Ayuda para los pastores de hoy: Estudio de casos prácticos de Pablo I
El tema general de este sermón es la ayuda para los pastores de hoy. Se trata de casos prácticos tratados por Pablo. Debemos decir que el valor que Pablo tiene para los pastores es algo que siempre se ha reconocido; tres de sus epístolas suelen definirse como «epístolas pastorales». Un pasaje como su discurso a los ancianos de Éfeso en Hechos 20 está lleno de asesoramiento y consejo para los pastores. Y existen otras muchas porciones de sus escritos que tienen un importantísimo valor en lo que a la obra del ministerio pastoral se refiere. En los escritos de Pablo tenemos, pues, un absoluto tesoro en forma de información y dirección.
Pero me parece que hay un aspecto de Pablo que, en cierto modo, se ha descuidado y es el contemplar sus epístolas como casos prácticos en la teología pastoral aplicada. Sería como escuchar una lectura médica por una parte, como estudiante, y por la otra acompañar al médico cuando hace su ronda y observarle junto a cada cama, ocupándose de cada caso individual. Lo que pretendemos con este sermón es aprender de su forma de acercarse a los individuos. Las epístolas de Pablo son lo que se suele llamar documentos aislados. Esto significa sencillamente que no son tratados abstractos de teología. Pablo no dice: «Creo que voy a escribir un tratado de justificación por la fe». Lo que él tiene en mente es un grupo concreto de personas que están moldeadas por la ocasión que surge de un conjunto particular de circunstancias. Como dijo un escritor: «Las epístolas de Pablo eran más habladas que escritas y las comunicaba alguien que paseaba de un lado a otro por una habitación mientras dictaba, viendo con los ojos de la mente a las personas a quienes éstas se iban a enviar».
Esta última frase es muy útil: «viendo con los ojos de la mente» mientras dicta, «a las personas a las que se iban a enviar». Queremos ver también a esas personas y estudiar la manera en la que Pablo pastoreaba a ese grupo concreto, mediante la carta concreta que les escribía.
En cada una de sus cartas él se enfrentaba a una situación pastoral en particular. ¿Cómo lo planteaba? ¿Cómo podemos aprender de ellas al enfrentarnos a situaciones similares en nuestros propios ministerios? Me gustaría considerar dos epístolas. Naturalmente, no voy a intentar hacer una exposición de cada una de ellas. No pretendo que tratemos con todos los énfasis pastorales, sino que la idea es considerar un problema pastoral y ver cómo hace Pablo el planteamiento correspondiente a la hora de ocuparse de ello.
Me gustaría llevaros a la carta de Pablo a los Romanos. Todas las referencias que vamos a hacer las pueden ustedes buscar, verificarlas en su Biblia.
En muchas de nuestras iglesias nos enfrentamos cada vez más a un agradable problema. Es ciertamente agradable pero también representa un problema y es el hecho de que el conjunto de los miembros se está volviendo cada vez más diverso. Haciendo que, a cada paso, sea más difícil mantener a nuestra gente junta y preservar la unidad de la iglesia. Esto es algo que hemos visto, por ejemplo, en nuestra denominación. Durante doscientos cincuenta años, nuestra gente no era diversa. Era homogénea. Todos pertenecían a una única raza, y venían de un mismo trasfondo, de una misma cultura y, en su mayoría, de un mismo estatus social. En cuanto a la religión, la herencia y el trasfondo era el mismo para todos. Éramos todos muy parecidos los unos a los otros. Esa era nuestra fuerza y, a la vez, nuestra debilidad.
