El temor de Dios VI: Cómo mantener y aumentar el temor de Dios
El temor de Dios es uno de los temas más básicos de las Santas Escrituras. A pesar de ello, es lamentablemente uno de los más descuidados en nuestros días. Un estudiante de la palabra de Dios, maduro y muy capacitado, tuvo la suficiente valentía de hacer la siguiente declaración: “El temor de Dios es el alma misma de la piedad”. En otras palabras, no hay vida de piedad a menos que esté constantemente animada por el alma del temor de Dios. Hemos visto que las Escrituras justifican la conclusión de que el temor de Dios es el terreno que produce la vida piadosa y que la ausencia de este es una tierra en la que solamente puede crecer la impiedad. Siendo este un tema tan fundamental, tenemos que considerar cómo debemos mantener y aumentar el temor de Dios en nuestro corazón.
Proverbios 23:17 es un texto básico que ayuda a poner este tema en perspectiva. En esta porción de las Escrituras tenemos, en primer lugar, este mandamiento en forma negativa: “No envidie tu corazón a los pecadores” (v. 17a). No permitas que tu corazón empiece a sentirse envidioso de las exquisiteces de los impíos. No dejes que tu espíritu comience a verse afectado por cualquier tipo de anhelo por lo que ellos llaman placeres de la vida “antes vive siempre en el temor del Señor” (v. 17b). En otras palabras, el corazón que mantiene un sentido adecuado del temor de Dios es lo opuesto a aquel que siente envidia de los pecadores y de su estilo de vida pecaminoso.
¿Cómo mantenemos el temor de Dios en nuestro corazón? A la luz de este texto es indiscutible que la voluntad de Dios es que mantengamos el temor de Dios en nuestro corazón. Tenemos el mandamiento explícito de mantenerlo. Pero, en respuesta a la pregunta de cómo hacerlo, consideraremos primeramente un principio general que es el fundamento de la respuesta y, después, veremos ocho reglas o pautas específicas para mantener el temor de Dios.
Un principio fundamental
En primer lugar, hay un principio general que debemos entender y a la luz del cual debemos caminar si queremos aumentar y mantener el temor de Dios en nuestro corazón. Declarado de una forma simple, el principio es el siguiente: en lo referente a vivir la vida cristiana, tus esfuerzos espirituales conscientes solo deben preocuparse por ser aquello que Dios define como su propia obra en ti.
Permíteme hacer una ilustración. Gálatas 5:22-23 declara que: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio”. Dondequiera que veas a alguien que manifieste un amor cristiano genuino, desinteresado, debes atribuir su presencia a la obra interior profunda y poderosa del Espíritu Santo. El fruto del Espíritu es amor. Esto significa que el amor es la manifestación de la presencia y la obra del Espíritu Santo. Dondequiera que veas un gozo y una paz genuinos, y todas las demás virtudes cristianas, es por la obra del Espíritu Santo. Esto es algo indiscutible. Si conocemos las Escrituras, sabemos que esas virtudes solo pueden producirse y fluir por la obra del Espíritu.
Sin embargo, el mismo Dios que nos dice que estas cosas son el fruto de su obra, también nos hace saber, por medio del mismo Apóstol, en Colosenses 3:12 lo siguiente: “Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia”. Luego, en el versículo catorce, dice: “Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad”. La Biblia afirma que el amor es el fruto del Espíritu y que es la obra de Dios la que tiene que producirlo; sin embargo, al mismo tiempo, nos dice que nos revistamos de él. “Revestirse” es un verbo de acción. No te quedaste en la cama esta mañana, esperando que tu ropa se arrastrara hasta ti. Tuviste que levantarte e ir hacia ella, tomarla y ponértela. “Revestirse” es una actividad, pero ¿cuál? ¿La presencia del amor y de la mansedumbre en la vida de un hombre es obra de Dios o del creyente? La respuesta no es una cosa u otra, sino ambas. El fruto del Espíritu es amor: revístete de amor. Y esto es verdad para todas las demás virtudes. El fruto del Espíritu es gozo y, sin embargo, Filipenses 4:4 dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos!”.
Filipenses 2:12-13 declara este principio de una forma aún más hermosa; allí, Pablo dice: “Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no solo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito”. Esto quiere decir: dedícate conscientemente y con diligencia a llevar a cabo los propósitos salvíficos de Dios en tu vida, haciendo una referencia particular al desarrollo de esas virtudes que constituyen una vida irreprochable. Sin embargo, el mandamiento que nos ordena hacerlo está basado en el hecho de que Dios es quien obra en nosotros. El hecho de que Dios obre no niega que debamos ocuparnos de estas cosas y viceversa. Son coextensivos en la vida del creyente, es decir que están contenidos simultáneamente en ella.
