Ayuda para los pastores de hoy: Estudio de casos prácticos de Pablo II
Pastor Edward Donnelly
En este segundo sermón nos dirigimos a Colosenses. Es una de las cartas más cortas que Pablo escribió a la joven iglesia en Asia menor. El fundador y pastor de la iglesia, Epafras, ha visitado a Pablo en Roma y le ha dicho al Apóstol que hay muchas cosas en las iglesias por las que se debe estar agradecido. Sin embargo, estos nuevos cristianos se ven amenazados por el peligro. Se trata de un riesgo potencialmente muy serio y el joven pastor necesita la ayuda de este hombre mayor lleno de sabiduría y perspicacia. Y esta es la respuesta que el apóstol Pablo da al relato que Epafras hace de la situación en la que se encuentra la iglesia en la que sirve.
Esta circunstancia nos conduce a la famosa cuestión de la herejía de los colosenses. ¿De qué se trataba? Se han llenado un sinfín de páginas en las que se ha venido debatiendo sobre la llamada herejía colosense. En su reciente comentario magistral sobre Colosenses, Peter O’Brien nos dice que se han hecho cuarenta y cuatro sugerencias distintas sobre la definición de esta herejía.
La dificultad radica en que Pablo no describe la herejía de una forma directa, sino que hace un cierto número de referencias a la misma en el capítulo dos. No voy a dar aquí el detalle de estas referencias porque se encuentran todas en un espacio muy pequeño. Habla sobre los principios o elementos básicos del mundo: palabras como plenitud, completo, perfecto, juzgar en cuanto a la comida o la bebida, los días de fiesta, la luna nueva, los días de reposo, la falsa humildad, el culto a los ángeles y entremetiéndose en aquellas cosas. Normas: no toques, no pruebes ni manipules. Apariencia de sabiduría en una religión autoimpuesta, falsa humildad y el descuido del cuerpo. De modo que estos son algunos de los elementos que flotan en el aire en esta falsa enseñanza. Él dice en el capítulo dos, versículo cuatro: “Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas”.
Vemos pues que, aparentemente, había una enseñanza plausible. El versículo ocho del capítulo dos declara: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres”. No podemos definir con precisión cuál es esta herejía y probablemente no tenga importancia. Un escritor dijo, y yo creo que tiene toda la razón, que se trataba más bien de un estado de ánimo, y no de un movimiento. En otras palabras, no se trataba de una herejía que se hubiese llevado a cabo con precisión. Se habían presentado maestros que habían destilado una mezcla impura y llena de cosas distintas a partir del espíritu del siglo, la filosofía popular y el cristianismo y los habían juntado a modo de brebaje de brujas: misticismo judío, algún pensamiento protognóstico, magia frisia, misteriosas religiones orientales, etc., etc. Conocemos algunos de los elementos que formaban parte del mismo. Había una dualidad, el espíritu contra el cuerpo. Lo espiritual es bueno, lo material es malo… Esto es algo común. Había ascetismo, legalismo, ritualismo. Estaban muy interesados en los ángeles a quienes veían como mediadores entre Dios y los seres humanos. Parece haber alguna referencia a la astrología, la magia, el ganar control sobre los poderes espirituales celestiales. Hablaban sobre la perfección, acerca de la salvación por medio del conocimiento, sobre una espiritualidad avanzada para una élite, que los iniciados podían ir más allá y de una forma más profunda en la vida espiritual. Yo creo que el punto clave de todo esto era: “Cristo no es suficiente”. No negaban abiertamente al Señor sino que se limitaban a ser condescendientes con Él. Le estaban infravalorando. Más o menos lo que decían era algo así: “Jesucristo está muy bien a su manera y hasta un cierto punto pero, en realidad, si queréis recibir iluminación necesitáis más que esto”. En la epístola vemos algunas de sus consignas, palabras como “pléroma”, plenitud. Les interesaba la plenitud o el “teleos”, lo perfecto y maduro, lo completo. Y, para estar lleno, para estar completo, necesitaban algo más que a Cristo. Y lo peligroso de todo esto era que estaba perfectamente de acuerdo con el espíritu del siglo. Se trataba de algo completa y totalmente contemporáneo. Esta era la razón por la que era algo tan popular y convincente. Esto era lo que la gente escuchaba en las plazas de los mercados, en los foros, en los teatros, en las calles, en las escuelas de los filósofos. Este era el mundo que estaba llegando a la Iglesia. Y Pablo tiene que ocuparse de esto de una forma decisiva porque va a tener un efecto devastador sobre la fe de las personas. No necesitamos ir muy lejos, hermanos, para ver la relevancia que esto tiene para nosotros hoy día. Por desgracia es relevante con respecto a los que se encuentran dentro de la Iglesia. Entre ellos, dentro de las iglesias hay algunos verdaderos cristianos que sugieren que Cristo no es suficiente. Hace algunos años, John MacArthur publicó un pequeño libro de bolsillo llamado: “Our sufficiency in Christ” [Nuestra suficiencia en Cristo]. El doctor MacArthur identificó las amenazas para la psicología de la Iglesia de hoy: pragmatismo y misticismo. Con esto, da en el clavo y dice que debemos posicionarnos en contra de ello porque Cristo es suficiente y Dios es bastante. Es un libro de bolsillo muy útil que se publicó hace cinco o seis años. Y sólo con esto, hace que Colosenses sea una epístola que está totalmente al día. Sin embargo, hermanos, existe un paralelismo más preciso y mucho más alarmante porque usted y yo estamos viviendo algo que nunca hubiésemos imaginado hace veinte años. Estamos pasando por el avivamiento del antiguo paganismo y esto está ocurriendo en el mundo de nuestro alrededor con elementos gnósticos muy fuertes. Estos fantasmas han salido del féretro de la historia y están flotando en el aire por todo nuestro paisaje.
