El temor de Dios V: Relación entre el temor de Dios y nuestra conducta
Vimos en el último capítulo que, cuando el temor de Dios está presente, es porque Dios ha aplicado las bendiciones del Nuevo Pacto compradas por la sangre de Cristo. El temor de Dios es, pues, una bendición que va inseparablemente unida al gozo y a la comprensión del perdón de los pecados. Como alguien dijo, de forma muy hermosa: “El corazón es tímido con un Dios que condena, pero se siente cerca y se aferra a un Dios que perdona”. Hasta que un hombre no conoce el perdón de Dios, basado en la sangre del pacto eterno, nunca conocerá el temor correcto de Dios. Puede sentir terror de Dios; puede tener pánico de Dios; pero ese terror y ese pánico le alejarán de Dios. El temor de Dios se expresa en la toma de conciencia de lo que es el perdón, y es un temor que hace que nos acerquemos más a Dios y que nos aferremos a Él y a sus caminos.
Ahora llegamos a lo que yo llamo la relación entre el temor de Dios y la conducta, y aquí tengo que exponer dos propuestas. La primera es que el temor de Dios es el terreno santo que produce una vida piadosa. La segunda es que la ausencia del temor de Dios es el terreno impío que produce una vida de impiedad.
Terreno santo que produce una vida piadosa
¿Cuál es el efecto práctico del temor de Dios en la vida de un hijo de Dios? Consideremos algunos textos de las Escrituras en los que vemos a hombres y mujeres bajo una gran variedad de circunstancias y, a pesar de ello, en cada caso donde hay una verdadera piedad, se le atribuye a este terreno del temor de Dios.
El ejemplo de Abraham
En los primeros versículos de Génesis veinte, se nos dice que Abraham fue llamado por la palabra de Dios. Mientras está viajando con su esposa, Sara, llega a la tierra de los filisteos. Él sabe que allí hay un rey pagano y conoce algunas de las prácticas de estos reyes cuando ven mujeres hermosas. Entonces empieza a razonar: “si llego a este lugar y el rey ve a mi esposa, la va a desear. Yo seré un obstáculo en su camino y, por consiguiente, se deshará de mí para conseguir a mi mujer. Esto es lo que haré: diré una media verdad; diré que ella es mi hermana”. Esto era una verdad a medias. Había una relación de sangre, pero Sara era más que su hermana. El efecto de esta media verdad de Abraham sobre Abimelec fue, claro está, que se llevó a Sara a su casa; pero Dios le refrenó de cualquier tipo de relación sexual con ella. Luego Dios se reveló a Abimelec y le dijo: “si haces esto, eres hombre muerto”. Así pues, Abimelec fue a Abraham y le dijo: “¿Por qué me has hecho esto? Observemos la respuesta de Abraham, en el versículo once:
“Y Abraham, respondió: Porque me dije, sin duda no hay temor de Dios en este lugar y me matarán por causa de mi mujer. Además, en realidad es mi hermana, hija de mi padre, pero no hija de mi madre; y vino a ser mi mujer”.
¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Dice: “Abimelec, tú me preguntas por la razón por la cual temía que pensaras matarme y tomar a mi esposa. Es porque razoné de esta manera: este es un lugar pagano. Tú eres un rey pagano. Como aquí no hay conocimiento del verdadero Dios, quien se reveló a mí, por lo tanto, no hay temor de Dios. Porque donde no hay perspectivas correctas con respecto a Dios, no puede haber ningún temor de Dios. Y si no hay temor de Dios, no habrá una sensibilidad ética. Al estar ausente el temor de Dios, tu conducta será un reflejo de la ausencia de su temor; por consiguiente, hice lo que hice”. Abraham asumió que el único terreno en el que podía crecer la piedad, era el temor de Dios. Y si ese terreno no estaba presente, tampoco lo estaría el temor de Dios. De modo que Abraham muestra que muy pronto, en la historia de la revelación de Dios, existe una relación inseparable entre el temor de Dios y la piedad práctica.
El ejemplo de José
Consideremos otro ejemplo en Génesis cuarenta y dos. Los hermanos de José habían bajado a Egipto a conseguir grano. José estaba en trono allí; era el segundo del propio faraón. José los había acusado de ser espías y estaba “probando” si lo eran o no, aunque él sabía perfectamente que eran sus propios hermanos. Para convencerles de que él era digno de confianza y un hombre honrado y que sus órdenes eran justas, veamos lo que dice en los versículos dieciocho y diecinueve:
Y José les dijo al tercer día: haced esto y viviréis, pues yo temo a Dios; si sois hombres honrados, que uno de vuestros hermanos quede encarcelado en vuestra prisión; y el resto de vosotros, id, llevad grano para el hambre de vuestras casas”.
En realidad, José está diciendo: “no necesito dar ninguna otra razón como base de mi piedad y de mi trato honrado con vosotros más que decir que soy un hombre en cuyo corazón está el terreno del temor de Dios, y que de esa tierra crecerá una piedad práctica”. Así pues, José demostró que él, como Abraham, entendía el principio de que el temor de Dios es ese terreno santo que produce una vida piadosa.