Pero ahora nos estamos moviendo hacia una nueva situación. En la congregación en la que sirvo estamos viendo cómo van llegando nuevos conversos. Pero no son, en absoluto, iguales al resto. No tienen un antecedente bíblico. Algunos de ellos han venido del pecado profundo. Tienen serios problemas en curso. A algunos de ellos su pasado les ha dejado profundas cicatrices. Son, simplemente, gente diferente. A nosotros vienen creyentes de otras denominaciones que traen consigo una ética distinta y, a veces, incluso una comprensión doctrinal diferente. Es emocionante, pero también constituye un reto que, algunas veces, llega a ser extenuante. Estoy seguro de que en los Estados Unidos la mezcla es aun más variada. Ahora bien, ¿cómo podemos mantener a esta gente junta? ¿Cómo hacer para guardar la unidad entre ellos para que la iglesia no se resquebraje? ¿Cómo podemos mantener una estrecha comunión? El movimiento de crecimiento de la iglesia nos diría que ni lo intentemos, que es un intento loco, que la forma de crecer es desarrollar iglesias homogéneas, reunir a gente de una misma edad, cultura, antecedentes e intereses, concentrarlos como una audiencia clave y tener una iglesia de un mismo pensamiento. Nosotros repudiamos eso, por supuesto, porque es la negación de la diversidad sobrenatural del cuerpo de Cristo o un pragmatismo evangélico que dice que tenemos que perfeccionar las habilidades de nuestra gente, nuestra gestión del hombre, nuestra dinámica de grupo. Tenemos que manipular a nuestra gente y nuestra gestión. Nosotros —eso espero— vemos que esto es un planteamiento de lo más superficial y que es un fracaso. Me gustaría deciros que es alentador recordar que este no es un problema nuevo, sino que es precisamente el mismo con el que se enfrentó la iglesia del Nuevo Testamento cuando judíos y gentiles vinieron a formar un mismo cuerpo. Difícilmente podríamos imaginar dos sectores de personas más dispares que estos dos grupos. Los contrastes que había entre ellos eran inmensos. Los judíos tenían siglos de ricas tradiciones y un conocimiento riguroso de las Escrituras. Muchos de ellos eran personas moralmente rectas y puras. Estos eran los judíos que creyeron en Jesús. Pero he aquí que se encuentran sentados junto a ellos en sus iglesias, no sólo a gente inteligente y temerosa de Dios, sino como Pablo nos dice, a fornicarios, idólatras, adúlteros, homosexuales, borrachos y extorsionistas; personas que habían sido todas esas cosas. Se sentaban junto a gente que habían salido del mundo de la magia, de las religiones misteriosas y de la adoración de los dioses griegos y romanos. ¿Cómo se puede mantener a esa gente junta, esos conservadores, judíos moralmente puros, rectos, educados en la Biblia y aquellos diversos paganos con cicatrices abiertas? ¿Cómo mantenerlos juntos en una única audiencia? Creo que éste es el problema al que Pablo se enfrenta en la epístola a los romanos. Y estoy cada vez más convencido, aunque se haya pasado por alto, de que es una tendencia clave en el trasfondo de esta epístola. Entender esto nos ayudará a comprender la carta de Romanos y será de gran ayuda en nuestro pastoreo. No se nos cuenta mucho acerca de los primeros días de la iglesia romana pero, sin estirar la evidencia, creo que podemos construir un contexto convincente. A través de Hechos 2:10, sabemos que en el día de Pentecostés, aquellos que vinieron de visita a Roma oyeron las maravillosas obras de Dios en su propio lenguaje. Estos eran judíos que habían venido a Jerusalén para el día de Pentecostés. Podemos suponer que volverían a sus ciudades de origen llevando el Evangelio con ellos. Quizás eran creyentes desde antes, o quizás lo fueron poco después (difícilmente antes, pero con toda seguridad lo serían poco después). En cualquier caso, la iglesia comenzó con una base judía. Sabemos que en el año 49 d. C. todos los judíos fueron expulsados de la ciudad de Roma por decreto del emperador Claudio. En Hechos 18:2, vemos que Claudio ordenó que todos los judíos salieran de Roma. Esto se produjo a causa de los disturbios que tuvieron lugar entre los judíos. El escritor latino Suetonius dice que los judíos estaban causando alborotos y, en sus palabras, «impulsore Chrestus» bajo la instigación