Palabras alentadoras
Juan 17:1-8
Adviértanse los términos en que habló el Señor Jesucristo de sus discípulos. Vemos cómo nuestro Señor mismo dice de ellos: “Han guardado tu palabra; han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti; las palabras que me diste, les he dado; y ellos la recibieron; han conocido verdaderamente que salí de ti; han creído que tú me enviaste”.
Estas son palabras maravillosas si tenemos en cuenta el carácter de los doce hombres a los que hacen referencia. ¡Qué débil era su fe! ¡Qué limitados sus conocimientos! ¡Qué superficiales sus logros espirituales! ¡Qué poco valor demostraban en momentos de peligro! Sin embargo, poco después de que Jesús pronunciara estas palabras, todos ellos le abandonaron y hubo uno que le negó tres veces con juramentos. En resumen, nadie puede leer los cuatro Evangelios atentamente sin advertir que nunca hubo un señor tan grande con unos siervos tan débiles como en el caso de Jesús y los once Apóstoles. Sin embargo, es de estos mismos hombres de quienes la misericordiosa Cabeza de la Iglesia habla aquí en términos tan elogiosos y honrosos.
La lección que tenemos ante nosotros es profundamente reconfortante e instructiva. Es obvio que Jesús ve muchísimo más en su pueblo creyente de lo que nosotros mimos u otras personas podemos ver. La más mínima fe tiene un gran valor a sus ojos. Aunque no sea mayor que una semilla de mostaza, es un gran árbol en el Cielo y supone una diferencia inconmensurable entre quien la posee y el hombre del mundo. Dondequiera que el misericordioso Salvador de los pecadores ve que hay fe en Él, por débil que sea, la mira pasando por alto sus múltiples flaquezas y defectos. Eso es lo que hizo con los once Apóstoles. Eran débiles e inestables, pero creyeron en su Maestro y le amaron cuando había millones de personas que no estaban dispuestos a ello. Y las palabras de Aquel que había afirmado que quien diera un vaso de agua fresca en nombre de un discípulo no quedaría sin recompensa muestran con claridad que jamás olvidó la constancia de sus discípulos.
El verdadero siervo de Dios hará bien en advertir esta característica de la naturaleza de Cristo. Hasta el mejor de los creyentes advierte una gran cantidad de defectos y debilidades en sí mismo, y se siente avergonzado por sus limitados logros espirituales. ¿Pero creemos en Jesús? ¿Nos aferramos a Él y le entregamos nuestras cargas? ¿Podemos decir con toda sinceridad y veracidad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”, tal como diría Pedro más adelante? Consolémonos, pues, con estas palabras de Cristo y no cedamos al desánimo. El Señor Jesús no tuvo en menos a los Once por causa de sus debilidades, sino que las soportó junto con ellos y los salvó porque creían. Y Él no cambia jamás. Hará por nosotros lo mismo que hizo por ellos.
Extracto de Meditaciones sobre los evangelios por J.C. Ryle. Derechos reservados. Usado con permiso, cortesía de Editorial Peregrino. Condiciones de uso
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