veces la palabra “cuán”: ¡Mirad cuán bueno! ¡Mirad cuán delicioso! No intenta medir lo bueno ni lo delicioso, sino que nos invita a mirarlo con nuestros propios ojos. La combinación de los dos adjetivos “bueno” y “delicioso” es más admirable que la conjunción de dos estrellas de primera magnitud: que algo sea “bueno” es bueno, pero que también sea delicioso es mejor. A todos les gustan las cosas deliciosas, pero sucede con frecuencia que la delicia es mala; pero aquí la condición es tan buena como deliciosa, tan deliciosa como buena, porque el mismo “cuán” ha sido colocado antes de cada palabra calificativa.
Que los hermanos según la carne habiten juntos no es siempre sabio, porque la experiencia enseña que es mejor que estén un poquito aparte, y es vergonzoso que habiten juntos pero desunidos. Mejor que se separen en paz como Abraham y Lot, a que habiten juntos dominados por la envidia como los hermanos de José. Cuando los hermanos pueden habitar juntos en unidad y de hecho lo hacen, entonces su comunión merece ser contemplada y cantada en la salmodia sagrada. Tales espectáculos debieran verse con frecuencia entre los que son parientes, porque son familia, y por lo tanto debieran ser unidos de corazón y en sus propósitos. Habitan juntos, y es por su bienestar mutuo que no debiera haber conflictos; y no obstante ¡cuántas familias son destrozadas por feroces conflictos y son un espectáculo que no es ni bueno ni delicioso!
En cuanto a los hermanos en el espíritu, deben habitar juntos en comunión en la iglesia, y una característica esencial de esa comunión es la unidad. Podemos prescindir de la uniformidad si poseemos unidad; unidad de vida, verdad y camino; unidad en Cristo Jesús; unidad de objetivo y espíritu; esto es imprescindible, de otra manera nuestras asambleas serán sinagogas de disputas en lugar de iglesias de Cristo. Cuanto más cercana la unidad, mejor es, porque habrá más de lo bueno y de lo delicioso. Dado que somos seres imperfectos, algo de lo malo y de lo desagradable seguramente se introducirá; pero esto será neutralizado enseguida y fácilmente expulsado por el amor verdadero de los santos, si realmente existe. La unidad cristiana es buena en sí, buena para nosotros mismos, buena para los hermanos, buena para nuestros convertidos, buena para el mundo fuera de la iglesia; y por cierto es deliciosa, porque un corazón amante se complace y da complacencia cuando se asocia con otros de su misma naturaleza. Una iglesia unida durante años en su servicio consagrado al Señor es una fuente de bondad y gozo para todos los que habitan en su alrededor. Es como el buen óleo sobre la cabeza. A fin de que podamos comprender mejor la unidad fraternal, David nos da una comparación, para que, como a través de un cristal, podamos percibir de cuánta bendición es. Tiene un dulce perfume, comparable con el óleo preciado con el cual el sumo sacerdote era ungido en su ordenación. Es algo sagrado, también es como el óleo de la consagración destinado a ser usado únicamente para el servicio del Señor. ¡Qué cosa sagrada ha de ser el amor fraternal para que pueda ser comparado con un óleo que nunca debe ser echado sobre nadie excepto sobre el sumo sacerdote del Señor! Es algo que se difunde: al ser echado sobre su cabeza, el óleo aromático bajaba por la cabeza de Aarón, y luego goteaba sobre sus vestiduras hasta que aun el borde de ellas era ungido; y de la misma manera extiende el amor fraternal su poder benigno fraternal y bendice a todos los que están bajo su influencia. La concordia desbordante trae una bendición sobre todos los involucrados; su bondad y delicia son compartidas por los miembros más humildes de la familia; aun los sirvientes son mejores y más felices por la hermosa unidad entre los miembros de la familia. Tiene un uso especial, porque así como el óleo para ungir a Aarón era apartado para un servicio especial a Jehová, los que permanecen en el amor son los que están mejor preparados para glorificar a Dios en su iglesia.
No es nada probable que el Señor use para su gloria a los que carecen de amor: carecen del ungimiento necesario para llegar a ser sacerdotes del Señor. El óleo corría y ungía hasta la barba de Aarón. Éste es el punto principal de la comparación, que como el óleo no se quedaba confinado al lugar donde fue echado originalmente, sino que chorreaba por el cabello del sumo sacerdote y humedecía su barba, el amor fraternal que desciende por la cabeza, unge al ir extendiéndose, perfumando todo lo que toca a su paso. Bajaba por la falda de sus vestiduras. Una vez que empezaba a correr, no se detenía. Puede parecer que hubiera sido mejor no manchar las vestiduras con el óleo, pero el ungüento sagrado no podía ser frenado, fluía sobre sus vestiduras santas. De la misma manera, el amor fraternal no sólo fluye por los corazones donde fue echado al principio, y desciende a la parte humilde del cuerpo místico de Cristo, corre por donde no se tuvo la intención que corriera, sin preguntar ni pedir permiso para ir avanzando. El amor cristiano no tiene límites de parroquias, naciones, sectas o edades. ¿Es el hombre un creyente en Cristo? Entonces es parte del cuerpo, y debo concederle un amor duradero. ¿Es uno de los más pobres, uno de los menos espirituales, uno de los más antipáticos? Entonces es como la falda de la vestidura, y nuestro amor debe caer aun sobre él. El amor fraternal procede de la cabeza, pero cae hasta los pies. Su camino es hacia abajo. “Descendía” y “bajaba”. El amor por los hermanos desciende a los que poseen poco; no se envanece sino que es modesto y humilde. Esta no es una parte insignificante de su excelencia: el óleo no hubiera ungido si no hubiera descendido, tampoco el amor fraternal difunde su bendición si no desciende.
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