de un Chrestus. Parece que hubiera un conflicto entre los judíos cristianos y sus compatriotas judíos. Sea como fuere, los judíos fueron expulsados de Roma y creo que podemos imaginar, pues, que en los años de intervalo la iglesia romana seguiría creciendo y los creyentes gentiles que quedaron seguirían creciendo en su fe, desarrollando dones, asumiendo liderazgo, introduciendo nuevas costumbres, y trayendo a más gentiles en la iglesia. De modo que la iglesia empezó como una iglesia judía. Luego, durante algunos años, los judíos tuvieron que irse y la iglesia seguiría creciendo. Unos pocos años después del 49, los judíos volverían, incluidos probablemente los judíos cristianos. Creo que es razonable esperar que hubiera tensiones entre estas dos comunidades. Los padres fundadores que habían comenzado la iglesia establecieron su curso y luego se tuvieron que marchar para encontrarse, a su regreso, que la iglesia estaba llena de extranjeros. En realidad no los conocían y nunca habían oído hablar de ellos. Quizás la iglesia hubiera desarrollado algunas nuevas directrices y podemos ver que estas dos comunidades tenían roces entre sí. Estoy convencido de que esto es parte del subtexto de Romanos. Pablo nunca visitó la ciudad y, sin embargo, estaba al tanto de las tensiones que había en la iglesia. En Romanos 14 vemos que habían disputas sobre cosas dudosas: «El que come, no menosprecie al que no come. Uno juzga que un día es superior a otro. ¿Por qué menosprecias a tu hermano? Ya no nos juzguemos los unos a los otros, así que procuremos lo que contribuye a la paz. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida». Todo esto parece muy parecido a cuando un pastor trata con una situación de tensión en la iglesia entre los grupos. Yo creo que el Apóstol está escribiendo, en parte, para tratar con estas tensiones y, providencialmente, tiene la perfecta cualificación para ocuparse de ellas. Tiene derecho a hablar con los judíos cristianos. Romanos 9:3: «Porque desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne». Por otra parte, en 11:13 puede decir: «A vosotros hablo, gentiles, yo soy apóstol de los gentiles». Está instando al creyente judío y al gentil a que se unan, y él está escribiendo desde Corinto. ¿Y qué está a punto de hacer? Está a punto de llevar los dones de los cristianos gentiles a los pobres de la iglesia de Jerusalén. En su propio contexto, en su propia persona, él es la encarnación del judío y el gentil uniéndose. De modo que escribe para promocionar la solidaridad en la iglesia de Roma. ¿Cómo hace esto? Por medio del Evangelio.
El tema en este sermón es que el Evangelio de Dios une al pueblo de Dios. Pasemos rápidamente por Romanos e intentemos ver aquí y allá cómo desarrolla Pablo este énfasis. Lo vemos en la introducción, en los diecisiete versículos del capítulo uno. Versículo cinco: «Hemos recibido el apostolado para promover la obediencia a la fe entre todos los gentiles». Versículo siete, escribe a todos, a los que están en Roma, amados de Dios. Nos recuerda en el versículo dieciséis que el Evangelio de Cristo es el poder de Dios para salvación de todo el que cree. La nota ya se ha pulsado aquí: un Evangelio para todos. Luego pasa a la primera sección principal desde 1:18 a 3:20, la necesidad que el hombre tiene de justicia o la carencia de la misma en el hombre. Muestra en la segunda mitad del capítulo uno la falta de justicia del mundo pagano. La primera mitad del capítulo dos, la falta de justicia de la gente moral y respetable. Pero luego, desde 2:17 en adelante pasa a mostrar que los judíos son exactamente igual de culpables que los gentiles a los ojos de Dios. «Tú que llevas el nombre de judío te apoyas en la Ley, te glorías en Dios, pero si eres transgresor de la ley tu circuncisión se ha convertido en incircuncisión». Y con una tremenda cadena de referencias del Antiguo Testamento, establece en 3:9, que tanto los judíos como los gentiles están todos bajo el pecado. El versículo diez dice que no hay ninguno justo, ni uno solo. El versículo diecinueve declara que la ley trae condenación y que toda boca calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios. Judíos y gentiles son uno en su depravación, en su culpa y en su injusticia.
