El temor de Dios IV: Fuente del temor de Dios
Un eminente comentarista de la Biblia dijo: “Es bien sabido que el temor de Dios se utiliza para indicar no solo la totalidad de su adoración sino también afectos piadosos y todas esas cosas y, por consiguiente, toda la religión verdadera”. Este escritor podía decir que, generalmente, cualquiera que conoce su biblia entiende que el temor de Dios se puede utilizar como sinónimo de toda la religión verdadera. Yo creo que el estudio de las Escrituras conduce a esa conclusión. Pero esto también significa que existe una terrible implicación negativa. Si el temor de Dios es sinónimo de toda la religión verdadera, entonces la ausencia del primero indica la falta de la segunda.
Hemos formulado y contestado un cierto número de preguntas fundamentales desde las Escrituras, con respecto a esta cuestión del tema del temor de Dios. Pero podríamos hacer otra pregunta útil en cuanto a ello, y sería la siguiente: ¿de dónde viene? Según las Escrituras, ¿cuál es la fuente del temor de Dios? Supón que tu hijo no haya visto en su vida un delicioso y jugoso pastel de chocolate, pero tú acabas de hacerlo y se lo pones por delante. Te pregunta qué es eso y tú le respondes que es un pastel, algo delicioso de comer. Él te pregunta de qué está hecho y tú le das la lista de los ingredientes: harina, mantequilla, levadura, chocolate, etc. No solo le habrás dicho lo que es, sino que también qué lo convierte en lo que es. Le has dicho cuáles son los ingredientes. Su siguiente pregunta podría ser: ¿de dónde salen los ingredientes? Tú le explicas que la harina viene de un cierto grano que crece en el campo, la mantequilla de otro grano o de algún animal que se alimentó de ese campo. Le estás explicando el origen de esos ingredientes.
Lo que hemos hecho en nuestro estudio, hasta este momento, es explicar lo que es ese pastel o, en nuestro caso, lo que es el temor de Dios. Ese respeto a Dios que, cuando consideramos la majestad y la gloria de su persona, produce en nosotros la sensación de que su sonrisa es la mayor bendición de la vida y, cuando frunce su ceño, es la mayor maldición. Asimismo, hemos explicado tres ingredientes del temor de Dios. Cuando consideramos de dónde salen esos ingredientes, debemos tener en mente que esta investigación no es un mero ejercicio académico. Uno de los errores más graves en toda la experiencia de la religión es el de sentirse satisfecho ignorando el origen de la virtud. Recuerda lo que dijo Pablo a sus paisanos judíos. Ellos sabían que la rectitud era necesaria para poder ser salvos. Pero Pablo dijo sobre ellos que, “Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios”. Ellos sabían que debían tener justicia, pero no les importaba saber cuál era la fuente o el origen de esa justicia que es la única aceptable para Dios.
No basta solamente con saber que debemos tener temor de Dios; tenemos que saber dónde conseguirlo. Si no sabes dónde conseguir el temor de Dios puede sobrevenirte un grave daño. Esta es una cuestión de gran preocupación espiritual. ¿Cuál es el origen o la fuente del temor de Dios? En primer lugar, veremos que el temor de Dios implantado en corazón es una clara bendición del pacto de gracia. En segundo lugar observaremos en las Escrituras cómo se implanta el temor de Dios en el corazón por medio de la obra de la gracia de Dios.
Una clara bendición del Pacto de Gracia
Por tanto, en primer lugar tenemos que establecer, basándonos en las Escrituras, que la implantación del temor de Dios en el corazón es una bendición clara del pacto de gracia. Todos los tratos de Dios con los hombres se basan en su relación con ellos mediante el pacto. Dios promete hacer ciertas cosas, e impone ciertas condiciones que Él mismo determina. Las bendiciones de la salvación llegan a nosotros en términos de lo que las Escrituras llaman “el pacto eterno” (cf. Hebreos 13:20), que algunas veces se describe como Nuevo Pacto al contrastarlo con la economía mosaica. Cuando Jesús instituyó la Santa Cena, dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (1 Corintios 11:25). En otras palabras, todo lo que Él debía hacer al derramar su sangre tenía que ver con las bendiciones que debían asegurarse dentro de la estructura del Nuevo Pacto. Ningún hombre recibe bendición del Nuevo Pacto separado de la sangre que Jesús derramó; pero todos los que reciben cualquier beneficio de esa sangre, lo está haciendo en términos de las claras bendiciones del Nuevo Pacto.