Es fundamental que entendamos este principio si pretendemos mantener e incrementar el temor de Dios en nuestro corazón. Poner el temor de Dios en el corazón del hombre se declara con toda claridad como su obra soberana y es una bendición explícita del Nuevo Pacto (cf. Jeremías 32:40). A la luz de esto, alguien podría discurrir que, si es obra de Dios el poner su temor en nuestro corazón, entonces la forma de aumentarlo es obvia: solo tenemos que orar y confiar en que el Señor lo hará. Pero no es así como funciona. El principio es el siguiente: lo que Dios define como su obra en nosotros es que Él sea la preocupación de nuestros afanes y empeños conscientes.
En nuestros esfuerzos por ser dirigidos por la Palabra de Dios, no debemos permitir que las acusaciones del legalismo y del moralismo nos asusten y nos hagan desistir de buscar en las Escrituras, hasta descubrir las pautas específicas que Dios nos ha dado para que podamos desarrollar y aumentar el temor de Dios en nuestro corazón. Alguien preguntó una vez a un puritano por qué vivía una vida tan exacta, en la que respetaba constantemente los principios de las Escrituras. Su contestación fue: “Señor, ¿usted me pregunta por qué vivo una vida exacta? Mi respuesta es simple. Yo sirvo a un Dios exacto”. ¿Por qué deberíamos preocuparnos por descubrir reglas y pautas específicas a la hora de mantener el temor de Dios? Porque el Dios que nos hizo, y ante el que andamos, nos ha dado esos principios para que podamos saber cómo aumentar su temor en nuestros corazones, de la mejor manera posible.
El esfuerzo consciente y deliberado del hijo de Dios no es un esfuerzo propio que signifique que está negando la gracia de Dios. No. Solo Dios puede poner su temor en nuestro corazón. Él está obrando en nosotros para que queramos y hagamos su buena voluntad. Pero nosotros debemos llevar a cabo, con temor y temblor, el cultivo y el desarrollo de ese temor.
Directrices específicas para mantener el temor de Dios
Interés por el Nuevo Pacto
Esto nos conduce al segundo aspecto de nuestra consideración. Una vez estudiado el principio general, ahora vamos a las directrices específicas para mantener el temor de Dios en nuestro corazón. La pauta número uno es, asegurarse de tener interés por el Nuevo Pacto. Yo utilizo el término “interés” en el sentido de tener una parte o participación en algo. En esta acepción, si alguien dice que tiene interés en un negocio no está diciendo que va de vez en cuando y mira el escaparate de la tienda. Significa que ha invertido dinero. Si tienes interés en algo, has invertido una parte de tu esencia.
Las Escrituras nos dicen que este asunto del temor de Dios en el corazón es el resultado de la obra de Dios en el Nuevo Pacto. En Jeremías 32:40, Dios dice: “Infundiré mi temor en sus corazones”. Mientras seas un extraño para el Nuevo Pacto, la descripción que Pablo hace de los impíos en Romanos 3:18, seguirá siendo tu experiencia: “No hay temor de Dios ante sus ojos”. A menos que vengas a Dios por medio de Cristo, en arrepentimiento y con fe, sin aducir ninguna otra razón para acercarte a Él más que la sangre del pacto eterno, que fue derramada por los pecadores, seguirás caracterizándote por la ausencia del temor de Dios hasta que mueras. Nadie teme a Dios por naturaleza. Puedes sentir un terror de Dios que te aleje de Él, pero no tienes ese temor bíblico, ese respeto por el carácter de Dios que atrae tu corazón hacia Él en amor, devoción y deseo de agradarle. Tienes pavor de Dios. Intenta sacar tus pensamientos de Dios a empujones, fuera de tu mente. Vives el día a día como si Dios no existiera. Puedes ir a un edificio que se llama iglesia una vez a la semana y pasar por los gestos externos de adoración. Sin embargo, no vives en el temor de Dios. Lo que Dios dice en su palabra acerca de tu vida no tiene un efecto práctico sobre tus pensamientos, en cuanto a lo que lees, o no lees; lo que ves en la TV, o no ves; lo que dices, o no dices. No; no hay temor de Dios ante tus ojos. La realidad de quién es Dios y cuáles son sus exigencias para ti no es un principio que domine o gobierne tu vida.
