La prioridad de la predicación III
Vivimos en un tiempo en el que cada vez se mira con más desprecio a los predicadores y a la predicación y lo lamentable es que esto ocurre incluso en la iglesia. Sucede aun entre aquellos que profesan ser cristianos y que, si realmente lo son, llegaron a serlo porque alguien les proclamó la Palabra de Dios.
¿De qué otro modo podrían haber llegado a creer de no ser por haberle oído hablar por medio de alguien? ¿Y quién fue esa persona? Un predicador. Fue alguien que testificó y proclamó.
Con todo, parece que Satanás ha sido capaz de influenciar a muchos para que les convenza de que si hay algo que se pueda dar por sentado, algo que se pueda descuidar y descartar, es la predicación. Por tanto, no os sorprendáis de que el enemigo del alma de los hombres tome todas las medidas para desanimar a los predicadores y silenciar las predicaciones.
Algunas veces su oposición es muy directa, muy agresiva. Suscita la oposición religiosa y política en contra de la predicación. Combina la oposición religiosa y la política para perseguir agresivamente y silenciar la predicación. La bestia de Apocalipsis trece y el falso profeta, las fuerzas políticas y religiosas, se unieron y su estrategia fue la de perseguir y silenciar a base de atemorizar con el daño físico. Esa es la estrategia en oriente, en la iglesia en oriente, en Asia, en los países islámicos.
En nuestra situación, Satanás utiliza una estrategia más indirecta. No es la bestia del Apocalipsis sino la ramera babilónica que intenta silenciar la voz de la predicación en occidente; la tentadora y atractiva seducción de la riqueza, la conveniencia y la propia satisfacción que surge e insta a que disminuya la predicación y nos tienta para que transijamos y seamos más populares y atrayentes. Esa es la estrategia de occidente.
Me temo que estamos viviendo en un tiempo en el que muchos que profesan ser cristianos están comprometiendo, no solo el contenido del Evangelio, sino también el método por el cual este debe comunicarse.
En estos días, muchos nos dicen que no importa el método mientras se comunique el mensaje de alguna manera. La forma en que se haga es irrelevante, pero os sugiero que la Biblia no solo enseña el contenido del mensaje sino el método por el cual este debe ser declarado y el modo en que debe crecer. Veréis; el mensaje es el de la Cruz y el método es la necedad de la predicación. Tanto el mensaje como el método escandalizan la mente inconversa.
En primera de Corintios capítulo uno, Pablo escribe en el versículo veintiuno:
“Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen. Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios”.
Los que estaban en Corinto no solo tenían dificultades con la idea de un Mesías crucificado; tampoco estaban muy contentos con Pablo. Para ellos Pablo no era muy impresionante; no pensaban que Pablo pudiera satisfacer su noción de lo que debía ser la oratoria.
Esta genta no iban a ver una obra de teatro un viernes por la noche, no encendían su televisor; no tenían nada de esto. Lo que harían sería ir al teatro y reunirse a centenares y escuchar las grandiosas y fabulosas retóricas durante tres o cuatro horas. Se trataría de hombres de lenguaje elocuente y discursos reveladores, con ciertas formas y subsiguientes estructuras. La audiencia se sentaba y luego juzgaba y valoraba la forma en la que el hombre hablaba. Pablo llegaría hasta ellos y les hablaría.
Yo creo que Pablo debía ser un hombre bajito y feo que había sido golpeado… ¿cuántas veces? Lo que quiero decir es que si os hubieran azotado tantas veces como a Pablo, imagino que vuestro cuerpo se vería deteriorado. No impresionaba a nadie por su apariencia y no seguía las reglas de la retórica griega.
Él empezaba a hablar y se irritaría tanto que al comenzar a hablar diría: “En primer lugar”, y hablaría sin cesar sin llegar nunca a un “en segundo lugar”. Y todo el mundo estaría allí sentado diciendo: “Estas no son las reglas. No es así como se debe hacer. Este hombre no está siguiendo la estructura, la belleza y el orden de la retórica griega. No nos impresiona en absoluto”.
No les gustaba la forma de comunicación de Pablo y este dice: “No voy a transigir. No estoy aquí para acatar la cultura griega, sus definiciones de lo que es un buen entretenimiento o sus expectativas acerca de lo que es necesario para reunir a una multitud y complacer a una audiencia.
No es este el juego al que estamos jugando aquí. Estamos tratando con el alma de los hombres. Estamos tratando con la Palabra de Dios. Estamos hablando a personas que se hallan a tan solo unos segundos de la eternidad y tenemos una mayordomía. No estamos aquí para entretener. No estamos aquí para hacer cosquillas en los oídos. No estamos aquí para satisfacer a una audiencia.