En la segunda sección principal de la carta, desde 3:21 hasta el final del capítulo 8, trata de la provisión de justicia por parte de Dios. De nuevo vemos cómo se unifica el Evangelio. Hay un medio de salvación para todos. Romanos 3:22 y siguientes: «La justificación de Dios por fe en Jesucristo a todos los que creen, porque no hay diferencia para todos los que han pecado y están destituidos de la gloria de Dios, y que son justificados gratuitamente por su gracia. No hay ninguna razón para que ningún grupo se sienta superior». 3:27 y siguientes: «¿Dónde queda, entonces, la vanagloria? Queda excluida». Dice a los judíos que la vanagloria queda excluida y que deberían recibir a los gentiles. ¿Qué hay en el corazón de la fe judía? Monoteísmo. Y Pablo, con una perspicacia fabulosa, convierte el monoteísmo de ellos en un argumento para recibir a los hermanos gentiles. Dice: «¿Es Dios solamente el Dios de los judíos? ¿No es también el Dios de los gentiles? Sí, de los gentiles también, porque hay un solo Dios que justificará a los que están circuncidados por fe y los que no lo son a través de la fe». En el capítulo 4 muestra cómo Abraham y David fueron justificados por fe y, con una brillantez sin igual, vuelve a mostrar que Abraham fue justificado como gentil y que era gentil cuando fue justificado, cf. v. 11: «Para que fuera padre de todos los que creen sin ser circuncidados». No es el padre de los judíos, es el padre de los judíos que creen, cf. v. 12. «Y padre de la circuncisión para aquellos que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen en los pasos de la fe que tenía nuestro padre Abraham cuando era incircunciso». Dice que para poder ser un verdadero hijo de Abraham, tenemos que compartir su fe como gentil. ¿No es esta una argumentación poderosa de esta situación? Hay que compartir su fe gentil si se quiere ser un judío real. ¿Cuál fue la promesa dada a Abraham, en el versículo 13, de que heredaría el mundo? ¿Qué nos dice esto? ¿Cuál fue el nuevo nombre dado a Abraham, el nombre mismo del padre de vuestra nación? ¿Qué significa esto? Padre de multitudes. Versículos 16 y 17: Para que esta promesa pueda ser cierta para toda la simiente, no sólo a aquellos que son de la Ley, sino también a los que son de la fe de Abraham, que es el padre de todos nosotros. Como está escrito: “Yo te he hecho padre de muchas naciones”. Versículo 18: «Llegó a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia». La inclusión de los gentiles se encuentra en el centro y al principio, y es la esencia misma de la fe judía. Abraham fue un gentil antes de ser judío. Esto se llama aplicación del Evangelio a esta situación peligrosa y tensa. En la segunda mitad del capítulo cinco expone una teología de pacto. Muerte en Adán, vida en Cristo. Y nos muestra que esta es la división final de la humanidad que importa. Los seres humanos están divididos, los que están en Adán y los que están en Cristo. Versículo 19: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos». Aquí volvemos a ver la unidad básica de todos los creyentes. En el capítulo 6 sigue con el tema de la unión con Cristo, que es nuestra unidad básica. Versículo 3: «Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús». Esta es nuestra identidad. No somos judíos. No somos principalmente gentiles. Somos aquellos que han sido bautizados en Cristo Jesús. En el capítulo 7 recuerda a los creyentes judíos que la ley ya no les separa de los gentiles. Versículo 4: «Porque también hemos muerto a la ley por medio del cuerpo de Cristo». Versículo 6: «Hemos sido liberados de la ley». Provisión de la justificación por parte de Dios. Y luego, desde el capítulo 9 al 11, su tema es el rechazo por parte de Israel de la justificación y aquí, hermanos, es donde se desarrolla este tema de la tensión entre gentiles y judíos. Observará que los comentaristas han luchado con los capítulos 9 a 11. No están seguros de por qué se encuentran en ese sitio. Parecen estar fuera de lugar, carecer de continuidad y tener una extensión desproporcionada. Un comentarista dice: «Estos capítulos son como una postdata al Evangelio». Esto es bastante incorrecto. No son un paréntesis. Se encuentran en el centro mismo de la carta y de la situación pastoral en Roma. Pablo dijo en Romanos 16: «En primer lugar a los judíos». En aquel tiempo había entre cuarenta y sesenta mil judíos viviendo en roma, y la iglesia allí conocía perfectamente bien que los judíos no habían aceptado el Evangelio y que no lo habían recibido. Entonces, qué ocurre con la declaración de Pablo de «a los judíos primeramente y también a los griegos». No podemos desarrollarlo aquí, en este sermón, pero conseguí una información que decía que una de las sinagogas judías en Roma se llamaba la Sinagoga del Olivo. Ahora, a la luz de Romanos 11:17 y siguientes, donde Pablo trata del olivo y con el hecho de estar injertados o no a éste, resulta fascinante pensar en los matices y resonancias que puede tener para sus lectores en Roma el escuchar acerca del olivo de Dios. Pero en estos capítulos, Pablo trata estas cuestiones de una manera directa. En