Dios lo ve todo
En Levítico 19:14 encontramos un mandamiento un tanto inusual: “No maldecirás al sordo, ni pondrás tropiezo delante del ciego, sino que tendrás temor de tu Dios; yo soy el Señor”. Si un hombre es sordo, no puede oírte. Y si no te puede oír, ¿puede herirle lo que digas? No; y sin embargo Dios dice: “no maldigas al sordo”. Lo que Dios está diciendo es esto: “tu conducta con respecto a los hombres no debe ir gobernada por su capacidad de tomar represalias contra tus maldades. No debe regirse por su impacto en tu reputación delante de ellos. El único principio que debe gobernar toda tu conducta con todos los hombres, en todas las circunstancias, es que Mi ojo está sobre ti y veo. Mi oído está abierto y oigo”. No permitas jamás que tu conducta con cualquier hombre se deje llevar por un principio que no esté a la altura de este: ¿cómo verá Dios esta conducta? ¿Qué más da que el ciego no pueda ver si le haces tropezar? Dios lo ve. ¿Y qué si el sordo no puede oírte cuando le estás maldiciendo? Dios te oye.
Esta es la razón por la cual, si eres un estudiante que teme a Dios, no harás trampas en la escuela. Si estás andando en el temor de Dios, tu maestro podrá tomarse un receso de tres horas mientras tú estés haciendo tu examen final. No hará la menor diferencia que el profesor esté allí o no, en lo que a tu honestidad se refiere. Aunque ella esté ausente, te limitarás a escribir solo lo que aprendiste. No echarás un vistazo al pupitre de al lado; no sacarás una chuleta. ¿Pero qué ocurrirá si eres un tramposo, un redomado tramposo? Esto te dice que no sabes nada acerca del temor de Dios. ¿Qué importa que el profesor no te pueda ver? ¡Dios te ve! ¿Qué más da si eres un joven que tiene dos tipos de vocabularios: uno que utilizas por casa y en la iglesia, y otro que utilizas en el campo de futbol con tus matones? Puedes decir todas las palabrotas junto con ellos, pero no dejarás que tu padre o tu madre te escuchen decirlas. ¿Qué son tu padre y tu madre en comparación con Dios? ¿Acaso Él no oye? Él conoce cada una de tus palabrotas. Podría darte la hora, el lugar, la ocasión y el nivel de decibelios de cada una de ellas. Si te sientes satisfecho porque tu madre y tu padre no te oyen, y porque no lo saben, esto es una indicación de que no estás caminando en el temor de Dios.
Los adultos se enfrentan a las mismas tentaciones y a las mismas realidades en muchas situaciones. Cada mes de abril nos sentamos a rellenar nuestros impresos sobre la renta. Debemos ser muy cuidadosos de no hacer ningún chanchullo, como si cada inspector desde Maine hasta California se estuviera inclinando por encima de nuestro hombro para ver. ¿Por qué? Porque rellenamos ese impreso de la declaración de la renta en el temor de Dios. Debemos ser conscientes de que lo que ponemos en ese impreso debe pasar la prueba del ojo de la omnisciencia y no solo la de los inspectores de la agencia tributaria. Si eres capaz de hacer trampas en tu declaración de la renta, y reclamar más deducciones en concepto de donativo de iglesia de lo que diste en realidad, y si este es el modelo de tu vida, no sabes nada del temor de Dios. Y Dios lo levantará como testigo contra ti en el día del juicio, a menos de que te arrepientas.
El temor de Dios es lo que hace que un hombre, en la oficina o en la tienda, sea tan cuidadoso con las miradas de flirteo como si su esposa estuviese de pie a su lado y fuese una mujer celosa. ¿Has visto alguna vez a un hombre que tenga a una esposa celosa? Cuando ella está con él, es como un caballo que lleva orejeras. Si andas en el temor de Dios, eres un hombre con orejeras. Hay un freno sobre tus ojos. ¿Por qué? Porque sabes que no se trata en absoluto de lo que vea tu esposa o de lo que ella sepa; lo que importa es lo que Él ve y lo que Él sabe y que estás intentando proteger un corazón que es puro ante sus ojos. Cualquier hombre que sea capaz de flirtear con sus miradas y sus palabras, si este es su patrón de vida, no sabe nada del temor de Dios.
Ser conscientes del ojo de Dios
Otra ilustración instructiva de la vida real, en cuanto a cómo opera el temor de Dios a un nivel muy práctico, es la que encontramos en el libro de Nehemías. En Nehemías 5:14, este dice al pueblo: “Además, desde el día en que el rey me mandó que fuera gobernador en la tierra de Judá, desde el año veinte hasta el año treinta y dos del rey Artajerjes, doce años, ni yo ni mis hermanos hemos comido del pan del gobernador”. En otras palabras, dice: “durante doce años no hemos hecho uso de nuestra posición oficial como medio de ganancia personal. Pero dice que esto no siempre fue así: “Pero los gobernadores anteriores que me precedieron gravaban al pueblo y tomaban de ellos cuarenta siclos de plata además del pan y del vino; también sus sirvientes oprimían al pueblo. Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios”. (v. 15). Dice que él no hizo lo mismo que sus predecesores —es decir, utilizar su posición como medio para progresar para una ganancia personal— “a causa del temor de Dios”. La base de su conducta era que el ojo de Dios estaba sobre él. Reconoció que si utilizaba su posición para su propia ventaja, perdería el derecho a la sonrisa de Dios. Esto era más que suficiente para refrenar a Nehemías y para hacer que anduviese en un camino en el que rehusara aprovecharse de los demás para su propia ganancia personal.
