Ayuda para los pastores de hoy: Estudio de casos prácticos de Pablo III
Cuando hablamos de 1 y 2 de Timoteo y Tito nos referimos a ellas como epístolas pastorales, pero todas las epístolas de Pablo lo son. Él siempre escribe al pueblo de Dios como pastor, y los pastorea siempre. Toda su teología es una teología pastoral.
Se me ocurrió una idea que el pastor Martin me alentó a llevar a cabo: considerar todas las epístolas de Pablo. Comenzamos a hacerlo el año pasado y, con favor del Señor, seguiremos con ello y veremos la forma en que Pablo pastorea en ellas al pueblo de Dios. Asimismo, veremos cómo podemos aprender de él en este sentido.
En la conferencia del año pasado consideramos juntos las cartas de Romanos y Colosenses. En este sermón me gustaría considerar 1 Corintios.
Lo que quiero presentar aquí es algo que exige mucha atención. Es importante que mantengamos el título muy presente en nuestra mente porque esto nos dará, creo, el tema que nos llevará a través del paso inevitable de una gran cantidad de material.
Vivir en el «todavía no», esto es en lo que vamos a meditar. Eso es lo que tenemos que enseñar a nuestra gente. Pablo escribió una vez: «… la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias» y, con respecto a los corintios, ésta no era una frase vacía.
Pablo había entregado dos años de su vida a edificar aquella iglesia, y ahora sentía profunda preocupación por ella. El problema básico era que algunos de los miembros estaban dejándose influenciar demasiado por la cultura de su entorno. Este es un problema con el que nos identificamos de inmediato: la cultura de la que ellos habían venido y en la que todavía vivían.
Corinto se ha descrito como la feria de vanidades del Imperio Romano, y esa ciudad en la que ellos vivían estaba teniendo su impacto sobre algunos de esos cristianos.
¿Cuáles eran los elementos de cultura que los estaba afectando particularmente?
Por una parte, estaba el amor de los griegos por la filosofía, por los grandes sistemas mentales, su fascinación por el conocimiento o, como el propio Pablo lo define en el capítulo 1, versículo 22: «Los griegos buscan sabiduría». Esta era su pasión, su deseo, y estaba corrompiendo su fe cristiana.
En segundo lugar, estaba la influencia del dualismo, la división de la realidad en lo físico y lo no-físico, lo material y lo inmaterial, lo corporal y lo espiritual. Ustedes están familiarizados con toda esa tendencia de la filosofía griega. Se exaltaba lo espiritual por encima de lo físico. Se les enseñaba que lo espiritual es bueno y que lo físico es inferior. En la filosofía griega se sentía desprecio por el cuerpo. Tenían una pequeña frase: «sōma – sema», un pequeño eslogan. «Sōma» significa cuerpo; «sema» quiere decir tumba. Y esta era su valoración. El cuerpo es una tumba. El filósofo griego Epicteto decía: «Soy una pobre alma encadenada a un cadáver». Así era el dualismo, la exaltación de lo espiritual.
Y, en tercer lugar, quizás de manera más superficial, estaba la admiración por todo lo brillante, espectacular, lo prestigioso, el éxito y el poder. Se sentían atraídos, como sigue ocurriendo con las personas hoy día, por todas esas cosas, especialmente por la retórica. Amaban la retórica. En el mundo del siglo I había una expresión griega: palabras corintias. Y esto significaba brillantez pulida y retórica. Si se decía que alguien hablaba con palabras corintias, significaba que era todo un magnífico orador.
Esas costumbres de mente estaban distorsionando el entendimiento de la fe cristiana. ¿Cómo distorsionaban su fe cristiana? Es muy simple: les estaban dando una idea errónea del punto en el que se encontraban en la historia de la redención. Y debo retomar algo que consideramos con anterioridad. Hace algunos años tratamos el misterio del reino. Vimos que el Nuevo Testamento está estructurado alrededor del solapamiento de las dos eras o siglos. Hay dos eras: la era presente y la venidera. Y el Nuevo Testamento nos enseña que, en Cristo, ha llegado la era venidera. La era venidera está aquí. El reino de Dios está entre vosotros, hemos entrado en la era venidera y estamos viviendo en ella. A pesar de ello, la era venidera todavía no se ha consumado por completo y, al mismo tiempo, estamos viviendo la era presente.
De modo que tenemos una existencia dual. Estamos viviendo en la era presente y en la venidera. Las dos eras se solapan para el cristiano. Y esto crea tensiones, dificultades y desequilibrios de los que tenemos que guardarnos.