Algunos de ustedes conocerán la excelente obra de Peter Jones del Seminario de Westminster de California que se especializó en esto y lo ha documentado. Está publicando algunos libros en cuyos títulos parodia los de las películas de George Lucas. El primer librito se titula: “El imperio gnóstico contraataca”. El libro más grande, “Las guerras del Espíritu”, documenta esto con gran detalle. Este verano yo estaba hablando con un joven no recuerdo de dónde, y me dijo que este autor está sacando un tercer libro cuyo supuesto título será “El rabino contraataca” o “El regreso del rabino”. Cómico, ¿verdad? Es un buen título. Y Jones nos muestra que necesitamos saber que estamos visitando de nuevo el siglo I y el II, y la espiritualidad de la Nueva Era es como visitar de nuevo el primer siglo: magia, brujería, ocultismo, astrología, culto a diosas, ya sea Sofía (diosa de la sabiduría) o Gaia (diosa de la tierra). Las visiones celestiales, las experiencias místicas, la fascinación por los ángeles… ¿Cuántos libros se han escrito acerca de los ángeles? Una degradación de la razón, un rechazo por las definiciones precisas, la búsqueda del dios interior, el elitismo espiritual, la perfección por medio del conocimiento, etc. etc. El llamado “Jesús Seminar” está promocionando “El Evangelio de Tomás” por todo lo que vale. Se trata del Evangelio gnóstico de Tomás, y nos está diciendo que este es el cristianismo auténtico. Los paralelos son bastante extraños. Les recomiendo que lean lo que Jones tiene que decir.
Joan Carson escribe en la página diez de su libro titulado “The Gagging of God” [La mordaza de Dios]: “A veces me pregunto si el pluralismo filosófico no será la amenaza más peligrosa para el Evangelio desde que surgió la herejía gnóstica en el siglo II y por algunas de las mismas razones”. La gente que queremos alcanzar con el Evangelio son personas a las que nuestra era de la comunicación ha lavado el cerebro y es necesario que seamos conscientes de que nos estamos enfrentando a un gnosticismo renovado. El corazón del gnosticismo era un ataque a las estructuras de la creación y esto es lo que estamos viendo, esto es la homosexualidad. No se trata simplemente de “gente sucia” sino que hay un trasfondo satánico y filosófico en todo ello. Es un intento de destruir y difuminar las estructuras de la creación de Dios. El ataque del papel del hombre y de la mujer es un intento de convertir las estructuras de la creación de Dios en algo borroso. El ataque a la familia es la agresión del gnosticismo al orden creado por Dios. No creo estar siendo indebidamente chovinista, pero es que no pude quedarme sentado esta mañana delante de mi desayuno y escuchar a una chica frágil y menuda en las noticias de la televisión que hablaba de helicópteros, barcos de guerra, etc., etc. Tuve que ir a darme un paseo porque pensé que esto era absolutamente ridículo. ¿Qué sabe esta señora de lo que está hablando? Estamos viviendo en una era en la que esto está ocurriendo ante nuestros ojos. Y lo que es aún más preocupante, en cierto modo, es que nuestra gente que ya está en la iglesia no puede evitar verse afectada por esta atmósfera que prevalece. Hace un par de semanas, uno de mis jóvenes me comentaba acerca de un estudio bíblico en el campus universitario. Al parecer, el líder que impartía el estudio, queriendo hacer que todos se sintieran como en casa, dijo nada más empezar: “Nuestro propósito hoy es escuchar lo que significa este pasaje de la Biblia para cada uno de vosotros. No os preocupéis, ninguno de vosotros estará equivocado. Digáis lo que digáis será lo que realmente significa para vosotros”. Esto es pluralismo. En realidad pensé que no había visto ninguna de las películas de La guerra de las galaxias, aunque se habían producido en 1977. No es el tipo de películas que me interesan. Vi dos de ellas hace un par de semanas, que no había visto jamás, y me parecieron bastante asombrosas. Se trata ni más ni menos de gnosticismo. “Que la fuerza te acompañe”. Estas son palabras del siglo II. El sabio y viejo guerrero le dice al joven que está aprendiendo a luchar: “No pienses, sólo siente”.
