Reverencia en la adoración
Basaremos esta reflexión en el capítulo 12 del libro de los Hebreos, versículos 28 y 29.
El Apóstol escribe: «Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia, porque nuestro Dios es fuego consumidor».
Aquí, el texto está diciendo que nuestra adoración debe ir marcada por la reverencia, o temor piadoso, y por el sobrecogimiento. Vivimos en una época en la que la adoración cristiana no suele conllevar estas características. En realidad, podríamos decir que la corriente discurre precisamente en la dirección opuesta. Este es un tiempo en el que la gente habla de guerras de adoración y, en esas supuestas luchas (y con este término quiero decir que existe un gran debate e incluso amplias discusiones sobre la forma en la que deberíamos adorar a Dios), parecería que incluso en medio de tanta argumentación se está llegando a perder de vista este punto tan crucial.
Además, aparte de decirnos que deberíamos adorar a Dios con reverencia y sobrecogimiento, o temor piadoso, otra de las cosas que este texto declara es que existe una conexión entre lo que creemos acerca de Dios y la forma que tenemos de adorar.
En otras palabras podemos decir que aquello que creemos nos informará —o al menos debería hacerlo— sobre la forma que tenemos de adorar y debería gobernar nuestro modo de adorar a Dios. Por así decirlo, debería determinar nuestra forma de adoración. Nos dice que debemos hacerlo con reverencia y temor piadoso, porque nuestro Dios es fuego consumidor.
Si nosotros entendemos correctamente lo que Dios es, esto nos ayudará a saber cómo deberíamos adorarle. Pero no es tan sencillo. Algunos pastores han comentado que en el seno de sus congregaciones hay personas que aman las cosas que ellos enseñan acerca de Dios, pero que no ven la conexión que hay entre esto y la necesidad de adorar a Dios de una forma concreta, con reverencia y sobrecogimiento. Suelen decir: «Me gusta lo que usted está diciendo sobre Dios, pero me siguen agradando los elementos más populares de la adoración». De modo que, desde mi punto de vista, si queremos que la gente adore a Dios correctamente y si nosotros mismos queremos conocer cuál es ese modo adecuado, no debemos limitarnos a instruir sobre los atributos de Dios, sino que es necesario que enseñemos lo que las Escrituras dicen sobre la forma en la que debemos adorarle.
El objetivo de esta reflexión no se limita a recodar al lector quién es el Dios al que servimos, sino a exhortarle declarando que Él es fuego consumidor y, por tanto, es preciso recordar que es santo, todopoderoso, soberano, justo y formidable. Por consiguiente, se le debe adorar con reverencia y sobrecogimiento. Que Dios nos ayude a hacerlo así.
Me gustaría tratar el tema de la reverencia en la adoración y lo voy a hacer mediante la presentación de tres corrientes o problemas actuales. Quisiera instarles a que eviten tres cosas concretas que supongo que la mayoría de ustedes ya procuran eludir por una buena razón. De todos modos, me gustaría animarles a pensar en ellas y a que sigan adelante en su fidelidad.
Empezaremos, pues, con tres problemas presentes en nuestros días. Comenzaré tratando aquellos problemas que hablan de las cosas que se deben evitar y lo hago así por la apremiante necesidad que tenemos hoy día de detectar y eludir los errores. Así que, al pensar en este tema de la reverencia en la adoración, el primer problema actual es el siguiente: en nuestro tiempo y en este siglo, la iglesia que profesa ser de Cristo hace un gran hincapié en el gozo de la adoración y en tener una experiencia edificante durante la misma. El gozo es, ciertamente, una característica importante y deseable en la adoración a Dios y, de hecho, se podría decir lo mismo de tener una experiencia edificante en ella. Queremos que nuestra gente sea edificada, y esto significa que se desarrolle, porque existe un sentido en el cual esto es una idea escrituraria. Sin embargo, a veces se hace un hincapié exagerado en estas cosas.
Mi propósito es aclarar que sentir gozo y tener una experiencia edificante no es la esencia de la adoración. No conforman lo que se podría definir como características sine qua non de la adoración, es decir, algo sin lo que es imposible que exista una adoración verdadera. Esta es la forma en la que se presentan estas cosas, la manera en la que se habla de ellas en nuestros días. En realidad, cuando pensamos en la adoración hoy día, y entramos en conversaciones sobre el tema con otras personas, existe casi una presuposición de que si va a haber una adoración verdadera, esta tiene que caracterizarse de forma especial por el gozo. No creo que sea esto lo que las Escrituras enseñan.
Una de las razones por las que digo esto es la siguiente: la palabra griega que se usa principalmente en la Biblia para referirse a la adoración es proskuneo y, la mayoría de las veces, traducimos esta palabra sencillamente por adoración. Pero existe otra forma de traducirla legítimamente, es muy literal, y esta es: caer. También podría traducirse por inclinarse mucho o caer a los pies de alguien, y es la interpretación literal de esta palabra cuando se utiliza en el caso de la adoración.
Si escuchamos a algunas personas discutir sobre el tema de la adoración en nuestros días, no pensaríamos que éste fuese el caso. Uno tendería a pensar que la palabra del Nuevo Testamento para adoración significaría más bien cantar, pasar un buen tiempo, o sentirse emocionalmente conmovido, pero eso no es el significado de la palabra. Lo que significa realmente es caer, inclinarse mucho.