A veces nos cuesta saber en qué era estamos. Algunas veces sentimos que estamos demasiado en esta era presente. A veces, el Señor nos revela las glorias de la era venidera y entonces sentimos que estamos en ella. Eso es el «ya» y el «aún no». Ya estamos en la era venidera, pero no lo estamos todavía como llegaremos a estarlo.
Ahora bien, lo que había ocurrido en Corinto, según nos dice Luke T. Johnson era lo siguiente: «Los corintios habían derribado la delicada tensión entre el «ya» y el «aún no». Se encontraban en un desequilibrio. Habían perdido la idea del solapamiento. En mi opinión, J. M. Robinson lo explica muy bien. Quizás pueda sonar un poco académico, pero presten atención a lo que dice: «Para el iniciado, detrás de los excesos de los corintios había un eschaton ya consumado». En otras palabras, se estaban centrando en el «ya». Lo tenemos todo. Lo hemos alcanzado. Somos el pueblo de la era venidera.
Para ellos lo importante era que habían recibido el Espíritu. Recordad el dualismo: lo material es malo, lo espiritual es bueno. Y ellos habían recibido el Espíritu y, con ello, la bendición máxima. Han alcanzado el nivel más alto: la plenitud de la salvación es suya. Han llegado a la meta. Eran los hombres espirituales. La evidencia del Espíritu era, por supuesto, los dones espirituales. Y se regocijaban en estos y les daban muchísimo valor, sobre todo a aquellos que eran espectaculares como el don de lenguas en especial, porque ellos creían que era un lenguaje celestial. Tal y como Pablo lo describe: «Las lenguas de los ángeles». Creo que aquí está citando a los corintios. ¡Hablaban las lenguas de los ángeles! Esta era la señal de que eran un grupo selecto y, como tal, eran los poseedores de la sabiduría y del conocimiento. Eran los verdaderos espirituales. La palabra «pneumatikos» (πνευματιϰός) aparece catorce veces en 1 Corintios. Pablo está preocupado con quién y qué es el «pneumatikos»; ¿qué significa ser espiritual?
Y tenemos un trío de afirmaciones muy particulares. Yo las describo como «su triple auto-evaluación». Veamos cuáles son.
Pablo dice: « Si alguno de vosotros se cree sabio, si alguno piensa que sabe algo, si alguno se cree espiritual…». Pues bien, se podría quitar el «si» porque eso es lo que ellos pensaban, su mentalidad, y Pablo lo está escribiendo para ellos, pero también para nosotros. Ellos pensaban que eran sabios; pensaban que lo sabían todo; pensaban que eran espirituales. Ahora estaban viviendo la vida del cielo. No tenían que esperar nada más. Ya lo tenían todo. Veamos lo que dice en sus declaraciones del capítulo 4 versículo 8: «Ya estáis saciados, ya os habéis hecho ricos, ya habéis llegado a reinar…». Esto es lo que ellos decían, lo que proclamaban. Aquí Pablo habla con sarcasmo. Está echando por tierra todo lo que ellos pensaban. Y, seguramente esta gente creía que no tendrían una relación futura con el cuerpo despreciable y degradado. En esta mentalidad la resurrección no tendría ningún sentido. ¡Todo el propósito de la salvación era escapar al cuerpo! ¡Dejar el cuerpo a un lado! Cualquier idea de que, en el futuro, el cuerpo sería resucitado se veía como un paso totalmente retrógrado. Así que en 15:12, vemos: «… ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?». El cuerpo era basura. «No queremos volver a verlo». Y esto quería decir que lo que se hacía en el cuerpo era irrelevante. Un hombre que fuera verdaderamente espiritual podía fornicar con una prostituta. No importa lo que se haga con la basura. No hay por qué cuidar y perfeccionar la basura. Es algo que se va a tirar. Es irrelevante. Si uso mi cuerpo para la fornicación, no importa, no va a afectar a mi espiritualidad. De hecho, no sólo no les importaba la inmoralidad, sino que se sentían orgullosos de ella. Un miembro de la iglesia tenía relación sexual con la mujer de su padre y los corintios hacían alarde de ello como prueba de sus actitudes liberadas. Veamos qué dice Pablo en el capítulo 5 versículos 1 y 2:
«… alguno tiene la mujer de su padre. Y os habéis vuelto arrogantes en lugar de haberos entristecido…». Hablaban de ello: «Esto demuestra lo emancipados que estamos, lo avanzados que somos». Estaban orgullosos de ello. Su gran frase era: «Todo me es lícito».