¿Cuáles son las bendiciones que se prometieron en aquel pacto? En Ezequiel 36 y Jeremías 31 y 32 se especifican algunas de esas bendiciones en las profecías del Nuevo Pacto. (Sabemos que esos pasajes se refieren a bendiciones que se disfrutarán bajo el Nuevo Pacto, y se basan especialmente en Hebreos 8 y 10). Centraremos nuestra atención en Jeremías 32, ya que toca directamente el tema del temor de Dios y el lugar que éste tiene en el Nuevo Pacto.
“Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman siempre, para bien de ellos y de sus hijos después de ellos. Haré con ellos un pacto eterno, por el que no me apartaré de ellos, para hacerles bien, e infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí. Me regocijaré en ellos haciéndoles bien, y ciertamente los plantaré en esta tierra, con todo mi corazón y con toda mi alma” (Jeremías 32:38-41).
En este contexto de la prometedora misericordia de Dios a su pueblo, dice que pondrá su temor en el corazón de ellos, asegurando así que perseverarán en sus caminos. Observa la relación: “infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí”. En el Antiguo Pacto, aunque Dios puso su ley delante del pueblo, con despliegues de su majestad y su poder, de manera que ellos temblaban y no se atrevían ni siquiera a tocar la montaña, a pesar de todo cometieron un adulterio espiritual contra Dios una y otra vez. Finalmente, Dios envió a toda la nación al cautiverio por culpa de su prostitución espiritual. Ahora, Dios dice, en la administración de este Nuevo Pacto que aquellos que vengan y se pongan bajo las bendiciones de su pacto no se volverán a convertir en adúlteros. No se apartarán de Él y la razón es esta: “infundiré mi temor en sus corazones” (v. 40). Es decir: “estableceré de tal modo mi temor en su corazón —es decir, en el propio trono del ser— para que se aferren a mí y a mis caminos y no se aparten de mí”.
¿Qué aprendemos de esta declaración en la profecía de Jeremías? En primer lugar, que el temor de Dios es una bendición clara del pacto eterno. No hay hombre que tema a Dios de una forma verdadera y correcta, a menos que tenga el temor de Dios dentro de esta estructura del pacto de gracia. En segundo lugar, es claramente una obra soberana de Dios: “infundiré mi temor en sus corazones”. ¿Cómo podría Dios declarar, de una forma más clara, que Él es Quien hará esto? Lo hará dentro del marco del pacto eterno. Asimismo, dice que lo pondrá “en el corazón”. No hará algo superficial que solo les afecte de vez en cuando, como ocurrió en el tiempo de Moisés. En aquel tiempo, el modelo de la totalidad de la nación era un modelo de prostitución espiritual y un continuo apartarse de Dios. Pero Él dice que todos los que vengan bajo las bendiciones de este Nuevo Pacto tendrán su temor implantado en el corazón. Esto garantizará que se aferren a Él. Además, este pasaje nos dice que todo esto se hará en un contexto de bendición por gracia. Dice: “Yo seré su Dios” (v. 38); “no me apartaré de ellos, para hacerles bien” (v. 40); “Me regocijaré en ellos” (v. 41). Implantará su temor dentro del contexto de las bendiciones de gracia.
Conclusiones
¿Qué podemos concluir de esta profecía de Jeremías? Dos cosas: en primer lugar, que no hay forma de compartir el temor de Dios sino que este debe ser implantado en el corazón como una clara bendición del Nuevo Pacto. Un temor semejante no puede crecer jamás en un terreno puramente adámico. El temor de Dios es una actitud que no crecerá en nuestro corazón de forma natural. Como dice Romanos 3:18, cuando habla del hombre natural: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. El hombre natural nunca temerá a Dios con el sobrecogimiento y la veneración que le ate a Dios en una relación de amor y obediencia. Solo aquellos que vengan bajo las bendiciones de este Nuevo Pacto conocerán lo que es ese tipo de temor. No se consigue por medio de la educación, no viene por medio de una osmosis espiritual. Solo viene cuando uno entra en las bendiciones del Nuevo Pacto.