Cuando uno piensa se mete en problemas; cuando uno siente, gana. Esta es la atmósfera en la que nos encontramos. Hemos vuelto a la filosofía del siglo I. Esta epístola es, absolutamente, una piedra preciosa cuando vemos a este maestro actuando como pastor. Con los ojos de su mente ve a estos jóvenes creyentes vulnerables y está a punto de poner por escrito las directrices que les ayudarán y le protegerán de este miasma del error y la falsedad. ¿Cómo trata esta situación? ¿Qué es lo que hace? ¿Qué podemos aprender del ministerio pastoral en una situación muy similar?
Quiero exponer tres puntos, el primero de ellos de menor importancia. Pablo no elije aquí atacar el problema de frente, de una forma simple y metódica. De hecho, no se refiere expresamente a la falsa enseñanza hasta el versículo cuatro del capítulo dos.
Esta gente no es perversa. Son ingenuos, crédulos, inocentes, pero no son malos. ¿Qué necesitan? Él dice: “Esto lo digo para que nadie os engañe. ¡Cuidado, no sea que alguien os engañe!”. La iglesia no ha sucumbido todavía. No es la misma situación que con los gálatas. Pablo está mucho más calmado. Comienza con una nota positiva y alentadora en la oración con la que abre su carta. “Damos gracias a Dios, desde que oímos de vuestra fe y vuestro amor, regocijándonos al ver vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo” (capítulo dos versículo cinco). Capítulo uno, versículo nueve: “No cesamos de orar por vosotros”. Empieza de forma positiva y alentadora. Como solía decirnos nuestro profesor de teología pastoral: “Se cazan más moscas con miel que con vinagre”. Y esto es verdad. De modo que no está echando un sermón o una perorata, sino que está completamente calmado. Casi desde el principio está atacando la herejía, eso lo vemos más tarde, pero lo hace afirmando la verdad de forma positiva. No se pone a analizar los errores para luego refutarlos. Y ahora les expongo esto con cierta medida de vacilación. No estoy diciendo que este tenga que ser el planteamiento. Sin duda, muchos de nosotros han predicado series de sermones sobre algún error en particular o herejía. Hemos comenzado diciendo: “Esto es lo que se enseña”. Ya hemos dado un ejemplo de esto en otra ocasión: “Esta es la opinión del Islam” y hay momentos en los que esta es la forma correcta y adecuada de tratar con estas cosas. Pero al hacer esto existen varias desventajas. Estaremos permitiendo que el error establezca los términos del discurso y del bosquejo del mismo. Estamos dejando que sean los primeros en entrar, estaremos diciendo: “Esto es lo que ellos creen, ¿qué respuesta debemos dar?”. Estaremos adoptando una postura a la defensiva. También existe el peligro de suscitar un interés menos saludable en el error del que podamos satisfacer. Este es el gran error en la educación sexual. Hablamos con nuestros jóvenes sobre estas cosas, porque pensamos que esto les protegerá de ellas. Sin embargo, el efecto es exactamente el contrario. Tenemos la necesidad de recordar también que esas cosas pasarán, y este es un pensamiento consolador.
Recuerdo que cuando me acababan de nombrar profesor del Nuevo Testamento, yo tenía mucho celo en mi trabajo. Espero seguir teniéndolo. Entonces había algo que se llamaba “La nueva hermenéutica”, algunos de ustedes lo recordarán. Y yo pensaba que mi deber era preparar conferencias sobre la “nueva hermenéutica”. Leí a Cornelius Van Til, y un libro enorme titulado “The Two Horizons” [Los dos horizontes]. Algunas veces me apetecía entrar a la cocina y decir: “Lorna, eres mi esposa y yo soy tu marido, y tenemos tres hijos, ¿no es así? Está bien. Mi cerebro funciona de forma correcta. No me he vuelto loco, tiene que ser cosa de este libro”. Pero, de todos modos, durante tres o cuatro meses estuve trabajando arduamente y preparé unas tres conferencias sobre la nueva hermenéutica que di en su momento en la universidad. Luego, cinco años más tarde, todo esto era ya pasado. Había desaparecido, pasamos a hacer otra cosa. Ya nadie oía hablar de ello, nadie hablaba sobre ello, y yo me dije a mí mismo: “Esta es la última vez que sigo una tendencia y me preparo para contestar a la misma”.
