La predicación ocupa un lugar central en la adoración
Pastor D. Chanski
Nuestro estudio se basa en el texto de 2 Timoteo 4:1-4:
«Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos».
La predicación de la Palabra de Dios se ha deslizado y ha caído de su lugar prominente, otorgado por las Escrituras y que le pertenecía de pleno derecho. Un grupo de evangélicos calvinistas denominados Together for the Gospel [Juntos por el evangelio] han reconocido esta situación. Cuentan con un documento titulado Afirmaciones y negaciones y en este escrito podemos encontrar lo siguiente: «Afirmamos la centralidad de la predicación expositiva en la iglesia así como la imperiosa necesidad de una recuperación de la exposición bíblica y de la lectura pública de las Escrituras en nuestra adoración a Dios». Esta es su afirmación que va seguida por esta negación: «Negamos que la adoración que honra a Dios pueda marginar o descuidar el ministerio de la Palabra que se manifiesta a través de la exposición y de la lectura pública. Además, negamos que una iglesia que carezca de la predicación bíblica verdadera pueda sobrevivir como iglesia evangélica».1 Yo estoy de acuerdo con su declaración y su observación en cuanto al actual estado de las cosas, que provoca unas declaraciones como estas. Por este motivo, me gustaría exponer el tema que he titulado: «La predicación ocupa un lugar central en la adoración».
¿Qué significa «el lugar central de la predicación»? De la forma más básica quiero referirme a que la predicación de la Palabra de Dios debe recibir el lugar principal o central de nuestra adoración a Él. Al aferrarnos a esa posición central de la predicación en la adoración, no la estaremos marginando, descuidando o minimizando.
La introducción de este tema consta de tres puntos, para luego pasar a tratar algunas cosas primordiales.
1. Una preocupación por la predicación de la Palabra de Dios
El primer punto es una preocupación, como las que ya comentamos en el estudio de la reverencia en la adoración. La preocupación consiste en que, como afirma la declaración que hemos visto más arriba, sin lugar a duda existe una crisis en el evangelicalismo o en el cristianismo. Esto se manifiesta claramente en lo siguiente: la predicación de la Palabra de Dios se está viendo eclipsada. Otras cosas han venido a eclipsar o hacer sombra a la predicación de la Palabra. Esto ocurre, por ejemplo, con otros elementos de la adoración como la música de nuestro tiempo y, especialmente, de nuestro siglo. Ha ido ocurriendo de tal manera que, para la mayoría de las personas, la adoración consiste solamente en cantar. Estoy hablando del lugar central que la predicación tiene en la adoración a Dios. Algunas personas ya ni siquiera consideran que la predicación sea un elemento de adoración.
Recuerdo que, en una ocasión, asistí a una conferencia que no era precisamente una típica conferencia de personas poco conservadoras en lo que al cristianismo se refiere. Se estaba procediendo a la presentación de aquellos que dirigían la música y estas fueron las palabras: «Ellos nos van a dirigir en la adoración. Después, pasaremos a la predicación de la Palabra». Por decirlo de otra manera, estaban indicando que se trataba de dos cosas separadas.
La predicación se ve eclipsada por otras cosas; está siendo remplazada en muchos lugares en los que ni siquiera se celebra culto los domingos por la tarde. Quizás no lo sustituyan por nada, o quizás lo sustituyan por reuniones de pequeños grupos. No digo que no haya buenos propósitos en la organización de reuniones por grupos, pero cuando uno analiza toda la situación en su conjunto, y todo lo que se ha hecho durante ese día en esos lugares, ¿qué es lo que ha ocurrido? La costumbre era tener dos horas de predicación en domingo, pero ahora ya no se emplea en ello más que la mitad de ese tiempo, y eso en el caso de que llegue a ser una hora. Se ha sustituido por la reunión en pequeños grupos. En algunos lugares hasta se ha sustituido por liturgia; se hace un mayor hincapié en la liturgia o, simplemente, se remplaza por otros elementos de adoración. Quizás se sustituya por la Cena del Señor, o incluso se vea desplazada por ella.
Conozco acerca de una iglesia donde no se predicó en un domingo de Pascua. El pastor apareció vestido con lo que pretendía ser una vestimenta propia de Oriente Medio en el siglo I, e hizo una representación teatral de uno de los hombres que iban por el camino de Emaús y que hablaron con Jesús. No hubo sermón, punto final.