La segunda conclusión que sacamos de este pasaje es que todos los que compartan de las bendiciones del Nuevo Pacto darán muestra de que el temor de Dios ha sido infundido en sus corazones. No existe un pecador perdonado por la sangre del pacto que no tema a Dios. Es imposible que alguien venga a Jesús, el mediador del Nuevo Pacto y sea perdonado, pero luego se vaya y camine con indiferencia hacia Dios y como un extraño en cuanto a su temor. No existe forma alguna de conocer el temor de Dios más que la de venir bajo las bendiciones del Nuevo Pacto. Todos los que reciben cualquiera de sus bendiciones, también reciben esta del temor de Dios.
Una obra en el corazón llevada a cabo por el Dios de Gracia
El corazón inclinado a la obediencia
Ahora, considera la forma en la que se infunde el temor de Dios en el corazón humano, en el Nuevo Pacto. Formulo esta pregunta con toda reverencia: ¿Se limita Dios a formar una disposición llamada “temor de Dios” en el corazón de alguien, tirándola dentro del corazón del pecador como alguien guarda el dinero en una caja fuerte? Debemos decir que Dios podría ciertamente actuar así. Pero las Escrituras revelan que la obra de Dios en gracia no se desvía de la estructura natural correspondiente al modo en el que el hombre está hecho. No evita las operaciones de su mente y afectos, sino que obra detrás, en y por medio de ellos de manera que, con frecuencia, resulta difícil discernir nuestra obra de la suya. En Filipenses 2:13, Pablo dice: “Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito”. Dice que Dios “obra en vosotros”. Cuando Dios obra en nosotros, no nos convertimos en simples marionetas al final de un hilo que Dios manipula, de manera que solo esperamos recibir impulsos que nos muevan para orar o para obedecer sus mandamientos. No. Dios “obra en nosotros para que “tengamos la voluntad de hacer” dice Pablo. Él obra bajo el nivel de mi conciencia. Cuando voy a la iglesia, solo soy consciente de que yo elijo ir, que soy yo quien escoge entregarse a la oración mientras la congregación busca el rostro de Dios. Pero, aunque no era consciente de ello, Dios estaba obrando en mí para que yo quisiera e hiciera para su beneplácito. Dios no obra en nosotros anulándonos como seres humanos, sino que coge todo lo que somos y obra en nosotros. Como leemos en Jeremías 31:33: “Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —declara el Señor—. Pondré mi ley dentro de ellos, y en sus corazones la escribiré”.
Entonces, ¿cuál es la primera bendición clara del Nuevo Pacto? Dios dice que lo primero que hará es inclinar, de forma poderosa e interna, a su pueblo para que lleve una vida de obediencia. Lo que Él requiere de ellos no es algo simplemente externo, sino que dice que escribirá su ley sobre el corazón. Sentirán una afinidad interna con esa santa ley de modo que haya una inclinación a cumplirla y obedecerla: “No solo expondré mis requisitos delante de ellos, sino que también los inclinaré interiormente a una vida de obediencia”. ¿Qué es esto sino una conciencia de nuestra obligación para con Dios, o lo que llamé tercer ingrediente del temor de Dios? Si, la ley es algo externo para mí, que me dice lo que tengo que hacer. Pero también está dentro de mí, que me inclina a vivir la vida de obediencia.
Dios es el dueño de su pueblo y ellos le tienen a Él
¿Qué otra cosa dice Dios que hará? En la última parte del versículo treinta y tres, dice: “y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. “Todo lo que soy y de la manera en la que me he revelado a mí mismo” —y sabemos desde nuestra perspectiva en el Nuevo Pacto que esto abarca todo lo que Él ha revelado en la persona y la obra de su Hijo— “y ellos lo poseerán gozosamente”. Y no solo dice que será su Dios, sino que ellos serán su pueblo. No solo lo poseeremos a Él de la forma en la que se ha revelado a sí mismo, sino que ellos serán suyos. ¿Qué es esto, sino que Dios se trae a sí mismo en un pacto íntimo de relación con su pueblo, llenándoles con una sensación dominante de su presencia y de la relación que ellos tienen con Él y a la inversa? ¿Acaso no es este el segundo ingrediente del temor de Dios? Un hombre reconoce que este Dios grande, poderoso, transcendente, santo y poderoso no es simplemente un Dios, por ahí, en alguna parte, sino que Él es mi Dios y yo soy su hijo. Le pertenezco y Él es mío por esa relación de pacto. Esto es lo que Dios ha prometido en el Nuevo Pacto.