Hablando en forma general, lo que Pablo está haciendo aquí es llevar una política sabia: es mejor enseñar una verdad positiva que refutar un error. Es mejor inocular a nuestra gente que sanarla. Y la alegre verdad es, hermanos, que si inoculamos a nuestra gente muchos de ellos pasarán por estas cosas sin sufrir daño alguno.
En sus congregaciones hay gente simple y piadosa que no saben lo que son estas cosas que están pasando y que, en realidad, han sido inoculadas con el Evangelio. Si tuviéramos que decirles lo que alguna de la gente de la Nueva Era piensa, considerarían que estamos todos locos. Esto es una bendita simplicidad e inocencia y si podemos inocular a nuestra gente, esto les ayudará. Resulta más barato construir un seto en la cima de un acantilado que pagar a una ambulancia para que esté en el fondo del mismo y este es un buen modelo para nuestro ministerio: enseñar a nuestra gente, tomar nuestras represalias en primer lugar de modo que estén equipados y preparados con la verdad para que, de este modo, el error no resulte atractivo para ellos.
Cuando estábamos creciendo, todos teníamos que memorizar el Catecismo Menor de principio a fin y, cuando yo tenía quince años, tuve que sentarme con un ministro que empezó con la pregunta número uno y llegó hasta el final. Si uno podía recitar todo el Catecismo Menor sin un solo error, conseguía una Biblia. Todavía tengo aquella Biblia. Y, aunque en aquel momento no me apeteciera hacerlo, me siento muy agradecido a Dios de que aquella mini teología sistemática quedara grabada en mi cerebro.
La enseñanza positiva nos aísla a nosotros y a nuestra gente de un montón de cosas. Pero este es un punto metódico y nuestro tema principal aquí es el siguiente: ¿Cómo trata Pablo el tema de esta herejía? Predica a Cristo en toda su gloria. Sé que vuelvo a afirmar algo que es obvio, pero es exactamente lo que él hace. No responde a la herejía punto por punto. Despliega a la persona del Señor Jesús ante la gente. Robert Raymond comenta: “Vence la herejía simplemente con la riqueza más inmensa y la magnitud sobreabundante del Cristo cósmico”. Su objetivo es llenar las mentes y los corazones de los colosenses con una consciencia abrumadora sobre el Hijo de Dios en su persona y en su gloria. Y, en esto, es un ejemplo para nosotros. Predicar a Cristo mismo, no limitándose a hablar de Él o alrededor de Él, sino presentarle como una realidad viva hasta que la conciencia de nuestra gente quede dominada, saturada con la persona de Cristo.
De modo que, algunas veces, tenemos tendencia a centrarnos en doctrinas y deberes sin probarlas en Cristo y mostrar que Él es lo verdaderamente central. Creemos esto porque Él nos lo enseña. Llevamos a cabo este deber porque a Él le agrada. Seguimos este curso porque es la forma de conformarse más a la imagen del Señor Jesús. Esta es su voluntad, su propósito y es para su gloria. A veces estamos demasiado abstraídos en nuestra predicación, no somos lo suficientemente concretos. La mayoría de nosotros hemos sido entrenados para pensar en términos abstractos. Mucha de nuestra gente no piensa, de forma natural, en términos abstractos; piensa de forma gráfica, concreta, con ilustraciones. Les encantan las historias personales. Denles historias personales, cuéntenles la vida de la mayor persona que vivió jamás, preséntenles su historia, a él, en toda la intensidad de su persona para que puedan verle, conocerle, confiar en él, y estaremos sosteniendo frente a ellos una pancarta que habla de Jesucristo . Debemos predicar a Cristo en toda su gloria. Todos nosotros hemos notado la magnificencia del retrato que Pablo hace de Cristo en Colosenses, especialmente en el capítulo uno, versículos trece a veintitrés.