La predicación se está viendo remplazada o quizás eclipsada porque se acorta cada vez más y es posible que sea por algunas de las cosas que ya he mencionado, o por lo que vemos en el texto que hemos leído: por la comezón de oídos de las personas. Alguien sacó este tema a colación en una conversación. Contó que una persona había visitado una iglesia y que había comentado: «Si el sermón no fuera tan largo yo asistiría a tu iglesia». También es posible que se rehaga el sermón y acabe no siendo lo que debería ser. He interactuado con cristianos que ni siquiera se refieren ya a un sermón o a un predicador. No tienen predicador, lo que tienen es un orador. Ya no se predica un sermón, se da una charla o un mensaje. En un sentido, me digo a mí mismo: «No me importa si alguien no quiere llamarle sermón». Sin embargo, por otra parte, conociendo los motivos que se esconden detrás de esa definición distinta a la de sermón, me siento incómodo porque pienso que se trata de algo que encaja en esta preocupación por ver que la predicación se está viendo eclipsada y que está siendo algo distinto a lo que debería ser. Ha dejado de ser una exposición fiel y bíblica, y una proclamación de la Palabra de Dios. Y ahí radica, precisamente, la preocupación: la evangelización y el cristianismo en general están en crisis.
2. Esta crisis no es algo nuevo
El segundo punto que quiero exponer en esta introducción consiste en una observación: la crisis no es algo nuevo. No es una novedad. Es algo que ha existido durante siglos. Si estudiamos la Edad Media y la Reforma veremos cómo la iglesia de Cristo fue llegando hacia esta última, como también lo hizo el desarrollo de la iglesia católicorromana. Ciertamente existía esta misma crisis. La predicación de la Palabra de Dios había sido eclipsada por todo tipo de cosas: otros elementos de adoración, la presunta liturgia, hasta el punto de que en realidad no había predicación de la Palabra de Dios.
Pablo ya lo había anunciado y, sin duda, esto comenzó ya en el tiempo mismo del apóstol o muy poco después. En el pasaje que hemos citado al principio, leemos: «Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que […] y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos». El apóstol lo predijo. Con toda seguridad toda esta crisis empezaría poco después del tiempo de los apóstoles, si es que no lo hizo mientras estos seguían con vida. Existe una crisis, pero no es algo nuevo.
3. La respuesta a esta crisis es la centralidad de la predicación
El tercer punto es la observación siguiente: la respuesta a esta crisis es la centralidad de la predicación. Esta es la necesidad de nuestro tiempo, lo que necesitamos realmente y también la necesidad actual en la iglesia cristiana. ¿Acaso no fue esto lo que ocurrió en gran medida en la Reforma? En un sentido se puede reducir a esto: la Reforma fue un regreso a la predicación de la Palabra de Dios en la iglesia de Cristo. Esto se demuestra de un modo evidente en la forma en que estaba dispuesto el mobiliario en las casas de adoración, en el tiempo de la Reforma: el altar ocupaba el centro de la parte delantera y el púlpito, que no tenía un lugar central ni destacado, quedaba a un lado en un lugar cualquiera. No era más que un atril desde el cual se podía leer las Escrituras y quizás dar una homilía. Pero el altar era algo central. Con la Reforma se regresó a la centralidad de la predicación y esto es lo que, según vemos, enseña la Palabra de Dios.
Por tanto, trataremos este tema de la centralidad de la predicación teniendo en mente el siguiente objetivo: nosotros, como ministros del evangelio, debemos tener la confianza de que nuestra labor consiste en predicar la Palabra, pase lo que pase. Como dijo Pablo: «A tiempo y fuera de tiempo». En parte, esto significa que debemos hacerlo tanto si la gente lo pide a gritos, como si no. En todo tiempo nuestra meta y nuestro llamamiento consisten en predicar la Palabra de Dios. Esta es también la aplicación práctica. Al final daré unas breves exhortaciones, pero lo que quiero hacer es lo siguiente: provocar en ustedes, queridos hermanos, una convicción renovada con respecto a la importancia de la centralidad de la predicación de la Palabra de Dios. Mi deseo es fortalecerles en su hombre interior con la ayuda del Espíritu de Dios, para que vayan adelante y sigan haciendo aquello para lo que ya creen haber recibido llamamiento, que es seguramente lo que habrán venido haciendo, en medio de la lucha, en aquellos ministerios que Dios les haya encomendado.
Debemos recordar el lugar crucial de la Palabra de Dios en sus propósitos salvíficos
El lugar clave que ocupa la Palabra de Dios en la conversión
Mi primer punto es, pues, el siguiente: recordar el lugar crucial, o clave, de la Palabra de Dios en sus propósitos de salvación. Lo primero que quiero expresar es que la Palabra de Dios tiene un lugar clave en la obra de la conversión, en el llamamiento que Dios hace a los pecadores para que vengan a Él. Para ello, consideraremos un par de pasajes, algunos de ellos muy familiares, por lo que no voy a entrar en ningún tipo de exposición y, en todo caso, no sería una muy detallada. Sin embargo, es necesario que recordemos estas cosas para que no nos desanimemos ni nos cansemos de hacer las cosas bien. De esta forma, en nuestra mente y en nuestro corazón siempre tendremos la convicción de estar haciendo aquello para lo cual Dios nos ha llamado.