Creo que eran sacramentalistas. Admito que esto es ligeramente especulativo, pero intentaré validarlo más adelante. Creo que pensaban que los sacramentos les ofrecían una protección mágica, que si estaban bautizados, si comían y bebían de la mesa del Señor, ya quedaban fuera de la posibilidad de cualquier juicio; que esta era la prueba de que pertenecían a esta nueva era. Como ya estaban en el reino, como ya estaban en la era venidera, las estructuras normales de la creación ya no se aplicaban a ellos. Las distinciones entre varones y hembras se habían abolido. Ya no se aplicaban. Las mujeres podían desempeñar un papel público en la adoración y la enseñanza igual que los hombres, porque eran espirituales y porque se encontraban más allá de la era presente. Como eran espirituales, ya no tenían por qué casarse, podían separarse de sus esposas que no fueran creyentes —aquí vemos la locura y falta de lógica del pecado—; porque eran espirituales, si permanecían casados tendrían que refrenarse de las relaciones sexuales por el bien de la vida espiritual y angelical. No había problema en ir con una prostituta, pero no podían hacer el amor con su esposa. Vemos que tomaban la enseñanza del Señor y la distorsionaban y retorcían en una forma horrible hasta que significara lo que ellos querían.
Lucas 20:34-36. Imaginen ustedes a uno de esos corintios escuchando estas palabras: Los hijos de este siglo se casan y son dados en matrimonio, pero los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni son dados en matrimonio… pues son como ángeles». ¿Se los pueden imaginar citando a Jesús para justificar lo que hacían? Se consideraban pertenecientes a la élite. Miraban con superioridad a los que no habían sido iluminados. Decían: «Nosotros tenemos conocimiento». Y esto provocaba divisiones y estaba diseccionando a la iglesia en grupos. Algunos decían: «Puedes ser de Pablo, puedes ser de Apolo o de Cefas, pero nosotros somos de Cristo». Creían que esta vida espiritual debería caracterizarse por lo que era impresionante, inusual y espectacular. Y, de una forma más seria y para nuestro propósito, el apóstol Pablo no encajaba aquí, no daba la talla según su forma de pensar. No era una persona impresionante, su predicación tampoco lo era y esta gente empezaban a decir: «¿Es éste el tipo de líder que queremos para una iglesia como la nuestra?». Así que empezaron a cuestionar su autoridad. Esto se cristaliza en 2 Corintios. La palabra «exousia» (ἐξουσία), o autoridad, se utiliza dieciséis veces en el tramo que va desde la mitad del capítulo 6 a la mitad del capítulo 11. Es una discusión de autoridad. La propia fe está en juego. Y esta «mentalidad del ya» es la que se encuentra en el corazón de la crisis pastoral en Corinto. Subyace en todas las cuestiones específicas que se tratan en esta carta. Todas afloran de un error básico.
Y Pablo, como pastor sabio, trata el error básico. Lo confronta de forma pastoral. Esos cristianos que dicen: «Hemos llegado. Estamos en el «ya».
¿Cuáles son los paralelismos contemporáneos? ¿Cuál es la relevancia de esto para nosotros? Pues, a decir verdad, son bastante cercanos. No estamos frente a un paralelo exacto, por supuesto, pero con toda seguridad podemos ver instantáneamente que hay una abundante evidencia de la misma mentalidad en el mundo en el que vivimos. Esto está dirigido a todas las versiones de planteamiento de la vida superior. Todas esas versiones que dicen que hay dos niveles de cristianos: los que tienen el secreto y los que no; los que están dentro y los que están fuera; los que han llegado y los que aún no lo han hecho. Esta es la (aquí no se sabe cuál es la palabra en inglés) mentalidad, una entrega plena, una vida victoriosa, la vida superior. Puede ser el bautismo del Espíritu, la experiencia carismática, la teonomía, el reconstruccionismo… pueden ser muchas cosas, pero sea lo que sea, divide al pueblo de Dios en «tener» y «no tener». Como dice el pastor Domm, puede ser la doctrina reformada, el orden bíblico de la iglesia, una cosa buena que tomemos y pervirtamos, que nos convierta en fariseos y arrogantes, que haga que sintamos que «nosotros» somos el pueblo y que «nosotros» tenemos la respuesta. Pero es algo que divide al pueblo de Dios.
