John Knox
Viviendo como vivimos en días de ignorancia acerca de la Historia, hay, sin embargo, al menos una cosa que es por lo general recordada de John Knox: es que su nombre ha sido comúnmente tratado con desaprobación y crítica. Probablemente a ninguna figura en la historia de la Iglesia de Gran Bretaña le ha sido concedida tal permanente hostilidad. En su propia época fue injuriado, amenazado, proscrito, quemado en efigie y casi asesinado. Se le aplicó toda clase de lenguaje; él fue “ese sinvergüenza de Knox”, “un escocés renegado”, “ese pequeño zorro astuto”, “un puritano” y mucho más. Desde el palacio de la reina Elisabet, William Cecil escribió en 1559: “El nombre de Knox es el más odioso aquí.” El mismo año, forzado a dejar Edimburgo al peligrar su vida, el reformador describió la escena en estas palabras: “Las lenguas viperinas de los malvados caían sobre nosotros, llamándonos traidores y herejes: cada uno provocaba al otro para tirarnos piedras…Nunca hubiéramos creído que hombres y mujeres de nuestro propio país natal hubieran deseado nuestra destrucción tan despiadadamente.”
Nada de todo esto acabó con su vida. Cuarenta años después de su muerte, Santiago I estuvo dispuesto a culpar a Knox por los “problemas” causados por el puritanismo que él había anticipado en ambos reinos; cien años después, uno de los libros de Knox fue condenado a ser quemado en público por el Parlamento inglés; y aún en 1739 se consideraba bastante ridículo para la predicación de Whitefield el acusar al evangelista “de la doctrina prestada de la Iglesia de Knox.” En el avivamiento literario del siglo XIX y ahora, finalmente, mediante películas, la imagen de Knox dada al público generalmente ha sido la de un fanático intolerante. No es sorprendente, entonces, que en estos últimos años el Ayuntamiento de la ciudad de Edimburgo decidiera que era conveniente quitar la sencilla piedra que señalaba el lugar aproximado de la tumba del reformador, ni debería sorprendernos que en este año (1972), Knox fuera juzgado como ¡un motivo impropio para un sello conmemorativo!
A la luz de tanta crítica y desfiguración, sería una reacción natural utilizar este cuarto centenario de su muerte como una oportunidad para hablar en su defensa. Esto es algo que no tengo intención de hacer. Por una razón, creo que sería contrario al propio espíritu de Knox. En una ocasión él escribió: “Los tiempos son tan horribles que no me atrevo a hacer elogios especiales a ningún hombre.” El reformador escocés predicó un mensaje de auto-humillación ante la eterna Majestad de Dios; en lo que a él se refería, el elogio–si ha de haber alguno–debe esperar el día de Jesucristo. Por el momento, la Iglesia tiene tareas urgentes por hacer.
Aun el hecho del odio mostrado a Knox nos señala una lección básica comparada con la cual yo no conozco otra de igual importancia para la interpretación de su carrera. Esta lección, por lo tanto, debe apuntarse al principio. La oposición a Knox no comenzó hasta que tuvo algo más de treinta años de edad. Hasta ese tiempo era, como él habría dicho después, “un perro mudo.” Aunque era sacerdote en la Iglesia y de este modo un profeso siervo de Dios, permaneció en silencio mientras su Maestro era atacado. Pero en su conversión al Evangelio, Knox cesó de ser mudo. Ahora él oró: “¡Oh Eterno Señor!, mueve y guía mi lengua para hablar la verdad”, y fue exactamente así porque esa oración fue escuchada que sus días de paz con este mundo acabaron. Cuando su ministerio comenzó en 1547, después del dramático llamamiento dado a él por la congregación del Castillo de San Andrés, los hombres dijeron: “El maestro George Wishart nunca habló tan claramente, y aun él fue quemado: así también lo será Knox.” El principio sobre el cual ellos razonaron era correcto aunque la profecía falló en el cumplimiento. Cuanto más claramente se habla la verdad, mayor enemistad mostrará el mundo a sus embajadores. Y la explicación para este fenómeno no se encuentra en la mera equivocación, superstición o ignorancia humana. El hombre es un ser caído; ha adquirido el carácter de su disposición original– “el dios de este mundo”–y la esencia de ese carácter fue resumida por el Señor Jesucristo en las palabras: “No ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Juan 8:44). De aquí la necesidad del aviso apostólico: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece”(1Juan 3:13).
Aquí está la primera lección que deberíamos aprender del ataque contra el hombre y el testimonio de Knox. Tenemos que recordar que en medio de toda la Historia hay una batalla invisible tomando terreno, una batalla de mucho más grandes momentos que cualquier cosa que aparece en la escena visible. El conflicto es entre la luz y las tinieblas; la batalla librada no es contra carne ni sangre, sino “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo”; el asunto, para volver al relato de Génesis 3, es entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente. Tal es la razón esencial para el escándalo que la Reforma trajo. Satanás, aunque era un ángel de luz, había estado tardando en establecerse en la Iglesia profesante de Dios. Sus mentiras fueron tomadas en el nombre de Cristo, era él quien era adorado en la prevaleciente idolatría y los hombres eran llevados con los ojos vendados a su eterna perdición. Cuando Knox y sus compañeros reformados pusieron en duda la situación, cuando correctamente identificaron la Iglesia profesante como “la sinagoga de Satanás”, cuando obligaron a Satanás, por utilizar una frase de Knox, a quitarse la máscara, entonces fue cuando sobrevino una tremenda batalla. El gran avivamiento del Evangelio en el siglo XVI trajo consigo el fenómeno del cual leemos en Apocalipsis 12:12: “el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.” De este modo John Knox interpretó la historia de su propia época, y una y otra vez se le encuentra refiriéndose a ello: “Veo que la batalla será grande, porque Satanás está furioso aun hasta el último extremo”…”He estado luchando contra Satanás, el cual está siempre listo para atacar.”