Romanos 1:16, observemos el lugar crucial de la Palabra de Dios en su llamado a los pecadores para que vengan a Él. Pablo dice: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: “Más el justo por la fe vivirá” [y esto hay que recalcarlo]». Él predica a judíos y a gentiles y dice que hay una cosa que es el poder de Dios para salvación y es el evangelio de Jesucristo. Pablo está diciendo que es la predicación del evangelio y, en este caso su mensaje, lo que lleva a los pecadores a la vida en Jesucristo.
En Santiago 1:18 encontramos una declaración similar, cuando hace hincapié en el papel que la Palabra de Dios tiene en la salvación de los pecadores. El versículo dice así: «En el ejercicio de su voluntad, Él nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos las primicias de sus criaturas». ¿Cómo sacó Dios de las tinieblas a estos santos, pecadores redimidos, a los que Santiago está hablando, y los llevó a la luz? Según nos dice, fue por la palabra de verdad. La Palabra de Dios ocupa un lugar central en los propósitos salvíficos de Dios, primeramente al llamar a los pecadores e invitarles a que vengan a Él. La forma en la que esto se declara en nuestra confesión, en el capítulo correspondiente al llamamiento eficaz o regeneración, es que Dios hace esa obra de traer al pecador a la fe salvadora, a la vida espiritual y le saca de la muerte espiritual, por medio de su Palabra y su Espíritu. Esto es algo muy importante que debemos recordar. ¿Existen otras cosas que puedan ayudar a nuestra proclamación de la Palabra, a nuestro testimonio en el mundo y en presencia de los incrédulos? Sí, muchas cosas: la importancia de una vida santa, de una iglesia que estira su mano para alcanzar a las personas, y que muestra una compasión hacia los pecadores que va mucho más allá de predicarles el evangelio. Pero, lo primero y más importante, es que mantengamos siempre en mente el lugar crucial de la Palabra de Dios en el llamamiento que hace a los pecadores para que vengan a Él.
El lugar crucial que ocupa la Palabra de Dios en el desarrollo y madurez de los santos
En segundo lugar, bajo este título del lugar crucial de la Palabra de Dios en sus propósitos tenemos lo siguiente: vemos el lugar trascendental de la Palabra de Dios en el desarrollo y madurez de los santos, en su conformación a la imagen de Cristo, en su preparación para la gloria. El evangelio no es algo que se predica solamente a los pecadores; también se tiene que predicar a los santos. Jesús dijo en la Gran Comisión: «Id y haced discípulos», y esto se hace ciertamente por medio de la predicación de la Palabra. Pero, una vez que están reunidos en las iglesias, ¿en qué consiste la tarea de la iglesia y de sus pastores? Sencillamente en enseñarles todas las cosas que Jesús ordenó, y que aprendan a hacerlas. Eso significa que se les debe predicar la Palabra.
Observemos un puñado de textos que recalcan este punto; que los pecadores fueron llamados a salir de las tinieblas y que, una vez convertidos, es la Palabra de Dios la que ocupa un lugar clave en su santificación y su preparación para la gloria. En Juan 17:17 consideramos una parte de la oración de Jesús que solemos llamar «su oración sacerdotal», la que elevó por sus discípulos. En aquella ocasión no solo oraba por los once que estaban con Él, sino por todos los que creerían en Él por la palabra de ellos. Luego, en el versículo 17, como parte de su oración dice así: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad». En otras palabras, los santos de Dios serán transformados más y más a la imagen de Jesucristo, a la vez que irán dejando de ser conformados a la imagen de este mundo. Esto se llevará a cabo a través de la Palabra de Dios y la interacción con ella.
Del mismo modo, Romanos 12:1-2 dice así: «Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto».
Aquí no se hace una mención explícita y directa a las Escrituras, la Palabra de Dios, como medio para esta transformación. Sin embargo, lo da a entender claramente cuando dice: «Para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto». ¿Dónde se expresa esa voluntad de Dios sino en su Palabra? Además, a medida que las personas interactúan, su mente también lo hace con la Palabra, son transformadas por la renovación de su mente por medio de la Palabra de Dios y el resultado es la transformación total de las propias personas.