Junto a esto, vemos alrededor de nosotros algunas de esas pruebas de pecado que había en Corinto. Estamos familiarizados con la arrogancia, con la negligencia con respecto a la ética, con el desdén por la tradición y un deseo de lo que es nuevo, centrado en el yo, la obsesión por el éxito, influencia, prestigio, un encaprichamiento infantil por lo que es llamativo y espectacular. A los niños les gustan los papeles de colores brillantes y con dibujos. ¿Cuánto de este espíritu se encuentra en los evangélicos modernos? Y es algo a lo que no debemos ser inmunes ni nosotros ni nuestra gente. Algunos pastores han perdido a algunos de sus miembros que se han marchado a iglesias como ésta. ¿Cómo se puede competir con aquellos que lo ofrecen todo? ¿Con los que ofrecen el secreto? ¿Con los que dicen: «Nosotros lo tenemos. Vengan a nosotros y podrán tenerlo todo»? El espíritu de Corinto está vivo y bien introducido en la iglesia del siglo XXI, de modo que necesitamos observar bien cómo actúa Pablo.
Veamos el planteamiento de Pablo. Este es el cuerpo principal de este estudio. ¿Cómo trata Pablo este tema? No hay nadie tan categórico como Pablo en cuanto a la realidad del «ya». Nuestro estudio del año anterior fue titulado «Colosenses: Experimentar el ‘ya’». Los falsos maestros se habían introducido en aquella iglesia y decían: «Cristo no es suficiente. Hay algo más». Y Pablo dice: «No, no. Cristo es suficiente. En Cristo lo tenemos todo. No necesitamos nada más». Pablo está comprometido con la realidad del «ya». Pero lo más importante en Pablo es su equilibrio. Tenemos temas favoritos. Nos desequilibramos. Si ustedes y yo hubiéramos visto lo que Pablo vio sobre el «ya», toda nuestra vida y ministerio se habría dedicado al «ya». Habríamos levantado institutos para el estudio del «ya»; y habríamos escrito libros, dado discursos y ser conocidos como expertos del «ya»; ir por todo el mundo y lo que la gente necesita escuchar es el «ya». Nos ponemos anteojeras y nos subimos en nuestra cantinela y vamos adelante. Todos lo hacemos. Pero el gran apóstol no. Aquí vemos a un grupo distinto de personas. Es una situación diferente. Y no necesitan oír nada acerca del «ya». De hecho, su problema era que estaban demasiado obsesionados con el «ya»; Necesitaban una medicina y una verdad diferente. Eso no es incoherente ni contradictorio, es sabio: es todo el consejo de Dios. De modo que todo lo que él hace en Corintios es hacer hincapié en la vida cristiana del «aún no». Y este el punto que quiero exponer. Hace hincapié en el «aún no».
Fíjense en la forma en que toca el punto desde el principio, capítulo 1, versículo 7: «Nada os falta en ningún don». Pueden imaginarse a los corintios congratulándose. ¡Qué cumplido! «Nada os falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin». No piensen que ya han llegado, hermanos. Están ustedes esperando y necesitan ser confirmados, guardados y sostenidos hasta que llegue el fin, «aún no».
La gran porción de 1:18-2:5 que tan bien conocemos: estos corintios amaban el brillo, el éxito. Y Pablo expone tres puntos. El mensaje que creísteis para salvación no era brillante. Fue la piedra de tropiezo y la locura de la cruz. Y las personas a quienes vino el mensaje no eran brillantes ni gente de éxito. Muchos no era sabios ni poderosos, ni nobles sino necios, débiles y viles. La forma en la que se predicó no era con excelencia de palabra o sabiduría, sino con debilidad, temor y mucho temblor.
El mensaje de la cruz condena toda grandeza humana, sabiduría y jactancia. Y Pablo dice: «El curso en el que se han embarcado ahora les está llevando precisamente en la dirección opuesta a la que os salvó. Están dando la espalda a todo lo que os trajo al reino». Esa gente espiritual estaba dividiendo a la iglesia. ¿Acaso no es lo mismo que ocurre estos días? Se supone que el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad. ¿Qué ocurre cuando un grupo carismático empieza en una congregación? Desunión. Pero para Pablo sólo están demostrando lo poco que se ha desarrollado su espiritualidad. Y vemos en el capítulo 3 versículo 1 y siguientes, lo punzante que son las frases, el latigazo del santo sarcasmo. Pablo dice: «Hermanos, siento decir que no puedo hablaros como a gente espiritual, porque todavía sois carnales. Pues habiendo celos y contiendas entre vosotros, ¿no sois carnales y andáis como hombres?». Esto debió dolerles. Aquí Pablo está siendo punzante. Se trata de gente arrogante. Pablo nunca es sarcástico con gente quebrantada; jamás. Pero esta gente es arrogante. Están empezando a dudar de Pablo y a cuestionarle. ¿Pero quién es Pablo? Capítulo 5, versículo 15: «Porque aunque tengáis innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tenéis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio». Les está diciendo: «Yo soy vuestro padre». ¿Qué tipo de padre es este, que se describe un poco antes en este mismo capítulo? Un espectáculo para el mundo, débil, deshonrado, vestido pobremente, golpeado, sin hogar, injuriado; el mundo le consideraba basura. Probad esto con vuestra gente la próxima vez que llaméis a alguno de ellos por teléfono: «Hola, le habla la basura del mundo».