Así que, esta es una de las razones por las que cuando pensamos en la esencia de la adoración no debemos limitarnos a pensar en sentirnos contentos o en tener una experiencia edificante.
Otra de las razones por las que digo esto es por algunas de las imágenes bíblicas de la adoración en el Cielo. Sin embargo, debemos puntualizar que la adoración que se lleva a cabo en el Cielo es pura y sin pecado. Podríamos decir que esa es la adoración ideal y si tuviéramos que citar algunos de los pasajes en los que vemos esas imágenes, sabríamos de inmediato a cuáles recurrir. Veamos, por ejemplo, Isaías 6:1-4. Se trata del conocido relato de la visión que tuvo Isaías. Comienza haciendo una referencia al momento exacto en el tiempo: «En el año de la muerte del rey Uzías —y ahora nos cuenta su visión—, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines —seres angelicales—; cada uno tenía seis alas —sigue diciendo—: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo».
Al tratarse de seres perfectamente santos, estar en la presencia de Dios es para ellos una experiencia indudablemente edificante. Sin lugar a duda, encontrarse ante el Dios santo es para ellos algo digno de gozo. Son seres santos, así que aman aquello que Dios ama. Aman a Dios mismo. Se deleitan por estar en su presencia, pero vemos que en lo que ellos se centran realmente es en la santidad de Dios. Aunque ellos mismos son seres sin pecado, ese Dios es alguien que está muy por encima de ellos. Es el Creador; ellos no son más que meras criaturas y existe un sentido en el que, aun no teniendo pecado (ellos no tienen el problema que nosotros tenemos cuando venimos a la presencia de Dios y que es el mayor de los problemas), siguen siendo criaturas y, por tanto, Dios es totalmente distinto a ellos y tan superior que la respuesta de ellos es cubrirse el rostro a causa de la gloria de Dios, y taparse los pies como indicando en cierto modo algún tipo de vergüenza por encontrarse ante la presencia del Dios vivo. Este es, pues, mi punto de vista sobre esta imagen bíblica de la adoración. Este hincapié está completamente en armonía con lo que tenemos al final del capítulo doce de Hebreos: adorar con reverencia, temor y sobrecogimiento. No es el énfasis que se da en nuestros días en lo que concierne lo que debería de ser la adoración.
Otra imagen es la que nos da el libro de Apocalipsis en su capítulo 4 y versículos 8 al 11. Aquí vemos otra imagen de la adoración en el Cielo. Es una de las escenas que el apóstol Juan pudo contemplar cuando Dios le permitió ver algunas de las cosas que ocurrían en el Cielo. Comenzando por el versículo ocho, leemos: «Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir». Una vez más se centran en la santidad, en el poder y en la omnipotencia del Señor Dios todopoderoso y, luego, en su eternidad, su inmensidad, su grandeza, su infinidad: «El que era, y es, y ha de venir». Y a continuación dice: «Y cada vez que los seres vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas».
De nuevo, lo que vemos es lo siguiente: la noción, la imagen de obediencia y lo que podríamos llamar reverencia, humildad, veneración y sobrecogimiento. ¿Qué hacen los veinticuatro ancianos mientras están delante del trono? Según se nos dice, se postran ante Él y le adoran. Esto no significa en modo alguno que los momentos de adoración en el Cielo no pudieran caracterizarse por levantar el rostro, alzar las manos, cantar con gozo y dar gracias a Dios. Sin duda todas estas cosas representan la adoración en el Cielo, pero el tema es sencillamente éste: cuando se nos dan breves imágenes de la adoración a Dios en el Cielo, lo que se enfatiza por parte de los ángeles o por los veinticuatro ancianos redimidos que se inclinan y adoran a Dios es exactamente eso: que se inclinan y adoran con reverencia y sobrecogimiento. Lo que yo quiero recalcar es, sencillamente, esto: en el centro de lo que es la verdadera adoración de Dios se encuentra este tema de la reverencia y el sobrecogimiento.
Lo tercero que me gustaría decir, en cuanto al peligro de enfatizar en exceso el gozo y el tener una experiencia edificante es lo siguiente: el hincapié que se hace hoy día en el gozo de la adoración suele existir a expensas de la reverencia. Y cuando digo «a expensas de la reverencia» estoy escogiendo mis palabras a propósito. Esto ocurre con frecuencia, diría que demasiado a menudo.
No estoy diciendo que todo aquel que hable de gozo en la adoración esté haciendo necesariamente un énfasis incorrecto. Deberíamos sentirnos gozosos en la casa de Dios, pero el problema es que en muchos lugares, el resultado de un énfasis extralimitado llega a ser un ambiente de fiesta en la casa de Dios.
Mi esposa fue educada en un trasfondo bautista fundamentalista. Recuerdo que hace muchos años —y me estoy refiriendo a hace unos treinta años—cuando ella no conocía la doctrina reformada en absoluto, que fuimos por primera vez a una iglesia bautista reformada al oeste de Michigan. A ella no le gustó, le desagradó la atmósfera de reverencia y no quería volver a aquella iglesia. En aquel tiempo todavía no era mi esposa. La historia de cómo acabó siendo mi esposa después de aquel fatídico día es interesante. El caso es que se aguantó y, después de varios meses de adorar en aquella iglesia que en un principio le había parecido demasiado aburrida, convencional y silenciosa, cuando visitó de nuevo la iglesia fundamentalista me comentó: «Dave, no me gustó». Le pregunté el por qué y me contestó: «Era demasiado frívolo. No era serio. Era como si las personas no se dieran cuenta de que estaban en la presencia de Dios».