Veamos 2 Corintios 3:18. Aquí tampoco menciona la Palabra de Dios de una forma explícita, pero se insinúa cuando dice: «Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu». Yo no creo que contemplar en un espejo se limite estrictamente a la Palabra de Dios, pero sí creo que tiene una gran parte en ello. Al interactuar con Cristo mismo en y por medio de su Palabra le estamos contemplando a Él, a su gloria. Y el resultado es que somos transformados a esa misma imagen.
Otro pasaje es Efesios 5:25-27. El versículo 26 contiene las palabras en las que me quiero centrar. Pablo dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada».
Aquí dice que Cristo santifica y purifica a la iglesia por medio de la Palabra de Dios. Según el texto lo hace por el «lavamiento del agua con la palabra». Se trata de un lenguaje figurado, pero por la mediación de la Palabra de Dios su pueblo va siendo cada vez más como Cristo, se va preparando para su gloria y va siendo santificado. De modo que existe un lugar crucial para la Palabra de Dios en sus propósitos de salvación.
Debemos recordar el lugar crucial de la predicación en los propósitos salvíficos de Dios
Pero, ciñéndonos de una manera más estrecha y directa al tema de este estudio sobre la centralidad de la predicación, esto es lo segundo que debemos hacer: recordar el lugar crucial de la predicación en los propósitos salvíficos de Dios. En otras palabras, no solo el lugar clave de la Palabra de Dios, sino de ésta predicada; la palabra de Dios proclamada por sus siervos que han sido llamados a predicarla. La Palabra de Dios nos santifica cuando la leemos, cuando conversamos sobre ella con otras personas, cuando meditamos en ella día y noche, cuando la memorizamos y la repetimos en nuestro interior. Hasta puede santificarnos cuando la observamos junto a nuestra taza de café por la mañana. Pero lo que quiero decir es que en los propósitos salvíficos de Dios hay un lugar especial para la predicación de la Palabra de Dios. Esto es precisamente lo que queremos considerar.
Una vez más se trata de textos que nos resultan familiares, pero es necesario que se nos recuerden estas cosas sobre todo cuando nos enfrentamos a este tipo de presión. «Bueno, pastor ¿no podríamos hacer esto? ¿No podríamos hacer aquello?». Aunque este no sea el objetivo directo o la meta, uno se da cuenta de que el efecto de algunas sugerencias es eclipsar el lugar de la predicación de la Palabra de Dios. Es necesario recordar estos textos de la Biblia que nos reforzarán y nos ayudaran a no desviarnos, al menos eso espero.
Romanos 10:14-17: «¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian en evangelio del bien! Sin embargo, no todos hicieron caso al evangelio, porque Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo».
Observemos que Pablo no declara esto de una forma general como en el punto anterior donde solo se refería al lugar de la Palabra de Dios. Aquí está haciendo hincapié en la predicación de la Palabra de Dios.
Sé perfectamente que se trataba de un tiempo en el que no había imprenta y que la gente no tenía la oportunidad de llevar una Biblia o de tenerla en una estantería de su casa, y era necesario que la Palabra de Dios se predicara. Podríamos alegar que no tenemos esa necesidad hoy día porque todo el mundo tiene su propia Biblia. Es una bendición tremenda poder compara una Biblia hasta por cuatro dólares, o tener una docena de traducciones en nuestra estantería. Pero, aun así, es importante que se predique la Palabra de Dios y esto queda recalcado cuando Pablo dice: «La fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo». Con esto está refiriéndose a la Palabra de Dios predicada o proclamada por un predicador. Este es todo el argumento de Pablo que comienza en el versículo 14. La gente no puede clamar a Dios si no cree en Él, y no puede creer si no ha oído hablar de Él. Recordemos al hombre que, en Juan 9, dijo a Jesús: «Él respondió y dijo: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él?» (Juan 9:36). Tenía que escuchar quién era Jesús, quién era el Mesías. La gente tiene que oír acerca de Él antes de poder creer en Él. Y sigue diciendo: «¿Y cómo oirán sin un predicador? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?». Este es el argumento de Pablo. Si los predicadores no son llamados y no salen a predicar, entonces la gente no vendrá a la fe en Cristo. Es el lugar crucial de la predicación en los propósitos salvíficos de Dios.