Considerémoslo ahora. Es sencillamente abrumador y bastante sobrecogedor. Se nos da una imagen de dimensiones majestuosas. Presenta a Cristo en su gloria trascendente como Dios-creador. Aquí, la teología de Pablo está más plena y más profunda de lo que vemos en Romanos o en 1 Corintios. Aquí va hacia adelante, nos enseña más acerca de la identidad de Cristo, la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Se trata de personas a las que se les está diciendo que Cristo no es suficiente. “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra; todo fue creado por medio de él y para él; y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase todo el pléroma, toda la plenitud”. El Dios-creador. Predica sobre él como salvador, el hijo de su amor, en quien tenemos redención, el perdón de los pecados, haciendo la paz por medio de la sangre de su cruz. Le predica como reconciliador del cosmos, por el cual reconciliar consigo a todas las cosas, ya sea sobre la tierra o sobre el cielo. Le predica como señor, vencedor y dueño de todos los poderes porque por medio de él fueron creadas todas las cosas, tronos, dominios, principados y potestades. Él es la cabeza de todo principado y potestad. Capítulo dos, versículos diez y quince: “Habiendo despojado a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Predica a Cristo en la plenitud de Dios mismo, la imagen del Dios invisible. Agradó al Padre que en él morara toda la plenitud. Capítulo dos, versículo tres: “En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento”. Versículo nueve: ”En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Este es un concepto del hijo de Dios absolutamente sorprendente, totalmente majestuoso y abrumador, trascendente, espléndido. Esta es la respuesta de Pablo: “Este es Aquel que, según os están diciendo, no es suficiente”. Criticamos a los liberales por su Cristo hecho a tamaño de hombre, únicamente justificable por esa misma razón, ¿pero podríamos ser nosotros culpables del mismo error? ¿Caeremos en el error de hacerle más pequeño de lo que Él es? Conocemos al Cristo evangélico según la necesidad. Cristo nos quitará el dolor de cabeza provocado por la tensión, nos ayudará a dormir por la noche, a mejorar nuestro matrimonio, a perder peso. Como tal, es alguien valioso por lo que hace por nosotros. Quizás seamos aún más culpables porque le presentamos sin imaginación alguna, en una sola dimensión: “Jesús el Salvador. Murió en la cruz por nuestros pecados. Confíe en Él y tendrá la vida eterna”. Pasamos por alto su Deidad, su eternidad. Alguna de nuestra gente puede no saber que Jesucristo hizo el mundo. Si les preguntamos, nos quedaríamos sorprendidos. Pueden pensar, pueden no ser conscientes de ello. Pueden no saber que Él mismo, Jesucristo, está sustentando el cosmos en este momento. ¿Se sorprende nuestra gente de la grandeza del salvador?
Amigos, la gente necesita adorar. Necesitan héroes y esa es la razón de que se vuelvan hacia esas absurdas estrellas del pop. Necesitan grandeza. Necesitan cosas asombrosas. Necesitan estar hechos para mirar hacia arriba. Las iglesias evangélicas no deberían ser lugares pequeños, agradables, confortables, horizontales donde todo es conveniente y cómodo. Hay evangélicos que están volviendo a las iglesias rituales, a la ortodoxia oriental y al romanismo a causa de las grandes torres góticas, los ventanales y, al menos, hay una sensación de temor. Así puede ser. Hay misterio, admiración, reverencia. Gran parte de todo ello es falso y, sin embargo, esto es lo que la gente busca. Tienen hambre de esto, pero entonces se encuentran con pálidas pequeñas iglesias donde todo es muy manejable, humanístico y bien intencionado.
Tenemos que predicar al Señor Jesús de una forma que evoque el sobrecogimiento, el asombro y la admiración, para que podamos sentirnos como Juan: “Caí como muerto a sus pies”. “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. Esto es debido a la gloria de Cristo. Y yo les digo que, predicado de este modo, Cristo mismo barrerá las brumas de la herejía. Permítanme citar a John MacArthur: “Pablo demuestra que la mejor defensa contra la falsa enseñanza es una cristología concienzudamente bíblica: su lugar en el universo, su obra en la salación, su preeminencia como Dios, su absoluta suficiencia para toda necesidad humana”.
Prediquen así al Salvador y luego pregunten a su gente: ¿Es Cristo suficiente o no? Ustedes conocen la historia del día en que Spurgeon rompió a reír. Estaba muy deprimido y decaído; estaba pasando por un mal momento. No sabía cómo podría sobrellevar todo aquello y el versículo le vino a la mente: “¡Bástate mi gracia!”. En ese momento rompió a reír como en un rugido por el ridículo contraste entre “mi” y “tu”. Entonces dijo: “Señor, me sentí como un niño pequeño de pie, al borde del océano, con una cucharilla pequeña y entonces el mar me dijera que ‘su agua era suficiente para mi cucharilla’”. Mi gracia es suficiente para ti. Y Spurgeon dijo: “Sí, Señor, es lo que espero; que tu gracia sea suficiente para mí”. ¿Es nuestro Cristo suficiente? Podemos imaginar que, tras leer esta carta, los colosenses se rieran de la falsa enseñanza. ¿De qué estáis hablando? ¿Qué tontería es esta? Esto es lo que nosotros también debemos hacer para que nuestra gente vea que la Nueva Era y todo eso no son más que cosas absurdas, imitaciones. Entonces ya no habrá lugar para nada que no sea el anhelo de conocer mejor a Cristo. Cuando nos enamoramos no necesitamos que nadie nos inste a abandonar a todos los demás, porque es la única cosa que estamos decididos a hacer y nos deleitaremos en llevarlo a cabo. No abandonar a todos los demás es algo inviable e impensable. Sólo queremos al ser amado. Y, entonces, esto dará profundidad, grandeza y dignidad a nuestros ministerios. Ser predicador del Señor Jesucristo en toda su gloria es algo grande. Es un noble llamamiento a ser capaz de levantarse y entregar nuestras vidas a la proclamación de la segunda persona de la Deidad en su majestad, su poder, su belleza, su santidad y su compasión. Esto nos fortalecerá. Somos hombres privilegiados: este es nuestro llamamiento en el mundo. No estamos aquí para correr de un lado a otro y complacer a la gente o llevarle pequeños mensajes repetitivos. Somos heraldos del Señor Jesucristo. ¡Qué tarea la nuestra! Me gustaría que nos entregáramos a esto, a predicar a Cristo en toda su gloria.