¿No es este uno de los mayores problemas en las relaciones humanas: unos que se aprovechan de los demás para su ganancia personal? Somos insensibles a las necesidades de los demás cuando estamos procurando suplir las nuestras. Somos egoístas cuando intentamos vivir para nuestra propia satisfacción mientras pisoteamos la necesidades de los demás. Somos tacaños en nuestros tratos de negocio. Somos poco razonables en nuestras expectativas como padres. ¿Cuál es la gran cura para todo esto? Ser capaces de decir, con Nehemías: “a causa del temor de Dios”. De la forma más práctica, vemos de nuevo el tremendo lugar que este principio tiene en la vida del pueblo de Dios.
Hoy día, en la era del Nuevo Testamento, esto sigue siendo verdad. En el momento en que, en tu vida cristiana, en cada relación, dejes de ser gobernado por este pensamiento de tu relación con Dios en Cristo; por el sentido de su presencia; por la realidad de su sonrisa; por el terror de ver su ceño fruncido; entonces el propio nervio, que te da energía para seguir adelante procurando la santidad, se verá cortado. ¿No lo has comprobado nunca? ¿Qué puede motivarte cuando el pensamiento de tu relación con Dios deja de agarrarte? ¿Qué ceño fruncido puede hacer que te alejes del mal cuando el de Dios ya no lo hace? ¿Qué sonrisa puede inducirte a caminar por el sendero de la justicia cuando la de Dios ya no lo hace? No hay nada más que pueda hacerlo. Cuando has ido más allá de la influencia del temor de Dios, ya has sobrepasado la esfera en la que la santidad puede ser perfeccionada. El único terreno en el que crece la piedad es el temor de Dios.
No perder de vista el agradar a Dios
Consideremos colosenses 3:22: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos en la tierra”. Pablo dice: “Aunque tengáis un Amo misericordioso en el cielo, seguís teniendo amos humanos en la tierra y debéis obedecerles en todas las cosas. Vuestra obediencia no debe ser según vuestra evaluación personal ni según os parezca que lo que se os pide sea correcto y justo”. No; dice: “Obedecedles en todo”. (La única excepción es si lo que os ordenan va en contra de la ley de Dios.) ¡Y es tan fundamental que los nuevos creyentes aprendan esto! Cualquier nueva relación en la que entres en virtud de la fe de Cristo no anula la existencia de las relaciones terrenales legítimas. ¿Piensas que de repente quedas exento de las leyes de velocidad y de la obediencia a las autoridades civiles? No; en absoluto. Ningún cristiano lo está. Pablo nunca enseñó una doctrina así.
Pablo sabe que hay dos formas distintas en las que los siervos deberían “obedecer” a sus amos. En primer lugar pueden servirles “no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres” (v. 22). Pablo dice “no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres”. Es decir, no hagas tu trabajo con respecto al ojo del amo, porque en tres minutos, tu amo se habrá ido. Se irá a sus negocios en la ciudad y su ojo ya no estará. Entonces ¿qué te motivará? Entonces ¿qué hará que seas productivo? ¿Qué te hará trabajar con sudor, llevando a cabo esa tarea mundana? Habrás perdido toda tu motivación si lo que te hace obrar como debes es el ojo del amo.
Pero hay otra forma en la que los siervos pueden “obedecer” a sus amos: “con sinceridad de corazón, temiendo al Señor”. Esta es la atmósfera en la que Pablo les insta a hacer su trabajo. “Con sinceridad de corazón” significa con un corazón que no esté dividido entre buscar ser alguien que agrade al hombre y también a Dios. Significa con un corazón que solo camina y trabaja en el temor de Dios: “temiendo al Señor”. ¿Quiere esto decir que la única forma en la que el esclavo común de una casa puede hacer su trabajo de forma aceptable a Dios es en el temor de Él? Absolutamente. El temor de Dios tiene que gobernar un espectro muy amplio que vaya desde un rey que gobierne con justicia (2 Samuel 23:3) hasta el esclavo común de una casa que quita la porquería de un cuchitril. De la misma manera que el siervo, el rey tiene que cumplir con sus deberes de forma aceptable para Dios, en un ambiente de temor de Dios. El ojo del amo terrenal no es el centro de la preocupación, sino el ojo del Amo celestial.