Conocimiento verdadero de Dios
¿Y qué más promete? En el versículo treinta y cuatro, dice:
“Y no tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano diciendo: ‘Conoce al Señor’, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande —declara el Señor—”.
Dios dice que, en este Nuevo Pacto, Él impartirá un nuevo conocimiento interior de sí mismo y de su pueblo. Bajo la fría economía había algunos que conocieron verdaderamente a Dios, pero las grandes masas del pueblo no lo hicieron. Vieron, de primera mano, poderosas manifestaciones de su poder pero desconocían por completo su corazón. Dios les dijo: “He oído vuestro gemido ahí en Egipto. Me mueve la piedad y la compasión, así es que he enviado a Moisés para que sea el libertador y os saque de allí”. Pero tan pronto salen de Egipto y se encuentran a orillas del Mar Rojo, ¿qué hacen? Van y dicen a Moisés: “¡Dios nos ha sacado de allí para matarnos!”. No conocían a Jehová. La verdad es que se encontraron delante del Mar Rojo precisamente porque Dios había oído sus llantos y tuvo compasión de ellos y deseó libertarlos. Pero ellos se volvieron y dijeron que Él les había sacado de allí para matarles. Imagina cómo te sentirías, siendo padre, si le dijeras a tu hijo: “He planeado un día maravilloso para ti; vamos a ir a uno de tus lugares favoritos para hacer una de las cosas que prefieres”. Sin embargo, tan pronto como entráis en el coche, él dice: “¿Vas a despeñar este coche por un acantilado y me vas a matar? Le contestarías: “Hijo, no me conoces. Te he contado cuáles son mis planes”. Los judíos no conocían a Dios. Unos cuantos sí, pero el resto no le conocían.
En el nuevo pacto, Dios dice que no necesitarán ser tutores los unos de los otros. “Conoce al Señor” porque una de las bendiciones del Nuevo Pacto será la impartición de un conocimiento verdadero e interno y experimental de Dios. ¿Y qué son estas sino correctas perspectivas del carácter de Dios, percibidas de forma interna y espiritual? De modo que los tres ingredientes del temor de Dios están aquí. Dios dice que pondrá esas cosas en el corazón de ellos, y cuando los tres ingredientes están en el corazón, tienes el temor de Dios.
El perdón de los pecados
Pero observa cuidadosamente que hay una frase al final que os quiero dejar. Esta es, en realidad, el fundamento sobre el cual reposa y se afirma todo. A la luz de esta gran bendición y en referencia a ella y a causa de ella, Dios dice que Él quiere hacer todo lo que hace: “pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado” (Jeremías 31:34). En otras palabras, la base sobre la cual reposan todas las demás bendiciones es la del perdón completo y final de los pecados. “Todas estas cosas que dije que haría —inclinaos a mi voluntad, daros un conocimiento experimental de mí mismo, poseeros como pueblo mío y que vosotros me poseáis a mí como vuestro Dios— todo esto” dice “va unido inseparablemente al perdón de los pecados”. Solo aquel que recibe ese perdón conocerá las demás bendiciones del Nuevo Pacto implantado en su corazón. Jeremías vio —porque Dios se lo reveló— una relación inseparable entre poseer el temor de Dios y estar en un estado de perdón consciente por medio de la sangre del pacto.
El perdón de los pecados y el temor de Dios
Hay un texto de las Escrituras que ata esos dos pensamientos de una forma hermosa. En el Salmo 130, el pueblo de Dios se encuentra en un estado de desánimo. Están en lo que el salmista describe como “las profundidades”. El salmo se abre con esta frase: “Desde lo más profundo, oh Señor, he clamado a ti” (v. 1). Luego, se nos da un indicio de cuáles son sus profundidades. “Señor, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer? (v.3). Es consciente de que, si un Dios tan santo tomara en cuenta cada pecado que ha cometido, no podría nunca soportar estar en la presencia de Dios ni comparecer en el juicio (cf. Salmo 1:5). Y si no podemos estar ante Dios con delicia, no podemos andar en su temor. ¿Cómo puedes mantener una deliciosa comunión con un Dios delante del cual no sientes nada más que pánico y terror? ¿Quién puede comparecer ante Dios en un estado así? Esa es la pregunta.