La semana pasada me encontré con otra referencia a Spurgeon. Alguien estaba comentando, creo que con respecto a la introducción al libro de Iain Murray sobre el hypercalvinismo y Spurgeon. Se estaban refiriendo a la elocuencia de Spurgeon y contaron la historia de un rico y arrogante joven inconverso que no tenía tiempo para el cristianismo. Y el ministro llevó a esta persona a un lugar donde una anciana mujer cristiana estaba confinada a la cama, sufriendo dolores desde la cabeza hasta los pies. Y el ministro dijo a la anciana: “He aquí un joven que tiene todo lo que se puede tener en este mundo. ¿Se cambiaría usted por él? Y la anciana contestó: “¿Cambiarme por él?”. Dice el escritor que Spurgeon dijo estas palabras: “Sí, cambiarse por él”. Un escalofrío recorrió toda la audiencia como si fuera una corriente eléctrica. Y esto es lo que queremos que nuestra gente vea. “¿Cambiar a Cristo?”. ¿De qué estamos hablando? De la gloria de Cristo.
Otro punto que quiero exponer es el siguiente: Pablo no sólo presenta a Cristo en toda su gloria, sino que hace hincapié en la escatología que se reconoce en Colosenses. Estarán ustedes al corriente de la estructura básica de la escatología del Nuevo Testamento. Existe el “ya” y el “aún no”. Está lo que tenemos en Cristo y lo que aún debemos recibir en Él. Es fundamental que hagamos esta distinción, mantengamos clara en nuestras mentes la diferencia entre ambas cosas y que la comprendamos. La gran necesidad de nuestra era ha sido hacer hincapié en el “aún no”. Esa ha sido la exigencia de nuestro tiempo. Tenemos que insistir en ello frente a los que abogan por una vida más elevada. A la gente que habla de una entrega plena, de una perfección sin pecado y de una paz y un gozo inquebrantables les decimos: “aún no”. Debemos insistir en ello por encima del evangelio social; responder a la gente que esperan introducir el reino mediante el esfuerzo humano: “aún no”. Tenemos que hacer hincapié en ello frente al movimiento carismático con sus promesas engañosas de salud, riqueza y más elevada espiritualidad y decir: “aún no”. Debemos recalcarlo frente al reconstruccionismo que nos dice que hay un siglo cristiano y que van a edificar una nación cristiana. Y decimos: “aún no”. Nosotros, como criaturas reformadas hemos dado un valioso testimonio y, en muchos casos, uno poco popular y costoso al insistir en el “aún no”, y es correcto que lo hayamos hecho así; es importante para la salud espiritual de nuestra gente y tendremos que seguir recalcándolo.
Pero adonde quiero llegar es a la pregunta siguiente: ¿Hemos perdido el equilibrio? Al protegernos de un extremo ¿hemos caído en el otro? Tuvimos razón al hacer hincapié en el “aún no”, ¿pero hemos descuidado el “ya”? ¿Acaso hemos presentado la vida cristiana sólo como lucha y conflicto? Resultará de gran utilidad observar el equilibrio que establece el Apóstol. No hay nadie que haga más énfasis en el “aún no” que el apóstol Pablo. Lean en Romanos 8 los sufrimientos del tiempo presente, cómo toda la creación gime y está con dolores de parto, así como nosotros mismos, esperando la adopción y la redención del cuerpo. Si esperamos aquello que no vemos, entonces lo aguardamos con ansiedad y con perseverancia: “aún no, aún no”. Si esto fuese una conferencia sobre 1 y 2 Corintios (quizás lo haga algún día) habría dicho que esas epístolas insisten en el “aún no”. Él estaba tratando una situación carismática en Corinto. Se trataba de una situación distinta a la de Colosenses y, sin embargo, desde el capítulo 1 de 1 Corintios en adelante, habla del “aún no”, de la locura de la cruz, de que Dios ha escogido a lo débil del mundo y sigue hasta 2 Corintios donde dice que en su propia persona encarna el “aún no”.
