La prioridad de la predicación I
Charles Spurgeon escribe:
“Queremos que vuelva a haber muchos hombres como Lutero, Bunyan, Calvino, Whitefield, dispuestos a señalar sus errores y cuyos nombres inspiren terror en los oídos de nuestros enemigos. Necesitamos desesperadamente a hombres así. ¿De dónde vendrán?
Son dones de Cristo a la iglesia y llegarán a su debido tiempo. Él ya dio, y tiene poder de volver a darnos, una edad dorada de predicadores, un tiempo tan fértil en grandes teólogos y poderosos ministros como fue la época de los puritanos. Era un tiempo en el que la antigua y buena verdad se volvió a predicar por hombres cuyos labios parecían tocados por un carbón encendido tomado del altar. Este será el instrumento en manos del Espíritu para llevar a cabo un gran avivamiento profundo de la religión en el país.
Yo no busco otros medios para que el hombre se convierta fuera de la simple predicación del Evangelio y la apertura de los oídos de los hombres para que la oigan. En el momento en el que la Iglesia de Dios menosprecie el púlpito, Dios la despreciará a ella. El ministerio de la predicación ha sido siempre la forma en la que al Señor le ha placido reavivar y bendecir a sus iglesias”.
En primer lugar, pues, consideraremos la prioridad de la predicación en la historia del pueblo de Dios. Escudriñaremos en el pasado antiguo durante un momento con el fin de reconocer que Dios trató siempre con su pueblo por medio de predicadores.
En Génesis capítulo cinco y versículo veinticuatro leemos acerca de Enoc; se nos dice que anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó. Fue un hombre misterioso, relevante y Judas nos dice en el capítulo uno y versículo catorce que Enoc era un predicador.
Según dice Judas en el capítulo uno versículo catorce, Enoc profetizó o predicó en la séptima generación desde Adán y su mensaje era de juicio; anunciaba que Dios vendría a ejecutar juicio sobre todos. Vemos el personaje de Noé, en el Antiguo Testamento, y le recordamos sobre todo por haber construido el arca, pero Pedro nos dice en 2 Pedro 2:5 que fue un predicador de justicia.
Acerca de Abraham, cuya vida conocemos a través de las páginas del Génesis, leemos en el capítulo dieciocho, versículo diecinueve:
“Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que Él ha dicho acerca de él”.
A Abraham se le confió la palabra de Dios y él mandó a su familia que la cumpliese. Su casa estaba formada por varios cientos de personas. En Génesis catorce se nos dice que movilizó a trescientos dieciocho hombres nacidos en su casa para que lucharan contra los cuatro reyes.
Él ordenó a sus hijos y a su casa que guardaran el camino del Señor. En Génesis capítulo veinte y versículo 7 se dice que Abraham era un profeta. Abraham fue un predicador de la Palabra de Dios.
Del mismo modo, Moisés fue un predicador. Recibió palabras de Dios y las proclamó ante los israelitas. Gran parte del pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia, recogen las palabras que Moisés dijo a los hijos de Israel. Predicó al pueblo de Dios congregado.
Cuando observamos a los profetas del Antiguo Testamento como Isaías, Jeremías, Ezequiel, Jonás, Amós, Hageo, Malaquías, Habacuc… vemos que hay algo común entre ellos. Aunque vivieron en distintas situaciones y ministraron en circunstancias diferentes, todos ellos eran predicadores y proclamaron la Palabra de Dios.
Ahora quiero que busquemos en nuestras Biblias el primero de varios pasajes que me gustaría ver y leer en las Escrituras acerca del ministerio de Juan el Bautista, en Marcos capítulo uno y versículo cuatro. Marcos uno versículo cuatro. Juan el Bautista apareció en el desierto predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. La ordenanza del bautismo definió el ministerio de Juan. Esa fue la actividad que caracterizó a Juan. Se le llama “el Bautista”, pero su ministerio fue el de un predicador. Él fue alguien que predicó un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados.
Cuando contemplamos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo sabemos que el propósito supremo para el cual vino fue para expiar nuestros pecados por medio de su muerte en la cruz y de su triunfo sobre la muerte en la resurrección. Su victoria sobre Satanás le convirtió en nuestro libertador, pero la prioridad del ministerio de Jesús fue la predicación.
En Marcos capítulo uno, versículos catorce y quince, leemos: “Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio”.
Jesús vino predicando. De nuevo, en el capítulo uno, versículo 38, del Evangelio de Marcos leemos: “Y Él les dijo: Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que predique también allí, porque para eso he venido. Y fue por toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios”.