El versículo cuatro proporciona la respuesta al dilema: “Pero en ti hay perdón, para que seas temido”. Dice: “Señor, nadie podría estar delante de ti si tuvieras en cuenta la iniquidad, si me dieras lo que yo merezco. Y si no puedo ni siquiera estar delante de ti, no sabré nada de un corazón inclinado a hacer tu voluntad. No seré capaz de que seas mi Dios ni de ser yo tu hijo. No sabré nada de este conocimiento experimental interno con respecto a ti que hace que Tú te deleites en mí y yo en ti. No sabré nada del verdadero temor. Puedo conocer el pánico. Pero, Señor, no puedo mantenerme en pie”.
La respuesta al dilema es que, en Dios, se ha descubierto una forma de perdón. El descubrimiento de la forma de perdón de Dios asegurará siempre el temor de Dios en el corazón de aquel que lo descubre. ¿Pero cómo es eso así? Si el texto hubiera dicho: “En Dios hay justicia para que se le tema”, entonces lo entenderíamos. ¿Pero: “En Dios hay perdón para que se le tema? ¿Cómo asegura este descubrimiento del perdón de Dios que se le tema? Sugiero que hay dos formas en las que la experiencia del perdón da lugar al temor piadoso.
La demostración del carácter de Dios
En primer lugar, en la obra que Cristo hizo para asegurar el perdón para su pueblo, ha habido el despliegue más completo, más intenso y más glorioso de todos los atributos de Dios. Si el temor de Dios comienza con las perspectivas correctas de carácter de Dios, viendo su majestad y su gloria, entonces descubrir la forma de perdón de Dios es ciertamente encontrar el más claro despliegue de todos sus gloriosos atributos. Por tanto, porque hay perdón en Dios, se le teme. ¿Cómo llegó ese perdón? Nos quedamos perplejos cuando contemplamos la sabiduría que enmarcó mundos y formó las complejidades de la pequeña célula, así como las grandes galaxias. Pero contemplaciones semejantes son como el conocimiento que se adquiere en el jardín de infancia, cuando nos vemos ante la sabiduría del seno de la virgen y el Dios encarnado. Esta es la sabiduría que concibió que el hombre pecador pudiera ser perdonado por medio de Dios mismo, quien se convirtió realmente en un hombre: el Dios ofendido llevó la ofensa sobre sí mismo y descargó así ese agravio para poder ser justo y justificador de aquellos que tengan fe en Jesús. No es de sorprender que a Cristo se le llame “sabiduría de Dios” (cf. 1 Corintio 1:24). ¡Qué despliegue de sabiduría!
¿Pero qué decir de la santidad de Dios? Si hubieses podido contemplar, con Abraham, lo que una vez fue Sodoma y Gomorra, y ahora no era más un amplio llano del que el humo ascendía “como el humo de un horno” (cf. Génesis 19:28), su santidad quedaría plasmada en ese aterrador despliegue de su odio por el pecado, Pues bien, ese despliegue de la santidad de Dios palidece en comparación con el Gólgota, porque cuando miramos a la cruz, vemos un cielo cubierto, envuelto en oscuridad. Contemplamos la exhalación del pecho del Hijo, y oímos ese grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). La única respuesta es que Dios es tan santo que cuando se cargan los pecados del hombre sobre su propio Hijo amado, Él tiene que hacer caer el golpe de su ira sobre Él hasta que grite, con un aullido que la eternidad no será capaz de descifrar. Dios es tan santo que hace esto aun a su Hijo tan amado que jamás había cometido pecado por sí mismo.
Descubrir el camino del perdón, forjado en las terribles agonías de Cristo, es ver el despliegue de sabiduría y santidad que deja muy atrás cualquier otro despliegue que Dios haya hecho con anterioridad. Es ver la exposición de poder que sobrepasa cualquier otro, incluso aquel que levantó a Cristo de los muertos. En Colosenses 2:15 leemos que, cuando Cristo triunfó en su muerte y su gloriosa resurrección sobre los poderes de las tinieblas, los manifestó de una forma clara y descubierta. Piensa en todos los poderes del infierno que habrían intentado mantenerle en un estado de muerte. [Pero Pedro dice que “no era posible que Él quedara bajo el dominio de ella” (Hechos 2:24).
