Acabar con el infierno Parte II
Recientemente, la doctrina del infierno está siendo objeto de un ataque despiadado, tanto a mano de los laicos como incluso de algunos evangélicos. En muchas formas, el asalto se ha desarrollado de una forma encubierta. Como si se tratara de una marea que lentamente lo va invadiendo todo, como si fuera un conjunto de cambios culturales, teológicos y filosóficos interrelacionados que han conspirado para socavar el concepto que teníamos del infierno. Ayer considerábamos el primero y quizás más importante de estos cambios: una visión radicalmente alterada de Dios. Pero otras cuestiones también han tenido que ver en este tema.
Una segunda cuestión que ha contribuido a la negación moderna del infierno es un cambio de opinión en cuanto a la justicia. La justicia retributiva ha sido el sello de la ley humana desde los tiempos premodernos. Este concepto asume que el castigo es un componente natural y necesario de la justicia. Sin embargo, la justicia retributiva se ha visto atacada durante muchos años en las culturas occidentales y esto ha llevado a hacer modificaciones en la doctrina del infierno.
Los filósofos utilitarios como John Stuart Mill y Jeremy Bentham, argumentaron que la retribución es una forma inaceptable de justicia. Rechazar las normas morales claras y absolutas, y según argumentaron la justicia exige restauración en lugar de retribución. Los criminales ya no se veían como gente maligna que mereciera un castigo, sino como personas que necesitaban corrección. El objetivo —para todos menos para los pecadores más atroces— era la restauración y la rehabilitación. El cambio de la prisión a la penitenciaría pretendía ser un cambio de un lugar de castigo a un sitio de penitencia, pero aparentemente nadie dijo esto a los prisioneros.
C. S. Lewis rechazó esta idea por considerarla un ataque al concepto mismo de la justicia. «Exigimos una cura, no porque sea justa, sino pensando en que tenga éxito. De este modo, cuando dejamos de considerar lo que el criminal merece y nos limitamos a considerar únicamente aquello que le puede curarle o disuadir a otros, le habremos apartado de forma tácita de la esfera global de la justicia, y lo que obtengamos no será una persona sujeta a derechos sino un mero objeto, un paciente, un “caso”».
Las reformas penales se sucedieron, las ejecuciones públicas cesaron y el público aceptó los cambios en nombre del humanitarismo. El criminólogo holandés Pieter Spierenbur apuntó a la «creciente identificación interhumana» como contracorriente de este cambio. Los individuos comenzaron a simpatizar con el criminal, poniéndose ellos mismos en el lugar del criminal. El impacto de este cambio en la cultura es evidente en una carta que escribió un anglicano del siglo a otro:
«El descrédito en la existencia de la justicia retributiva… está ahora tan expandida a través de casi todas las cases de personas, y en especial en lo que respecta a la cuestiones políticas… [que] hacen que incluso hombres cuya teología les enseña a considerar a Dios como un autócrata vengador y sin ley, a estigmatizar la creencia de que la ley criminal está sujeta a contemplarse como castigo de otros fines al margen de la mejora del propio ofensor y de hacer que otros desistan por considerarla cruel y pagana».
El concepto utilitario de la justicia y de la disuasión, también ha dado lugar a la justicia que procede de la opinión popular y de las costumbres culturales. La constitución de los Estados Unidos no permiten el «castigo cruel e inusual» y las cortes han ofrecido normas que se desarrollan y que luchan y excluyen cualquier tipo de castigo. En distintos tiempos, la pena de muerte se ha permitido y se ha prohibido de forma constitucional y, en una reciente decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la justicia suscribió la mayoría de los datos citados de un sondeo.
Las transformaciones de la práctica y la cultura legales han redefinido la justicia para muchas personas modernas. La retribución queda fuera de lugar y la rehabilitación se pone en su lugar. Algunos teólogos se han limitado a incorporar esta nueva teoría de justicia a sus doctrinas del infierno. Para los católicos romanos, la doctrina de un tiempo en el infierno —pero no una eternidad en el infierno— es el remedio.
Algunos teólogos han cuestionado la integridad moral del castigo eterno por medios de argumentos que dicen que un castigo infinito es una pena injustos para pecados limitados. O, en aras de definir el argumento en una forma ligeramente diferente, el tormento eterno no es un castigo adecuado para los pecados temporales. La doctrina tradicional del infierno argumenta que un castigo infinito es el justo castigo del pecado contra la infinita santidad de Dios. Esto explica por qué todos los pecadores merecen de igual manera el infierno, a excepción de aquellos que creen en la salvación por medio de la fe en Cristo.