el capítulo 9 muestra que la promesa no fue hecha jamás a Israel en su conjunto, sino que se le hizo al remanente fiel. Los versículos 6 y 7: «Porque no todos los descendientes de Israel son Israel… sino que en Isaac será llamada tu descendencia». Desde el principio mismo, la incredulidad fue un factor entre los hijos de Abraham, esto no es nada nuevo. En el capítulo 11 muestra cómo el rechazo de Israel trajo el Evangelio a los gentiles, versículo 12: «Su caída es riqueza para el mundo y su fracaso riqueza para los gentiles». Muestra que el rechazo de ellos no es el final, versículo 23: «Ellos también, si no siguen con su incredulidad, serán injertados en el olivo porque Dios puede volverlos a injertar». El profesor Murray escribe: «Estos capítulos nos revelan las formas en las que las diversas providencias de Dios para judíos y gentiles actúan e interactúan unas con otras para la promoción de sus deseos salvíficos». Pablo grita: «¡Oh, las riquezas!». Pero luego, en la sección final del capítulo 12 hasta el final, tenemos el resultado de la vida y de la justificación. En el capítulo 12, vers. 1 al 8, tenemos el tema de la unidad en la diversidad. Somos diversos, pero esa no es nuestra debilidad, es nuestra fuerza. Así como tenemos muchos miembros en un solo cuerpo, así siendo muchos somos un solo cuerpo en Cristo. Ya nos hemos referido al capítulo catorce, tolerancia mutua en cuanto a las cosas dudosas dan pie al capítulo 15, dese el versículo 1: «Así que, nosotros los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para su edificación». Podemos oír al pastor intercediendo por ellos. «Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener el mismo sentir los unos para con los otros». Está haciendo un llamamiento, desde el versículo 7 en adelante: «Por tanto, aceptaos los unos a los otros». Jesucristo se ha convertido en siervo de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres y que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia como está escrito, y luego cita de una forma poderosa los salmos judíos. Dice a sus colegas cristianos judíos: «Hermanos, ¿qué hemos estado cantando durante cientos de años? Te confesaré entre los “goyim” entre los gentiles, alabad al Señor todos vosotros, “goyim”, alabad al Señor vosotras, todas las naciones». Lo hemos estado cantando, lo hemos anhelado, hemos estado orando por ello durante todos estos siglos. Cada vez que un judío alababa a Dios, oraba para que los gentiles vinieran y ahora había tensión porque habían venido y Dios había hecho aquello que le habían estado pidiendo. Incluso en el capítulo 16, en la lista de nombres hay nombres en latín: Aquila, Urbano. Hay nombre judíos: María. Hay nombres griegos: Filólogo, Olimpas. Pablo los saluda a todos. Pablo los incluye a todos, romanos, griegos y judíos. Todos ellos son amigos suyos, todos son sus hermanos y hermanas. En el versículo 17: «Y os ruego, hermanos, que vigiléis a los que causan disensiones y tropiezos contra las enseñanzas que vosotros aprendisteis, y que os apartéis de ellos». En los versículos 25 y 26 tenemos lo que casi es su conclusión: «El misterio que se ha dado a conocer a todas las naciones». Una breve perspectiva general: Pablo tiene, ciertamente, otros propósitos al escribir romanos. Quiere proponer una declaración completa de los Evangelios, quiere presentarse a esta iglesia, quizás para ganar su apoyo. Pero espero haber argumentado a favor de la afirmación de que quiere mantener a estos creyentes juntos y de que, en eso precisamente, es en lo que él es de tanta utilidad para nosotros.
El Evangelio mantendrá a nuestra gente junta y sólo el Evangelio. No podemos escondernos, no podemos reunir a un pequeño grupo de amables personas, todas de una misma forma de pensar, cerrar las puertas y decir a la gente difícil, torpe y extraña: «Marchaos, no queremos que vengáis». La gente viene a nuestras iglesias y, si son ustedes carnales como yo, hablarán ustedes con estas personas y vuestro corazón se hundirá; dirán ustedes: «¡Oh! Por la puerta acaba de entrar veinte años de problemas». Y esto es así. Algunos de estos cristianos han sido tan maltratados, y son tan excéntricos, tan extraños y, a veces, pensamos que si se van, tendremos una iglesia maravillosa. No podemos hacer eso, no es una opción. No podemos refugiarnos en un gueto cultural y tradicional. La Scott Irish Presbyterian lo intentaron aquí, los holandeses lo intentaron aquí, y no funcionó. En realidad, se convierte en algo entorpecedor y sofocante y el Evangelio muere. No podemos imponer un liderazgo tiránico de mano de hierro y aplastar a la gente para que haya unidad; no somos una secta. No podemos humillarnos yendo de un lado a otro intentando ser D. Amable con todo el mundo todo el tiempo y temblando de miedo cada vez que haya un desacuerdo. Algunos pastores hacen esto y con ello degradan su oficio y van camino de un ataque de nervios. Nuestra unidad viene de estar en Cristo, del nuevo nacimiento, de morar en el espíritu. Que esta unidad se alimente, proteja y sea más profunda por medio de la enseñanza sistemática del Evangelio.