Estamos aquí para declarar la Palabra del Dios vivo y, al hacerlo, hablaremos de una forma que no tendrá por objetivo el gusto artístico estético de la presentación. Nuestro objetivo es su conciencia. Hablaremos de las consecuencias de su pecado y lo haremos con un celo y una pasión que transmitirá una autoridad que viene del mismo trono de Dios.
Hablaremos un mensaje que humillará el orgullo de los hombres. Haremos un llamamiento para que midan su vida por el rasero de la ley de Dios y vean que tienen carencias; que sepan que son pecadores, transgresores de la ley y podamos llevarles, en esa condición quebrantada, a ver esa gracia de Dios otorgada en un Mesías crucificado cuya sangre hace expiación del pecado; por cuya muerte se propicia la ira de Dios, por cuya resurrección se ha vencido a la muerte, se ha derrotado a Satanás y el nuevo mundo ha amanecido sobre nosotros por medio del don y el ministerio del Espíritu.
Esto no va a encajar en las categorías del entretenimiento cultural. Es una palabra que viene del cielo, es un anuncio de Dios y viene por un medio, a través de un instrumento. Viene por medio de un hombre y de la proclamación. El propio mensaje se alinea con el método porque este parece necio.
El método parece necio y el mensaje suena a locura, pero en la sabiduría de Dios su necedad es más sabia que la sabiduría de los hombres. Por tanto, el mensaje y el método están designados para humillar a los hombres y llevarles a un lugar de arrepentimiento y fe en Jesucristo.
Apelo a vosotros, hermanos, para que escuchéis la voz de vuestro Maestro y hagáis inventario de vuestra herencia; a que os identifiquéis como he intentado hacer durante esta hora y que rastreéis el pedigrí, el honor, la dignidad de vuestra labor remontándoos hasta Enoc y siguiendo el pasillo de honor dado a los predicadores, de los cuales Cristo mismo es el más honorable.
Apartad vuestros oídos de las voces que gritan hoy en día, a veces desde nuestros bancos de iglesia y nos dicen: “¡Dejemos la predicación de lado, no seamos tan serios en cuanto a ella! No nos centremos tanto en la predicación, no nos comprometamos tanto a predicar. Quizás deberíamos utilizar otro método; quizás deberíamos probar una forma distinta de comunicación.
Hermanos, es posible que una de las razones por la que se ataca la predicación en nuestros días es porque hay muy pocos hombres que se entreguen a la difícil y poco convincente tarea de la predicación, que estudian para mostrarse aprobados; son obreros que no necesitan ser avergonzados, que manejan cuidadosamente la Palabra de Dios que los entrega a estas cosas y se asegura de que su progreso sea evidente para todos.
Quizás una de las razones por las cuales la predicación se ha desprestigiado es por culpa nuestra, porque no estamos trabajando duro en la predicación. Por tanto, no debemos sorprendernos cuando la gente dice: “No estoy interesado en la predicación. Necesitamos convertirnos en mejores predicadores, no debemos descartar la predicación y tenemos que quedar avisados de no remplazar la predicación con música, con obras de teatro, baile, videos y tiempos de testimonio. Debemos dedicarnos a predicar.
Veamos lo que Pablo nos dice en segunda de Timoteo capítulo cuatro, el mandamiento del hombre que está a punto de morir. ¿Qué dice a su joven hijo en la fe? Segunda de Timoteo cuatro, versículo uno:
“Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos. Pero tú, sé sobrio en todas las cosas, sufre penalidades, haz el trabajo de un evangelista, cumple tu ministerio”.
¿Cuál es ese ministerio? Predicar la Palabra.
Predicar la Palabra. Amén
Oremos:
Bendito Padre y Dios nuestro: pedimos el don de tu Espíritu que venga sobre nosotros como siervos de Jesucristo. Dios mío, confesamos que con frecuencia nos desanimamos en nuestros esfuerzos por predicar Tu Palabra. Con frecuencia nos enfrentamos a retos y dificultades que vienen del mundo que nos rodea; que llegan incluso de personas que profesan ser cristianas; que proceden incluso de cristianos bien intencionados; retos que surgen incluso dentro de nuestra propia alma.
Dios mío pedimos que, tras haber realizado este estudio acerca de la prioridad de la predicación para el hombre de Dios, que decidamos de nuevo ser los mejores predicadores posibles; que manejemos cuidadosamente la Palabra de Verdad y proclamemos la Palabra de Dios con palabras de nuestra biblia; que podamos ser fieles a esta mayordomía que nos has dado.
Te damos gracias por habernos llamado para esta obra. Ahora te pedimos que nos equipes para la tarea que debemos hacer, para que seamos fieles en nuestra generación, así como Pablo, para que terminemos nuestra carrera, para que podamos correr, ser fieles, entregar nuestra vida a la proclamación, el testimonio, la predicación, el glorioso Evangelio de Jesucristo en cuyo nombre te lo pedimos todo. Amén.
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