Esto es cierto en el caso de cada uno de nosotros, por naturaleza. Si eres cristiano, es posible que mires atrás, sintiendo vergüenza por los años en los que has vivido de este modo. Del mismo modo que los paganos arrancaban la cabeza de sus pollos y rociaban un poco de sangre sobre su altar, nosotros retorcíamos la cabeza de una o dos horas a la semana y las rociábamos a los pies del altar de alguna iglesia. Dábamos un poco de dinero, pero vivíamos totalmente desprovistos del temor de Dios hasta que Él nos detuvo por su gracia y puso su temor dentro de nuestro corazón.
Por tanto, si quieres conocer el aumento del temor de Dios, puedes estar seguro de que has venido a Jesucristo, el mediador del Nuevo Pacto. Hebreos 12:24 dice: “[os habéis acercado] a Jesús, el mediador del nuevo pacto”. Solo al venir a Él, con el espíritu del escritor del himno —“Nada en mis manos traigo, solo me aferro a tu cruz”—, Él validará en nosotros todas las bendiciones del pacto que selló con su propia sangre preciosa. Hijo de Dios, ¿anhelas un aumento del temor de Dios? Entonces pon todo tu interés en el Nuevo Pacto, el terreno sólido sobre el cual te afirmas cuando suplicas que aumente el temor de Él. Cuando dices: “¡Oh, Señor; aumenta tu temor en mí!”, el argumento con el que insistes delante de Dios debería ser que Jesucristo murió como mediador del Nuevo Pacto. Y una de las bendiciones de ese pacto es que Dios pondrá su temor en tu corazón. “¡Señor Jesús, basándome en el derramamiento de tu sangre suplico que aumente mi temor de ti!; ¡Dame todo el temor de ti que justifique tu sangre del pacto!”.
Las Escrituras
En segundo lugar, alimenta tu mente de las Escrituras en general. El Salmo diecinueve celebra la excelencia de las dos grandes esferas de la revelación divina. Desde el versículo uno al seis, celebra la revelación que Dios ha hecho en la creación: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la expansión anuncia la obra de sus manos” (v. 1). Desde el versículo siete al once, celebra la revelación que Dios ha hecho en su palabra: “La ley del Señor es perfecta […]” (v. 7). De modo que tenemos la revelación en la creación y en las Escrituras, una revelación general y especial.
Observa, en particular, lo que hace David al alabar a Dios por su revelación especial, empezando por el versículo siete. Dice: “La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma”. Luego utiliza otro término: “El testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo”. En el versículo ocho utiliza otra palabra: “Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón”, y otra: “El mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos”. Finalmente, en la última parte del versículo nueve, dice: “Los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos”. Ahora, en medio de todos estos tributos a la palabra de Dios en los que David utiliza estos términos diferentes para describir la revelación especial, observa lo que dice en la primera parte del versículo nueve: “El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre”. ¿A dónde quiere llegar? David está afirmando que hay una relación inseparable entre la revelación especial que Dios ha hecho en las Escrituras y el temor de Dios. Y esta relación es tal que, prácticamente, el temor de Dios se puede utilizar como sinónimo para la palabra de Dios. Esta es la razón por la cual David puede insertar, de forma tan libre, la expresión “el temor de Dios” en una relación paralela a todos esos términos que se refieren a la palabra de Dios. ¿Qué nos dice esto? Declara que aquel que quiera aumentar el temor de Dios debe alimentar su mente de las Escrituras en general. La palabra del Señor es tan productiva con respecto al temor del Señor que las dos cosas se pueden utilizar como sinónimo.
Este es el motivo de que, cuando empieza a menguar una relación presente, vital y extensa con las Escrituras, las raíces del temor de Dios empiezan a secarse. No crecerás en el temor de Dios como tampoco aumentarás tu comprensión y tu asimilación de la palabra escrita de Dios. Exponerte a las Escrituras tanto como puedas es una necesidad diaria, tanto en privado como en el círculo familiar. También es necesario que asistas fiel y regularmente a la predicación y la enseñanza de la palabra de Dios porque, aunque haya muchas porciones de las Escrituras que, en la medida en que podemos discernir, no tengan un efecto directo en la creación y el mantenimiento del temor de Dios, el resultado global de cada verdad de las Escrituras es alimentarlo. De una u otra forma, el hombre que absorbe el máximo de las Escrituras, asimilándolo espiritualmente en su vida y su ser, es el que llega a conocer más acerca del temor de Dios.