Observemos cómo dice aquí: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?». Existe al menos una traducción moderna en inglés que me parece más precisa y que dice: «¿Cómo creerán a aquel a quien no han oído?». Esta es una buena traducción legítima del griego. Los que estén familiarizados con el griego sabrán cómo se usa la palabra ἀϰοὐω (akouō), el verbo habitual para oír en genitivo. En otras palabras, no tiene un complemento de objeto; no tiene el acusativo como objeto directo, o sea, que tengan que escucharle a Él. Lo que expresa es, de una forma literal y estricta, que tienen que escuchar acerca de Él. Lo que ocurre es que lo traducimos como si fuera un caso acusativo y, por tanto, se convierte en un objeto directo. Esto significa que lo interpretamos de la forma siguiente: «¿Cómo creerán a aquel a quien no ha oído?». En otras palabras, oyen la voz de Cristo a través de la voz del predicador humano. Esta es la cuestión. John Murray lo expresa así en su comentario, y probablemente habrán otros que también lo hagan.
Esto debería fortalecernos y convencernos de que, cuando predicamos la Palabra de Dios no se trata simplemente de estar en pie y predicar. En un sentido, no queremos considerarlo de este modo y no queremos decir a la gente que, cuando oye nuestra voz está escuchando la voz de Cristo. Sin embargo, esto es lo que Pablo está diciendo aquí. Meditemos en las palabras de Jesús en Lucas 10:16: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió». En cierto sentido no queremos utilizar ese tipo de lenguaje. Sin embargo, es el que se usa en las Escrituras. Esta es la forma en la que los teólogos reformados y los predicadores entendieron lo que la Palabra de Dios decía. Esto fue lo que les impulsó a exaltar la predicción de la Palabra de Dios una vez más.
Veamos lo que dice su declaración en una de las primeras confesiones reformadas, la Segunda Confesión Helvética, sobre este punto: «Por tanto, cuando esta Palabra de Dios es predicada ahora en la iglesia, por predicadores legítimamente llamados, creemos que es la Palabra de Dios mismo la que se predica y los fieles la reciben. Ninguna otra Palabra de Dios debe fingirse ni esperarse del cielo; ahora, la propia Palabra es la que debe ser respetada, y no el ministro que la predique; aunque este sea malvado y pecador, la Palabra de Dios sigue siendo verdadera y buena».2
Podemos observar que aquí se dice que, cuando oímos a un predicador que tiene un llamamiento legítimo para predicar, y lo hace con toda fidelidad al significado del texto de la Palabra de Dios, sin desviarse del camino en lo que está diciendo, debe considerarse que sus palabras salen de la boca de Dios, igual que el texto de las Escrituras. En esto se refleja lo que Pablo declara: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?». Es la voz de Cristo que habla a través del predicador. Cuando se dice en la declaración confesional: «Ninguna otra Palabra de Dios debe fingirse» se está refiriendo a esto: no creamos una categoría diferente para explicar la predicación bíblica. En otras palabras, tenemos la Palabra de Dios y la palabra del hombre. No podemos decir que la predicación sea meramente la palabra del hombre, pero tampoco nos atrevemos a definirla como Palabra de Dios, de modo que tenemos que desarrollar algo intermedio. Pero en esta declaración vemos que dice: «No. No hay necesidad de desarrollar una categoría diferente. Hay que considerar que se trata de la Palabra de Dios». Esta es la razón por la cual volvieron a situar el púlpito en el lugar central y de ahí procede esta doctrina de la centralidad de la predicación.
Lucas 4:31-37. Nos relata la visita de Jesús a la sinagoga de Capernaúm en el Día de Reposo: «Y descendió a Capernaúm, ciudad de Galilea. Y les enseñaba en los días de reposo; y se admiraban de su enseñanza porque su mensaje era con autoridad. Y estaba en la sinagoga un hombre poseído por el espíritu de un demonio inmundo, y gritó a gran voz: Déjanos. ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús entonces lo reprendió, diciendo: ¡Cállate y sal de él! y después que el demonio lo derribó en medio de ellos, salió de él sin hacerle ningún daño. Y todos se quedaron asombrados, y discutían entre sí, diciendo: ¿Qué mensaje es éste? Porque con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos y salen. Y su fama se divulgaba por todos los lugares de la región circunvecina».
Aquí vemos el poder y la unicidad de la predicación de la Palabra de Dios. Alguien podría decir: «Sí, pero se trataba de Jesús. Es muy distinto». Y ciertamente era distinto, pero debemos verlo bajo la luz de la declaración de Jesús mencionada más arriba, del Evangelio de Lucas: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha». En el versículo 32 se proclama la unicidad y el poder de la Palabra de Dios: «y se admiraban de su enseñanza porque su mensaje era con autoridad». Esa era su forma de hablar. No era simplemente el modo en que leyó el pasaje de las Escrituras, sino la manera en la que predicó la Palabra de Dios.
