El Salmo 27 y la adversidad
Las declaraciones y oraciones del Salmo 27 están hechas en el oscuro marco de una hueste de enemigos: malhechores que calumnian, actúan con violencia y procuran la destrucción del rey David, autor de este salmo. David los compara con bestias salvajes cuando dice “para devorar mis carnes”, en el versículo 2, y a un ejército que acampa a su alrededor, en el versículo 3.
El rey se muestra increíblemente desafiante contra tales enemigos, y escribe en los versículos 1 al 3: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién tendré temor? Cuando para devorar mis carnes vinieron sobre mí los malhechores, mis adversarios y mis enemigos, ellos tropezaron y cayeron. Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque en mi contra se levante guerra, a pesar de ello, estaré confiado”.
¿Por qué? ¿Por qué está “confiado” el rey David, teniendo a unos enemigos tan traicioneros y temibles que procuran su destrucción? ¿Cómo podría usted, querido lector, sentirse confiado al verse rodeado por sus propios enemigos espirituales y físicos? ¿Cómo podría usted experimentar la protección de Dios en “el día de la angustia”, versículo 5?
Lea los versículos 4 al 6 del Salmo 27 y observe, en primer lugar, el propósito decidido de David. ¿Lo ve en el versículo 4?
“Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré…”. La “cosa” a la que se refiere equivale a las prioridades piadosas: de “morar”, de “contemplar” y de “meditar”. En otras palabras, el rey David sentía una inquietud por las cosas de Dios.
El Señor había encomendado: “Buscad mi rostro”, versículo 8 y David obedeció a Dios. En esto precisamente radica el secreto de la confianza de David en Dios y en vencer a todo aquel que deseara hacerle daño. Derrotó el temor al desear por encima de todo lo demás “morar en la casa del Señor todos los días, contemplar su hermosura y meditar en su templo”.
En segundo lugar, David confiaba en Dios por todo lo que Él había hecho a su favor en el pasado, versículo 9b: “Tú has sido mi ayuda”.
¡Dios no le había fallado nunca! Confiaba en Dios y su fe en Él era tan grande que podía decir: “Aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá”, versículo 10.
Amado lector, ¿tiene usted ese tipo de confianza en Dios? ¿Una seguridad por encima de la más estrecha de las relaciones terrenales? Si es así, debería proclamar con David, a pesar de los enemigos físicos y espirituales, este salmo que ahora vuelve al principio y completa el círculo desde el versículo 1 al 13: si no hubiera “creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes”.
Pero aún hay algo más. Debemos ser pacientes, versículo 14: “Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor”.
El versículo 14 constituirá siempre una gran dificultad para aquellos que están inflados de engreimiento. Sin embargo, si valoramos quién es Aquel en quien esperamos, el Señor Dios Todopoderoso, entonces estaremos más que deseosos de esperar en Él.
Por tanto, anímese, amado lector, confíe en el Señor, “busque su rostro”, desee “contemplar su hermosura y meditar en su templo” y tendrá la misma confianza que David muestra en el versículo 5: “Porque en el día de la angustia me esconderá en su tabernáculo; en lo secreto de su tienda me ocultará; sobre una roca me pondrá en alto”.
Amén.
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