Cuando sientas la tentación de tomar un atajo en aquellas disciplinas en las que estás exponiendo tu mente a las Escrituras, recuerda que un declive de ese tipo es parte de la sutileza del diablo para apartarte del temor de Dios. Una separación del temor de Dios siempre precede a la salida del reino de la piedad, como vimos en el estudio anterior. Si tú y yo vamos a ser sacados del reino de la piedad, lo primero de todo es abandonar su temor. Con frecuencia, el primer paso para abandonar su temor es utilizar los atajos en la exposición privada o pública a la palabra de Dios.
No te sorprendas entonces si, cuando te vea en apuros, cuando sientas la presión, y lo único que importe sea ver sonreír a Dios o ver su ceño fruncido, todas estas grandes realidades eternas puedan parecerte muy lejanas. No hay cristiano que haya vivido un año como verdadero hijo de Dios que no confiese que, en algunas ocasiones, Dios y Cristo; el cielo y el infierno; el juicio y la piedad le han parecido tan remotos hasta el punto de ser poco más que palabras y teorías. ¿No es cierto? Algunas veces te preguntas a ti mismo: “¿qué soy?; ¿qué creo?; ¿cómo pueden ser estas cosas realmente parte de mí y parecerme tan lejanas?”. La respuesta suele ser muy simple: porque ha habido una erosión en la exposición sistemática y coherente a la palabra de Dios.
No es como si, al llegar un día en concreto, dijeras: “Está bien; desde hoy en adelante la Biblia y yo no tenemos nada que hacer juntos”. No fue así en absoluto. Solo hubo una pequeña presión adicional que te hizo tomar atajos en el tiempo que tenías establecido con Dios. Solo unas cuantas responsabilidades extra un día, y unas cuantas distracciones añadidas al día siguiente; después de una o dos semanas, ya no sentías tu ausencia de las Escrituras. Ya no eras tan dolorosamente consciente de la erosión. Luego llegó la ruptura en la vida cristiana y la experiencia hasta el punto de llegar el día en que dijiste: “¿cuándo ocurrió todo?”. La respuesta es que sucedió como resultado de tu separación gradual de la palabra de Dios. No conozco ningún atajo para mantener el temor de Dios. Por consiguiente, la segunda pauta para conservar el temor de Dios es que debes alimentar tu mente de las Escrituras en general.
El perdón de Dios
En tercer lugar, alimenta tu alma con el perdón de Dios en particular. Recuerda cómo el salmista pregunta en el Salmo 130:3: “Señor, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer?”. Es un reconocimiento de que, si Dios tuviera que contabilizar todos los pecados cometidos y luego llamar a los pecadores a su presencia, uno por uno, para rendir cuentas, nadie podría permanecer en pie delante de Él. La perspectiva de un Dios santo y omnisciente, llamando a la criatura para rendir cuentas de cada pecado es suficiente para hacer que uno clame, como lo harán en el día de juicio, para que las piedras y las montañas caigan sobre ellos (cf. Apocalipsis 6:15-17). Solo se puede sentir terror hacia un Dios que tiene en cuenta el pecado y que llamará a los hombres a juicio para pedir cuentas. Sin embargo, es extraordinario ver cómo responde el salmista a su propia pregunta, diciendo: “Pero en ti hay perdón para que seas temido” (v. 4). Cuando descubro que ese gran Dios, santo, justo y omnisciente, perdona verdaderamente los pecados y que todos sus gloriosos atributos se combinan para garantizarme el perdón, no puedo sino temerle “con las más profundas y tiernas lágrimas y adorarle con temblorosa esperanza y lágrimas de arrepentimiento”. El salmista está testificando que, al llenarse su mente con la maravilla del perdón, siente en su corazón la misma plenitud de la realidad del temor de Dios.
Contigo ocurre lo mismo. En la medida que el hecho y la maravilla de la gracia penetren en tu alma, de igual manera lo hará tu temor de Dios. Aliméntate con frecuencia de la realidad del perdón. Dios, santo y justo, que es el Altísimo y sublime, me perdona de verdad a mí, la criatura pecaminosa. Impregna tu mente con frecuencia en esta gran y bendita verdad del perdón. ¿Por qué se hizo carne la segunda persona de la Divinidad y habitó entre nosotros? ¿Por qué tenía que morir en la cruz? La respuesta a cada una de estas preguntas es: para que los hijos de los hombres recibieran el perdón en una forma que fuera coherente con la santidad, la justicia y la rectitud de Dios, y con las exigencias de su ley inflexible.