Este punto de vista no sólo es la clave del significado de la vida de Knox, también nos provee la justificación para creer que vale la pena hoy conocer la historia de hace cuatro siglos. Suponiendo que la Reforma fuera nada más que una etapa del desarrollo y progreso humano–meramente una colisión de fuerzas religiosas, políticas y sociales, meramente una diferencia entre opiniones y creencias de escuelas rivales–entonces no tendríamos más que una historia interesante para nosotros que vivimos a finales del siglo XX. Pero si, por otro lado, tomamos la posición de la Biblia misma, las lecciones del siglo XVI se vuelven inmediatamente más urgentes y pertinentes. A pesar de todo lo que han cambiado el escenario y los actores, la lucha es la misma. El error que lava el cerebro a nuestra generación proviene del mismo poder demoníaco que dominó en este país antes de la Reforma, y las verdades por las que Knox prevaleció, las promesas por las que venció, tienen la misma fuerza y validez para nosotros. Si entendemos esto, será evidente cómo la historia del Evangelio en un tiempo pasado debe movernos a cumplir nuestros deberes actuales y llenarnos de esperanza. Leemos en el primer libro de Samuel cómo cuando los filisteos prevalecieron sobre Israel, los privaron de sus armas y les impidieron hacer más (1Samuel 13:19). Y justamente por la misma razón, Satanás ha procurado que la Iglesia olvide su historia y abandone esas armas espirituales, las cuales, cuando son usadas correctamente, son siempre poderosas para destruir su reino de tinieblas. Reducir al pueblo de Dios a un estado de impotencia es siempre su propósito. La escena en la época de Samuel no difiere mucho de la nuestra propia: “Así aconteció que en el día de la batalla no se halló espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo” (1Samuel 13:22). Ninguno que lea la vida de Knox correctamente se contentará con permanecer en esa condición.
En este artículo quisiera hablar primeramente de la vida de Knox; en segundo lugar, sobre cuáles podrían considerarse las principales características de su ministerio; y, finalmente, sobre algunos aspectos del carácter del reformador como cristiano.
Fue en el año 1547 cuando Knox dejó de mantenerse al margen para saltar a la arena del conflicto como un líder en la Iglesia. Veintiún años antes de ese día se introdujo en este país (Gran Bretaña) la primera impresión del Nuevo Testamento en inglés. Fue, desde luego, la traducción de William Tyndale, introducida de contrabando en Inglaterra y Escocia desde Flandes. El libro trajo nueva vida y poder a ambos reinos, a lo que siguió un período de encarnizada persecución. El tiempo no nos permitirá un examen del estado de Escocia en ese período; ciertamente era un reino brutal en retroceso, dominado por clérigos abotagados y codiciosos, así como por un corrupto poder civil. Estos dos poderes, el eclesiástico y el civil–estaban ahora unidos en sus fuerzas contra el Evangelio de Cristo en Escocia.
Después de 1542, Escocia estuvo sin rey, habiendo muerto Santiago V después de la batalla de Solway Moss. En los años de confusión que siguieron su muerte, su viuda francesa, María, quien descendía de Guisa, llegó a ser la cabeza nominal del reino. Y, desde luego, María de Guisa tenía a su disposición todo el poder de Francia. De este modo, no estaban simplemente la Iglesia y el Gobierno contra el Evangelio, sino también la nación francesa. La persecución era inevitable. Patrick Hamilton ya había sufrido el martirio y George Wishart iba a seguirle junto a muchos otros. En 1546, el año anterior al que Knox fue llamado al ministerio, una pequeña banda de protestantes desesperados asaltaron el castillo de San Andrés, obteniendo refugio en él, y ejecutaron al Cardenal Beaton, posiblemente el más corrupto de los líderes perseguidores de la Iglesia. Fue en el siguiente año cuando Knox tomó refugio en el castillo con dos o tres muchachos de los cuales era tutor. En 1547, fue llamado allí por estos protestantes para comenzar el trabajo de predicar el Evangelio. Pero no continuó por mucho tiempo este ministerio, porque llegaron los barcos de guerra franceses, bloquearon el castillo y, cuando subsiguientemente se rindió, Knox fue prendido y retenido como un esclavo de galeras en la flota francesa. Durante diecinueve meses permaneció encadenado a un remo, medio desnudo y algunas veces medio muerto, “bebiendo la amarga copa de la muerte corporal” como más tarde escribió. Pero en 1549, aparentemente mediante la intervención del Gobierno inglés, fue liberado y comenzó su verdadera obra de predicación.