Un tercer cambio en la gran cultura es el que tiene que ver con el advenimiento de la cosmovisión psicológica. La conducta humana se ha redefinido por el impacto de las psicologías humanísticas que niegan o reducen la responsabilidad persona de hacer aquello que es incorrecto. Varias teorías echan la culpa a las influencias externas, a los factores biológicos, la determinación de la conducta, las predisposiciones genéticas y la influencia del subconsciente y estas teorías varias apenas rascan la superficie.
El «yo» autónomo se convierte en el gran proyecto personal de los individuos, y sus varios crímenes y delitos quedan excusados como experiencias de crecimiento o «cuestiones personales». La vergüenza y la culpa quedan prohibidas de la discusión pública y descartada por ser represiva.
Un cuarto cambio tiene que ver con el concepto de la salvación. La inmensa mayoría de hombres y mujeres a lo largo de los siglos en la civilización occidental han despertado en la mañana y se han ido a dormir por la noche con el temor al infierno muy cercano a su conciencia, hasta ahora. El pecado de ha vuelto a definir como la falta de autoestima y no como un insulto a la gloria de Dios. La salvación se ha vuelto a concebir, ahora como la liberación de la opresión tanto interna como externa. El evangelio se ha convertido en un medio de liberación del cautiverio a los malos hábitos en lugar de rescatarle de la sentencia a una eternidad en el infierno.
La cuestión de la teodicea surge inmediatamente cuando los evangélicos limitan la salvación a aquellos que se vuelven conscientes a la fe en Cristo durante su vida terrenal y definen la salvación como algo similar a la justificación por fe. Para la mente moderna, esto parece absolutamente injusto y escandalosamente discriminatorio. Algunos evangélicos han modificado así, por tanto, la doctrina de la salvación. Esto significa que el infierno ha sido evacuado o minimizado. O, como dijo un católico, han instalado aire acondicionado en el infierno.
Estos cambios en la cultura no son más que parte de la imagen. La causa más básica de la controversia acerca de la doctrina del infierno es el desafío de la teodicea. La doctrina tradicional choca demasiado con la mente contemporánea: demasiado dura y eternamente obcecada. Casi en todos los aspectos, la mente moderna se siente ofendía por el concepto bíblico del infierno que se ha conservado en la doctrina tradicional. Para algunos de los que se definen como evangélicos, esto es sencillamente demasiado para poder soportarlo.
Deberíamos observar que el compromiso de la doctrina del infierno no se limita a aquellos que rechazan la fórmula tradicional. La realidad es que no se prestará atención a las pocas referencias que se hace al infierno aun en las iglesias conservadoras que no negarían nunca la doctrina. Una vez más, el entorno cultural es la influencia principal.
En su estudio de «en busca de iglesias sensibles» el investigador Kimon Howland Sargeant observa que «el pluralismo cultural actual fomenta un énfasis menos en la “venta agresiva” del infierno, mientras contribuye a hacer demasiado hincapié en la “publicidad subliminal· de la satisfacción personal por medio de Jesucristo». El problema es, por tanto, más complejo y dominante que el rechazo teológico del infierno: incluye también la evasión de la cuestión frente a la presión cultural.
La revisión o el rechazo de la doctrina tradicional del infierno llegan a un alto precio. Todo el sistema de la teología se ve modificado de hecho, aunque algunos revisionistas se nieguen a aplicar sus revisiones a sus conclusiones lógicas. Fundamentalmente, nuestros propios conceptos de Dios y del evangelio son los que están en juego. ¿Qué podría ser más importante que esto?
La tentación a revisar la doctrina del infierno —quitar el aguijón y el escándalo de un casito eterno consciente— es algo que se puede entender. Pero existe también una prueba mayor de la convicción evangélica. Esto no es una insignificancia teológica. Como preguntó un observador: ¿Podría ser que él único resultado de los intentos, por muy intencionados que sean, de ponerle aire acondicionado al infierno sea para que más y más gente vaya a parar allí?
El infierno exige nuestra atención en el presente, y confronta a los evangélicos con un examen crítico de integridad bíblica y teológica. Se le puede negar, pero no va a desaparecer.
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso. Traducción de www.ibrnb.com, Derechos Reservados.
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