Y Pablo sigue diciendo en 4:16: «Por tanto, os exhorto: sed imitadores míos». Esta gente espiritual está por encima de las preocupaciones terrenales. Son gente de sabiduría y conocimiento. Viven la vida del cielo y se elevan muy por encima de los temas mundanos, triviales, materiales; pero se les reserva una sorpresa. Aparentemente, esta gente está involucrada en un pequeño y sucio pleito. Esto suena muy raro tratándose de superhéroes. ¿Qué dice el versículo 1 del capítulo 6?: «¿Se atreve alguno de vosotros […] a ir a juicio ante los incrédulos […]? Y aquí tenemos una de las declaraciones clave de Pablo, que es como si les clavara un puñal: «¿No sabéis? Vosotros sois los que lo sabéis todo, ¿verdad? ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Juzgaremos a los ángeles. Y si tenemos que juzgar al mundo, ¿cómo no vais a ser capaces de ocuparos de una discusión entre vosotros por cien dólares?».
Ellos creían que para los espirituales, el cuerpo no era más que una reliquia despreciable, que no tenía ningún valor. Así pues, Pablo dice en el capítulo 6, versículo 15: «¿No sabéis —de nuevo la misma pregunta— que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» Y, en el versículo 19: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros?». Lejos de desechar el cuerpo, el Espíritu lo ha convertido en su «naos» (ναός), ni siquiera en su «hieron (ίερόν), sino en su «naos»: su santuario interno, su santa morada. Ser espiritual no significa ignorar el cuerpo, sino justamente lo contrario y así lo expresa en el versículo 20. Quizás no nos demos cuenta de lo chocante que puede resultar esta afirmación para aquellos griegos dualistas: «Glorificad a Dios en vuestro cuerpo». ¿Somos capaces de notar la fuerza de lo que está diciendo?
En el capítulo 7, empieza a tratar con el tema que ellos tenían entre manos y lo que les está diciendo es, básicamente, que nuestra nueva fe exige todo un nuevo conjunto de circunstancias, de entornos, un nuevo estilo de vida. Somos nuevas personas, por tanto debemos vivir en un nuevo mundo y Pablo dice a esto: «¡No y no! Tienen que vivir la nueva vida en el viejo mundo y en las viejas circunstancias. Si está usted casado con alguien que no es creyente, no debe abandonarlo. Si el incrédulo está dispuesto a vivir con usted, mantenga la relación, con todas sus áreas grises, los compromisos, las dificultades, el dolor de corazón y las decisiones morales con las que tenga que luchar. Debe quedarse allí y vivir la vida de Cristo en esa situación. Si es usted un esclavo —a nadie le gusta ser esclavo, es una posición muy poco satisfactoria—, debe permanecer en su esclavitud y vivirla en la antigua era y mostrar el poder del nuevo siglo allí donde usted se encuentra». Este es el argumento del capítulo 7: cada uno debe permanecer en la condición en la que ha sido llamado. No vamos corriendo al paraíso. Vivimos el «aún no» de nuestra fe, en las situaciones en las que nos encontremos. ¡Qué alentador es esto! ¡Qué realista!
Pasaremos rápidamente por el argumento del capítulo 8 que habla del fuerte. Dice que los fuertes tienen que darse cuenta de que hay personas que no han alcanzado aún la madurez. La iglesia no está formada por superhéroes. Tienen que ser sensibles y tiernos con los débiles, cuidarles, alimentarles y no estar tan obsesionados con sus propios derechos y su realización personal.
En el capítulo 9, dice: «Esto es lo que yo mismo hago. No os pido que hagáis algo que yo no haga. Tengo muchos derechos, pero no los reclamo para poder ganarles a ustedes. Hay gente que no son cristianos, que son débiles en la fe, pero yo no vivo para mí. No vivo desdeñando a esas personas. No vivo en el «ya». Vivo entre esas personas y a causa de ellas me limito a mí mismo. Me hago esclavo».
Ellos pueden creer que los sacramentos los protegen del juicio de Dios. Pablo trata sobre esto en el capítulo 10: «Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, pues quedaron tendidos en el desierto […]. Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos. Pablo dice: «Estoy de acuerdo con ustedes. El final de los siglos ha venido sobre nosotros». ¿Y qué dice Dios a esas personas que están viviendo en el fin de los siglos? «Cuidado, porque os destruiré si no sois un pueblo santo». ¿Ven ustedes el poder que tiene su argumento?