Al no alimentarnos solamente del hecho del perdón sino también de la forma del mismo, nuestro temor de Dios profundizará y aumentará. Como dijo el puritano Thomas Manton, de una forma hermosa: “El corazón es tímido ante un Dios que condena, pero se apega a un Dios que perdona. Y nada produce tanto este temor de Dios como el tierno sentido de la bondad de Dios en Jesucristo”. Nada engendra este temor de Dios como la tierna sensación de la bondad de Dios en Jesucristo. El Salmo 34:8 es un texto muy conocido, que se suele utilizar como una invitación del Evangelio. En él, David dice: “Probad y ved que el Señor es bueno”. Luego, en el versículo nueve, dice: “Temed al Señor, vosotros sus santos”. No podemos temer a Dios como debería ser temido, a menos que sea en el contexto de su abundante bondad y su condescendiente misericordia en Jesucristo. Por tanto, si quieres mantener el temor de Dios en tu corazón, alimenta tu alma en el perdón de Dios. No te permitas volver a los terrores de la Ley que te apartarán de Él. Disfruta del misterio de su perdón y quédate asombrado por semejante despliegue de gracia que no solo te agarró cuando estabas regodeándote en tu suciedad, sino que también aguanta pacientemente a tu lado en todas tus divagaciones y tus tropiezos. Deja que semejante despliegue de perdón te deje asombrado.
La grandeza de Dios
La cuarta regla es, aprende a alimentar tu alma de la majestuosa grandeza de Dios. Con esto me refiero a esos aspectos de su carácter como su santidad, poder y omnipotencia. Observa esta perspectiva en Apocalipsis 15:3. En esta visión en particular, Juan ve un mar de cristal y una multitud de los que salieron triunfantes del conflicto con la bestia. El versículo tres dice:
“Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: ¡Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios, Todopoderoso! ¡Justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de las naciones! ¡Oh Señor! ¿Quién no temerá y glorificará tu nombre? Pues solo tú eres santo”.
¿Qué atributos de Dios están en perspectiva? Su grandeza, santidad, poder, justicia y soberanía. ¿Qué son esos atributos sino aspectos de Dios que exponen ante nosotros la majestad de su grandeza? Y el coro celestial dice que, al contemplar su majestuosa grandeza, es impensable que cualquier criatura racional no tema a un Dios semejante. “¿Quién no te temerá, Oh Señor?”. Si una criatura le conoce tal y como es revelado, no puede más que temerle. Para nosotros, como pueblo de Dios, el principio es el siguiente: si quieres crecer en el temor de Dios, entonces tienes que alimentar tu alma de la majestuosa grandeza de Dios.
De una forma más específica, familiarízate con esas porciones de las Escrituras que están más calculadas para establecer estos conceptos delante de ti. Lee periódicamente un pasaje como Isaías cuarenta, postrado sobre tus rodillas. Este es el pasaje en el que el profeta da la sublime descripción de la majestuosa grandeza de Dios y reúne un simbolismo que rara vez se consigue en ninguna literatura. Habla de la total expansión de los cielos como la palma de la mano de Dios. Dice que todas las naciones son como una gota en un cubo. Habla de las multitudes de las naciones como un enjambre de saltamontes. Piensa en Dios como en un gran pastor y en todas las galaxias y las estrellas como ovejas; a cada una llama por su nombre. ¡Qué simbolismo tan hermoso! ¿Cuál es el propósito de todo esto? Está ahí para insistir sobre la grandeza de nuestro Dios. El capítulo comienza con el mandamiento a los mensajeros de Judá para que se levantaran y subieran a lo alto de un monte y dijeran a sus ciudades: “´He aquí vuestro Dios”. Contempladle. Fijad vuestra mirada en Él mientras tal y como es revelado. Deberíamos familiarizarnos con este tipo de porciones de las Escrituras, como Isaías cuarenta y Apocalipsis uno.
Asimismo, deberíamos apegarnos a un ministerio que nos ayude a mantener opiniones sublimes acerca de Dios. Dicho en la forma negativa, huye de un ministerio que te aliente a arrimarte a la deidad para darle un amor barato. Esto es una abominación a Dios, hasta tal punto que es una verdadera blasfemia de su nombre. Apégate a un ministerio que te ayude a pensar en la majestuosa grandeza de Dios. El escritor del himno captó muy bien la idea: “Majestuosa dulzura se sienta, como en un trono, sobre la frente del salvador”. La dulzura pura es un sentimiento sin principios. La majestad pura es demasiado sobrecogedora para acercarse a ella. Pero cuando tienes majestad y dulzura al mismo tiempo, tienes al Dios de la Biblia. Por tanto, apégate a un ministerio que te ayude a alimentar tu alma de su majestuosa grandeza.