Aquí, en Colosas, se está enfrentando a un problema pastoral diferente y está siendo lo bastante flexible y discerniendo lo suficiente como para cambiar. No es un hombre de una visión única. Aquí es necesario hacer hincapié en el “ya”. Eso era lo que aquella gente necesitaba oír. Por así decirlo, su texto es Colosenses 2:10: “Vosotros estáis completos en Cristo”, peplērōmenoi. Un participio del pasado perfecto: habéis estado, siendo llenados de Cristo de una forma permanente, continua e inalterable, de modo que estáis completos en Él. Cristo es suficiente aquí y ahora, ya lo es. ¿Han pensado ustedes alguna vez en la deliciosa positividad de la oración con la que abre la epístola, desde el versículo nueve del capítulo uno en adelante? Pablo no dice: “Estoy orando para que llevéis a cabo unas cuantas mejoras de poca importancia en vuestra vida cristiana porque, claro está, tenemos que esperar hasta la gloria, hasta que podamos ser sustancialmente cambiados. “Pedimos que seáis llenos del conocimiento —llenos, otra vez la misma palabra— del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”. En el versículo 10 encontramos: “Agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”. Está orando por un crecimiento espiritual espectacular en esas personas, que sean transformados. Este es el hombre que escribió 1 y 2 Corintios y Romanos 8. Más tarde indica el asombroso privilegio (busquen por ustedes mismos esas referencias) de conocer el Evangelio, el misterio escondido durante siglos y por generaciones que ha sido ahora revelado. Sólo daré unas cuantas referencias que forman parte de una cadena de referencias. Miren ustedes estas referencias y vean cómo se han elaborado para la situación pastoral, cómo hay flechas dirigidas al corazón de la necesidad. Están cargadas con términos clave, y se lanzan contra la herejía. Col. 1:27: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Col. 1:28: “A fin de presentar a todo hombre teleos, perfecto en Cristo Jesús”. Col. 2:2-3: “Alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios, de Cristo en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. Col. 2:29: “En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En esta única palabra, “corporalmente”, echa abajo toda la filosofía griega. Ocurre lo mismo que en Juan, en la impresionante introducción del Evangelio de San Juan: “El verbo se hizo carne”. Da en el clavo de la cultura diciendo que este dualismo es incorrecto. En Él habita corporalmente la plenitud de Dios. El versículo 10 es al que hicimos referencia: “Vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”. El versículo 17 dice: “El cuerpo es de Cristo”. Miremos el principio del capítulo tres: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba […]. Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. El versículo 14: “Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”, teleiotētos. El vínculo de la madurez. El vínculo de la plenitud no es conocimiento, no es un pequeño culto agnóstico, sino el amor.
¿Ven ustedes lo que Pablo está haciendo? Está diciendo: “¡Tenemos tantas cosas en Cristo aquí y ahora!”. Las palabras que está utilizando son: misterio, plenitud, liberación, triunfo, conocimiento, perfección. ¿Qué pueden prometeros los falsos maestros? ¡Si lo tienen ustedes todo! Poseen más de lo que podrían absorber o recibir jamás. Aunque viviéramos mil años sobre esta tierra no podríamos ni empezar a agotar los tesoros que están disponibles en Cristo. ¿No debería ser esto un reto para nosotros? ¿Hemos perdido el equilibrio? ¿Es esto parte de la atracción del movimiento carismático? ¿Se trata, quizás, de una llamada para hacernos despertar? La gente está hambrienta de la realidad de Dios, de una experiencia presente de su gracia y de su poder. ¿Creemos que la gente puede tener experiencias presentes de su gracia y de su poder? ¿Creemos que Dios puede transformar? ¿Creemos que puede responder las oraciones? ¿Nos hemos deslizado hasta la mentalidad del “aún no” hasta tal punto de que, para nosotros, todo es prácticamente “aún no”? Y si el hambre que esta gente siente por Dios no se ve satisfecha en iglesias sanas y bíblicas, entonces me temo que irán a buscar a cualquier otra parte. No creo que lo encuentren. Quizás, en la misericordia de Dios, puedan encontrarlo en otros lugares. ¿Quiénes somos nosotros para limitar el poder de Dios? Pero lo que sí es cierto es que buscarán. ¿No será que quizás debamos insistir más en el “ya”?
