La lógica de la sustitución penal
El teólogo J. I. Packer hizo una defensa histórica de la relevancia objetiva de la cruz en “What Did the Cross Achieve? The Logic of Substitutionary Atonement” [¿Qué logró la cruz? La lógica de la expiación sustitutiva], la conferencia teológica bíblica que dio en la Universidad de Cambridge en 1973, de Tyndale. Packer comienza describiendo que la comprensión penal substitutiva de la expiación “en conjunto, es una marca característica de la fraternidad evangélica a nivel mundial”. Merece la pena destacar que Packer esperaba que su audiencia aceptara esta declaración y se la tomara en serio. Hace más de treinta años se podía asumir que la mayoría de los evangélicos entendía que la visión penal substitutiva era primordial.
En sus propias palabras:
En líneas generales, las iglesias han explicado la muerte de Cristo de tres formas. Cada una de ellas refleja una visión particular de la naturaleza de Dios y nuestra situación apremiante de pecado y de lo que se necesita para ser llevados hasta Dios en la comunión de aceptación por su parte y de fe y amor por la nuestra. Merece la pena observarlas para ver cómo encaja la idea de la sustitución en cada una.
En primer lugar, el tipo de relato que contempla que la cruz tiene su efecto enteramente en los hombres, ya sea porque revela el amor de Dios hacia nosotros, porque explica en profundidad cuánto odio siente Dios hacia nuestros pecados, porque pone delante de nosotros un ejemplo de piedad, porque abre un camino hacia Dios que ahora podemos seguir, porque implica tanto a la humanidad en su obediencia redentora que la vida de Dios fluye ahora en nosotros, o por todas estas razones a la vez. Se da por sentado que nuestra necesidad básica es la falta de motivación que tenemos hacia Dios y, también, de abrirnos a la entrada de la vida divina. Todo lo que se necesita para tener una relación correcta con Dios es un cambio en nosotros en estos dos puntos concretos, y es exactamente eso lo que la muerte de Cristo trae consigo. El perdón de nuestros pecados no es un problema aparte; tan pronto como somos cambiados, ya podemos ser perdonados y lo somos de una vez. Esta visión deja poco, o ningún, lugar para cualquier pensamiento de sustitución, ya que va demasiado lejos a la hora de igualar lo que Cristo hizo por nosotros con lo que hace en nosotros.
Un segundo tipo de relato considera que la muerte de Cristo tiene su efecto principalmente en las fuerzas espirituales hostiles externas a nosotros que supuestamente nos encarcelan en un cautiverio del cual nuestra empedernida distorsión moral es la señal y el síntoma. La cruz se ve como la obra de Dios que sale a la batalla como nuestro campeón, así como David salió como campeón de Israel para luchar contra Goliat. Por medio de la cruz, esas fuerzas hostiles, comoquiera que se conciban —ya sea como pecado y muerte; como Satanás y sus huestes; como lo demoníaco en la sociedad y sus estructuras; como los poderes de la ira y la maldición de Dios, o cualquier otra cosa—, son vencidas y anuladas, de manera que los cristianos ya no siguen esclavizados a ellos, sino que comparten el triunfo de Cristo sobre ellos. Aquí la suposición es que la difícil situación del hombre está creada enteramente por las fuerzas hostiles del cosmos, distintas de Dios; a pesar de ello, si se ve a Jesús como nuestro campeón, los exponentes de esta opinión todavía podrían llamarle, de forma correcta, nuestro sustituto, del mismo modo que todos los israelitas que declinaron el desafío de Goliat en 1 Samuel 17:8-11 pudieron decir, correctamente, que David era su sustituto. Así como un sustituto que implica a otros en las consecuencias de sus actos como los hubieran realizado ellos mismos, se convierte en su representante, también este representante que descarga de las obligaciones a aquellos que representa, es su sustituto. Lo que afirma este tipo de relato de la cruz (aunque no se suela decir con estos términos) es que el Cristo conquistador, cuya victoria asegura nuestra liberación, fue nuestro representante y sustituto.
El tercer tipo de relato no niega nada de lo que se afirma en los dos puntos de vistas anteriores, de no ser la suposición de que sean completos. Existe un respaldo bíblico para todo lo que dicen, pero va más allá. Proporciona una sólida base a la difícil situación del hombre como víctima del pecado y de Satanás en el hecho de que, por todas las bondades diarias de Dios hacia él, como pecador se encuentra bajo el juicio divino y su esclavitud al mal es el principio de su sentencia. A menos que el rechazo de Dios hacia él se convierta en aceptación, estará perdido para siempre. Según este punto de vista, la muerte de Cristo tuvo su efecto primeramente en Dios quien, por medio de ella fue propiciado (o, mejor dicho, que por medio de ella se propició a sí mismo). Sólo por haber tenido este efecto, derrocó los poderes de la oscuridad y reveló el amor de Dios que nos busca y nos salva. Aquí el pensamiento es que, al morir, Cristo ofreció a Dios lo que Occidente ha denominado “la satisfacción de los pecados”, una satisfacción que el propio carácter de Dios dictó como único medio por el cual su “no” hacia nosotros se podría convertir en un “sí”. Que esta satisfacción dirigida hacia Dios se entienda como el homenaje de la muerte en sí, o que la muerte se viera como el perfeccionamiento de la obediencia santa, o la realización del abandono del infierno por parte de Dios, que es el juicio final de Dios sobre el pecado, o una confesión perfecta de los pecados del hombre combinados con la entrada en su amargura por medio de una identificación compasiva, o todas estas cosas juntas (y nada nos impide combinarlas todas ellas), la forma de este punto de vista sigue siendo el mismo: que al ir a la cruz Jesús expió nuestros pecados, hizo propiciación ante nuestro Hacedor, convirtió el “no” de Dios en un “sí” y, de esta manera, nos salvó. Todas las formas de este punto de vista ven a Jesús, en realidad, como nuestro representante y sustituto, le llamen o no de ese modo, pero sólo ciertas versiones del mismo representan su sustitución como penal.
La defensa que Packer hace del carácter sustitutivo de la expiación de Cristo es conciliadora, considerado, comprensible y muy difícil de refutar. En su juicio, el aspecto sustitutivo de la expiación es el “corazón del asunto”. En su esencia, esto es sólo la forma clara y bíblica de afirmar la gran verdad de que Jesús murió por nuestros pecados.
No podemos más que orar para que esta verdad sea, de nuevo, “en la marca distintiva de la fraternidad evangélica a nivel mundial”.
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso. Traducción de www.ibrnb.com, Derechos Reservados.
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