Lee, también, literatura que te ayude a pensar con frecuencia en su grandeza. La mayoría de los libros que se producen en nuestros días son manuales de “cómo [hacer algo]”. Todo tiene que ver con lo que estamos haciendo… haciendo… haciendo; cómo hacer esto, cómo hacer aquello. Puedes rebuscar en vano por las estanterías en busca de un libro que pueda exponer ante tus ojos quién es Dios. Hablando en términos generales, tienes que remontarte a unos años atrás para encontrar el tipo de literatura que te ayudará a pensar en la grandeza de Dios. Cuando los cristianos leen libros antiguos, no es porque sean anticuarios. Es porque allí encuentran los escritos de hombres cuyas almas estaban impregnadas del sentido de la majestuosa grandeza de Dios. Y cuando nos adentramos en esas páginas, de alguna manera, sentimos que estamos respirando el aire elevado del pensamiento bíblico de quién es Dios.
Además, familiarízate con los himnos que reflejan la majestad de Dios. Cantamos himnos de camino a la iglesia todos los domingos. Un himno que hemos estado cantando recientemente tiene mucho que ver con lo que estamos diciendo:
¡Mi Dios, cuán hermoso eres,
Tu majestad, cuán resplandeciente!
¡Cuán hermoso tu trono de misericordia,
En las profundidades de la ardiente luz!
¡Cuán terribles son tus años eternos
Oh Dios, sempiterno!
Ángeles santos te adoran
Incesantes, día y noche.
¡Oh, cuánto te temo, Dios vivo,
Con las lágrimas más profundas y tiernas;
Y te adoro con temblorosa esperanza
Y lágrimas de arrepentimiento.
Yo también te puedo amar, Oh Señor,
Aunque seas Todopoderoso;
Porque tú te has inclinado para pedirme
El amor de mi pobre corazón.
Percepción de la presencia de Dios
La quinta regla es: procura cultivar una percepción de la presencia de Dios. “Antes vive siempre en el temor del Señor”. Dado que el día se compone de horas que se pasan en el hogar, en la casa, en la escuela, en el terreno de juego, en el campo de fútbol y en la oficina, es en estos lugares donde debemos cultivar la percepción de la presencia de Dios. Un pasaje que expone muy bien cómo hacer esto, se encuentra en Salmo 16:8: “Al Señor he puesto continuamente delante de mí”. David dice que, en toda situación, planta a Dios delante de sí para darse cuenta, en ese preciso momento, de que está en la presencia misma de Dios. “Al Señor he puesto continuamente delante de mí; porque está a mi diestra, permaneceré firme”.
En contraste, considera el Salmo 54:3. Aquí David describe al impío cuando dice: “No han puesto a Dios delante de sí”. Un estudiante cristiano entra en su clase diciendo: Dios está aquí en esta clase con todos estos chicos a quienes mi Dios y mis principios les importan un comino. Aquí tengo que amarle, honrarle, confesarle y obedecerle a cualquier precio. He puesto al Señor delante de mí”. El impío no hace esto. David dice que no ponen a Dios delante de sí. En ese lugar ponen a la lujuria, sus propias ambiciones, sus propios principios flexibles, pero no ponen a Dios delante de sí. Andar en el temor de Dios es cultivar esa percepción de su presencia. No puedes temer a un Dios lejano y olvidado. Si tememos a Dios, lo hacemos como a un Dios cercano al que recordamos.
Hablando de forma práctica, esto significa que deberíamos meditar a menudo en el Salmo 139 y en las verdades que declara. ¿Quieres cultivar la percepción de la presencia de Dios? Convierte en una práctica el leer a menudo el Salmo 139. “¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? Si subo a los cielos, he aquí, allí estás tú; si en el Seol preparo mi lecho, allí estás tú” (vv. 7-8). ¿Lo veis? La percepción de David es que la presencia de Dios todo lo impregna. Procura recordarte a ti mismo, en cada situación, que Dios está allí. Debes aprender a hacerlo. No puedes limitarte a orar: “Señor, haz esto por mí”. El salmista dice: “Al Señor he puesto continuamente delante de mí”. Dios está allí. Que David le colocara delante de sí no significa que tuviera que ponerlo él allí; Dios estaba allí. Pero el reconocimiento de que Él está ahí es lo que se convierte en la circunstancia transformadora de la vida. ¡Que Dios nos ayude a cultivar esa percepción de su presencia!