Los años del exilio (1549-59)
En 1549, Knox, a la edad de 35 años, vino a Inglaterra, una Inglaterra ahora bajo el gobierno del joven Eduardo VI, un piadoso, fervoroso cristiano con un Consejo Privado interesado también en seguir la religión protestante. Knox fue escogido para ser enviado a una de las partes más depravadas del país, Northumberland. Pero en esa zona, la gente que andaba en tinieblas vio gran luz. Knox comenzó a predicar en las afueras de la ciudad de Berwick, que por aquel tiempo era notoria por su violencia e inmoralidad, y allí el Evangelio de Cristo fue oído con poder transformador de vidas. La mujer del Gobernador del cercano Castillo de Norham, Elisabet Bowes, fue convertida y también su hija, Marjory, la que después se convirtió en mujer de Knox. Estos fueron los primeros frutos del ministerio de Knox. Desde luego, también hizo amargos enemigos. Uno de ellos fue el alcalde de Newcastle y el poderoso obispo de Durham; Cuthbert Tunstall–un hombre que había rehusado ayudar a Tyndale cerca de treinta años antes–era otro de ellos. Así, Knox fue convocado ante el Concilio del Norte el 4 de abril de 1550 para dar un informe de sus hechos y de sus predicaciones. Se puede leer el discurso de Knox en el tercer volumen de sus Obras. Para mí, es una de las mejores proclamaciones de la verdad que el reformador hizo jamás. Él se defendió a sí mismo demostrando que la misa es idolatría, basando su prueba sobre el principio de que “nada admitirá Dios en su religión sin su propia palabra.”Era una tremenda defensa, e incluía algunas fuertes reprensiones para los hombres, obispos y eclesiásticos entre ellos, los cuales estaban reunidos como sus jueces. En un punto de su discurso Knox estaba demostrando la necesidad de actuar sólo sobre la Palabra de Dios y sacó una ilustración del caso de Nadab y Abiú en el Antiguo Testamento, quienes, en lugar de ofrecer verdadero fuego sobre el altar del sacrificio, ofrecieron un fuego extraño a Dios y se encontraron con juicio repentino. Knox comenzó a hablar sobre el verdadero fuego, y volviéndose a los obispos dijo: “¡Oh obispos! deberíais haber guardado este fuego, y por la mañana y por la tarde deberías haber puesto leña sobre él, vosotros mismos deberíais haber limpiado y tirado afuera las cenizas, pero compareceréis delante de Dios.” Luego, un poco después en el mismo discurso, gritó: “¡Oh Dios Eterno! ¿Has puesto alguna otra carga sobre nuestras espaldas que la que Jesucristo puso por su Palabra? Entonces, ¿quién no s ha cargado con todas estas ceremonias, ayunos prescritos, castidad obligatoria, votos ilícitos, invocaciones de santos, con la idolatría de la misa? El diablo, el diablo, hermanos, inventó todas estas cargas para empujar a los hombres imprudentes a la perdición…”
Pero Knox fue preservado. Tenía algunas amistades influyentes y probablemente el mismo joven rey estaba entre ellos. Pero no se consideró conveniente que se quedara en el norte. Al principio de 1550 se trasladó a Londres y muchas veces predicó en aquella ciudad, delante del rey y la Corte y a menudo con tremendos efectos y amplia influencia. Hubo esa famosa ocasión en 1552 cuando se había optado por el Segundo Libro de la Oración Común, y de hecho estaba siendo impreso, cuando Knox habló en contra de él sobre la base de que no fue considerado suficiente. Había asuntos en él que eran reliquias de la antigua y corrupta Iglesia y, particularmente, especificó la postura de arrodillarse delante del pan y del vino en la Mesa del Señor. ¡Tan poderosa era la autoridad de sus palabras que a los impresores se les ordenó detener su trabajo hasta que el asunto pudiera ser revisado y se hiciera algún cambio!
Fue también por aquella época cuando Knox fue llevado delante del Consejo Privado de Londres. Estaba compuesto por muchos protestantes y hombres de fe reformada, los cuales dijeron a Knox cuánto sentían que su mentalidad fuera contraria al orden común. “Yo siento más”, dijo él, “que el orden común sea contrario a la institución de Jesucristo.” Había rechazado el obispado de Rochester y también se había negado a vivir en Londres, en los lugares que los ministros no tenían autoridad para separar “el leproso del sano”, porque la verdadera disciplina pastoral, creía él, era una parte importante del oficio de un ministro (cf. Las Obras de Knox, vol. 3, p.87).
Entonces, en el año 1553, vino el gran golpe a la causa protestante: la muerte de Eduardo VI. Tenía apenas dieciséis años cuando fue llevado del hogar a la gloria. Escuchemos a Knox escribiendo sobre ello en su History of the Reformation in Scotland (Historia de la Reforma en Escocia): “Después de la muerte del más virtuoso Príncipe, de quien el impío pueblo de Inglaterra en su mayor parte no era digno, Satanás deseó nada menos que la luz de Jesucristo hubiera sido extinguida completamente en toda la isla de Gran Bretaña; porque después de él se levantó, en la gran indignación de Dios, esa idólatra Jezabel, la perversa María, de sangre española, la cruel perseguidora del pueblo de Dios…” Sigue, luego, describiendo los oscuros años que siguieron. Estos años, de 1553 a 1559, demostraron ser sin duda el período más duro en su vida. Volvió a cruzar el Canal de la Mancha, con menos de diez peniques en su bolsillo, un refugiado errante y sin hogar. Los sufrimientos se multiplicaron. Separado de Marjory Bowes, la mujer a quien se había prometido, y a quien no vio por más de tres años; escuchando las noticias de la fiera persecución en Inglaterra cuando iban a su martirio los creyentes, muchos de ellos amigos personales suyos, hasta que nada menos que doscientos ochenta murieron en la hoguera. De todos estos héroes podría decirse que murieron en fe. Pero un mayor dolor experimentó Knox cuando oyó de los evangélicos en Northumberland, en Berwick y en Newcastle, quienes, ante amenazas de violencia y muerte, habían dejado el camino para volverse a la antigua religión. Estos fueron tremendos golpes para Knox, y algunas veces, nos dice, parecía, cerca de la desesperación, tocar el fondo del infierno. Fue, de hecho, un hombre que aprendió a sembrar en lágrimas.
Fue en lo más profundo de estos sufrimientos cuando su carga por su país, Escocia, se incrementó. Las palabras del apóstol Pablo en la Epístola a los Romanos llegaron a ser su propia experiencia: “Desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne.” Escribiendo en aquellos momentos dijo: “Me siento un llorón y un quejica, queriendo que Cristo Jesús fuera abiertamente predicado en mi país natal, aunque fuese con la pérdida de mi miserable vida.” Y comenzó a orar a Dios que le fueran dados cuarenta días para predicar en Escocia: sólo cuarenta días de libertad para que el Evangelio fuera oído en aquella tierra.