Lo que os cuento pasó hace treinta años. He vuelto allí con ella y también hemos visitado otras iglesias. En ellas hemos podido ver a personas que entran con su café en la mano, hablando en voz alta con personas que se encuentran al otro extremo del auditorio, saludando a unos y a otros, y todo esto en los dos minutos que se tarda en cantar el primer himno. Ese es el tipo de ambiente que se suele dar, de alguna manera, incluso en la mayoría de las iglesias conservadoras. Muchos piensan que, si sientes reverencia no puedes tener gozo, pero es necesario recordarles y enseñarles que la reverencia no es lo contrario del gozo. ¿Qué es lo opuesto al gozo? Desde luego no es la reverencia; es la congoja y la Palabra de Dios no nos enseña que debamos adorar a Dios con tristeza, aunque incluso esto pueda ser una emoción legítima en la adoración de Dios. Pero lo que quiero resaltar aquí es que la reverencia no es lo opuesto al gozo. Por eso, cuando la gente establece la distinción de que debemos sentir gozo o reverencia, esto no es correcto. No se trata de lo uno o lo otro. Esto no es lo que enseña la Palabra de Dios y nosotros debemos decir y enseñar a nuestra gente que la adoración sin gozo es algo que tiene que ser remediado. Me explico: espero que no se sientan ustedes satisfechos si ven a un hombre de pie, con su himnario a medio levantar y, como mucho, murmurando uno de los hermosos himnos que cantamos sobre la gloria y la gracia de Dios, y sobre Jesucristo. Esto no es una adoración aceptable. Esta es la adoración que caracteriza a los no creyentes, a aquellas personas que no tienen nada por lo que regocijarse, nada por lo que gloriarse, y la forma de remediarlo no es sustituirla por otro tipo de adoración que caracteriza también a los no creyentes y que es la adoración irreverente.
La Biblia hace mucho hincapié en ello y lo deja muy claro. La adoración debe estar marcada por el gozo. Podríamos buscar en la concordancia palabras como gozo, júbilo, gritar, música y todas esas cosas, pero me gustaría considerar unos breves ejemplos de los Salmos. El Salmo 66:1-2 dice así: «Aclamad con júbilo a Dios, toda la tierra; cantad la gloria de su nombre; haced gloriosa su alabanza». Y el Salmo 81:1 dice: «Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; aclamad con júbilo al Dios de Jacob». En el Salmo 95:1-2 leemos: «Venid, cantemos con gozo al Señor, aclamemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Vengamos ante su presencia con acción de gracias; aclamémosle con salmos». Y luego, el Salmo 100:1-2 declara: «Aclamad con júbilo al Señor, toda la tierra. Servid al Señor con alegría; venid ante él con cánticos de júbilo».
Un colega pastor conocido aquí en los Estados Unidos, exponía en su libro titulado Feelings and Faith [Sentimientos y fe] que nuestra adoración debería caracterizarse por el gozo. Hablaba de las emociones en la adoración y decía que cuando pensamos en nuestra forma de cantar, la emoción primordial que deberíamos tener en cuenta y que ciertamente entra en nuestra perspectiva es el gozo. En una ocasión en que yo dirigía una clase, alguien formuló una pregunta. Dijo que él cuestionaba aquello y yo creo que fue porque sintió aquel mismo punto que yo estoy desarrollando aquí. Su pregunta fue: «¿Existe el peligro de enfatizar en exceso el gozo? ¿Sería exagerado decir que ésta debe ser la emoción principal asociada al hecho de cantar?». Yo respondí: «No. Yo estoy de acuerdo con esa afirmación» y aproveché parte del tiempo de la clase siguiente para leer toda una lista de salmos en los que se establece una relación entre gozo y cantar. Se considera que cantar es un grito de júbilo.
Yo expliqué aquel punto, pero lo que quiero exponer aquí no es que debamos ignorar por completo el gozo. Mi punto es este: no podemos referirnos al gozo del mismo modo que a la reverencia y decir que es la esencia de la adoración. No lo es.
La reverencia se encuentra en el corazón mismo de lo que es la adoración. Lo vemos en unos cuantos pasajes como Jueces 20:23. Se trata de un incidente que ocurre con la violación y el asesinato de la concubina de un levita y, a continuación, vemos a Israel preparando líneas de combate contra los hijos de Benjamín. Se relata el primer día de batalla en el que los israelitas fueron derrotados por los benjamitas, etc. Pero vemos que, justo en medio de esto, después del primer día de batalla, leemos lo siguiente: «Y subieron los hijos de Israel y lloraron delante del Señor hasta la noche, y consultaron al Señor, diciendo. ¿Nos acercaremos otra vez para combatir contra los hijos de mi hermano Benjamín? Y el Señor dijo: Subid contra él».
Ahora bien, después de ese primer día de batalla en el que murieron 22 000 hombres, no habría sido adecuado venir delante del Señor con alegría, agradecimiento y gritos de júbilo. Ellos vinieron delante del Señor. Lloraron y oraron derramando su corazón ante Él y se nos dice que cuando lo hicieron, subieron y lloraron delante de Él hasta la noche.