Tomar conciencia de la obligación que tenemos para con Dios
La sexta regla es: procura cultivar el tomar conciencia de las obligaciones que tienes para con Dios. Como vimos en nuestra descripción del temor de Dios, un elemento indispensable es que, en cada situación, el cristiano se dé cuenta de que su relación con Dios en esa circunstancia es lo más importante para él. El estudiante cristiano puede estar en medio de un examen y llegar a un punto en el que piense que la única forma de pasar de curso es haciendo trampas. Sin embargo, se dice a sí mismo que hay algo más importante que su relación con sus notas y con sus padres que están pagando por su instrucción: la relación que tiene con el Dios que le ha dicho: “no robarás”. Y entiende que eso significa que no debe robar la respuesta de otra persona. Si andas en el temor de Dios, antes de salir hacia el colegio por la mañana, dirás: “Señor, ayúdame hoy a andar en tu temor”. Luego, cuando sientes la tentación de hacer trampas, el reconocimiento de la obligación que tienes para con Dios será más fuerte que el de tu responsabilidad de tener un buen informe de notas para enseñárselo a tus padres.
Esto significa que, cuando tus lujurias y pasiones claman y quieren dictarte una forma de actuar que es contraria a la ley de Dios, si es necesario, dale una patada en la cara a tu lujuria para que seas capaz de mirar el rostro de Dios sin sentir vergüenza. El Señor dice que, aunque tengas que cortar lazos terrenales profundos, lo hagas. Porque Él dice:
“No penséis que vine a traer paz a la tierra, no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su misma casa” (Mateo 10:34-36).
Él dice: “Vine a implantar las bendiciones del Nuevo Pacto en el corazón de los hombres, para que puedan temerme hasta el punto en que, aunque tengan que cortar los lazos terrenales más profundos, estén dispuestos a hacerlo por amor a mí”. Dijo que vino para esto. Y esto es lo que ocurre cuando el pueblo de Dios cultiva el tomar conciencia de las supremas obligaciones que tiene para con Él.
Reunirse con aquellos que temen a Dios
La séptima regla es: asociarse íntimamente con aquellos que andan en el temor de Dios. En este mundo, debemos necesariamente tratar con aquellos que no temen a Dios. Pablo lo deja claro en 1 Corintios 5:9 y 10 cuando dice: “En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales; no me refería a la gente inmoral de este mundo […] porque entonces tendríais que salir del mundo”. Tienes que tener contacto con los que no temen a Dios en las cosas puramente temporales o terrenales. Tienes que tener una relación superficial con ellos para establecer una “cabeza de puente” de testimonio. Pero lo que Pablo quiere decir es que la gente que elijas para que sean tus amigos íntimos, deberían ser personas que teman a Dios. El Salmo 119:63 es un texto clave a este respecto: “Compañero soy de todos los que te temen, y de los que guardan tus preceptos”. Dice que ha elegido deliberadamente por amigos íntimos a aquellos cuyo temor de Dios es evidente para cualquier observador.
¿Por qué lo hizo? El salmista entendió la psicología de las relaciones personales. Existe un poder de imitación, absorción y contagio entre los individuos, de modo que, siendo todas las demás cosas iguales, acabarás siendo como tus amigos más íntimos. Es la ley de la naturaleza, si quieres. Ese es el motivo por el cual las Escrituras dicen: “No te asocies con el hombre iracundo; ni andes con el hombre violento, no sea que aprendas sus maneras, y tiendas lazo para tu vida” (Proverbios 22:24-25). Esta es la razón por la cual Dios nos advierte sobre las asociaciones íntimas con los hombres perversos, para que no lleguemos a ser como ellos. Es parte de la forma en la que Dios nos ha hecho. No estamos encasillados en nuestro propio individualismo. Dios ordenó que los hombres vivieran en comunidad y, parte de ese arreglo es este poder incorporado de imitación, absorción y contagio.
A este respecto, el salmista dijo: “Compañero soy de todos los que te temen”. Está diciendo: “Señor, quiero temerte y sé que una de las mejores formas de que tu temor aumente en mi corazón es ser amigo íntimo de otros que obviamente te temen”.
En Malaquías tres tenemos un comentario maravilloso sobre este principio. En este pasaje, Dios está recriminando a la gran mayoría de Israel, que se ha alejado de Él, que no le está dando lo que le pertenece por derecho, refiriéndose a las ofrendas y los sacrificios. Es un periodo de decadencia en el que Dios está anunciando juicio. A pesar de esto, en el versículo dieciséis, dice:
“Entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de Él un libro memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre”.