En medio de estos sufrimientos, sin embargo, había dos grandes estímulos. El primero era su propia pequeña congregación agrupándose en torno a él en Ginebra, ciudad a la que había venido después de estar una temporada en Francfort. Había en la ciudad de Calvino entre cien y ciento cincuenta ingleses, hombres, mujeres, y niños, refugiados y exiliados, y muchos de ellos eran eminentes cristianos. De esta pequeña congregación puede decirse que fue la primera congregación británica adherida unánimemente a los principios reformados y puritanos; fue el prototipo de muchas que fueron siguiendo en Inglaterra y Escocia. Éstos fueron los cristianos que prepararon y produjeron la famosa Biblia de Ginebra de 1560. El Servicio de Lectura de Ginebra, que después fue usado en Escocia, fue también formado por ellos. Aquí había, pues, un gran ánimo para Knox en aquellos años, y la Biblia de Ginebra iba a llegar a ser la Biblia de Inglaterra y Escocia hasta bien entrado el siguiente siglo.
El segundo estímulo que Knox tuvo entre 1553 y 1559 fue una breve y rápida visita a su tierra natal. Fue como un fugitivo, con un precio sobre su cabeza. Perseguido y buscado, fue ocultado en los castillos de algunos de la nobleza protestante, el Conde de Argyle y otros, quienes habían confesado el Evangelio. Knox sabía ahora que nunca había visto en Escocia una sed general por el Evangelio. El poder del Espíritu de Dios despertó a la gente de tal manera que estaban deseosos, en peligro de sus vidas, de reunirse en pueblos, aldeas y al aire libre, para oír la Palabra de Dios. Había muchas conversiones, de hecho quizá tantas que no sabemos el número. Una de ellas, para poner un ejemplo característico, fue la mujer de un burgués de Edimburgo, Elisabet Adamson. Esta señora vino a oír a Knox predicar en este de Lothian y fue liberada y llena de alabanza. Poco tiempo después, una enfermedad de la cual no llegó a recuperarse se apoderó de ella. Como yacía agonizando en Edimburgo, fue visitada por los sacerdotes, con sus ceremonias y supersticiones, y listos para administrar los últimos ritos. “Fuera”, dijo ella, “sargentos de Satanás”, y comenzó a testificarles del Evangelio, lo cual la alegró; los sufrimientos que atormentaban su cuerpo, les decía ella, no eran nada con los remordimientos de conciencia, los cuales había tenido antes que fueran calmados por la preciosa sangre de Jesucristo. Se puede leer el documento de Knox de los acontecimientos en su History of the Reformation (Historia de la Reforma): “Ellos se marcharon, alegando que ella deliraba y no sabía lo que decía. Y ella poco después durmió con el Señor Jesús, para no pequeño consuelo de aquellos que vieron su bendita partida. Esto no podríamos omitirlo”, dijo él, “de esta respetable mujer.”
Los años de victoria (1559-1561)
El 2 de mayo de 1559, Knox finalmente volvió a Escocia. ¡A Knox le fueron dados sus cuarenta días y más! ¡Predicando en Perth, predicando por todas partes de Fife y predicando en San Andrés! El último lugar mencionado fue la columna y baluarte del poder romano y aquí predicó en oposición a la amenaza del Arzobispado que se le dispararía tan pronto como se le viera. La escena es vívidamente revivida en un famoso cuadro de Sir David Wilkie: ¡allí está Knox, con el brazo extendido en el centro mismo de las fuerzas de las tinieblas, con sus enemigos sentados enmudecidos y el Duque de Argyle delante de él! Así fue que en San Andrés, antes que la Reforma fuera establecida en Escocia, catorce sacerdotes hicieron profesión de fe en el Señor Jesucristo. Ciertamente, “la Palabra de Dios crecía grandemente y prevalecía.”
Y así continuó la Reforma. Hubo solamente un gran contratiempo, y eso ocurrió a principios de noviembre de 1559. La reina Regente se había retirado a Leith, entonces no un barrio de Edimburgo sino una fortaleza separada. Aquí ella tenía su ejército, su última poderosa guarnición. A principios de noviembre, sus tropas salieron resueltamente de Leith y atacaron al pueblo y al ejército protestante, dando muerte a muchas personas. Aunque no fue más que una pequeña derrota, fue suficiente para romper el espíritu de un buen número de protestantes y de toda la congregación retirándose desordenados desde Edimburgo hasta Stirling. Esta fue la época cuando esas palabras de burla a las cuales me refería al principio fueron dichas por el pueblo de Edimburgo, aún en su mayor parte católico. Pero Knox vino a Stirling con la congregación, no para consolarles sino para reanimarlos a una nueva vida. Subiendo al púlpito, continuó desde donde lo había dejado en Edimburgo el domingo anterior en el Salmo 80 y predicó de tal manera que sus oyentes se conmovieron hasta lo más hondo de sí. Oigamos algunas de sus últimas palabras: “Sí, sea lo que fuere de nosotros y de nuestros cuerpos mortales, no dudo que esta causa [a pesar de Satanás] prevalecerá en el reino de Escocia. Porque, como es la verdad eterna del eterno Dios, así prevalecerá, ¡aunque por un tiempo pueda ser impugnada!” Una vez más, el poder de la Palabra de Dios había prevalecido ya que la congregación apoyó los nuevos esfuerzos en fe y esperanza. En los años siguientes, las fuerzas francesas fueron completamente derrotadas y se retiraron para siempre de Escocia. La ayuda inglesa había sido enviada, el Parlamento escocés convocado y el papa era rechazado para siempre de este reino. La Alianza Nacional fue formado por seis hombres; de hecho, entonces sólo había seis pastores reformados en todo el territorio, y a su labor se debe la gran Confesión Nacional y el Libro de la Disciplina. Fue, como el mismo Juan Calvino escribió a Knox desde Ginebra, un increíble triunfo: “Nos admiramos de tan increíble triunfo en tan poco tiempo.” Knox, escribiendo en su History of the Reformation (Historia de la Reforma), estaba convencido de conocer la fuente de su liberación: “Amados lectores, podéis ver claramente cuán potentemente Dios ha cumplido en estos últimos y perversos días, al igual que en los días que han pasado antes que nosotros, las promesas que han sido hechas a los siervos de Dios, por el profeta Isaías, en estas palabras: ‘Pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.’ Esta promesa, decimos, aquellos que Satanás ha cegado completamente, podemos verla cumplida en nosotros, los que profesamos fe en Cristo Jesús en este reino de Escocia. Porque ¿cuál fue nuestra fuente? ¿Cuál fue nuestro número? Sí, qué sabiduría o palabrería política estuvo en nosotros, para haber traído a buen fin tan gran empresa…Y esta victoria para su Palabra, y este terror para todas las personas inmundas, operó nuestro Dios mediante aquellos que aún viven y permanecen siendo testigos.”