Mi punto es sencillamente este: nadie contemplaría esta situación diciendo que no se trataba de un acto de adoración fundamentalmente porque no había gozo. Sin embargo, sí podríamos decir que si su actividad delante de Dios no hubiese estado marcada por la reverencia, no habría sido un acto adecuado de adoración. ¿Queda esto bien claro? No pretendo hablar negativamente acerca del gozo en la adoración, sino sencillamente que la esencia de ésta no es el gozo como muchas personas parecen creer en nuestros días. La esencia de la adoración es la reverencia delante de Dios. Otro ejemplo que expone este mismo concepto se encuentra en Joel 2:12-17. Se trata de uno de esos puntos que, si tan sólo tuviésemos nuestras Biblias y tuviéramos que debatir sobre este punto, probablemente sería innecesario. Por así decirlo es algo elemental, pero en nuestros días es algo en lo que se debe hacer hincapié. Asimismo, yo diría incluso esto: aunque sepamos estas cosas, la presión que tenemos de continuo sobre nosotros hace que sea necesario que recordemos estas cosas y nos afirmemos sobre ellas.
Joel 2:12: «Aun ahora —declara el Señor— volved a mí de todo corazón». Veamos en qué contexto se dice esto. Está hablando de la plaga de langostas, el juicio de Dios que ella representa. «Volved a mí de todo corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos; volved ahora al Señor vuestro Dios, porque Él es compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en misericordia, y se arrepiente de infligir el mal. ¿Quién sabe si volverá y se apiadará, y dejará tras sí bendición, es decir, ofrenda de cereal y libación para el Señor vuestro Dios? Tocad trompeta en Sion, promulgad ayuno, convocad asamblea, reunid al pueblo, santificad la asamblea, congregad a los ancianos, reunid a los pequeños y a los niños de pecho. Salga el novio de su aposento y la novia de su alcoba. Entre el pórtico y el altar, lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: perdona, oh Señor, a tu pueblo, y no entregues tu heredad al oprobio, a la burla entre las naciones. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: “¿Dónde está su Dios”?».
Por supuesto, la cuestión es la siguiente: Dios dice que esto va a ser una asamblea sagrada a la que Él mismo está llamando, pero dice que estará marcada por el llanto y el lamento. Su pueblo debe rendir su corazón, caer delante de Él, clamando y pidiendo misericordia. Ésta es la adoración que Dios ordenó. Vemos que el gozo no sólo no es la nota dominante de la misma, sino que es una nota que está completamente ausente.
De nuevo me gustaría señalar que si expongo este punto es para decir que la ausencia de gozo no significa que no sea adoración. Por el contrario, si no estuviera marcada por la reverencia, entonces sí sería una adoración que no honra a Dios.
Otro de los textos se encuentra en el Nuevo Testamento y es Santiago 4:7-10. Se trata de circunstancias inusuales, pero me sirven para exponer sencillamente que la reverencia es la esencia de la adoración. Quiero dedicar algo de tiempo a esta situación porque no se está en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo.
Hay mucha gente hoy día que se empeñan en decirnos que las cosas son distintas en el Nuevo Testamento, pero en este texto leemos lo siguiente: «Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza. Humillaos en la presencia del Señor y Él os exaltará».
Evidentemente, había gente que tenía la misma forma incorrecta de pensar que existe en nuestros días. Cualesquiera que sean nuestras circunstancias, sin importar que seamos grandes pecadores, cuando vamos a la casa de Dios queremos simplemente reír y regocijarnos. Santiago dice que a causa de nuestras circunstancias, a causa de nuestros pecados que claman pidiendo arrepentimiento, quiere que detengamos nuestra risa y que empecemos a lamentarnos. Quiere que nuestro ánimo principal no sea de gozo sino de aflicción. Dice que es necesario que lamentemos, nos aflijamos y lloremos y que esa será la adoración adecuada y correcta a Dios.
¿Queda claro este punto? Puede existir una adoración verdadera que honre a Dios aunque no esté marcada por el gozo. Sin embargo, no puede haber una adoración verdadera que honre a Dios si no está marcada de forma particular por la reverencia. Nuestro gozo, y con esto me refiero al gozo en la adoración, siempre debe ir gobernado por la reverencia y la dignidad.
Veamos lo que dice el Salmo 2:11. Se trata de un buen texto que tipifica este punto. No trata directamente del tema de la adoración. El contexto del salmo habla de los gobernantes de la tierra y de cómo deberían pensar acerca de Dios y de su rebelión en contra de Dios. Dice que deberían detenerse y arrepentirse de sus pecados y, en el versículo 11, les dice a ellos y también al pueblo de Dios: «Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor».
Incluso nuestro regocijo debería estar marcado y atenuado por el temblor. Debe haber dignidad.
Veamos qué nos dice Payson sobre esto: «Con qué profunda admiración debemos entrar en la presencia de la extraordinaria Majestad del Cielo y de la tierra y recibir sus favores». En otras palabras, lo que está diciendo es que cuando pensamos en la identidad de Dios y en su terrible majestad, eso debería instruirnos en cuanto a la forma de entrar en su presencia, y sigue diciendo: «Y cómo deberíamos sentir temor por causar dolor u ofender a una bondad tan grande, tan gloriosa y tan digna de veneración». De modo que, al pensar en la reverencia de la adoración, esto es lo primero: debemos evitar enfatizar en exceso el gozo y el tener una experiencia edificante.