Aquí tenemos al remanente, ese núcleo del verdadero Israel, y se les describe como los que temen al Señor y estiman su nombre. Al estar en minoría, reconocen la necesidad de mantenerse en su temor del Señor procurando estar con otros que le temen y uniéndose en medio de la decadencia. Los juicios de Dios se están pronunciando; la decadencia está por todas partes y los que temen a Dios se están reuniendo y alentándose unos a otros en el temor de Dios en medio de ella.
Por ello, digo que si deseas crecer en el temor de Dios, debes asociarte íntimamente con aquellos que andan en su temor. Ningún cristiano crece y desarrolla las virtudes del Espíritu en el aislamiento. No existe nada parecido a un cristianismo “freelance” ni a una santidad “de hágalo usted mismo”. Si no sabes, ni sientes, ni percibes cuánto necesitas a tus hermanos cristianos, estás viviendo en las nubes. Eres, sin lugar a dudas, culpable de un orgullo ilusorio. Así como, en los días de Malaquías, esas personas piadosas miraron y vieron la corrupción por todas partes y conocían algo del temor de Dios en su corazón, cada uno pensó: “Si quiero hacerlo yo solo me voy a venir abajo. Voy a buscar a otros que le teman y hablaremos a menudo unos con otros”.
¡Qué cosa tan maldita es engañarse a uno mismo pensando que se puede conseguir por uno mismo! Dios puede verse obligado a humillarte con algunas caídas bastante serias para conseguir que veas que el cuerpo de Cristo no es un lujo para tu desarrollo espiritual. La iglesia no es un adorno; no es una opción si deseas crecer en la gracia. Es el lugar de Dios necesario para el crecimiento y el desarrollo necesario. La idea total de un capítulo como 1 Corintios doce es que a cada hombre se le ha dado una manifestación del Espíritu para que todos se beneficien de ella. La idea global de Efesios cuatro es que ese crecimiento llega en el contexto de una vida corporativa del pueblo de Dios.
Muchos que profesan ser cristianos, hoy día, se relacionan con el pueblo de Dios de la forma en la que lo suele hacer la gente del mundo. Se ha convertido en algo normal que las parejas convivan fuera del vínculo del matrimonio. En las generaciones pasadas algo así era claramente inaceptable. Pero ahora se ha convertido en algo aceptable hasta el punto en que muchos piensan que el matrimonio es una institución anticuada. Una de las cosas terribles acerca de la ley de las relaciones comunes es la filosofía que les da un apoyo moral. Lo admitan o no, la filosofía que la mayoría de las personas tienen es que quieren todos los privilegios del matrimonio sin ninguna de sus responsabilidades y sus obligaciones vinculantes. Un hombre quiere compartir la cama con una mujer, pero en el momento en que se desarrolla algo que requiere que comparta algo con ella, o le cueste algo, quiere marcharse y encima no quiere problemas a la hora de irse.
Muchos cristianos son también así. Quieren todos los privilegios de la comunión con el pueblo de Dios —un ministerio saludable de la palabra, un ambiente en el que se exalta a Dios— pero no quieren sentirse atados para poder escurrirse y salirse en el momento en que las cosas se ponen difíciles. ¿Eres un “cristiano según la ley común” o estás casado no solo con Cristo, sino también con su pueblo? Porque si estás casado con el pueblo de Dios y has entrado en una vida de pacto con ellos, entonces cuando surja el primer problema no te irás por tu propio camino individual. Esta es una de las grandes bendiciones de la institución del matrimonio que se formaliza de forma civil y pública. Muchos de nosotros confesaríamos que, a la hora de trabajarse la relación del matrimonio nos enfrentamos a inconvenientes. Muchas veces, de no haber estado atados por lazos más profundos que un simple acuerdo no escrito de compartir el mismo lecho, nos habríamos dejado llevar fuera del mismo. ¿Deseas crecer en el temor de Dios? Si es así, asóciate —íntimamente, no de forma ligera— con aquellos que andan en su temor.
Oración ferviente
La octava y última norma es tan obvia que no necesito ampliarla: la oración ferviente pidiendo que aumente en nosotros el temor de Dios. Una de las leyes inalterables del reino de Dios es: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7). O, si queremos ponerlo en la forma negativa, como hizo Santiago: “No tenéis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Si este principio es cierto en cuanto a cualquier cosa que pidamos, es verdadero también en lo que al temor de Dios se refiere porque este es ciertamente una de sus buenas dádivas y uno de sus dones perfectos (Santiago 1:17) y es una petición “conforme a su voluntad” (1 Juan 5:14). ¡Que Dios nos conceda el crecer y aumentar en su temor y en las consolaciones del Espíritu Santo!
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