De esta manera escribió Knox cuando miró atrás a los años de victoria, a una Iglesia reformada en los fundamentos de la Palabra de Dios y a una tierra limpiada por el gran poder del Espíritu de Dios.
La batalla final en Escocia (1561-1572)
La última década en la vida de Knox comenzó cuando él tenía algo más de 47 años de edad. Y, justamente cuando parecía que esa victoria había sido totalmente lograda, descubrió que la mayor batalla de su vida aún estaba ante él. Porque las fuerzas de las tinieblas se reunieron; en toda Europa, el poder papal restauró sus armas y comenzó una reacción. Fue entonces cuando todos los ojos se volvieron hacia Gran Bretaña. Si la fe protestante pudiera ser aniquilada en Gran Bretaña, creían los líderes católicos, seguramente sería aniquilada en toda Europa. Y fue Escocia, en particular, quien pareció ofrecerles la oportunidad de recuperar sus pérdidas por aquí, ya que, había una soberana católica, la reina María de Escocia, quien volvió de Francia a Escocia en 1561. Ella tenía astucia y maña en consonancia con su belleza y había sido bien instruida en cómo halagar, sobornar y engañar. Fue una época cuando la palabra de la soberana tenía poder y ese poder pretendió ejercerlo María con vistas a un fin: que la Iglesia reformada en Escocia debía ser derribada; los altares, las Misas y toda la religión de los años anteriores debían ser restablecidos; y no sólo en Escocia, porque también llegaría a poseer el trono de Inglaterra y entonces toda la Isla sería anexionada al papado una vez más. ¡Tal era el propósito, revelado hoy en algunas de las cartas que han llegado hasta nosotros, pero en aquel momento tan astutamente disfrazado! Ciertamente, muchos de los líderes protestantes de entre la nobleza fueron rápidamente engañados; llevados por la astucia de María y no menos por los halagos con los cuales los ganó. ¡Cuán a menudo tuvo que permanecer solo Knox, siendo aun arrastrado de su cama en una ocasión para dar cuentas de su predicación; amenazado y, sin embargo, fiel hasta el final a la Palabra de Dios y sosteniendo al pueblo fiel al Evangelio! Al final fue el pueblo, bajo el liderazgo de Knox, quien salvó la Iglesia y la nación.
Mucho más, de hecho, podría decirse de estos últimos desesperados años de batalla, pero cada uno puede leer el relato en Plain Mr. Knox (El sencillo Sr. Knox), de Elisabet Whitley, y en otros libros, que están disponibles en la Biblioteca Evangélica de Londres. Pasemos a la parte más importante de nuestro tema; esto es, ¿cuáles son las lecciones de la historia y del ministerio de Knox que podemos aprovechar?
Las marcas de su ministerio
La predicación de Knox era, ante todo, la proclamación del Evangelio, las buenas nuevas de que Dios a través de Jesucristo salva a los pecadores, salva a los impíos por el don de la justicia de su Hijo, el inmaculado Cordero de Dios. “Nuestro Señor Jesús”, dice Knox, “es el único sacrificio aceptable a los ojos de Dios el Padre, por las ofensas de todos los creyentes.” Éste fue el tema de su predicación. En palabras de George Wishart, las cuales éste tradujo de la Confesión Helvética: “Dios es conscientemente amigable hacia los pecadores.” John Knox, describiendo su ministerio durante esa rápida visita a Escocia en 1555, dijo que “él, de acuerdo a la gracia que le fue dada, abrió más plenamente la fuente de las misericordias de Dios.”…Otra vez, hablando de este Evangelio de gracia, declara: “Tan tierno era el cuidado de Dios sobre ellos, quien expuso a muerte vergonzosa a Cristo Jesús sobre una cruz, que antes que sus corruptas y malvadas manos fueran externamente casi lavadas con su sangre, El les envió el mensaje de la reconciliación…”
Junto con este Evangelio predicado hubo otro fuerte énfasis, un énfasis por el cual había sido tan a menudo criticado y condenado. Se alega que era demasiado profeta del Antiguo Testamento, que insistía demasiado en el juicio y la severidad de Dios. ¿Qué tenemos que decir a esta acusación? Teniendo en cuenta todas las cosas, yo creo que la verdad es que Knox discernía correctamente la naturaleza de la misión a la que había sido llamado, y le fue dado ver con irresistible convicción las verdades que eran esenciales para el fomento del Evangelio en sus días. Midió justamente la seriedad del pecado y, particularmente, del pecado de la Iglesia no reformada. Para él la espantosa crueldad de la religión romana consistía en esto: por su sistema artificial de ritos, sacramentos y ceremonias había vendido las almas de los hombres; la realidad de su peligro como pecadores les fue escondida; sus conciencias fueron drogadas con mentiras. Como escribe A.A. Hodge: “¿No es el último refinamiento de la crueldad administrar a los aturdidos pecadores anestesia moral, asegurándoles una “esperanza eterna”, cuando sólo conocerán “la venganza del fuego eterno de Dios?” Era necesario, como vio Knox, predicar a los hombres que fuera de Cristo no hay nada sino ira, y eso predicó. Él había sido acusado de odio estrecho: hay verdad en la acusación. Odió pasionalmente eso que destruye las almas, odió el sistema que había cegado a la gente a la necesidad de la fe y la salvación por la sangre de Jesucristo. La religión anterior a la Reforma había dado a los hombres elevadas dosis de anestesia moral y los había drogado de cara a la eternidad. Sólo había un camino de liberación divinamente señalado: ¡los hombres deben ser llevados a contemplar por sí mismos la luz refulgente de la santidad de Dios de manera que acudan al Cordero de Dios! Eso fue lo que él anunció en Escocia, como Pablo