Consecuencias prácticas
Las Escrituras enseñan claramente que el único terreno en el que puede crecer la vida piadosa es el del temor de Dios. ¿Cuáles son algunas de las más importantes implicaciones de esta enseñanza? En primer lugar, considera la necedad de intentar resolver los problemas de la conducta humana sin tener en cuenta la necesidad del temor de Dios. Dios ha arraigado la ética (conducta humana) a la religión (la relación del hombre con Dios). Sígueme con atención. Cuando matas la verdadera religión, es cuestión de tiempo antes de que cualquier semejanza de integridad ética muera. Tres o cuatro generaciones atrás, Dios fue echado de nuestra vida nacional, en lo que a la verdadera religión se refiere. En lugar de la verdadera religión, vino el humanismo —la noción de que el hombre es bueno— y el liberalismo que —“rehízo” a Dios a imagen del hombre. A pesar de todo, seguía quedando un remanente de la ética de la verdadera religión. Lo que ha ocurrido en los últimos veinte años es que incluso esto ha muerto. Ahora la gente no tiene ningún pensamiento de Dios. Les preocupa el problema de la droga. Parece que todo el mundo está preocupado con el problema de la droga. Aquellos que un día fueron drogadictos son invitados a hablar a los estudiantes de la universidad
Los agentes de policía también se involucran en el intento de asustar a los niños. ¿Pero qué ocurre? Los niños apagan todas esas voces. Dicen que ya no quieren escuchar nada más acerca del tema. ¿Por qué? Porque la gente está intentando atacar un problema ético sin enfrentarse al principio de que el temor de Dios es el único terreno que puede producir esa vida piadosa y una ética estable. En Romanos 1:28, Pablo lo dijo de la manera siguiente: “Y como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada”.
En segundo lugar debemos considerar la relación entre el verdadero avivamiento y los cambios éticos y sociales que suelen venir después. Un avivamiento es un extenso y poderoso movimiento del Espíritu de Dios, que implanta la verdadera religión —el temor de Dios— en los corazones de muchas personas, en un lugar geográfico determinado. ¿Y qué ocurre cuando Dios obra de ese modo? ¿Qué ocurre en una comunidad de 10.000 personas si, de repente, 1.000 de ellas comienzan a andar en el temor de Dios? Ya no será el ojo del policía el que gobierne la conducta de esa gente, sino que será el ojo de Dios el que lo haga. El comportamiento de los estudiantes en las escuelas ya no tendrá el ojo del profesor como referencia, sino el de Dios. La comunidad se convertirá en un pequeño Edén. ¿Por qué? Porque el temor de Dios implantado en el corazón de un número de personas comienza a ser el terreno en el que crece la justicia ética. Las personas empiezan a ser amables y consideradas unas con otras. Cada avivamiento de la historia ha sido siempre el seno del cual han salido los grandes cambios sociales.
La tercera aplicación es que los padres deben considerar la base sobre la cual deberían valorar su influencia sobre sus hijos. Existen tres grandes aspectos de influencia sobre nuestros hijos. El primero y fundamental es el hogar; el segundo es la escuela y el tercero es la iglesia. ¿He mezclado el orden? No. Los tenéis bajo vuestro techo el mayor número de horas y, por consiguiente, tenéis la influencia más poderosa sobre ellos. La escuela es la segunda en tenerlos un gran número de horas y la iglesia la que los tiene durante menos tiempo.
¿Quieres valorar si Dios es quien posee la influencia que tú tienes sobre tus hijos y si está siendo utilizada como un instrumento en sus manos? Este es el modo de hacerlo: ¿hasta qué punto están aprendiendo tus hijos a temer a Dios por medio de tu ejemplo y por medio de tus preceptos? ¿Ven que, en toda tu conducta, la influencia más poderosa y que más fuerza tiene sobre ti es el ojo de Dios? ¿Tal vez ven que vives dos o tres tipos de vida distintos: una en la iglesia, una con cierta clase de amigos y otra con otro círculo de amistades? Por medio de tu ejemplo y de tus preceptos, ¿estás enseñando a tus hijos el temor de Dios? Si no lo haces, no te sorprendas si un día tu hija se escapa y se queda embarazada, o que tu hijo se haya enganchado a las drogas. Que esto no te extrañe si no has proporcionado un hogar en el que se enseña el temor de Dios. Solo esto puede protegerlos.
Calcula la influencia de la escuela a la que asisten tus hijos siguiendo esta misma línea. Si Dios dice que el temor de Dios es la parte principal del conocimiento, entonces creo que se puede decir que la ausencia del mismo es la razón primordial del disparate. Si esto es cierto, muchos niños se encuentran bajo un disparate calculado un día sí y el otro también, en el sistema público de su escuela. Se les enseña que se puede vivir la vida sin referencia alguna al temor de Dios. Puedes decir que ningún maestro ha dicho eso jamás. Sin embargo, por la propia ausencia del intento de enseñar un patrón de ética y de moral que incluya el temor de Dios, están diciendo que el temor de Dios no es necesario.
Así es cómo podéis valorar la influencia de la iglesia: ¿enseña a mis hijos el temor de Dios o se limita a mantenerlos ocupados? ¿Les enseña el verdadero carácter de Dios? ¿Procura, por la gracia de Dios, implantar en los más jóvenes el sentido de su presencia y los requisitos de su santa ley y las maravillas de su gracia? Esta es la medida que debéis utilizar a la hora de valorar la influencia de la iglesia. Y debemos evaluarla no solo en referencia a los jóvenes, sino también con respecto a nosotros mismos. ¿Qué nos enseñan los himnos que cantamos? ¿Cuál es el ambiente de adoración que se crea? ¿Fomenta y procura mantener el temor de Dios en la gente?