Me gustaría mencionar cuatro formas en las que el Evangelio une a personas que no son iguales en una sorprendente armonía que glorifica a Dios.
En primer lugar, anula las barreras de raza, sexo, clase y antecedentes. Esas barreras están ahí. Son reales, no seamos ingenuos, pero a la luz del Evangelio no son importantes. El Evangelio nos muestra que no son importantes. Todos somos uno en nuestra culpa, en nuestra necesidad y en nuestro estado de perdición. Todos tenemos que arrepentirnos, confiar en el salvador. Todos estamos atados al mismo Cristo, un solo espíritu es el que mora en nosotros, somos guiados por una palabra, vivimos para una meta: la gloria de Dios. Todos vamos camino del mismo destino. El Evangelio nos incorpora unos a otros, echa abajo las barreras. Negros y blancos se arrodillan juntos a orar, hombres y mujeres no se consideran predadores y presa. Y, en estos días, no todos los predadores vienen del mismo sitio. Se miran unos a otros con respeto y amor como hermanos y hermanas en Cristo. El anciano de pelo blanco se sienta y adora junto al niño pequeño. Cuando salen de su reunión de la iglesia, los niños irán a los mayores para que los abracen y la iglesia no se divide en todos esos grupos. El Evangelio nos une a todos. El profesor de universidad y el obrero se enriquecerán el uno al otro con sus perspectivas de la verdad de Dios y se ministrarán el uno al otro, ayudándose. El creyente que se ha criado en un hogar piadoso, que ha venido a la fe en Cristo de niño, será capaz de compartir con el nuevo converso que ha llegado tambaleándose desde el arroyo, la serenidad, la belleza y la tranquilidad de una vida al servicio de Dios. Luego, ese mismo creyente, mientras presta oído a ese nuevo pacto, se verá abrumado como nunca antes por el milagro de la gracia, del perdón, del cambio, de la emoción y del entusiasmo de todo ello. Y se ayudarán el uno al otro. No serán separados el uno del otro. Se beneficiarán y aprenderán el uno del otro. Es una gloriosa unidad, es aquello que anhela este mundo solitario. El Evangelio anula realmente las barreras.
En segundo lugar, el Evangelio ajusta las diferencias secundarias. Hemos sido creados con temperamentos distintos. Tenemos diferentes prejuicios. Todos traemos equipaje de nuestro pasado. Llegamos a conclusiones distintas acerca de algunas partes de las Escrituras. Todo esto podría dividirnos fácilmente, pero el Evangelio nos centra, llama nuestra atención a lo que es fundamental, permanente, incuestionable y común a todos. Aquellas cosas en las que, con seguridad, todos creemos tienen una tremenda fuerza unificadora mantiene las demás diferencias en una perspectiva verdadera. De hecho, hace mucho más. El Evangelio no sólo distrae nuestra atención de nuestras diferencias, sino que proporciona la dinámica para tratar con ellas, para restringirlas, para mantenerlas dentro de unos límites seguros. No me gusta leer la porción del libro de Romanos que va desde 12:1 en adelante como algo práctico y no doctrinal. No es el caso. Pablo utiliza una y otra vez el Evangelio para pastorear a estas personas. Es su herramienta para pastorearlas. Romanos 14:3: «El que come no menosprecie al que no come». Dice: no quiero que os juzguéis unos a otros. ¿Cuál es la base de este llamamiento? ¿Que estropea la comunión del grupo, que daña a nuestro testimonio, que dificulta mi vida de pastor? No. La razón es: porque Dios es vuestro salvador. Los lleva a la cruz. Les hace ver que están juzgando a su hermano. Lo que le ha ocurrido al hermano, es que con todo su pecado, toda su culpa, ha puesto su fe en Cristo y Dios le ha salvado y esto actúa en línea con el Evangelio. El versículo 15: no destruyáis con la comida a aquel por quien Cristo murió. No se podría tener una respuesta más clara que la aplicación pastoral del Evangelio. Aquella persona a la que estáis hiriendo es una persona a la que vuestro salvador amó en la eternidad y derramó su sangre en la cruz por ellos. Estuvo allí colgado por ellos. ¿Cuál es, pues, nuestra responsabilidad? En el capítulo 15 versículo 1 dice que nosotros que somos fuertes deberíamos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos. Versículo 3: Ni aún Cristo se agradó a sí mismo. Vemos cómo una y otra vez sana a aquellas personas con el Evangelio, los une con el Evangelio. No los está manipulando. No se trata de dar un consejo psicológico. Los lleva a la cruz y, allí, los capacita para ajustar sus diferencias secundarias. El Evangelio ajusta barreras, diferencias secundarias.