había anunciado al mundo romano, que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres.” Y los hombres deben oír esta verdad para ser salvos: “Por la claridad de la Escritura de Dios somos traídos al sentimiento de la ira y la cólera de Dios, la cual por nuestras múltiples ofensas hemos justamente provocado contra nosotros mismos; cuya revelación y convicción Dios envía no con el propósito de confundirnos, sino con mucho amor, por el cual Él había hecho que nuestra salvación residiera en Jesucristo.” O, de nuevo, escuchemos estas fuertes palabras dirigidas a los nobles de Escocia. Habiendo hablado del Evangelio y de su responsabilidad de obedecerlo, Knox continuó: “Mis palabras son fuertes, pero considerad, señores míos, que no son mías sino que son las amenazas del Omnipotente, quien seguro cumplirá las voces de sus profetas, cualesquiera que sean los hombres carnales que desprecien su amonestación. La espada de la ira de Dios, que necesariamente debe golpear cuando la gracia ofrecida es obstinadamente rehusada, ya está en alto. Vosotros habéis estado durante mucho tiempo en la esclavitud del diablo, cegados, prevaleciendo en el error y en la idolatría contra la simple verdad de Dios en vuestro reino, en el cual Dios os ha hecho príncipes y gobernantes. Pero ahora Dios, en su gran misericordia, os llama al arrepentimiento antes que Él derrame la totalidad de su venganza. Él clamó a vuestros oídos que vuestra religión no es nada sino idolatría, os acusó de la sangre de sus santos, la cual ha sido derramada con vuestro permiso, ayuda y poder. Ahora Dios os acusa de todos estos horribles crímenes, no con el propósito de condenaros sino para absolveros y perdonaros misericordiosamente, como alguna vez hizo con aquellos a quienes Pedro acusó de haber matado al Hijo de Dios.” Tales palabras llevan al corazón de la predicación de John Knox.
Tenemos que pasar a resumir la política que yacía detrás de la obra de reforma de Knox. ¿Cuál era su visión? ¿Cuáles eran los principios sobre los cuales se basó? Había solamente dos. El primero era el principio de entera y universal obediencia a la Palabra de Dios, sin importar el costo y sin importar las consecuencias. La primera plataforma de su reforma era que todas las cosas, tanto en doctrina, como en adoración y en la práctica deberían ser puestas bajo la norma de la Palabra de Dios y por este criterio ser aceptadas o rechazadas. Su segundo principio era que el supremo deber de la Iglesia es ver que ella no ofende a su Dios y a su Salvador. Fue sobre estos principios que sacudieron al mundo que se procedió a la gran obra reformadora. No tenemos tiempo para extendernos en ellos, pero permítaseme tomar unos momentos antes de dejar el tema.
El llamamiento fue a la obediencia completa a la Palabra de Dios, sin exceptuar a nadie. Así, si Knox predicó a María de Guisa, o a María reina de Escocia, o si escribió a la reina de Inglaterra, fue siempre en los mismos términos. Ellas eran responsables ante Dios; a ellas no se les dio permiso, como él le dijo a María reina de Escocia, para ofender la majestad de Dios. Algunos recordarán cómo en una ocasión el secretario de la reina detuvo a Knox, cuando él estaba de pie ante la reina defendiéndose de ciertas imputaciones. “¡Detente!”, le dijo, “te olvidas de que ahora no estás en tu púlpito.” “Yo estoy en el lugar”, replicó Knox, “donde el deber me requiere que hable la verdad, quienquiera que sea el que lo niegue.”Éste era Knox. La verdad tiene que ser oída y tiene que ser predicada, no importa quien pueda ofenderse. Oigamos esta afirmación en una carta que escribió a la reina Elisabet de Inglaterra: “Si yo halagara a su Gracia, no sería un amigo sino un falso traidor y, por tanto, por la conciencia estoy impelido a decir que ni el consentimiento de la gente, ni el paso del tiempo, ni la multitud de hombres pueden establecer una ley que Dios apruebe; pero todo lo que Él apruebe por su eterna Palabra, eso será aprobado, y todo lo que Él condene será condenado, aunque todos los hombres de la Tierra se atrevieran a justificar lo mismo.” Y fue a través de John Knox, y de los puritanos ingleses, que fue construida en la constitución de nuestra nación la verdad de que los gobernadores civiles no pueden ser neutrales ante la Palabra de Dios. Nosotros aún tenemos en nuestros libros de estatutos el requisito de una sucesión protestante al trono, y ¿por qué está allí? Está allí porque hombres como Knox predicaron que Jesucristo es el príncipe de los reyes de la Tierra, y que, por tanto, las naciones sobre las cuales la luz del Evangelio irrumpe deben inclinarse delante del cetro de Cristo, porque “la nación o el reino que no te sirviere perecerá” (Isaías 60:12). Ellos predicaron esto, los hombres lo creyeron, y la misma verdad necesita ser predicada hoy. En palabras de Abraham Kuyper de los Países Bajos, palabras que son reminiscencias de Knox: “Dios no ha de ser tratado por los gobernantes meramente como Alguien que haya de ser arrastrado para ayudar a la hora de la necesidad nacional. Por el contrario, Dios en su majestad, debe resplandecer ante los ojos de toda nación. Porque Dios creó las naciones, éstas existen por Él, son suyas; por tanto, todas las naciones, y en ellas toda la humanidad, deben existir para su gloria.” Ésa era la visión puritana para su tierra. Ella inspiró fuerzas en la esfera de la política, en la ley, en la educación y en muchas otras esferas: fue la visión que la Palabra de Dios en su totalidad debería dominar y sojuzgar la sociedad bajo la autoridad de Jesucristo.