El temor de Dios es el terreno en el que crece una vida piadosa, y solo en él se puede encontrar la verdadera piedad. ¿Eres un estudiante que ha desarrollado la costumbre de hacer trampas en el colegio?; ¿por qué lo haces?; ¿por qué puedes mentir cuando sabes que tus padres no se van a enterar?; ¿por qué dices palabrotas cuando estás jugando con tus amigos, pero no te atreverías a hacerlo delante de tus padres? Es porque el temor de Dios no está en tu corazón. Esta es tu gran necesidad: que Dios ponga su temor en tu corazón.
Los hijos de Dios deberían examinarse a sí mismos también. ¿Por qué utilizamos atajos en algunas ocasiones? ¿No es porque nos hemos salido del reino del temor de Dios? Ese es el motivo por el cual Dios dice que necesitamos estar todo el día en su temor. Si estuvieras viviendo con una consciencia plena del temor de Dios, sería absolutamente impensable que utilizaras chanchullos a la hora de hacer tu declaración de la renta, ¿no es así? “Mientras relleno este impreso, el ojo de mi Dios está sobre mí. ¿Sonreirá cuando yo haya terminado?”. Es entonces cuando se ha convertido en algo real. Te insto a que clames a Dios para que aumente su temor en tu corazón, porque solamente en la medida en que su temor aumente, se producirá la piedad y la santidad práctica en una plenitud que no has conocido anteriormente.
Terreno impío que produce una vida de maldad
Si el temor de Dios es el terreno que debe producir una vida piadosa, entonces, por pura presión de la lógica podemos decir que la ausencia del mismo es el terreno impío en el que crece la vida de maldad. Sin embargo, no necesitamos confiar en la pura lógica para probar esta declaración; se puede demostrar con las Escrituras. Esto es lo que vamos a hacer: en primer lugar consideraremos un texto clave, en cierta profundidad, y esto establecerá la estructura de nuestro estudio. En segundo lugar, consideraremos varios pasajes específicos que respalden la conclusión de este texto principal. Luego, sacaremos algunas conclusiones y observaciones prácticas.
Un texto clave: Romanos 3:18
Un texto clave para demostrar esta declaración de que la ausencia del temor de Dios es el terreno impío que produce una vida de maldad es Romanos 3:18: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Esta cita del Nuevo Testamento pone el punto final a una serie de pruebas de las Escrituras dadas por Pablo para establecer la pecaminosidad de Dios delante de Dios. Dice que la causa subyacente para la impiedad de todo el mundo es: que “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. La ausencia del temor de Dios es la causa de una vida desordenada e impía, como la que Pablo describe en Romanos 3:10-18. Esta ausencia es como una planta nociva en el corazón del hombre.
Los impíos ven la vida, la viven y llevan a cabo sus deseos y ambiciones desprovistos del temor de Dios. Cuando se ha hecho una fotografía a alguien y se ha utilizado una cámara con flash, un punto brillante permanece delante de los ojos durante un par de minutos. Todo lo que mire parecerá llevar ese punto brillante superpuesto. No puede mirar su mano, un árbol, una casa o a otra persona sin ver ese punto. Está continuamente “delante de sus ojos”. Pero las Escrituras dicen del impío: que “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Es decir: cuando se levantan por la mañana y contemplan el día que llega, miran a la vida sin que el ser de Dios esté superpuesto; tampoco lo están las exigencias de Dios, su carácter, su salvación, su ley ni su juicio. Salen ese día sin ningún temor de Dios superpuesto en su vida. Esta es la acusación que hace Pablo. Así pues, nos dice, cuando veáis la vida que llevan los impíos, esta es la explicación que se encuentra detrás de su comportamiento. Esta es la razón por la cual la vida del impío es tan depravada y tan pecaminosa: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”.
El hombre piadoso es aquel que, en todas las cosas, tiene el “punto luminoso” del temor de Dios delante de sus ojos. No puede pensar en el día que tiene por delante sin reflexionar: “Este es el día que el Señor ha hecho. Soy su siervo. Él es mi Dios. Así es que, al salir en este día para ir a la tienda, a la escuela, a la oficina; mientras trabajo o entablo una conversación, todo debe llevar el sello de la realidad del ser de Dios, de mi relación con Él, de lo que Él me exige, de su provisión para mí”. El temor de Dios está delante de sus ojos y colorea cada faceta de su vida. Por el contrario, el impío es el hombre que no tiene este temor de Dios delante de sus ojos. No respeta la autoridad de Dios, no tiene consideración por la ley de Dios, no le importa tener su sonrisa, no le asusta por ver su ceño fruncido.
Por consiguiente, desde el principio aprendemos que los problemas éticos y morales, los de la vida y la conducta, tienen sus raíces en principios religiosos. No se pueden separar la ética, la moral y la conducta de la verdadera religión bíblica. No puedes hacerlo porque Dios las ha unido. Lo que Dios ha unido, el hombre lo hace pedazos para su propio peligro solamente. Romanos tres deja claro que la ausencia del temor de Dios es, realmente, el terreno en el que crece la vida de impiedad.