La segunda cosa es similar, pero se trata de algo que debemos mencionar por separado. Ya he hecho alusión a ello, y es este otro problema: el ambiente informal en la adoración.
Hay un hombre que escribe en la revista Christian Century Magazine. Esta es una publicación liberal por lo general, pero él estaba describiendo el tono de la adoración contemporánea y lo hacía de la forma siguiente: «Es informal, cómodo, conversador, animado, divertido, agradable y, en algunos momentos, incluso acogedor».
Y yo debo decir que me siento agradecido por no haber visto esto con mucha frecuencia, porque suelo ir y adorar en una iglesia que yo pastoreo y doy gracias porque esto no es lo que caracteriza la adoración. Sin embargo, cuando visito de vez en cuando alguna iglesia mientras estoy de vacaciones, con algún miembro de la familia, acabo encontrándome en una situación similar a la que él describe y sus observaciones no son nada imprecisas. No exagera. Lo describe con toda precisión. La adoración contemporánea es informal, cómoda, conversadora, animada, divertida, etc. Lo triste es que eso exige un esfuerzo. No es algo que ocurra por sí solo. En realidad requiere un empeño por nuestra parte, para asegurarnos de que la gente que entre —cualquiera que venga— se sienta a gusto.
Recuerdo cuando yo pastoreaba en las Ciudades Gemelas, al principio del tiempo que pasé allí (y aquí me estoy remontando a más de veinte años atrás) que, en una ocasión, vino una persona que me entregó una parte de la sección informativa de noticias religiosa del periódico local y debo pensar que el tipo que escribió aquello, el editor del apartado religioso, ni siquiera debía ser cristiano. Hacía un comentario sobre un libro y sobre la forma en que se adora en las iglesias. Con respecto a aquel libro en concreto, decía que estaba de acuerdo con toda la idea central y explicaba que la preocupación del autor era recalcar que la iglesia debería ser el único lugar al que la gente pudiera ir sin que su cascarón emocional se viera resquebrajado.
El tipo que escribió aquel libro pensaba que la iglesia es y debe ser un entorno agradable y cómodo para todo aquel que acuda a ella y, por tanto, se promueve ese ambiente informal. Esto forma parte de lo que la gente busca y lo que yo quiero expresar es sencillamente que cuando en la adoración existe alboroto, cuando la gente camina con su café en la mano y se saludan con la mano unos a otros de un extremo al otro del auditorio, mientras conversan, cuando uno entra allí diría que se encuentra en una convención política o algo por el estilo. Uno se cree que está en una fiesta.
Cuando yo me veo en una situación como esta, no siento la necesidad de hacer un rápido estudio bíblico para intentar saber si esto es bueno o no. Lo que me apetece es hacer sonar mi silbato como si fuera un árbitro y decir: ¡Basta ya! Obviamente no puedo hacer esto, pero lo que quiero decir es que algo no va bien en esa situación cuando lo comparamos con lo que la Biblia nos enseña acerca de Dios y de la forma en que se le debería adorar.
Nuestros padres reformados consideraban que la adoración constaba de dos componentes o partes principales. Una es que hablamos con Dios, y lo hacemos cuando cantamos, cuando oramos. La otra parte es que Dios nos habla a nosotros y esto lo hace mediante la lectura y la predicación de la Palabra de Dios. Es exactamente lo que dice el principio del texto de Santiago 4:8: «Acercaos a Dios —esto es lo que nosotros hacemos— y él se acercará a vosotros». Estas son las dos partes de la adoración. Nosotros nos aproximamos a Dios, Él se aproxima a nosotros y yo me pregunto: «Si en realidad esto es tan fácil (y yo creo de verdad que lo es) ¿cuál de estas dos partes no pide a gritos que haya reverencia? Y es que de eso es de lo que se trata. Podemos analizarlo de dos maneras. Dios desciende para encontrarse con nosotros. ¿Cómo deberíamos comportarnos? O, nosotros entramos en la presencia del Dios del Cielo, ¿qué tipo de conducta deberíamos tener?
Volviendo a Éxodo 3:5, este es otro texto que debería moldear nuestro pensamiento, nuestra mentalidad, nuestra actitud, nuestra conducta en lo referente a cómo adorar a Dios. Éxodo 3:5. Todos conocemos el contexto de este pasaje. Moisés ve la zarza ardiente y se acerca para ver qué está ocurriendo allí. Los versículos 4 y 5 nos dan un poco más de contexto: «Cuando el Señor vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Entonces Él dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa». Y, aquí, uno podría decir: «Bueno. Puedo ver muchas aplicaciones prácticas en este texto que incluso hablan de la forma en que debemos vestirnos en la presencia de Dios». Pero esto no es lo que me inquieta en este momento. Sólo quiero recalcar este punto: ¿Qué subraya el hecho de quitarse los zapatos? Es un acto que encierra toda la reverencia y el temor piadoso. Es como si Dios le dijera: Moisés, estás entrando en la presencia de Dios mismo. Quítate los zapatos. Sé consciente de la identidad de aquel delante de quien estás.