En el versículo 36, aunque no estaba predicando en ese momento, se puede ver lo mismo en la forma en la que ordenó al demonio que saliese: «Y todos se quedaron asombrados, y discutían entre sí, diciendo: ¿Qué mensaje es éste? Porque con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos y salen». Aquí se insinúa un contraste entre Jesús y la enseñanza de los escribas. En este pasaje no lo dice claramente, pero en Marcos 1:22, donde se recoge el mismo incidente, dice que «se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas». Este hombre que gritó ese día en el templo (el demonio que estaba dentro de él gritó) –me recuerda a las palabras del pastor Martin cuando predicaba sobre Marcos 1, hace muchos años— «debió haberse sentido satisfecho, durante muchos años, con la perorata de los escribas». Ellos no predicaban la Palabra de Dios con autoridad; estaban inmersos en lo que Pablo denominó «palabrerías vanas y profanas» en las Epístolas Pastorales. Pablo afirma que estaban envueltos en debates sobre mitos y genealogías sin fin. Los comentarios dan fe de lo que hacían en realidad. Defendían cosas sin sentido que no se basaban en el texto de las Escrituras. Utilizaban los textos de las mismas para desviarse en cosas absurdas. Pero Jesús predicaba la Palabra de Dios. Él no era como los escribas.
En la semana de Pascua, cuando yo iba a enseñar sobre este pasaje, oí a alguien hablar en la radio. Esa persona divagaba sobre la postura del cuerpo a la hora de comer el matzá en la cena de Pascua y la importancia de que el cuerpo estuviera en la posición correcta. Hablaba de la bendición que se perdía si no se hacía como era debido. En el Antiguo Testamento no se encuentra nada de esto, pero es evidente que los rabinos no dejaron de debatir sobre ello. Por consiguiente, este hombre decía: «Si no se come en esta posición, se puede tener el matzá pero no el mitzvá». Y yo pensé: «¡A esto era a lo que Jesús se enfrentaba! Y esto es a lo que Pablo se refiere cuando habla de “palabrerías vanas y profanas”».
En Colosenses 2, Pablo se refiere a cosas «que carecen de valor alguno contra los apetitos de la carne». ¿Qué es lo que tiene valor contra los apetitos de la carne? La respuesta es: un hombre que se ponga en pie y hable directamente lo que dice la Palabra de Dios. No debemos infravalorar la importancia de predicar y de enseñar a nuestra gente la relevancia de ser una iglesia en la que se predique fielmente el evangelio. El comentarista Michael Wilcock dice lo siguiente acerca de este pasaje: «En algunos círculos está de moda quitarle importancia a la predicación en la iglesia». Como ya he dicho, a la gente le gustaría más denominarla charla y no predicación. En mi opinión eso no es más que la forma sutil en la que esto ocurre. Ya he mencionado anteriormente maneras peores. Y sigue diciendo: «Se afirma que el evangelio se transmite de un modo menos efectivo con lo que decimos que con lo que hacemos y lo que somos. Sin embargo, no hay manera de evitar la forma en que llega el mensaje de Dios a través de las palabras. Un hombre habla y otro escucha». No debemos menospreciar la locura de la predicación, como dice el apóstol. No debemos despreciar lo que la confesión denomina «el medio externo y ordinario de gracia».
En Hechos 20:32 Pablo dice a los ancianos de Éfeso: «Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados». Cuando los encomienda a la palabra de la gracia de Dios se está refiriendo a la Palabra leída, memorizada, en la que se medita y, sobre todo, aquella que se predica.
1 Corintios 1:17-21. Aquí tenemos las palabras del apóstol Pablo y, de nuevo, son bien conocidas por una buena razón: «Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y el entendimiento de los inteligentes desecharé. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen».
La palabra que aquí se usa es κήρυγμα (kērugma) y recalca el mensaje, pero utilizando una palabra para describirlo como el mensaje que se predica. Esto es lo que Dios utiliza para salvar a los pecadores, el mensaje que se predica y se proclama. Consideremos algunos comentarios sobre todo este tema de la predicación de la Palabra en contraste con las disertaciones de los filósofos de aquel tiempo en lugares como Corinto y Grecia. Esto es lo que dice un comentarista:
«Es imposible exagerar la maestría casi fanática del versado en retórica (u orador) de gran elocuencia que tenía en Grecia. Plutarco dice: “Hacían que sus voces sonaran dulces, con cadencias musicales, modulaciones de tono y resonancias repetidas”». No pensaban en lo que decían sino en la forma de hacerlo (todo eran formas y nada de sustancia). No importaba que su pensamiento fuera venenoso, mientras estuviese envuelto en palabras melosas. Filóstrato nos dice que Adriano, el sofista, tenía tal reputación que cuando su mensajero aparecía anunciando que iba a dar una conferencia, el senado se vaciaba e incluso las personas que estaban en los juegos los abandonaban para ir en manadas a escucharle.