En el capítulo 11, sigue diciendo: «Los hombres y las mujeres son ciertamente iguales en Cristo. De eso no hay ninguna duda, pero eso no significa que las estructuras de la creación queden abolidas. No es así. Cabeza y sumisión sigue siendo el patrón a seguir y eso no ha cambiado porque hayan venido a Cristo». A continuación, los lleva a la Cena del Señor, ceremonia central de nuestra fe. ¿Y cómo destruye el dualismo? Como un joven colega mío señaló cuando me oyó hablar sobre esto, nuestra propia salvación se realiza por medio del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. ¿Cómo puede decir un cristiano que el cuerpo no importa? Si se destruye esto, se destruye la base misma de nuestra salvación. Cuando nos reunimos, nosotros que somos espirituales, ¿qué sostenemos en nuestras manos? «Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre». ¿No hay en este sacramento tan fundamental una sensación de incompleto, de esperar mayor gloria y bendición? «Porque cada vez que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él venga». ¿Qué es este sinsentido del «ya»? ¿Qué es este «ya lo tenemos todo»? ¡Él no ha venido todavía!
Y en los capítulos 12-14, trata el tema de los dones espirituales, señales del eschaton. Pablo dice: «¿Cómo deben manifestarse y ejercerse, aquí y ahora, esos dones espirituales? No por medio de un espectáculo de emociones, frenesí o realización propia. Deben ejercerse en amor, en servicio humilde. Que todo se haga para edificación». Y argumenta que cada miembro del cuerpo tiene su valor, las partes más débiles, las vergonzosas. En la vida del cristiano no hay dos niveles, la gente valiosa y la que no vale nada, los que tienen y los que no tienen. No hay nadie que no tenga algo. Todos nos necesitamos los unos a los otros, y cada miembro de la iglesia encaja uno con otro para formar una misma cosa.
El capítulo 13 no es un mero poema de amor. Es un ataque dirigido a las pretensiones de los que se llaman espirituales. Hay una cita de Frederick D. Bruner, de su libro The Theology of the Holy Spirit [La teología del Espíritu Santo]. Es un análisis de primera clase sobre el pentecostalismo. Como dice Bruner: «Pablo quiere que los corintios aparten sus ojos del espíritu del «huper» que se jacta, al espíritu de «agape» que edifica».
Y, a continuación, tenemos la profunda teología del capítulo 15. Para mí, es un capítulo clave y es donde creo que Pablo se hace con el tema de un modo más firme y completo. Recordemos que aquellos corintios estaban convencidos de estar en plena posesión de la vida de Dios. Pablo les está enseñando a esperar. En los versículos 1 y 2, habla a esa gente segura de sí misma. Dice: «[…] el evangelio por el cual también sois salvos si retenéis la palabra que os prediqué. Quizás no deberíais estar tan confiados como pensáis». Luego, pasa a su tema principal. Recordemos que 1 Corintios 15 no trata principalmente de la resurrección de Cristo. Habla de la resurrección de los seres humanos. Este es el tema que Pablo trata aquí, porque ellos dicen que su cuerpo no resucitará. Lo que Pablo viene a decir es. «Está bien; si vuestros cuerpos no resucitan, entonces el cuerpo de Cristo tampoco resucitó y toda la fe cristiana está podrida y se queda en nada, con su cadáver en descomposición». Fíjense cómo lo desarrolla en el versículo 20: «Mas ahora, Cristo ha resucitado de entre los muertos». Y ellos quizás podrían decir: «Oh, sí, está presentando el final, la plenitud». Pero él sigue diciendo: «primicia de los que durmieron». Aún no. El versículo 23 dice: «[…] en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida». Aún no. El versículo 24: «Entonces vendrá el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre». Aún no. Versículo 25. «Pues Él debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies». Aún no. Versículo 28: «Cuando todo haya sido sometido a Él —cuando—, entonces también el Hijo mismo se sujetará a aquel que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos». Aún no.