Mi padre solía expresarlo así cuando yo era niño: mi amigo preferido en aquel tiempo era un niño que vivía al otro extremo del bloque. Se llamaba Steve Biondo, era italiano. Yo no pertenecía a un hogar cristiano; éramos católicorromanos, de modo que al menos había un cierto sentido de todo este tema de la reverencia y me habían inculcado el temor piadoso que me impedía cometer muchos pecados aunque no conociera el evangelio. Estoy hablando de algo que pasó cincuenta años atrás, de modo que había mucho más sentido común y los Estados Unidos eran un mundo totalmente distinto. Cuando mi padre sentía que yo no le estaba dando todo el honor que le debía, solía decir: Oye, ¿con quién crees que estás hablando, con Steve Biondo?».
En otras palabras: «Basta ya, hijo. Cuando hables con tu padre, tienes que hacerlo con una actitud distinta, de un modo diferente». Este es el punto que quiero transmitir. Venimos a la presencia de Dios. No es como si compareciésemos ante nuestros amigos. Venimos a adorar a Dios, no a celebrar el cumpleaños de alguien.
Sé muy bien que el pastor Martin enfatizó en su momento, de una forma magistral, que no deberíamos predicar sin emoción, sin pasión, y una de sus ilustraciones cuando yo estudiaba en la academia fue esta: «Si usted es alguien que va a ver un partido de fútbol y salta, grita, alza la voz, utiliza las manos cuando su equipo marca, no puede subir al púlpito y hablar con un tono monótono». Según él dice, uno tiene que ser lo que es. Con esto no quiero decir que se relaje y actúe como lo haría en el estadio. Sin embargo, creo que algunos han tomado este mismo tipo de argumento y lo han aplicado a la forma de actuar en la adoración, olvidando la parte de la compostura piadosa, de la reverencia y del sobrecogimiento porque es evidente que usted no celebra un gol en un partido, del mismo modo que adora a Jesucristo por haber muerto en su lugar. Sencillamente esto es algo que no se hace.
Debemos recordar el tercer mandamiento. No tomemos el nombre de Dios en vano. Existen ciertas formas para acercarnos a la gente y hay otras para venir delante de Dios, y debe haber una diferencia entre ambas. Es cierto que los judíos lo exageraron cuando ni siquiera pronunciaban el nombre de Jehová o Yahvé. Pero, queridos hermanos, es preferible exagerar nuestro cuidado a la hora de acercarnos a Dios que quedarnos cortos.
Al principio leímos el texto de Hebreos 12:28 que dice que debemos adorar a Dios con reverencia y sobrecogimiento. Una vez más, quiero decir que esto es el Nuevo Testamento. No es el Antiguo Testamento y no se puede argumentar que este tipo de cosas fuera sólo para aquel tiempo. Esto no solamente se encuentra en el Nuevo Testamento, sino que se trata de una porción del mismo que precisamente está haciendo hincapié en que se encuentra en esa parte exacta de la Biblia. Un poco más atrás, en el mismo capítulo 12 y en el versículo 18, el escritor apostólico comienza a establecer este contraste entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. «Porque no os habéis acercado a un monte que se puede tocar… (v. 22) Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte de Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos… (v. 24) Y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel». Y una de las respuestas adecuadas a esto es: es cierto. Amén. No adoramos a Dios del mismo modo en que se hacía en el Antiguo Testamento. Tenemos mayor libertad, mayor gozo, etc., pero la conclusión de que por esa razón no tenemos el mismo grado de reverencia y sobrecogimiento en nuestra adoración es incorrecta, porque el escritor dice que nuestra responsabilidad es ahora mayor. Nosotros sabemos más y si ellos temían y temblaban, cuánto más deberíamos hacerlo nosotros. Este es su argumento.
En el versículo 25 dice: «Mirad que no rechacéis al que habla. Porque si aquéllos no escaparon cuando rechazaron al que les amonestó sobre la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos de aquel que nos amonesta desde el cielo». Y esta es la nota que resuena a lo largo de todo el libro, ¿no es así? Comenzando en el capítulo 2, vemos que nuestra responsabilidad es mayor. Tenemos más motivos para temer y temblar que aquellas personas del antiguo pacto. ¿Acaso no es esta la razón por la que acaba diciendo: «Por lo cual… ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor». Esto se aplica a dos cosas. Hasta aquí he hablado de la exageración del gozo y del ambiente informal. En el libro titulado With Reverence and Awe [Con reverencia y sobrecogimiento], un buen libro sobre este tema de los autores Hart y Muether, ambos presbiterianos, leemos: «No creemos que sea demasiado exagerado sugerir que algunos cristianos llevan la adoración con la misma actitud y comportamiento que tendrían en el culto de funeral de un creyente». Y lo explican de este modo: «Ese tipo de funerales son tiempos de reverencia y gozo. Si el que ha muerto es cristiano, uno siente gozo. Se ha ido a un lugar mejor, pero uno siente reverencia porque la muerte nos recuerda cuál es la paga del pecado y es el fin de todo hombre. Por tanto, tenemos que tomarlo muy en serio.
Al leer esto, algunos de nosotros diríamos que no nos gustaría decir esto jamás. Sinceramente, hay algunos contextos en los que no me gustaría decirlo porque la gente no lo entiende y se burlaría de ello. No conseguiríamos nada defendiendo este argumento, pero es totalmente cierto.