Dion Crisóstomo describe a esos presuntos sabios y las competiciones que hacían en Corinto mismo y en los juegos ístmicos. Estas son sus palabras: «Es posible que oigáis las pobres miserias de muchos sofistas que se gritan e insultan unos a otros. Mientras tanto sus discípulos, como ellos los llaman, se pelean; muchos escritores de libros leen sus estúpidas composiciones; los poetas cantan sus poesías; los malabaristas demuestran sus maravillas; los adivinos interpretan los prodigios; diez mil oradores tergiversan los pleitos y un gran número de traidores sacan provecho». Los griegos estaban intoxicados de hermosas palabras y, para ellos, el predicador cristiano con su rotundo mensaje parecía un burdo personaje inculto del que reírse y al que ridiculizar en lugar de escucharle y respetarle.
Parecía como si el mensaje cristiano tuviera pocas posibilidades de éxito contra el trasfondo de la vida judía o griega. Sin embargo, como dice Pablo: «La necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres». Tenemos que convencernos de ello, porque no son los oradores hábiles los que pugnan con la predicación de la Palabra de Dios por la atención sino todas y cada una de las demás cosas que existen bajo el sol. Debemos recordar que hay un poder característico en la Palabra de Dios predicada y que esta tiene un lugar especial en sus propósitos salvíficos.
1 Corintios 2:1-5. Este es un texto que suelo leer casi todos los domingos por la mañana y es parte de mi oración antes de salir a predicar. Si no me toca predicar ese domingo en concreto, es la oración que hago por cualquiera que tenga que hacerlo en nuestra iglesia y en todas las que están alrededor del mundo. Pablo dice: «Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría». En otras palabras, lo que les está diciendo es que él no es como los oradores que ellos estaban acostumbrados a escuchar. Esta es la diferencia: «Pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado». Con esto no quiero decir que todos los sermones tengan que ser lo que se conoce como «sermón del evangelio». El sermón ha de ser cristocéntrico porque se centra en el evangelio de Cristo, en su mensaje y en su Palabra. Tiene que ser bíblico, pero no tiene por qué tratar sobre la expiación o directamente sobre la cruz, y ser un mensaje principalmente evangelístico. Y es que cuando Pablo trataba los distintos problemas y errores de Corinto, no conocía más que a Cristo y a Él crucificado. Pero sigue diciendo: «Y estuve entre vosotros con debilidad, y con temor y mucho temblor. Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría [como las de vuestros oradores], sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».
Es posible que no tengamos las mejores habilidades para la oratoria y que no seamos predicadores de talento. Sin embargo, podemos ser hombres de Dios, llamados a través de la iglesia de Cristo según los requisitos establecidos en las Escrituras para serlo. ¿No es increíble? Podemos no ser oradores hábiles, ¿pero creemos que cuando predicamos, como dice este hombre, «un mensaje rotundo» y somos «un personaje burdo y sin cultura» se trata de una manifestación del Espíritu y de poder? Deberíamos creerlo y clamar a Dios para que sea Él quien tome posesión de nuestra predicación y que esta sea exactamente así para el pueblo de Dios, para que su fe no esté en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios.
Cuando yo estaba en Minneapolis había un tipo en una iglesia en la parte alta del Medio Oeste, a unas horas de viaje hacia el sur de donde yo me encontraba. Se sentía tan desanimado porque predicaba y no veía conversiones. Año tras año veía a la misma gente, con los mismos pecados. Quería abandonar el ministerio. Finalmente, su desencanto fue tal que dejó aquel lugar. Yo solía decirle: «Tienes que recordar que si estás predicando la verdad y la gente está escuchando con fe —aunque sea como un grano de mostaza— lo estás haciendo bien y estás llevando a cabo los propósitos salvíficos de Dios, y estás predicando las doctrinas que ellos pueden haber estado oyendo durante años. Sin embargo, cuando lo vuelves a repetir y ellos lo agarran por fe, es posible que no veas los cambios radicales que querrías ver o no los verás inmediatamente. Sin embargo, a lo largo del tiempo se está haciendo un bien». Esto es algo que debemos creer y tenemos que dar a la predicación su lugar correcto e importante.
Otro texto es el que citamos al principio, 2 Timoteo 4:1-4: «Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos».