El segundo principio de reforma de Knox no fue menos generalizado en todo su pensamiento y obra. Si la Iglesia busca el honor de Dios, si busca evitar ofenderle, entonces no hay ayuda humana que ésta necesite, y no hay oposición humana que pueda vencerla. Si ella es fiel a Dios, si le honra, ciertamente la obra será hecha. Escuchemos a Knox: “Queridos hermanos, considerad conmigo que las cosas que al hombre parecen imposibles son fáciles para nuestro Dios, si nos negamos a nosotros mismos y solamente obedecemos sus mandamientos…”
Cuando Knox habló de la disciplina como una marca de la Iglesia, fue en relación a la verdad de arriba. Cuando dijo que es mejor no tener ministros a tener ministros que comprometan la verdad o que sean mundanos, habló en términos de la verdad que la Iglesia es el lugar donde mora la gloria de Dios. Es allí donde su honor tiene que ser mantenido precioso. No es un santuario para lo mundano, y si llegara a ser tal, entonces se convertiría en una ofensa a los ojos del Dios Todopoderoso. Por tanto, para él, a pesar de todo su prestigio, riqueza, salud y poder, el nombre de “Icabod” pertenecía a la Iglesia romana; la gloria de Dios se había ido. Y esto, nos diría Knox, puede ocurrir a cualquier iglesia, puede ocurrirnos a nosotros si dejamos la obediencia y la fidelidad a su Palabra. Si provocamos la ira de Dios, entonces no hay nada en este mundo, y nada en todo el apoyo humano, que pueda preservar la Iglesia. Este era el segundo de sus principales principios para la reforma.
Características personales
¿Qué es lo que nos impresiona más profundamente cuando leemos de Knox como hombre? A mí me afecta su continuo y prolongado sufrimiento, y en medio de este sufrimiento, ¡esa energía, esa diligencia, ese sentido de euforia que brota de su fe! No supongamos que físicamente era un hombre fuerte. El nunca se recuperó completamente de aquellos largos meses en las galeras. Tenía piedras en los riñones antes de los cuarenta años de edad y frecuentemente sufría desesperadamente de insomnio por las noches. Hemos oído también de su soledad, de aquellos años cuando sus amigos le fueron quitados por muertes violentas, cuando fue separado de su mujer, que fue ella misma quien fue arrebatada de él a la temprana edad de veinticinco años aproximadamente. Increíbles fueron sus sufrimientos, y enormes fueron los odios que le fueron mostrados. Seguramente se le dio, en palabras de un antiguo ministro escocés: “un divino y heroico espíritu.”
Mucho, también, podría decirse de su humildad. Fue un hombre que no era nada ante sus propios ojos. “Le ha placido a Dios”, dijo, “de su superabundante gracia, hacerme a mí, que soy el más miserable entre muchos miles, testigo, ministro y predicador.” Tales eran los pensamientos de sí mismo.
Knox fue un hombre de fuertes sentimientos. Cuando predicaba podía decir: “Me estremezco, temo y tiemblo.” El predicaba, como lo hizo Bunyan, “lo que vívidamente sentía”; suspiró, lloró, se quemó indignado por la atrocidad hecha a las almas de los hombres por ese sistema que permanecía en contra de él. Sí, de hecho, debemos decir que tenía mucho del espíritu de su Maestro quien en una ocasión de la cual leemos en Juan 2, expulsó a aquellos cambistas, quienes habían convertido la casa de oración en cueva de ladrones, fuera del templo de su Padres. Este espíritu estaba en Knox, un hombre de ardiente amor y devoción.
También debe decirse que fue un hombre de una visión muy amplia. Hay un notable aspecto en el cual la previsión de Knox es de gran beneficio práctico para nosotros. Cuando consigas uno de los volúmenes de Knox en la Biblioteca Evangélica de Londres, deberías estar agradecido por ser capaz de leerlo, porque este podría no haber sido el caso. Como todo el mundo sabe, Knox era escocés. Si hubiera usado el escocés antiguo, importaría poco que sus escritos estuvieran en la biblioteca o no, porque ni tú ni yo habríamos sido capaces de leerlos. Pero él deliberadamente escogió escribir en inglés–, y tomó este proceder como resultado de su correcta anticipación del futuro. Trabajó y oró por el día cuando hubiera amor no fingido y unidad entre todos aquellos que anhelan el reino de Cristo en Gran Bretaña. Aunque era patriota, había algo más importante para él que el patriotismo. Fue, en primer lugar, un cristiano con una visión de unidad internacional entre todas las Iglesias reformadas. Esa visión afectó a su actitud hacia los antiguos enemigos de Escocia, los ingleses, y aun afectó su decisión en cuanto al idioma en que escribiría. Deberíamos dar gracias a Dios que le fuera dada tan amplia visión y codiciar el mismo espíritu para nuestras divididas iglesias calvinistas de hoy.
