La mujer virtuosa es corona de su marido
La mujer virtuosa es corona de su marido, mas la que lo avergüenza es como podredumbre en sus huesos (Proverbios 12:4).
La mujer virtuosa teme al Señor, respeta a su marido, gobierna su casa con prudencia y cuidado, se muestra caritativa con los pobres y trata a todos con amabilidad. ¿Con qué compararemos a una mujer como esta? ¿La asemejaremos a un brazalete, o diremos que es un collar de oro para su marido? Tales comparaciones la dejarían por debajo de su valor. Ella le hace tan feliz como un rey, y le procura tanto respeto y honor que merece que la comparen con ese ornamento real que se ciñe a la cabeza de los monarcas. Para su marido, ella es una corona adornada con esas encantadoras virtudes que brillan con un resplandor más radiante que los diamantes de Oriente.
Es salud para los huesos de su marido, porque al contemplar su afable comportamiento y el placer de su compañía siempre le inunda esa alegría que tiene el mismo efecto que una medicina. Pero la mujer que carece de virtudes avergüenza a su marido y es “como podredumbre en sus huesos”. Su mal genio o su comportamiento apasionado, sus gastos desmesurados o su avaricia sórdida, la ligereza de su conversación o sus vicios escandalosos, le hacen a él objeto de lástima y desprecio cuando está fuera, y le llenan de angustia cuando vuelve a casa. Las mujeres así no son una ayuda idónea, sino un tormento para aquellos que las han hecho hueso de sus huesos y carne de su carne (cf. Gn. 2:23). El hombre puede recuperarse de la fiebre en unas pocas semanas; pero la desgracia de esta enfermedad viviente es que, a menos que la gracia del Todopoderoso fabrique una cura poco frecuente, hará presa de los huesos y del ánimo del hombre hasta que la muerte de uno de los esposos alivie los dolores.
Entonces, los que tengan que elegir esposa han de ser conscientes de que el hombre debe ser la gloria de Cristo, como la mujer es gloria del hombre; que “[…] la mujer prudente viene del Señor” (Pr. 19:14); y que les conviene, pues, a fin de vivir para alabanza de Cristo, tomar la resolución de casarse solamente en el Señor y buscar este precioso regalo de parte suya en humilde oración.
Las esposas deben reflexionar seriamente para ver si anhelan la felicidad y el honor de sus maridos o su desgracia y tristeza; y sopesar qué es mejor para la mujer: acabar siendo una ayuda idónea para gozo de su marido y una corona para su cabeza, o una plaga viviente y un incendio que consuma sus entrañas (cf. 1Co. 11:5-10).
Los maridos deben honrar a sus mujeres y alentarlas en la virtud por medio de su bondad y aprobación. ¡Cuán dulce es el amor que Cristo manifiesta hacia aquellos a quienes se complace en desposar con toda su ternura! “Así también deben amar los maridos a sus mujeres […]” (Ef. 5:28).
Esta lectura es un extracto del libro Comentario a Proverbios por George Lawson, publicado en español por Publicaciones Aquila. Reservados todos los derechos © 2011.