Me gustaría decir unas cuantas cosas de este texto. Recordemos el encargo que Pablo da. Volvamos a ver sus palabras de introducción. Dice: «Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús». En otras palabras: «Tómate esto en serio y piensa en las palabras solemnes que estoy diciendo al darte el encargo de predicar. Recuerda que te lo estoy diciendo delante de Dios y de Jesucristo, quien ha de juzgar a los vivos y a los muertos». Y continúa: «Lo que estoy a punto de decirte es de suma importancia». Y, a continuación: «¡Predica la palabra!». Esta es su exhortación. Este es su mandamiento. Luego habla de las tentaciones reales y fuertes a las que nos vamos a enfrentar en nuestros ministerios. La gente quiere decir que la adoración se limita a la música; que esto es lo que la gente quiere principalmente; que es lo que atrae a la gente. Como ya he dicho, existe una tendencia a la liturgia y a hacer más de las demás cosas y menos predicación. Hay gente que tiene comezón de oídos. Quieren que digamos cosas distintas a las que estamos diciendo, cosas más suaves. Quizás algunas de las personas que nos visitan vendrían más de una vez si no habláramos de una forma tan rotunda, si no fuésemos tan duros y tan extremistas, o si los sermones no fueran tan largos, y quizás alguno de nosotros en verdad debería de acortar sus sermones, pero debemos predicar la palabra.
Hechos 20:6-11. Este texto pertenece al tiempo en el que Pablo se encuentra en Troas, en su camino de regreso a Jerusalén al final de su tercer viaje misionero. Es un texto tan interesante porque expresa que el propósito de reunirse era partir el pan, celebrar la Cena del Señor. De modo que se trataba de lo que nosotros llamaríamos un culto de Santa Cena. Podríamos sentir la tentación de pensar que esto significa que cumpliremos principalmente con la observancia de la Cena del Señor y, por tanto, acortaremos el sermón. Aquel fue el sermón más largo que se recoge en la Biblia, ¿no es así? Era un culto de Santa Cena.
Ahora, quiero advertir una cosa antes de acabar: creer, aferrarse e intentar practicar la centralidad de la predicación no significa que la convirtamos en la totalidad de la adoración. No representa toda la adoración. Es primordial y central, pero no queremos que ocurra en nuestras iglesias lo que sucedió en la historia de la iglesia cristiana algunas veces y en algunos lugares. Nick Needham, predicador bautista reformado de Escocia, dice así en su libro titulado Alabad a Dios. Habla del siglo XIX, de un tiempo en el que en algunos círculos contestatarios la única razón por la cual la gente iba a los cultos de adoración era escuchar la predicación. Por ello, llegaban tarde porque despreciaban lo que ocurría antes del sermón. Consideraban que se trataba de un mero preludio a la predicación. Cita las palabras de alguien que dice que la gente trataba el principio del sermón «como si fuera el comienzo de todo», es decir cuando el predicador se ponía en pie y se disponía a predicar. Estas eran sus palabras: «Aquí vemos que el modelo de adoración es la experiencia de la predicación y esto causa los peores estragos en la vida evangélica. La congregación se ha convertido en una audiencia, el ministro es un orador, y el resto del culto se puede ignorar sin problemas y hasta tratar con un desprecio despreocupado».
No se debe exaltar la predicación por encima de todo lo demás que hacemos como si el resto no fuera adoración a Dios y no fuera tan importante. Este hombre sigue diciendo: «La liturgia, los credos, las lecturas de las Escrituras, la confesión, la oración de intercesión, los salmos e himnos, las eucaristías, todo se ha dejado de lado o se ha desprovisto del compromiso existencial. Lo único que importa realmente es sentirse elevado por el sermón». A continuación hace la siguiente observación: «Cuando esto ocurre, la subjetividad ha ganado su primera victoria».
Exhortaciones finales
Es un buen recordatorio, una buena advertencia. Concluiré con estas breves exhortaciones. A la luz de lo que dice la Palabra de Dios sobre la importancia de la predicación de la Palabra, que Dios nos capacite para que le demos el lugar principal y central que Él le ha asignado a la predicación. Que Él nos de la capacidad de permanecer constantes independientemente de la corriente popular, de la cantidad de nuestra gente que pida un cambio, de la urgencia o del tono en que lo haga. Ojalá que Dios nos capacite para clamar con fervor pidiendo su bendición sobre su medio designado. Tenemos que pedir a gritos y con urgencia que Dios bendiga la predicación de la Palabra. ¡Que Dios mismo derrame una gran bendición en forma de personas que tengan hambre y sed de la Palabra, y que tengan urgencia por escuchar la Palabra de Dios!
Notas:
1. Afirmaciones y negaciones. Artículo IV. Duncan III, J. Ligon, Mark E. Dever, C.J. Mahaney, and R. Albert Mohler, Jr. Toghether for the Gospel. Abril 2006 .
2. Confesión Helvética Segunda – Capítulo 1 – Párrafo 4
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