Pablo se imagina a un objetor, alguien para quien la idea de un cadáver reanimado sea algo absurdo; y los griegos realmente pensaban que era algo grotesco, una superstición primitiva judía que ningún gentil inteligente podía aceptar. En el versículo 35 podríamos incluso oír las risas y la burla en la voz: «¿Cómo resucitan los muertos y con qué cuerpo vendrán?». Pueden ustedes imaginarse a algún objetor burlándose de Pablo: «Pablo, ¿me estás diciendo que vamos a tener una resurrección del cuerpo? ¡Pues qué bien! Calvicie, arrugas, papada, hombros caídos, panza, piernas flacuchas…». (Esto no es más que un retrato generalizado, no estoy pensando en nadie en particular). «¡Vamos a volver a tener este cuerpo de nuevo! ¡No, gracias! Me encantará decirle adiós. Y Pablo dice: «¡Necio! No siembras el cuerpo que será. Se siembra en corrupción y resucita un cuerpo incorruptible, en gloria y en poder. Hay un cuerpo espiritual». No permitan ustedes que su gente crea que se trata de un cuerpo no material. Es un cuerpo físico, poseído por el Espíritu Santo que mora en él y lo glorifica. Hay un cuerpo espiritual. Sin embargo, lo espiritual no es lo primero, sino lo natural y después viene lo espiritual. Aún no. Todo el capítulo tiene un único mensaje: Esperad al gran, glorioso y cierto aún no. Incluso los que estén vivos cuando llegue el fin, serán cambiados. «Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Devorada ha sido la muerte en victoria”».
Al cerrar la carta al final del capítulo 16, a Pablo le queda aún algunos golpes que dar. Esos corintios eran un anticipo de los modernistas. No les interesaba el Jesús de la historia. Adoraban al Cristo de la fe. No les importaba en absoluto el hombre de Nazaret que anduvo en la tierra. Ellos adoraban al espíritu que reina y, por esa razón, Pablo dice en 16:22: «Si alguno no ama al Señor, que sea anatema» Con esto está diciendo: «Si en vuestro Salvador no veis a Jesús, id al infierno». Luego, al final, echa abajo todo el edificio podrido con un gran grito apasionado de anhelo. ¿Cómo acaba la carta? «¡Oh, Señor, ven! Esta es la respuesta para la gente del «ya». Es la respuesta a aquellos que pensaban tenerlo todo. «¡Oh Señor, ven, ven!». Gracias al Señor por el «aún no».
Y, ahora, reflexionemos un momento y preguntémonos: ¿Qué beneficio tenemos como pastores al seguir a Pablo? ¿Qué podemos aprender de él? Me gustaría exponer cuatro puntos.
En primer lugar, hará que sigamos siendo sinceros. La vida es como es, pegajosa y desordenada, con altos y bajos, complicada y sucia. Así es la vida. Y cuando vivimos de este modo, estamos manejando la tela de la realidad, como verdaderos hombres que ministran a personas reales. No nos paseamos con una sonrisa tonta en nuestro rostro, soltando peroratas piadosas llena de necedades que no tienen ninguna relación con nuestra gente ni con la forma en la que están viviendo su vida, ni con las cosas con las que se tienen que enfrentar. Nuestro ministerio está conectado con lo que nuestra propia genta sabe que es verdad por experiencia. No necesitan ustedes convencer a su gente acerca del aún no: el agricultor en los campos, el mecánico debajo del camión, la joven esposa con cuatro niños que trabaja en la cocina, ella lo sabe todo acerca del aún no. No se preocupe usted por eso. Ella es muy consciente del aún no. Y si usted llega como un idealista pomposo y necio hablando de glorias etéreas, ¿qué aportará esto a su gente? Pensarán: «Este hombre está tan desconectado de…» o quizás hará que se sientan culpables: «Debo ser una persona terrible sin espiritualidad. Oh, mi piadoso pastor camina por las nubes todo el tiempo». Acérquese a ellos como hombres, que luchan, se equivocan y lloran, y tienen el corazón roto; hombres que están en el aún no. Les estamos ministrando desde el aún no. Nuestro ministerio es real y genuino. Es verdadero.
En segundo lugar, inoculará a nuestra gente contra los vendedores de medicinas religiosas patentadas, los charlatanes de cualquier tipo que exprimen la frustración y la inseguridad que, con frecuencia, suele sentir el querido pueblo de Dios. Ellos tienen el oro del necio para ofrecerles: una salud perfecta, abundante riqueza, bienestar sin fin, éxito, felicidad y todo eso se puede tener ahora. Lo único que van dejando detrás de sí es naufragio. Entrenen ustedes a su gente para que entiendan el aún no. Que lo capten, lo conceptualicen, que tenga sentido para ellos para que tengan conocimiento y, cuando esos personajes aparezcan con sus promesas, sepan verles como los farsantes que son. Esta es la mejor medicina preventiva.