Mi último punto en cuando al carácter de Knox debe ser éste: lo más destacado de todo lo demás en el reformador es la resuelta fe que mostró hacia la persona del Señor Jesucristo. Cuando se comprende la total corrupción de la Iglesia de aquella época, cuánto tiempo había prevalecido, y cuán arraigadas estaban sus raíces, ¡no es sorprendente que los reformadores estuvieran consternados ante la inmensidad de la obra que tenían que hacer! Con este compromiso en mente permanecí esta mañana en la Catedral [católica romana] de Westminster: la visión de su grandeza, y todo lo que representa, recuerda el día cuando tales edificios, con todas sus supersticiones, estuvieron extendidos indiscutiblemente sobre todo el país. ¿Cómo llegaron a creer aquellos cristianos del siglo XVI que lo que Roma representaba podría ser derribado? Sólo de una manera: ¡a través del invencible poder del Señor Jesucristo, la Cabeza de la Iglesia! Esta es la explicación última de la conducta de Knox y de sus compañeros. Ellos se vieron a sí mismos como frágiles y pobres instrumentos, pero sirvieron a Cristo. Él estuvo personalmente ocupado en su propia causa y Él prevalecería y vencería. El buen éxito que acompañó a la predicación de Knox fue debido a su Maestro solamente: “Yo distribuí el pan de vida como de Cristo Jesús lo había recibido. No busqué ni preeminencia, ni gloria, ni riquezas; mi honor fue que Cristo Jesús reinara…”
“De esto estoy seguro, que la bendición de Cristo Jesús multiplicó de tal manera la porción que recibí de sus manos, que durante ese banquete el pan nunca faltó cuando las almas hambrientas suplicaban o lloraban por alimento; y al final del banquete, mi propia conciencia da testimonio que mis manos recogieron las migajas que fueron dejadas en tal abundancia que mi cesto estaba lleno de entre los demás.”
De nuevo, oigamos las palabras dirigidas a los cristianos en Londres durante la persecución mariana: “Oh hermanos, ¿no está el diablo, el príncipe de este mundo, vencido y expulsado? ¿No ha vencido Cristo Jesús, por quien sufrimos, sobre él? ¿No ha llevado nuestro cuerpo a la gloria a pesar de la malevolencia de Satanás? Y ¿no volverá nuestro Defensor? Sabemos que lo hará…Permaneced con Cristo Jesús en estos días de su batalla, ¡la cual será corta y la victoria eterna! Porque el Señor mismo vendrá en nuestra defensa con su gran poder: Él nos dará la victoria cuando la batalla sea más fuerte…”
No puedo terminar sin recordar la historia de John Bunyan en el Progreso del Peregrino
la cual resume todo esto muy bien. Cristiano y Esperanza estaban viajando en su camino hacia la Ciudad Celestial cuando se quedaron dormidos en las tierras del Gigante Desesperación. Despertándose, se encontraron en las manos del Gigante, y así fueron llevados al Castillo de las Dudas y puestos, dice Bunyan, en un hediondo calabozo, ¡cuánto sufrimiento y temor se apoderaron de sus corazones¡ ¿Podría ser, se preguntaba cada uno, que algún día el Gigante Desesperación en uno de sus ataques pudiera perder el uso de sus miembros, o que dejara de cerrar una de aquellas inflexibles puertas que los retenían? Tales esperanzas fracasaron y sus expectativas se agravaron. Fueron llevados afuera, al patio del castillo, y se les mostraron huesos, supuestamente de peregrinos como ellos, a los cuales el Gigante días antes había arrancado en pedazos. Así también les haría a ellos, les dijo, antes de enviarlos de vuelta, sacudiéndoles y estremeciéndoles, a su calabozo. Entonces, dice Bunyan, sobre la medianoche de la tarde del sábado, Cristiano y Esperanza comenzaron a orar y continuaron en oración hasta casi el amanecer. Un poco antes de que amaneciera, el bueno de Cristiano se levantó como un hombre medio asombrado y dijo: “Oh, qué tonto soy por seguir en este hediondo calabozo cuando podría haber obtenido mi libertad: tengo una llave en mi pecho llamada Promesa que abrirá, estoy persuadido, cualquier cerradura en el Castillo de las Dudas.” “Entonces”, dijo Esperanza, “ésas son buenas noticias, hermano; sácala de tu pecho e inténtalo.” Y así lo hicieron. ¿No es esto también justamente lo que leemos en Hebreos, capítulo 11, de esa gran multitud de personas, que por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron promesas? Ellos no hicieron nada salvo utilizar la llave llamada Promesa, y esa llave abrió todas las cerraduras. Fue la misma llave que se nos transmite a nosotros, y es porque esta llave existe que la Biblioteca Evangélica de Londres, por la gracia de Dios, continúa en su obra. ¡Que Dios bendiga esta obra! Sobre todo, ¡que Él honre su Palabra y avive su Iglesia en esta época nuestra de conflicto!
Conferencia pronunciada en Londres el 24 de noviembre de 1972, cuarto centenario de la muerte de John Knox y publicada conjuntamente por THE EVANGELICAL LIBRARY y THE BANNER OF TRUTH TRUST en 1973. Publicada en español con el debido permiso del autor. Tradujo del inglés: Víctor M. Rivas.
(1)The Works of John Knox (Las Obras de John Knox), recopiladas y editadas por David Laing, fueron publicadas en seis volúmenes, siendo la última edición de 1895
Publicado con permiso de Editorial Peregrino. Derechos Reservados.