La prioridad de la predicación II
Anteriormente consideramos la prioridad de la predicación en la historia del pueblo de Dios.
En segundo lugar, considerad conmigo la prioridad de la predicación en la vida del pueblo de Dios. Sí, la prioridad de la predicación en la vida del pueblo de Dios. En su faceta de comunidad, la iglesia es responsable de proclamar el Evangelio. Como iglesia, tiene una mayordomía para que el Evangelio avance por medio del ministerio de la predicación. La iglesia tiene varias tareas que le han sido asignadas por su Señor exaltado, pero la misión fundamental es el crecimiento del Evangelio por medio de la proclamación de un predicador.
En primera de Timoteo capítulo tres y versículo quince leemos: “[…] te escribo para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad”.
La Iglesia es la plataforma sobre la que se erige y se emite la Verdad. La iglesia es responsable de mantener la integridad de la doctrina de la Verdad; de emitirla y de hacerla avanzar.
En primera de Pedro capítulo dos y versículo nueve, Pedro describe a la Iglesia como responsable de este ministerio de proclamación. “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
El pueblo de Dios, en tanto que comunidad, es responsable de ver que la Palabra de Dios se proclame y que su identidad de comunidad reunida es para la proclamación de ese Evangelio, para declarar las virtudes de ese Dios que es nuestro Salvador. No hay otra institución en el planeta al que se le haya dado esta responsabilidad.
A ninguna otra organización se le ha asignado la tarea de la responsabilidad en cuanto a la Verdad, para mantenerla, proclamarla y para su crecimiento en el mundo. Si la iglesia no se asegura de que el Evangelio se proclame, este no será proclamado. Por consiguiente, la Iglesia debe convertir la predicación en su prioridad principal. La Iglesia debe establecer un ministerio bíblico de predicación y hacer lo posible para enviar a predicadores bíblicos: la prioridad de predicar en la vida del pueblo de Dios.
Esto nos lleva a considerar, en tercer lugar, que el ministerio pastoral debe centrarse en la predicación y la enseñanza. Si el pueblo de Dios tiene la responsabilidad y la ejerce para reconocernos como hombres que tiene ese don, como hombres dotados del Espíritu para la proclamación y nos apartan para esa tarea, entonces debemos convertir la predicación y la enseñanza en el centro principal de nuestras labores. Debemos predicar el Evangelio, pues, a aquellos que nunca lo han oído ni han creído en Jesucristo.
En segunda de Timoteo capítulo 4 y versículo cinco, vemos que debemos hacer la obra de un evangelista. Debemos buscar oportunidades para hacer la obra de evangelizar a aquellos que están fuera de Cristo; para predicar a los inconversos.
Debemos intentar tocar la conciencia de los que no son salvos, cuando se reúnan con nosotros en nuestros cultos de adoración, para que haya una palabra que les llame a la fe y al arrepentimiento, llevándoles a una unión con Cristo. Tenemos que buscar las oportunidades cuando y donde Dios nos las de, ya sea de casa en casa o en un entorno público, en nuestra Atenas, donde hay debates, donde hay un foro para que la voz del Evangelio pueda oírse.
Debemos adoptar medidas agresivas para proclamar el Evangelio en los oídos de aquellos que se encuentran fuera de Cristo. Pablo deja esto muy claro cuando leemos en Romanos capítulo diez, versículos trece y catorce: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
Un predicador. No un director de cine, sino un predicador. No un titiritero, sino un predicador. No un coreógrafo de baile, sino un predicador. Esa es la forma en la que oirán. Y al proclamar esta necedad de la predicación, el Espíritu abrirá soberanamente sus oídos y llegarán a creer en Aquel al que están oyendo hablar.
Prestad atención a las palabras. No dice en Aquel de quien oyen hablar sino Aquel al que oyen hablar porque la predicación del Evangelio por el Espíritu es la propia voz de Cristo para aquellos que se congregan bajo esta forma de comunicación. Oyen a Cristo en la predicación autorizada por el Espíritu. No oyen de Él, ni acerca de Él, ni con respecto a Él, sino que le oyen a Él por medio de la predicación. Por tanto, debemos intentar predicar a los inconversos.