En tercer lugar, el Evangelio absorbe daños y ofensas. En la iglesia nos herimos unos a otros, es imposible que eso no ocurra porque todos somos gente débil e imperfecta. No hay nada que usted o yo podamos hacer para que esto no ocurra. Podemos hacer muchas cosas, pero no podemos evitar herirnos unos a otros. Pero el Evangelio nos mantiene abajo, nos humilla, nos lleva a la cruz y nos recuerda nuestra condición de pecadores, nos asegura de que somos perdonados y nos llena de gratitud. El Evangelio hace que nos sintamos satisfechos con lo que tenemos y nos capacita para perdonar a los demás de la misma manera en que hemos sido perdonados. El Evangelio extiende un espíritu de dulzura en nuestros corazones y entre nuestro pueblo. El Evangelio nos alienta a que nos mantengamos en contacto con nuestras emociones más profundas. Impide que seamos gente superficial, hace que seamos humanos. Toca la parte más verdadera de nuestro ser renovado. No sé si a alguno de ustedes, hombres de experiencia, les ha ocurrido alguna vez como a mí. Cuando vengo aquí cada año, a este lugar, es como si las barreras emocionales se derritieran. Por ejemplo, lloraría aquí, durante esta semana, con más facilidad de lo que lo haría normalmente. La predicación de la palabra me afectaría más de lo que lo haría normalmente. Algunos de nosotros estuvimos hablando acerca de esto ayer. Dejamos de lado nuestro escudo protector cuando venimos aquí, ¿no es así? Nos volvemos abiertos, vulnerables, hombres humanos. ¿Y qué hace Dios cuando nosotros hacemos esto? Derrama el aceite de su presencia entre nosotros. ¿Podéis recordar alguna disputa airada durante esta semana? ¿Recordáis en todos los años que habéis asistido, que alguno haya ofendido a otro? ¿No es porque el Espíritu de Dios mora en medio nuestro y porque nos centramos en Cristo y en su obra? Esto es lo que Pablo hace todo el tiempo. Veamos Romanos 15:7: «Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó». Estos problemas mueren en el ambiente de la humildad, en la gratitud y el amor del Evangelio.