Textos de apoyo
Salmo 10
Una vez considerado este texto clave, como punto de referencia para poder hablar, veamos otros dos textos del Antiguo Testamento que son de apoyo y de explicación. En primer lugar, el Salmo 10. El contexto de este salmo queda establecido, de forma muy clara, en los dos primeros versículos: “¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado, y te escondes en tiempos de tribulación? Con arrogancia el impío acosa al afligido; ¡que sea atrapado en las trampas que ha urdido! Aquí tenemos al justo que es oprimido y perseguido por el impío y parece que a Dios no le importa. Este es un gran problema que emerge una y otra vez en los Salmos. Es un problema que experimentamos como cristianos. Hay momentos en los que decimos: “Señor, esto no parece justo”. ¿Qué pensaríais si yo, como padre, viera que un matón le da una patada a mi hijo y lo maltrata, y yo tuviera el poder de hacer algo, pero no lo hiciera? ¿No os haríais algunas preguntas acerca de la profundidad de mi amor por mi hijo? Por supuesto que sí. El pueblo de Dios también tiene este problema.
En este contexto, el salmista demuestra lo que ocurre en la mente del impío cuando observa esto. Se mete con el justo, pero no cae ningún rayo del cielo, ni relámpagos. Esto hace que tenga más osadía y siga con su maldad. Observa, en primer lugar, qué es lo que el impío hace:
“Sus caminos prosperan en todo tiempo; tus juicios, oh Dios, están en lo alto, lejos de su vista; a todos sus adversarios los desprecia. Dice en su corazón: No hay quien me mueva; por todas las generaciones no sufriré adversidad. Llena está su boca de blasfemia, engaño y opresión; bajo su lengua hay malicia e iniquidad. Se sienta al acecho en las aldeas, en los escondrijos mata al inocente; sus ojos espían al desvalido. Acecha en el escondrijo como león en su guarida; acecha para atrapar al afligido, y atrapa al afligido arrastrándolo a su red. Se agazapa, se encoge y los desdichados caen en sus garras” (Salmo 10:5-10).
El impío lleva adelante todos sus esquemas contra el justo, contra el pobre y contra el desvalido. Pero esta sección del salmo está limitada por los versículos cuatro y once; ambos nos dicen porqué hace esto el impío. Observa la razón para todo esto en el versículo cuatro: “El impío, en la altivez de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: No hay Dios”. En otras palabras, el impío vacía su mente de pensamientos conscientes de Dios. Esto no significa que sea un ateo declarado. Pero sí quiere decir que Dios no entra en los pensamientos que gobiernan su vida. Todos sus pensamientos son que no hay Dios. Hace sus planes; lleva a cabo sus ambiciones. Pero lo hace todo sin ninguna referencia a Dios. El versículo once muestra que el mismo hombre impío procura deshacerse de cualquier consciencia de las obligaciones a las que se pueda ver forzado por el carácter de Dios: “Dice en su corazón: Dios se ha olvidado; ha escondido su rostro; nunca verá nada”. Intenta limitar la omnisciencia de Dios. ¿Por qué echa a Dios de sus pensamientos? Y cuando no lo consigue, ¿por qué distorsiona al Dios que permanece en sus pensamientos? Lo hace porque no puede vivir una vida de impiedad a menos que se salga de la órbita del temor de Dios. De modo que, si tiene que hacer crecer sus plantas de vida impía, debe acondicionar el terreno hasta que se quede completamente vacío del temor de Dios.
Malaquías 3
Hay otro pasaje en el Antiguo Testamento que debemos mirar. Es Malaquías tres. El capítulo comienza con el anuncio del que se llama mensajero del pacto; es, por supuesto, una referencia a nuestro Señor Jesucristo. Cuando viene, el profeta dice que tendrá un doble ministerio. En primer lugar, un ministerio de purificación:
“¿Pero quién podrá soportar el día de su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca? Porque Él es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos. Y Él se sentará como fundidor y purificador de plata, y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como a oro y como a plata” (vv. 2-3).
En segundo lugar, el mensajero del pacto tendrá un ministerio de juicio:
“Y me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo veloz contra los hechiceros, contra los adúlteros, contra los que juran en falso y contra los que oprimen al jornalero en su salario, a la viuda y al huérfano, contra los que niegan el derecho del extranjero y los que no me temen —dice el Señor de los ejércitos” (v. 5).
El mensajero no solo vendrá a purificar, sino también a juzgar. Observa quiénes serán juzgado: los hechiceros, los adúlteros, los que juran en falso, los que han oprimido al jornalero en su salario, y aquellos “que niegan el derecho del extranjero”. En otras palabras, el Señor dice que su juicio vendrá contra todos aquellos que se encuentren dentro de todo el espectro del mal, desde aquellos que sean culpables de gran inmoralidad declarada hasta aquellos que sean indiferentes a las necesidades del extranjero. Luego señala que tienen algo en común y esto es: que “no me temen”. ¿Qué tiene en común el adúltero con la persona indiferente a la necesidad legítima de otro que él ve y a la que tiene la responsabilidad de responder? Tienen en común que no andan en el temor de Dios. Así pues, el profeta Malaquías nos dice que el juicio de Dios vendrá con furia y con venganza sobre todos los que no le temen.