En tercer lugar, esto nos estimulará a nosotros y a nuestra gente a la hora de cumplir con nuestro deber cristiano. No hemos sido salvos para escapar e ir directamente al paraíso. Estamos llamados a procurar la santidad, a esperar, a estar vigilantes, a crecer, a creer, a luchar, a servir y a sufrir. Estamos llamados a pelear la buena batalla, a soportar dificultades, a entrar en el reino a través de mucha tribulación. Esto es lo que tenemos que enseñar a nuestra gente. Y esto nos hará más humildes, más valientes, con más celo y más energía. Será un reto para nuestra fe y la fortalecerá. No necesita fe si está en el «ya». La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, la evidencia de lo que no se ve. Y si alguien dice: «Te daré todo lo que siempre has esperado tener», uno ya no necesita fe. Ya lo tenemos todo. Vivimos en días en que la iglesia es perezosa, permisiva, centrada en sí misma y necesita una buena dosis de enseñanza acerca del «aún no». Somos la iglesia militante. Necesitamos rescatar de nuevo esa palabra. Aún no somos la iglesia triunfante. Somos los buenos soldados de Jesucristo. Obtendremos una corona, pero todavía no. Ahora es el tiempo de llevar la cruz. Pablo nos ayuda aquí.
Y, finalmente, es una doctrina de lo más alentadora. No lo parece a primera vista. Parece dura y descorazonadora. El «ya» parece una doctrina más cálida, más invitadora, más agradable. Pero, hermanos, las apariencias son engañosas y detrás del brillo de las promesas del «ya» hay un frio vacío de desilusión. Detrás de la apariencia externa difícil y rugosa del «aún no» hay amor y hay consuelo.
Permítanme que lo ilustre desde mi experiencia pastoral. Conozco a todas esas personas. Qué bien le hago al joven que está de pie, con sus cuatro hijos, frente a la tumba abierta de su esposa, si le digo: «Hermano, ¿no es hermoso lo que tenemos?»; ¿o si veo a una mujer tullida con esclerosis múltiple y cáncer, que sufre día y noche una agotadora agonía sin fin?; ¿o una mujer que yo considero una mujer cristiana y que está luchando contra unos deseos sexuales horribles, pervertidos que odia con todo su ser?; ¿o un hombre con una mente inteligente y brillante que sufre ahora los estragos del Alzheimer y que hace cien veces seguidas la misma pregunta a su mujer?; ¿o a un alcohólico al que una publicidad sobre cerveza agita la confusión en su interior y tiene que luchar con todas sus fuerzas?; ¿o a gente que está sola y deprimida, exhausta y sin talento? Tenemos personas así en nuestras iglesias. ¿Piensan ustedes que querrían tener un pastor pulcro, regordete y sonriente, que respire autocomplacencia: «¡Gloria a Dios, hermano! ¡Gloria a Dios, hermana! ¿No es hermoso lo que tenemos? ¡No! Sin embargo, llevarles el «aún no» es darles esperanza: «Esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación». Ponga su brazo alrededor de ellos. Comprenda quién es usted y dígales: «Lo grande es que hay más por venir». Eso es bondad.
Hermano, ¿no nos alegramos del «aún no»? ¿No tiene gozo en su corazón por que esperamos más aún? ¿Le gustaría estar toda la eternidad así como está ahora? ¿Pensar que nunca predicará con mayor unción de lo que ha predicado hasta ahora? ¿Que nunca amará al Señor de una forma más intensa de lo que le ha amado hasta ahora? ¿No se alegra de que sólo hayamos probado un poco de la misericordia del Señor? ¡No es más que un anticipo! Y, mientras miramos en nuestro propio corazón y leemos la historia que nos cuenta, con toda seguridad querremos postrarnos sobre nuestras rodillas y dar gracias a Dios de que haya más cosas para nosotros. No hemos hecho más que empezar a recibir las bendiciones del Señor. No debemos minimizar lo que nos ha ocurrido hasta ahora. Acuérdense de Colosenses. No se olviden de experimentar el «ya». Juan dice: «Ahora somos hijos de Dios», y esto es magnífico. Pero también sigue diciendo: «Hay algo mucho más maravilloso. Aún no se ha manifestado lo que habremos de ser». Todavía no se ha revelado lo que seremos. Hemos de vernos en mayor y mayor gloria. Y el Señor Jesús nos habla cuando estamos en desaliento. Aún no, queridos hermanos. Ejerzamos nuestro ministerio a la luz de este planteamiento.
Este sermón se predicó el jueves 24 de octubre del 2002, por la mañana, durante la conferencia de pastores que tuvo lugar en la Trinity Baptist Church de Montville, Nueva Jersey. El sermón estuvo a cargo del pastor Edward Donnelly de la Trinity Reformed Presbyterian Church de Irlanda del Norte. Este es el tercer sermón de una serie titulada Ayuda para los pastores de hoy: Estudios prácticos de Pablo.
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