Finalmente, el Evangelio nos permite tener una dirección común. La iglesia del Evangelio está protegida de ir dando vueltas en todas las direcciones, a merced de modas pasajeras, y sobre todo de la publicidad ingeniosa y de lo más actual para los cristianos. Tenemos una tarea simple: procurar la santidad y llevar el mensaje de la salvación a todo el mundo, ambas cosas para la gloria de Dios. Y esto será a lo que nos estemos dedicando si somos una iglesia del Evangelio. Se trata de crecer a la semejanza de Cristo y de llevar a otros también. Debemos centrarnos en esto y esa debe ser nuestra dirección. No necesitamos perder tiempo en crear declaraciones de misiones extravagantes o en decir cuál es la razón por la que estamos aquí, de marcharnos a esta u otra cruzada, aunque algunas de ellas sin duda merezcan mucho la pena. Tenemos una gran tarea por hacer y, una vez enseñamos y dinamizamos a nuestra gente de que esto es nuestro cometido, entonces tenemos una dirección común y unidad. El Evangelio une a las personas. Y algunos dirán: ¿Pero qué dices, que el Evangelio une a la gente? ¿Debemos predicar siempre Juan 3:16 en todos los cultos? ¿Y qué hay de todo el consejo de Dios? Pues bien, debe también haber un lugar para la predicación de un Evangelio con un blanco directo, el que tiene por objetivo las conversiones. Jamás debemos descuidar esto. Pero, hermanos, Romanos nos muestra con toda seguridad que el Evangelio es algo enorme. Entre algunas personas de nuestra propia provincia existe la idea de lo que ellos llaman el Evangelio simple y desconfían de cualquier cosa que se aleje de las tres o cuatro verdades centrales. Algunas veces, en sus salones, hablan una y otra vez de estas verdades, años tras años. Consideran que predicar cualquier otra cosa no es predicar el Evangelio y eso puede llegar a ser muy limitado y aburrido. Romanos nos da una comprensión del Evangelio que es más amplia y, a la vez, más profunda. El tema de Romanos es el Evangelio y de eso no hay la menor duda. Ese es el argumento de un importante y nuevo comentario de Douglas Moo. Pero pensemos en la teología que Pablo aporta a Romanos, en el abanico de doctrinas que toca, en todo el alcance de la revelación de Dios. Pablo no considera al Evangelio como un elemento separado, no lo ve como un apartado de la verdad sagrada. ¿Podríamos predicar el Evangelio, la santificación o cualquier otra cosa? No. Él considera que el Evangelio todo lo impregna. Es el fundamento de todo, el contexto de toda nuestra enseñanza. Es la fuente de la que fluyen las demás verdades y es el destino al que toda otra verdad conduce. La comprensión que Pablo tiene del Evangelio es tan amplia que casi lo abarca todo. En una cita que encontré en un libro que me recomendó el Pastor Martin hace muchos años y que le agradecí mucho, W. M. Taylor The Ministry of the Word [El ministerio de la palabra] y en la página ciento dos, Taylor utiliza una ilustración naval o militar. Es la siguiente: «El Evangelio, tal y como Pablo predicaba, era de gran alcance en su aplicación y tocaba, en cada punto, la conducta y las experiencias de los hombres. Por tanto, cuando insisto en que, al igual que Pablo, ustedes prediquen el Evangelio no me estoy refiriendo a que conviertan el público en una batería de tal naturaleza que las ametralladoras disparen sólo a aquellos objetivos que pasen inmediatamente frente a su cañón. Por el contrario, yo convierto el púlpito en una torre para ustedes, en la que hay montado un cañón giratorio que pueda barrer todo el horizonte de la vida humana». ¿Acaso no se trata de una gran ilustración? Dice que no es una ametralladora fija y que cada vez que un inconverso pase por delante de ella, dispare. Se trata de una ametralladora giratoria que puede dar una vuelta de 360 grados. Taylor dice que nos subamos allá arriba, con la ametralladora giratoria del Evangelio y que la totalidad de la vida humana se vea abarcada por vuestro arco de tiro. Es un concepto emocionante de la predicación del Evangelio. Eso impide que nuestra predicación caiga en ser siempre lo mismo, en la monotonía. La convierte en algo fresco, nuevo, es un reto. Nunca agotaremos el Evangelio. Nunca llegaremos a un final con él. Siempre hay algo diferente. Es simple, pero es asombrosamente profundo y nos exigirá siempre lo mejor de nosotros. Spurgeon dice en su All-round Ministry: «Prediquemos el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en toda su extensión y anchura de doctrina, precepto, espíritu, ejemplo y poder» (pg. 104, Banner of Truth). El Evangelio está formado de una manera tan divina que satisface todas las necesidades de la humanidad. Hermanos, sé que aquí estoy declarando lo que es obvio, pero algunas veces tenemos que escuchar una y otra vez lo que es evidente. En Romanos, Pablo nos llama a ser primero y principalmente, y siempre, predicadores del Evangelio. No sólo es nuestro deber para con el que está perdido, para con el mundo exterior, sino que no podemos hacer nada mejor que eso para nuestra gente, para nuestra propia sensatez y paz de mente. De nuevo Spurgeon, en la página ciento siete de All-Round Ministry dice: «En cuanto a la desintegración, no conozco otra forma de mantener unido al pueblo de Dios que darles mucha carne espiritual. El simple pastor dijo que tenía atadas a sus ovejas por el estómago. Les daba pastos tan buenos que nunca se irían a vagar por otro lado. Y debemos hacer lo mismo con nuestras ovejas. El Evangelio es una comida de la que nunca se cansarán».
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