Hipócritas religiosos
Estos pasajes tratan, principalmente, con aquellos que son abiertamente irreligiosos en su maldad, pero hay otra gran clase de personas que no tienen temor de Dios: aquellos que son demasiado religiosos en apariencia, pero son culpables de una hipocresía religiosa. Mantienen la profesión externa de una religión verdadera y llevan a cabo muchas de las actividades de la misma. Sin embargo, están desprovistos del poder de la verdadera religión. Por supuesto, el clásico ejemplo de este tipo de personas son los escribas y los fariseos.
En Mateo seis, nuestro Señor llama hipócritas a los escribas y a los fariseos y nos advierte que no seamos como ellos porque, dice, cuando oran, lo hacen para ser vistos de los hombres (v. 5); cuando dan, lo hacen para que se les vea (v. 2); y cuando ayunan, lo hacen para que los hombres les vean (v. 16). Esto significa que, en todos sus esfuerzos por mantener la forma de la religión ortodoxa, y en todas sus actividades religiosas, están desprovistos del temor de Dios. ¿Pero, cuál es la esencia del temor de Dios? Es ese respeto a su persona que convierte su sonrisa en mi mayor delicia y mi mayor terror es cuando siento que frunce el ceño. Esto es lo que me convierte en un hombre, o una mujer, que no desea nada que esté más allá de mi propia conciencia para hacer teatro y solo a Dios y a los santos ángeles como testigos. Esto era algo que resultaba totalmente desconocido a los escribas y los fariseos.
Tú que profesas ser cristiano, ¿dónde está tu corazón? Los hombres pueden verte a través de los movimientos de devoción a Dios y de la obediencia a sus mandamientos. Pero la pregunta es: ¿qué es lo que Dios ve?; ¿ve que tu conformidad externa a su ley es una expresión del temor de Dios en tu corazón?; ¿ve que le adoras por amor a Él y con el deseo de agradarle, y por la percepción que te fuerza a conocer tus obligaciones para con Él?; ¿quizás es algo que se ha convertido en parte de tu estilo de vida, y permaneces en él para que “los hombres te vean”?
¿Por qué haces lo que haces?; ¿por qué no haces algunas de las cosas que otros hacen?; ¿es simplemente por mantener las formas y las apariencias de la religión verdadera ante los ojos de los hombres? Jesús dijo a los escribas y fariseos: “Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23:28). La persona que mantiene la religión ortodoxa en la cabeza, y la forma de la misma en la vida, pero es un extraño para el temor de Dios en el corazón, no sabe nada de lo que es la interioridad del verdadero cristianismo bíblico. No sabe nada de la pobreza de espíritu; desconoce lo que es tener hambre y sed de justicia; tampoco sabe lo que es lamentarse por sus pecados en secreto. La suma y la sustancia de toda su experiencia religiosa son aquello que está empaquetado dentro de su cabeza y lo que lleva a cabo, en apariencia, en su vida; pero no sabe lo que es que su corazón anhele a Dios.
Impacto en la sociedad
Llegados a este punto de la historia, existe una forma en la que esto se aplica a toda nuestra cultura. Imagina que quiero destruir una casa. Hay dos formas principales en la que podría hacerlo. Podría armarme con todas las herramientas necesarias y, comenzando por el tejado, empezaría a hacer pedazos la casa, teja a teja, ladrillo a ladrillo, puerta por puerta. Pero hay otra forma de hacerlo. Podría tomar mi almádena y empezar a trabajar por los cimientos. Después de una hora, un transeúnte no sería capaz de ver lo que estoy intentando hacer. La casa se vería aún completamente intacta. Todo lo que habría conseguido hacer sería desplazar unos cuantos bloques de hormigón o hacer un agujero en el cimiento existente. Al final del día, puede ser que la casa siga en pie si he elegido la segunda opción, mientras que alguien que hubiese trabajado desde el tejado ya habría hecho un buen destrozo. Podría haber arrancado parte del laminado del tejado. Quizás habría arrancado algunas de las ventanas. Sin embargo, si me dedico a mi trabajo, al final de uno o dos días, habré logrado más que él. Si pudiera cortar los puntos estratégicos de fuerza sobre los cuales se apoyara el peso de toda esa estructura, podría hacer que todo se derrumbara de una vez, mientras que al final de un par de días trabajando parte a parte, la otra persona tendría todavía el ochenta por ciento de la estructura en pie.
El diablo odia la estructura de la ética y la moral bíblica en las que ve que se levanta esa estructura. Tiene dos formas de destruirla. Puede atacar cada teja de la virtud cristiana y decir: “No existe la pureza, y yo voy a destruir ese concepto acerca de ella. No existe la honestidad y voy a hacer pedazos sus tejas”. Pero el diablo es más inteligente. Dice: “Sigue adelante y conserva tus tejas durante un tiempo. Que todos pasen por delante y vean que siguen intactas. Lo que voy a hacer es irme adonde no me puedas ver y voy a empezar a desalojar piedras de los cimientos”.