Lo tercero, que es aún peor, es que necesitamos evitar todo el asunto del entretenimiento en la adoración. Sé que muchos dirían: «Bueno, sólo estamos intentando crear la mejor experiencia de adoración». Y yo haría la siguiente pregunta: «¿Pero por qué crear un producto así?».
En el Nuevo Testamento, ¿cuál es la gran diferencia entre este y el Antiguo? Una de las grandes diferencias es que el Nuevo Testamento es mucho más sencillo. ¿Para qué necesitamos una orquesta de varios instrumentos? ¿O un coro? ¿Por qué necesitamos tantas cosas para llevar a las personas delante de Dios cuando vemos lo sencillo que era todo en el Nuevo Testamento? ¿Por qué tiene que ser la industria del entretenimiento la que marque la pauta? ¿Cuál es la razón de esto? La aceptación que tienen las cosas es la que determina lo que se muestra en el tablón o en la pared por detrás del líder de alabanza. ¿Por qué es esto? ¿Por qué no guiarse más bien por aquellas cosas que los hombres de Dios determinaron que se deberían usar en la adoración de Dios como regla general?
Hace ciento cincuenta años Spurgeon dijo lo siguiente: «En el que profesa ser el bando del Señor existe un mal tan flagrante por su descaro que hasta el más corto de vista no puede dejar de notarlo. Durante los pasados años —sigue diciendo— se ha desarrollado a unos niveles anormales, incluso para el mal. Ha actuado del mismo modo en que la levadura hace que toda la masa fermente. Rara vez ha hecho el diablo algo tan inteligente como insinuar a la iglesia que una parte de su misión consiste en proporcionar entretenimiento a la gente con vistas a ganarles. De hablar como hicieron los puritanos, la iglesia ha ido bajando el tono de su testimonio progresivamente, luego ha hecho un guiño a las frivolidades del día y las ha excusado, las ha tolerado dentro de sus límites. Ahora, las ha adoptado con el pretexto de alcanzar a las masas».
Y cuesta imaginar que esto se escribiera hace ciento cincuenta años. Pero así fue.
A mí no me gustan los cambios, debo admitirlo. Sin embargo, lo que me preocupa en el ámbito total de la adoración y lo que me causa temor es mucho más que esto. No me gusta el cambio por el cambio, y estas modificaciones me desagradan porque lo que la genta va buscando son emociones.
Todo el mundo puede citar 1 Corintios 9, queremos serlo todo para todos los hombres, pero debemos recordarles 1 Corintios 14. Todo debe hacerse decentemente y con orden, y de la manera que Dios dice que las hagamos. No me gusta el cambio para entretener a la gente y me desagrada porque dejamos que sea el mercado el que determine lo que hay que hacer en la iglesia.
Recuerdo que, hace algunos años, en una conferencia de pastores se habló de la música, un tema que suele surgir con frecuencia en las conferencias de Montville. El hombre con el que yo hablaba dijo algo parecido a: «Bueno, si de mí dependiera yo haría esto o aquello. Me habló de distintas cosas y yo pensaba para mis adentros. Al año siguiente volvió y recomendó algunos libros entre los cuales se encontraba With Reverence and Awe [Con reverencia y sobrecogimiento]. Su comentario a los que allí estaban fue: «Hermanos, nos encontramos en un tiempo y en una época en los que existen muchos cambios en esta área. Sencillamente les insto a que hagan estas cosas —siguió diciendo—. Y si fuera necesario ponerme de rodillas y suplicarles, lo haría. Les insto a que piensen profundamente en cómo van a llevar su adoración pública».
Pensemos en esto profundamente. Leemos ampliamente. Oramos con fervor. Actuamos lentamente. Uno de nuestros problemas es que la gente no actúa lentamente. Hacen aquello que la gente quiere y no lo que creen que las Escrituras enseñan claramente. Hay momentos en los que necesitamos cambiar, en los que debemos hacerlo. Al menos deberíamos estar dispuestos a considerarlo, pero es necesario que preguntemos: ¿Es este el momento? ¿Deberíamos escuchar el consejo que nos da esta gente?
Veamos qué dice el Pastor Ted Donnelly. Escribió lo siguiente: «Los desarrollos en la adoración evangélica de los últimos veinte años no se han hecho en un contexto de renovación espiritual. Más bien parecen ser, en parte, el producto y la causa de una creciente superficialidad y mundanalidad entre aquellos que profesan ser el pueblo de Dios». Yo creo que esto es así.
Los puritanos entendieron esto muy bien y así lo plasmaron en el Catecismo Mayor y en el Menor. La pregunta 100 del Catecismo Menos, sobre el tema del padrenuestro, en concreto la introducción: «Padre nuestro», dice que nos enseña a acercarnos a Dios con toda reverencia santa y con confianza. En su guía para la adoración pública decían que no se entrara de forma irreverente, sino de una forma solemne y correcta.
Esta es la pregunta que deberíamos hacernos cuando leemos cosas como estas. ¿Lo que ellos decían era bueno porque vivían en el siglo XVII o porque hay algo en la majestad, la santidad y el poder de Dios que hace que sea adecuado venir a su presencia de este modo?
Me gustaría cerrar esta reflexión con tres exhortaciones breves.