Luego tenemos el despliegue del amor de Dios. ¿Quién puede descifrarlo? “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). He aquí el despliegue de la majestuosa condescendencia del Hijo de Dios. Él “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo” (Filipenses 2:6-7). ¿Puedes ver ahora, cómo el descubrimiento del camino del perdón produce el temor de Dios? ¿Cómo puedes descubrir estas cosas sin sorprenderte delante de un Dios semejante? Es imposible.
Paz con Dios y temor filial
La segunda razón del porqué el perdón y el temor van unidos es que la recepción por fe del perdón que Dios nos ofrece por medio de su Hijo trae paz y descanso del temor de pánico y del terror y ata el corazón a Dios en un amor agradecido y una sumisión gozosa. Cuando un pecador es perdonado por Dios, el temor del pánico se cambia por la sumisión de un hijo adoptado. ¿Quién puede descubrir ese tipo de perdón en Dios sin decir: “Aquí estoy, Señor, te entrego mi ser; es todo lo que puedo hacer”? Al derramar misericordia sobre quien no se lo merece y extender el perdón al pecador, le saca de un estado de terror y le conduce a una condición de temor reverente y filial.
La misericordia y la gracia combinan, por tanto, para suscitar el temor de Dios de una forma con la que todos los terrores de la Ley no podrían rivalizar. Este temor piadoso considera más las misericordias y los beneficios de Dios recibidos que sus juicios amenazantes. El temor del pánico piensa en el juicio y tiembla. El temor de Dios piensa en las misericordias dadas y adora. Considera más la mano abierta de la bendición de Dios que el puño cerrado de su juicio.
Uso incorrecto del perdón de los pecados
Existen varias implicaciones prácticas de esta enseñanza. En primer lugar, contemplamos la locura de todas las religiones fabricadas por el hombre. Cada una de ellas busca producir el temor de Dios basándose en otras cosas que no son el perdón o prometen perdón de una forma que no produce el temor de Dios. Para alcanzar la justicia de Dios, todos los esquemas que no estén basados en el Evangelio sino en la “sabiduría” humana fracasarán en una u otra forma. Dirán, en primer lugar, que no se les puede decir a las personas que son plenamente aceptadas y perdonadas, o saldrán y vivirán una vida de infierno. Este es el argumento de la Iglesia Católica Romana. No se atreven a predicar el perdón gratuito y pleno; su razonamiento es que, de otro modo, la gente pensará que pueden pecar con impunidad. Creen más bien que la forma de producir el temor de Dios que resulta en la obediencia es frotar la conciencia hasta dejarla en carne viva con terrores, inseguridades y dudas en cuanto a ser aceptados por Dios. Luego, la persona intentará obedecer a Dios con temor, esperando alcanzar su favor. Pero lo que hemos visto, en cuanto a la forma en la que Dios produce su temor en el corazón del hombre, deja en evidencia al romanismo por lo que es en sí. Dios toma la conciencia en carne viva, llena de terror de los condenados y, abriendo el camino del perdón, ata ese corazón a sí mismo en un temor que se basa en el amor y en la confianza.
El segundo tipo de falsa religión opera de una forma casi opuesta. Sus proponentes afirman que, por medio de la sangre de la cruz, los pecadores reciben fehacientemente el perdón completo. Pero también dicen que aquellos que reciben su mensaje están, por lo general, desprovistos del temor de Dios. No muestran ninguna preocupación por caminar delante de Él con una conciencia meticulosa. No saben lo que es sentir una poderosa inclinación a obedecer la santa ley de Dios, desde el corazón. No sienten terror ni nada que se le parezca. No tiemblan como lo hacen muchos pobres católicos romanos, pensando si tal vez se despertarán mañana en el purgatorio. Están totalmente seguros de despertarse en el cielo porque han recibido el perdón por medio de la sangre de la cruz. A pesar de ello, su vida manifiesta una total carencia del temor de Dios. Profanan el santo día de Dios dándole dos horas, de manera simbólica, y utilizando el resto del día como les place, sin ninguna referencia a su ley. Ordenan su casa, su tiempo y la utilización de su televisor sin referencia alguna a su ley. ¿Por qué? Porque han creído una mentira: que sus pecados podían ser perdonados y, con todo, permanecer extraños al temor de Dios. Estos dos errores son condenatorios hasta la médula. No puedes temer a Dios como deberías hasta que no entres en la bendición del perdón pleno. Pero si entras en esa bendición, debes temerle. De no hacerlo, no habrás experimentado jamás, de una forma verdadera, la misericordia salvífica de Dios.