¿Qué ha ocurrido, pues, en nuestra cultura occidental? ¿Qué ha ocurrido en América? Durante varias generaciones, el diablo ha estado por detrás, trabajando en los cimientos. Uno de sus grandes golpes de martillo ha sido el liberalismo religioso que distorsionó al Dios de la Biblia y alejó de ese Dios glorioso y temible de Israel, convirtiéndolo en una masa sin forma de sentimiento sin principios llamado amor. Su santidad, su justicia y su justa ira se han olvidado ya desde hace mucho tiempo. Luego llegó el golpe del humanismo que vino por medio de nuestro sistema americano educacional. Dice que el hombre no es una criatura mala y depravada. Y vino el golpe del pensamiento evolutivo: el hombre no está obligado a Dios porque, en primer lugar, nunca vino de Dios.
Todas estas influencias han estado obrando y ahora parece que la casa que se veía tan hermosa ayer, hoy está hecha pedazos. Todos dicen: “¡Mira, la casa se está cayendo sobre nosotros!”. ¿Por qué? Porque, en lo esencial, el temor de Dios ha desaparecido de la estructura de nuestra vida y experiencia nacional. Y la única forma de que haya un amplio regreso a cualquier forma de verdadera ética y moral es comenzar desde el principio, implantando el temor de Dios en el corazón de los hombres. Ahí es donde debe empezar.
Esto significa que debemos volver a decir a los hombres quién es Dios. Cuando empiecen a ver quién es Él, comenzarán a ver cuáles son sus obligaciones para con Él; y empezarán a ver lo terrible que es pecar contra y ofender al santo Dios, hasta llegar a la desesperación. Entonces, cuando se les dice que ese Dios santo ha amado tanto al mundo que dio a su unigénito Hijo, verán el perdón desde la perspectiva del salmista: “Pero en ti hay perdón, para que seas temido” (Salmo 130:4). El Evangelio ya no será un simple elixir barato que hace que se sientan bien con su propia conducta pecaminosa, y que no hace nada para fomentar el temor de Dios. Será el instrumento por medio del cual, a través de las bendiciones del Nuevo Pacto aplicadas con poder al corazón, los llevará a temer y a reverenciar a este Dios y a andar estrictamente en sus preceptos y sus mandamientos.
Testimonio de los que no creen
La ausencia del temor de Dios no solo explica la condición espiritual de nuestra nación sino también la conducta de cada individuo que no cree en Dios. ¿Por qué vive el incrédulo como lo hace?; ¿por qué el joven, que no cree, se levanta por la mañana, come, se va a la escuela, miente un poquito, hace un poco de trampa, se pelea con su hermano y su hermana y esconde la verdad a sus padres? He aquí la explicación. No hay temor de Dios ante sus ojos. Esta es la explicación de su vida. Es la explicación de la vida de los adultos inconversos también. Esta es la razón por la que pueden vivir en la forma en que lo hacen. Este es el motivo por el cual incluso alguno, que profesa ser un seguidor de Cristo, puede irse a casa desde la iglesia, un domingo por la tarde y encender su televisor sin pensar que es el día del Señor y que “Él reclama esas horas para Él”. En realidad, ni siquiera ha pasado por su mente. ¿Por qué? Porque no hay temor de Dios delante de sus ojos. Piensa que es asunto suyo como pase el día del Señor y que a este no le importa nada. No soportaría que Dios interfiriera en lo que él quiere hacer un domingo por la tarde. Esta es su actitud. ¿Por qué? Porque no hay temor de Dios ante sus ojos.
Si esta es una descripción de tu vida y de tu filosofía, querido lector, entonces aquí tienes la explicación de porqué vives como vives. No hay temor de Dios ante tus ojos. Tienes que reconocer que hasta que vengas a Jesús el mediador del Nuevo Pacto, y Él implante este temor dentro de tu corazón, este seguirá siendo el modelo de tu vida.
Si este principio es verdad y en el único terreno en el que puede crecer esa impiedad es en la ausencia del temor de Dios, que Él nos ayude a resistir con santa violencia contra cualquier cosa que quiera disminuir el temor de Dios dentro de nuestro corazón. Solo podemos entrar de forma deliberada al reino del pecado cuando nos hemos salido del área del temor de Dios. Debemos sacar a Dios, de alguna manera, de nuestros pensamientos o, si no podemos hacerlo, deberemos fabricar a uno con el que nos sintamos más cómodos en nuestro pecado. Por consiguiente, cuidado con cualquier influencia por muy inocente que pueda parecer, si disminuye tu respeto por la sonrisa de Dios y tu terror por ver su ceño fruncido. ¡Que Dios nos ayude a mantenernos en su temor todo el día! Este es el único patrón de gracia: aunque Dios ponga su temor en nuestro corazón, nos manda que estemos en su temor todo el día. ¡Que el Señor se complazca en ayudarnos a tomar en cuenta la palabra de exhortación y a sentir terror por ese terreno impío de la ausencia del temor de Dios!
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