Santificado sea tu nombre
Vosotros, pues, orad de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9).
Todo cristiano que anhele orar debidamente reconocerá que las palabras: “Santificado sea tu nombre”, son la primera petición de la oración que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos. El que agrada al Señor en sus oraciones tiene que prestar atención a sus instrucciones. Hay que orar, y hay que hacerlo “así”, porque Él dijo: “Vosotros, pues, oraréis así…” (Mateo 6: 9). No es opcional. No es según tu gusto. O tú oras y lo haces así o tu oración no será conforme a la voluntad de Dios, no es de fe, porque no estás obedeciendo en ella al Señor.
“Santificado sea tu nombre” es la primera petición, porque no hay nada más importante en el universo que el nombre del Padre celestial. En tu vida no existe una necesidad tan importante como esta. Ni tu propia salvación se puede comparar con la glorificación del nombre de Dios. Todas las Escrituras nos enseñan que las obras divinas han sido hechas por amor del nombre del Señor. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).
Dios es muy celoso de su nombre. No dará su gloria a ningún otro. Esto se ve claramente en la ley dada a Israel. En el primer mandamiento, el Señor prohíbe que sea otro quien reciba adoración. En el segundo mandamiento no permite que se haga una semejanza de Él ni de cualquier cosa, para usarla en la adoración. El tercer mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”. Así, vemos que la petición: “Santificado sea tu nombre”, expresa la voluntad de Dios y el deseo de todo aquel que ama al Señor.
Ahora bien, todo cristiano tiene que orar así, y debe hacerlo sinceramente, no como los hipócritas. Dios aborrece las palabras vanas, los ritos vacíos y cualquier cosa que no salga del corazón. No vale decir: “Santificado sea tu nombre” si ese nombre no te importa, si no es el amor más grande y el interés principal de tu vida. Nadie puede engañar o lisonjear a Dios. Él sabe si quieres que su nombre sea santificado sobre todo, o si no son más que meras palabras que repites esperando que esa forma de piedad le satisfaga. Muchos rezan en vano: “Santificado sea tu nombre”, porque no aman a Dios ni buscan su honra.
Teniendo todo esto en consideración, ¿cómo podemos evitar la conclusión de que existen prácticas comunes que muestran una falta de reverencia hacia el nombre divino, y que son como tomarlo en vano? Nadie que ore de todo corazón para que el nombre del Señor sea santificado debe usar su nombre como algo común,ni hablar de Él de forma común, con negligencia y/o descuido. Sin embargo, lo vemos entre muchos que dicen amar al Señor.
Se nota una falta de reverencia hacia Él, una tremenda discordancia entre la oración y la práctica, por el uso innecesario de expresiones y exclamaciones como: “¡Dios mío!” y “¡Ay Señor!”. Quizás para una mente influenciada por el catolicismo romano, estas exclamaciones sean consideradas como una señal de gran religiosidad, pero esto no es más que una superstición. El uso frecuente de las expresiones: ” ¡Oh Dios!”, “¡Ay Dios mío!”, y otras parecidas no fomenta el favor divino ni indica que la persona tema al Señor, sino más bien que es un supersticioso que impone sus propias opiniones sobre las Sagradas Escrituras que prohíben tomar el nombre de Dios en vano y enseñan a cada hijo de Adán a buscar la honra del Señor.
Si algo te hiere, te enoja o te emociona de otras maneras y sales con un: “¡Ay Dios!”, ¿estás pensando en la gloria del Señor, o estás siguiendo una costumbre natural que no tiene autorización divina? ¿Has pensado que hay quien se escandaliza por esto? ¿Has considerado que no hay diferencia entre tu forma de hablar y el de muchos religiosos que no se acostumbran obedecer a Dios en casi nada?
Parece que muchos usan expresiones como estas sin darse cuenta. Hablan casi sin pensar. Sin embargo, la Biblia dice: “En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10: 19). Dijo el Señor: “Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36).
Asimismo, el uso indebido de la frase: “Dios te bendiga”, no muestra la santificación de su nombre. Es costumbre en muchos lugares saludar a un hermano o despedirse de él con un “Dios te bendiga”. Suena piadosa, pero se puede convertir en una expresión vana, una mera salutación, una despedida ritual, hasta trivial, y así el nombre del Señor se ha convertido en algo común.
Sería imposible estudiar por ahora el tema de la bendición en la Biblia, pero bendecir a otro, o pedir que sea bendito, es algo solemne que no se hace con cualquier persona ni en cualquier momento. He oído cómo algunos que profesan seguir a Jesucristo, decían a un impío, “Dios te bendiga”. ¿Hay una diferencia entre esto y lo que dice Juan: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Juan 10,11)?
Tampoco hemos mencionado el asunto de los chistes que incluyen el nombre de Dios, pero es triste oír cómo se pronuncia para entretener a otros. En tales casos, ¿existe en realidad una manifestación del deseo encerrado en la petición: “Santificado sea tu nombre”?
Quisiera que cada lector cuidara bien su forma de hablar y, especialmente, el uso que hace del nombre del Señor. Si oramos así: “Santificado sea tu nombre”, mostremos en nuestra conducta y nuestra forma de hablar que este es el anhelo y la meta primordial de nuestra vida.
Derechos reservados. Esperamos que esta lectura le sea de edificación. Si desea compartir este artículo o recurso en el Internet, le animamos a hacerlo por medio de un enlace a nuestro sitio web. Si lo usa de esta manera, por favor escriba a nuestra dirección electrónica: admin@ibrnb.com.
Para leer otros artículos, haga clic.