La muerte devorada en victoria
Dr. Albert Mohler
La cruz y la resurrección representan los acontecimientos fundamentales que se encuentran en el centro de la fe cristiana. El cristianismo se sostiene o se viene abajo con la expiación sustitutoria llevada a cabo por medio de la muerte del Hijo de Dios encarnado, en la cruz y su resurrección al tercer día. La iglesia celebra cada año esta celebración de la resurrección porque debemos traer constantemente a nuestra memoria y también recordar al mundo la resurrección de la esperanza, y de la realidad del Cristo resucitado. La iglesia del Señor Jesucristo debe ser siempre una compañía de testigos de la resurrección, que hablan del Evangelio de la cruz y del Cristo resucitado a un mundo que desespera por una esperanza genuina.
El filósofo positivista francés Auguste Comte dijo una vez a Thomas Carlyle que planeaba comenzar una nueva religión que remplazara al cristianismo. “Muy bien —replicó Carlyle—. Lo único que tiene usted que hacer es dejar que le crucifiquen, resucitar al tercer día y conseguir que el mundo crea que sigue usted vivo. Entonces su nueva religión tendrá una oportunidad”.
La cruz y la resurrección representan los acontecimientos fundamentales que se encuentran en el centro de la fe cristiana. El cristianismo se sostiene o se viene abajo con el acto de expiación sustitutoria que se llevó a cabo por medio de la muerte del Hijo de Dios encarnado en la cruz y su resurrección al tercer día. Si Cristo no murió en nuestro lugar, entonces seguimos bajo el veredicto divino. Si Jesús no resucitó, no fue más que una mera víctima y no el Vencedor.
Cada año, la iglesia celebra la resurrección porque debemos tenerlo constantemente en nuestro pensamiento y recordarle al mundo la esperanza de la resurrección y la realidad del Cristo resucitado. La iglesia del Señor Jesucristo debe siempre permanecer como la compañía de los testigos de la resurrección, que proclaman el Evangelio de la cruz y del Cristo resucitado a un mundo que está desesperado y necesita una esperanza genuina.
A pesar de todo, el mundo no siempre está dispuesto a escuchar la desafiante claridad del mensaje de Pascua. Palabras como pecado, culpa, redención, expiación y salvación suelen verse con frecuencia como algo molesto, descortés y poco sofisticado. Los individuos que huyen por no querer admitir su propia pecaminosidad saben que la palabra de la cruz y el testimonio del Señor resucitado vienen como juicio y también como gracia.
Algunos dentro de la iglesia han decidido ayudar a que el mensaje de Pascua se ajuste a las expectativas culturales. David Jenkins, el anterior obispo de Durham (Inglaterra) provocó una protesta en la Iglesia de Inglaterra por su sugerencia de que la resurrección fue “real”, pero no un hecho histórico. La resurrección de Cristo fue real en el sentido de que los discípulos experimentaron la “vivencia” de Jesús. Sin embargo, según dice el obispo, la resurrección de Jesús no fue corporal.
El rechazo del obispo Jenkins de la doctrina bíblica de la resurrección no es, porque el caso se suele dar con mucha frecuencia, nada nuevo. La resurrección ha sido un punto central del compromiso teológico a lo largo de la historia de la iglesia, aunque algunos de la era contemporánea parecen determinados a alcanzar nuevas profundidades de la “redefinición” de la resurrección.
La trayectoria moderna de la realidad de la tumba vacía y del Cristo resucitado no es más que otro ejemplo de la sublevación contra la clásica ortodoxia cristiana que se vio en algunos segmentos de la iglesia. Pero el mensaje bíblico no permitirá un compromiso semejante. Los Evangelios recogen la resurrección corporal de Jesús de entre los muertos y la aparición del Cristo resucitado a los discípulos y a otros más.
Pablo no dejó ninguna puerta abierta a interpretaciones erróneas cuando declaró: “Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es falsa; todavía estáis en vuestros pecados” (1 Corintios 15:17). Si Cristo no resucitó “somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima”. Pero Pablo proclamó: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron”.
La resurrección de Jesucristo es la confirmación del Evangelio y la señal eterna de la expiación que se llevó a cabo en la cruz. La resurrección fue reconocida por los discípulos como señal de Dios de que Jesús era verdaderamente el Hijo encarnado, que sus alegaciones mesiánicas eran verdaderas, que su predicación del Reino de Dios se llevaría a cabo y que su muerte sacrificial fue suficiente para la salvación de la humanidad pecadora. La resurrección es, asimismo, la señal de su regreso.
Además, las Escrituras dejan muy claro el hecho de que la resurrección de Jesús es la promesa de nuestra propia resurrección y la esperanza concreta de vida después de la tumba. La realidad de la resurrección originó el grito triunfante de Pablo: “Devorada ha sido la muerte en victoria”.
La iglesia no debe nunca disculparse por su celebración de la resurrección. En realidad, aunque la Pascua se celebra como el día de la resurrección, cada Día del Señor es un día de resurrección, y cada congregación es un cuerpo de creyentes unidos en la esperanza y el testimonio de la resurrección.
Las dos grandes festividades celebradas por la iglesia son para adoración y testimonio. Las iglesias deben ser fieles testigos de la realidad de la resurrección corporal de Jesús y tener el valor de hablar la verdad de su resurrección tanto para juicio como para esperanza suficiente.
Carlyle tenía razón. Los acontecimientos históricos de la cruz, objetivos y sin precedentes, y la resurrección representan el juicio contra todas las pretensiones humanas y contra la religión como mera religión. ¡Él ha resucitado! ¡Ha resucitado de verdad!
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso. Traducción de www.ibrnb.com, Derechos Reservados.
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