Me gustaría instarles, hermanos, a que no sientan temor del “ya”. En el núcleo central de una gozosa experiencia del Nuevo Testamento se encuentra lo que ahora tenemos en Cristo. La mejor forma de proteger a nuestra gente contra el error es desarrollar en ellos un entusiasmo por las riquezas que ya tienen en el Señor Jesús. Pero aquí está el problema: esto nos pone, como hombres y como cristianos, en la línea. Nos sube hasta el lugar en el que se encuentra el listón. Necesitamos tener una experiencia cristiana más profunda por nosotros mismos. Puedo esconderme detrás del “aún no”, puedo hacer de él una zona confortable para explicar la pobreza de mi experiencia espiritual y esto es algo que puede resultar tranquilizador para mí. Yo me pregunto: ¿Es esto lo que hacemos? Decimos: No soy el hombre que debería ser. No conozco a Cristo como debería. Sin embargo, después de todo, en gloria le conoceremos mejor”. Y esto es como se dice en español, escurrir el bulto, lavarse las manos, en una palabra: desentenderse. Necesitamos conocer la suficiencia de Cristo. Necesitamos demostrar por nosotros mismos la suficiencia de Cristo. ¿Tiene alguien alguna duda de que Pablo supiera sobre qué estaba escribiendo? Tenemos que ser capaces de decir, desde la experiencia, que esas bendiciones llevan fruto, y esto nos produce temor. Tiene que llevar fruto en toda buena obra. ¿Nos describe esto a usted y a mí? Crecer en el conocimiento de Dios, la plena seguridad de la comprensión, procurar todas las cosas que están arriba, revistiéndose de amor que es el vínculo de perfección.
Si con cualquier grado de integridad vamos a predicar el “ya”, debemos tener al menos alguna experiencia sobre ello por nosotros mismos. No podemos limitarnos a ordenar de forma persuasiva a nuestra gente aquellas bendiciones teóricas de las que nosotros mismos no conocemos apenas o absolutamente nada. Así pues, predicar sobre el “ya” con sinceridad exige realmente una transformación espiritual. Yo diría también que recalca la importancia de la función, de la verdadera predicación experimental y de la adoración llena del espíritu. Un gran debate que está haciendo furor es el que tiene que ver con el lugar de la predicación y el valor de la misma. Se ha comentado cómo se está degradando y marginalizando la predicación. ¿Cómo podemos hacer frente a esto? Bueno, podríamos argumentar con mucha propiedad a partir de las Escrituras. Podríamos referirnos a la historia, al avivamiento, pero la mejor forma es realmente predicando en el poder del Espíritu Santo. Una vez hayamos predicado con la unción del Espíritu Santo que desciende del cielo, sabremos que nunca jamás, durante el resto de nuestras vidas, infravaloraremos la predicación. Asimismo, una vez las personas hayan escuchado un sermón predicado con unción, sostenido por la presencia sentida de Dios, ya nunca podrán ponerlo en duda. No correrán más en busca de otras cosas. No volverán a decir que necesitan el teatro y la música. Habrán tenido un encuentro con Dios. Se encontrarán en la era venidera, estarán en el “ya”, sabrán que el cielo ha bajado a la tierra. Es necesario que tengamos una mente clara, hermanos, para que cuando hablemos de la unción no sea simplemente la cantinela reformada, un agradable pequeño extra por el que algunos de nosotros siente predilección. Es una necesidad para la satisfacción espiritual de nuestra gente. Es indispensable para que frente a las promesas de la Nueva Era puedan conocer que Dios está en este lugar y que el mejor testigo contra las falsas espiritualidades de nuestro tiempo es una espiritualidad verdadera. Conducir a las personas a la presencia de Cristo. Pablo dice en 1 Co. 14:25: “El inconverso entra, y los secretos de su corazón se hacen manifiestos, por lo que éste se postra sobre el rostro y adora a Dios declarando que Dios está verdaderamente entre vosotros”.
De modo que lo que estoy exponiendo aquí es un programa exigente. Necesitamos con desesperación que el Espíritu Santo nos capacite y nos ayude para cambiarnos y llevarnos al “ya” y que descienda sobre el mensaje que predicamos con el poder de la era por venir. ¡Cómo nos alienta esta carta! ¡Qué poder tan glorioso pone delante de nosotros. Podemos sentirnos intimidados por el impresionante despliegue del mundo de nuestro alrededor; es filosofía que viene del hombre. Pero, hermanos, la respuesta no es ingenua, como espero que a estas alturas ya tengan claro, sino que es simple: predicar a Cristo en su gloria. Pablo lo dice de este modo en el capítulo cuatro, versículo tres: “Orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, para que lo manifestemos como debemos hablar”. Amén.
Inclinemos nuestra cabeza y oremos:
Padre nuestro que estás en el cielo. ¡Qué maravilloso es nuestro Salvador y qué poco sabemos de Él! Fomenta en nosotros la pasión de conocerle mejor, de verle con más claridad. ¡Oh, Señor! Te pedimos que nos cambies. Ayúdanos a procurar esas cosas que son de arriba, a entregarnos para poder entrar más y más en la plenitud de Cristo. Desciende sobre nosotros mientras estamos delante de nuestra gente, y baja también sobre ellos. Que nuestras reuniones de adoración estén llenas de tu presencia. Que nuestra gente conozca en realidad tu poder, amor y gracia, que las mentiras de Satanás sean reconocidas como las cosas crueles y escabrosas que son. Que cada vez anhelemos más encontrarnos en Él, para que en todas las cosas Él pueda tener la preeminencia”.
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