La primera es que dejemos que estos principios de la Palabra de Dios sobre la reverencia en la adoración sean las que informen e influencien la forma en la que ordenemos y llevemos cada parte de nuestra adoración pública. Dios les ha colocado en un lugar de influencia, de autoridad en la iglesia de Jesucristo. No cedan a cosas, deseos, peticiones, de los que no tengan la seguridad de que son bíblicos.
Algunas de las cosas en las que la gente pudiera recomendar un cambio con el que ustedes no se sientan cómodos pueden proceder de una motivación bíblica. Es posible. Lo que quiero decir sencillamente es que no cedan a ellas cuando tengan dudas, aunque se trate de la predicación de la Palabra de Dios. Como Pedro dijo: «El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios», ya sea en lo que respecta a los sacramentos, la Cena del Señor y el bautismo. Consideremos las advertencias de Pablo en 1 Corintios 11 en cuanto a no ser impíos en lo relativo a estas cosas, incluso en la adoración en general, y recordemos las palabras de Pablo al final de 1 Corintios 14: «Que todo se haga decentemente y con orden».
La segunda exhortación es esta: No convierta en su objetivo el que los impíos se sientan a gusto.
Una cosa quiero advertir: si hacen ustedes estas cosas decentemente y con orden, no estarán haciendo que se sientan cómodos sencillamente por no ofenderlos innecesariamente. Lo que ocurre es que no podemos honrar a Dios llevando a cabo una adoración bíblica sin ofenderles.
Consideremos el pasaje de 1 Corintios 14:23-25 donde encontramos el incidente de una persona impía que viene a una adoración neotestamentaria y observa que Pablo dice: «Por tanto, si toda la iglesia se reúne y todos hablan en lenguas, y entran algunos sin ese don o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra un incrédulo, o uno sin ese don, por todos será convencido, por todos será juzgado; los secretos de su corazón quedarán a descubierto, y él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre vosotros».
En otras palabras, la primera situación es cuando las personas no hacen lo que la Palabra de Dios dice. La persona entra y comenta: «¡Están ustedes locos!». No se siente amenazado. En realidad se siente lo suficientemente cómodo como para hacer un comentario así, pero cuando las cosas se hacen decentemente y en orden, dice la palabra de Dios que se siente acusado, juzgado y que los secretos de su corazón quedan revelados y se postra sobre su rostro adorando a Dios y diciendo: «Verdaderamente Dios está en medio de ustedes».
No se siente cómodo. Su cascarón emocional se ha resquebrajado.
No estoy diciendo que intentemos conseguir que la gente se sienta juzgada. Nosotros predicamos la Palabra de Dios y es Él quien tiene que hacer que esto ocurra por medio de su Espíritu Santo. La clave que deberíamos sacar de esto es hacer las cosas de una forma bíblica y que las consecuencias sean las que tengan que ser.
Este es nuestro objetivo. Dios nos ha llamado a esto y tenemos que pensar en ello de esta manera: cuando pensamos en hacer que los inconversos se sientan cómodos, háganse esta pregunta que creo les ayudará a ponerlo todo en la perspectiva correcta: ¿Se sentiría cómoda esta persona si se encontrara en medio del Cielo y de las huestes celestiales, adorando a Dios? No lo haría, y nosotros no deberíamos felicitarnos porque las personas, aunque sean inconversos, salgan de nuestras congregaciones bostezando, rascándose la cabeza y pensando: acabo de ir a la iglesia. No estoy diciendo que debemos cambiar nuestra forma de adorar. Tenemos que ponernos de rodillas y clamar a Dios pidiéndole que su Espíritu descienda y bendiga su Palabra y humille y salve a los pecadores.
En tercer y último lugar, no convierta en su objetivo primordial el que la gente se sienta más animada. Con esto sólo tendrán una experiencia positiva. Recordemos cuando, en Lucas 5, Pedro se da cuenta de quién es Jesús. ¿Qué dice en ese momento? ¿Acaso dice: Oh, Dios ha venido a estar con nosotros y corriendo hacia Jesús le abraza? No. Lo que dice es: «Apártate de mí Señor, porque soy pecador».
Fue como la respuesta de Isaías en el capítulo 6. O la respuesta de Juan cuando ve la visión de Jesús. ¿Qué hizo? No se levanta, y empieza a reírse y saluda a Jesús, porque éste estaba frente a él. Cae sobre su rostro como un muerto. Era reverencia y sobrecogimiento.
Queremos encontrarnos con Cristo y esto incluye al Cristo de la cruz. Podemos decir que la cruz es la exposición suprema de la gloria y del amor de Dios en Jesucristo y esto incluye esta respuesta, la dicha absoluta del glorioso pensamiento de que Cristo haya quitado mi pecado. Asimismo, pensar en cómo tuvo que colgar de aquella cruz por me y por mi pecado y enfrentarse a aquello que mis pecados merecían. ¡Cuán santo es Él y cuán impuro soy yo!
La reverencia es lo que obtendremos al combinar el gozo de nuestra salvación con esas realidades aleccionadoras que nos hacen humildes. Queremos que la gente entre en contacto con Cristo y que tengan comunión con ese Cristo glorioso que Juan vio y que hizo que cayera sobre su rostro como si estuviera muerto. Para eso vamos a la casa de Dios cada semana.
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