Asimismo, debemos predicar para la edificación de aquellos que creen, dándoles lo que Pablo denomina “todo el consejo de Dios”. En primera de Timoteo, capítulo cuatro, tenemos el mandato del Apóstol Pablo a Timoteo (primera de Timoteo capítulo cuatro leyendo desde el versículo trece):
“Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio. Reflexiona sobre estas cosas, dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza, persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan”.
Timoteo, eres un ministro de la Palabra de Dios en la asamblea del Pueblo de Dios. Presta atención a la Palabra de Dios. Léela. Hazlo públicamente. No descuides la lectura pública, exhorta, enseña y predica. Céntrate en ello. Déjate absorber por ello, de tal modo que las personas que lleven tiempo bajo tu ministerio puedan reconocer que estás mejorando; que estás creciendo; que tu progreso sea evidente para todos. Ten cuidado de ti mismo, préstate atención porque eres el instrumento por medio del cual llega la predicación y tú mismo debes recomendarla. Vosotros sois el medio, como vimos en la hora anterior. El hombre de Dios es el medio que Dios utiliza para el crecimiento de su reino en cualquier generación.
Juan 1:6: “Vino al mundo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”. Este es el método de Dios.
El hombre; Timoteo, cuídate como hombre porque eres el instrumento. ¿Para qué? Para pronunciar la Palabra de Dios por medio de la predicación del Evangelio. Céntrate en esto. Conviértelo en tu centro de atención. Haz que sea la meta a la que te conduzca tu tiempo.
Personalmente, hay tantas cosas en las que me gustaría tener un interés y que con el paso de los años han quedado de lado. Hubo un momento en mi vida en el que pensé que me gustaría ser una especie de músico; esto se quedó de lado. Pensé que me gustaría ser algo así como un artista. Me habría gustado aprender a dibujar y hacer bellas obras de arte. ¿Cómo puedo hacer esto y absorberme en el ministerio de la Palabra de Dios? El ministerio de la Palabra de Dios es un esfuerzo que abarca todo.
Cualquier cosa que leo me provoca el pensamiento de cómo puedo relacionar este material con mis ovejas. Muy pocas veces leo cosas que no tengan que ver con ayudar a mi gente, a alimentarla. Cuando leo nuevas revistas estoy buscando algo que llevar a mi gente para ayudarles a entender la Palabra de Dios en relación con los días en los que vivimos.
Tantos otros intereses y planteamientos se quedan por el camino porque tenemos que prestar atención a nosotros mismos, tenemos que atender a nuestra doctrina y debemos trabajar de forma que nuestro progreso sea evidente y estemos más centrados en esta prioridad de la predicación que nos llevará a esta última consideración.
Debemos resistir a la tentación de descuidar la prioridad de la predicación. Debemos hacerlo. Las palabras predicar, predicación, proclamar, testificar, declarar, heraldo, anuncio, todos estos términos pueden encontrarse más de un centenar de veces en el Nuevo Testamento En realidad, el Nuevo Testamento utiliza treinta y tres verbos distintos para describir la actividad de predicar; ¡treinta y tres verbos diferentes!
Ahora bien; cualquiera que lea su biblia con sinceridad llegará a la conclusión de que la predicación es muy importante. Predicar es muy importante y a pesar de ello, vivimos en un tiempo en el que el mensaje que se nos da como predicadores es, cada vez más, que la predicación no era importante para Pablo. Si hay algo cada vez más irrelevante en nuestra generación, eso parece ser la predicación. ¿No os da esa sensación algunas veces?
Te sientas al lado de alguien en el avión y preguntas: ¿A qué se dedica?
Y te contestan: “Vendo dispositivos. Quiero vender tantos como pueda y voy a cualquier sitio donde haya posibilidad de venderlos. Los dispositivos son fabulosos, déjeme hablarle sobre ellos. ¿Y usted, a qué se dedica?
—Soy predicador.
—Oh.
Y en ese momento sientes como si una ventana se cerrara, ¿verdad? Rara vez te encuentras con un cálido y cordial interés.
—¿De veras? ¡Hábleme de ello!
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