Instrucciones prácticas
¿Te han frotado la conciencia hasta dejarla en carne viva? ¿Te han seguido los terrores de la ley y de Dios? ¿Sientes el temor del pánico, pero no sabes nada de ese temor que se basa en el perdón? ¿Tienes un espíritu de esclavitud, pero no conoces al Espíritu de adopción que te hace clamar: “Abba, Padre”? Si esta es la condición en la que te encuentras, debes entender que no hallarás descanso, ni un verdadero temor de Dios hasta que vengas a Jesús, tal y como estás. Él es el Mediador del Nuevo Pacto y está sentado sobre el trono de misericordia y es en Él donde se encuentra un camino de perdón para que pueda ser temido. No le temerás hasta que no confíes en Él como tu Salvador. Échate sobre Él así como estás —porque así es como Él te manda que vengas— y Él te recibirá.
Hay también una palabra de consuelo para las almas afligidas. Hay verdaderos hijos de Dios que se sienten tan pecadores que, a veces, se preguntan cómo puede ser que Dios tenga tanta paciencia con ellos. Si esta es tu condición, no escuches a aquellos que te digan que olvides tu pecado y que te regocijes en el Señor. No; no olvides tu pecado. En vez de ello, deja que el Espíritu Santo te muestre la totalidad de pecado que eres capaz de llevar, sabiendo que solo te habrá mostrado una milésima parte del mismo. Que el Espíritu de Dios te capacite para que puedas decir con el salmista: “Señor, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer?”. Entonces, cuanto más veas tu pecado, más te sorprenderá la magnitud de la gloria de Dios al proporcionar el perdón. Y cuanto más veas la magnitud de su gloria proporcionándote perdón, más le temerás. “Pero en ti hay perdón, para que seas temido”. Octavio Winslow escribió: “Empapa las raíces de tu profesión de fe a diario en la sangre de Cristo”. Esto es lo que todos debemos hacer. A medida que las vas empapando allí, yendo una y otra vez a Jesús, el mediador del Nuevo Pacto, verás cómo el temor de Dios va profundizando en tu alma.
Aquí tenemos también una palabra de convicción para cualquiera que esté siendo engañado. Puedes sentirte perdonado aunque, al mismo tiempo, no experimentes pánico, ni temor del infierno porque sientes que todo está bien. Dices: “¡Tengo las bendiciones del Nuevo Pacto!”. Pero la cuestión es: ¿dónde está el temor de Dios? La propia Palabra de Dios dice que si Él te ha llevado a ese pacto, ha puesto su temor dentro de tu corazón. ¿Estás exponiendo una percepción que te fuerza a conocer tus obligaciones para con Él? ¿Manifiestas un sentido dominante de su presencia? ¿Te ha atado tu comprensión del perdón a una vida en el temor de Dios? Permíteme que le dé una forma más personal. Si alguien tuviera que preguntar a tus hijos acerca de lo que más caracteriza a su madre y a su padre, por encima de cualquier otra cosa, ¿podrían contestar: “el temor de Dios”? ¿Podrían decir que, en cualquier cosa en el hogar, la primera preocupación de su Papá es qué dice Dios acerca de ello? ¿Dirían vuestros hijos que el temor de Dios es una característica dominante en su padre y su madre? El testimonio de vuestros hijos en cuanto a que vuestra vida se caracteriza por el temor piadoso no es algo que se pueda comprar; se debe ganar, y se hace por medio de una vida vivida en el amor de Dios.
¿Tienes que admitir para tus adentros, que tus hijos —o quienquiera que viva lo suficientemente cerca de ti como para conocer tu forma de ser— no podrían dar ese testimonio en lo que a ti respecta? Si este es el caso, clama a Dios hoy y suplica: “Oh Dios, dame una perspectiva tal de la gracia perdonadora que pueda verdaderamente empezar a temerte”. El temor de Dios comienza por el perdón del pecado, en el clima de todas las provisiones del Nuevo Pacto, por gracia.
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