Las obras de poder de Jesús eran manifestaciones que validaban la Palabra que Él había proclamado.
En Lucas capítulo cuatro vemos el mensaje de Cristo a su ciudad natal de Nazaret. En el versículo dieciocho y el diecinueve leemos lo que constituye su mandato mesiánico derivado del profeta Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”.
El ministerio de Jesús es de proclamación, de predicación, y los Evangelios recogen para nosotros muchos de sus sermones.
En Mateo capítulo siete tenemos la conclusión del Sermón del Monte y leemos las palabras finales en el versículo veintiocho y en el veintinueve. “Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas”. La gente estaba perpleja, no solo por lo que Él decía sino por la forma en la que lo hacía: su método de comunicación. Era una manifestación de poder. Era una demostración de autoridad.
En Juan siete, versículo cuarenta y seis, aquellos que fueron enviados a capturar a Jesús se encontraron con su predicación. Le oyeron predicar y volvieron con las manos vacías diciendo: “Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla”
Cuando llevaron a Jesús ante Pilato en Juan dieciocho, en el versículo treinta y siete, se dirige a Pilato diciendo: “[…] Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Para dar testimonio de la Verdad se necesita una voz. La descripción del ministerio de predicación de Jesús, un ministerio de palabras, es lo que hacía que los hombres fuesen responsables ante Dios de haber oído su testimonio acerca de la Verdad.
Jesús era un predicador y encargó a sus discípulos que, de igual modo, ellos también lo fueran.
Otra vez, en el Evangelio de Marcos capítulo tres, versículo catorce y quince vemos: “Y designó a doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, y para que tuvieran autoridad de expulsar demonios”.
La predicación del Evangelio es el medio a través del cual se ataca a los poderes de la oscuridad.
¿Cuándo ocurre esto? En el libro de los Hechos tenemos el ministerio de estos hombres. Vayamos a Hechos de los Apóstoles capítulo uno desde el versículo ocho y esto es lo que leemos: “Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Ser un testigo es responsabilizarse del mensaje, de la Palabra, de predicar este Evangelio y esto, claro está, se convierte en el núcleo del ministerio apostólico.
En Hechos capítulo dos vemos a Pedro. ¿Qué está haciendo? Está predicando. Observamos en el versículo catorce que, poniéndose en pie “con los once, alzó la voz y les declaró […]”.
Pedro proclama un mensaje, predica un sermón que se deriva de tres textos del Antiguo Testamento. Su sermón tiene tres puntos principales y la aplicación hace que la conciencia de los hombres les conduzca a la fe en Jesucristo. En el versículo cuarenta leemos: “Y con muchas otras palabras testificaba solemnemente y les exhortaba diciendo: Sed salvos de esta perversa generación”.
Cuando, al analizar el capítulo dos del libro de los Hechos, lo único que se reconoce es que esa gente habló en lenguas esto implica que no estamos viendo lo que el Espíritu Santo nos ha dado en ese pasaje. Se trata de un sermón que se ha recogido allí. Es el relato de un predicador que abre la Palabra de Dios y predica sobre Joel, sobre los Salmos y que declara a Cristo crucificado, resucitado e insta a los hombres al arrepentimiento y a la fe.
En Hechos capítulo tres el Señor usa a Pedro para sanar a un cojo y ¿qué es lo que esto provoca? Una oportunidad para predicar el segundo sermón que se recoge en Hechos capítulo tres. En el capítulo cuatro versículo dos se hace una descripción para nosotros. ¿Qué fue lo que se predicó? Enseñaron al pueblo y proclamaron la resurrección de los muertos en Jesús. Enseñaron y proclamaron.
El Sanedrín se opuso a la predicación de Pedro. En Hechos capítulo cuatro, empezando a leer desde el versículo dieciocho tenemos: “Cuando los llamaron, les ordenaron no hablar ni enseñar en el nombre de Jesús. Mas respondiendo Pedro y Juan, les dijeron: Vosotros mismos juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”.
Pedro se da cuenta de que la oposición es contra lo que está predicando y decide ser obediente a Dios incluso frente a las autoridades que están en contra. Toma la determinación de continuar hablando, de seguir dando testimonio. Así pues, en Hechos cuatro, versículo treinta y tres dice: “Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos”.
He venido a dar testimonio. Vosotros sois mis testigos. Proclamar; declarar; predicar; enseñar; dar testimonio.
La predicación provocó más persecución. En Hechos capítulo cinco versículo cuarenta y dos, en medio de la oposición y persecución, leemos: “Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús como el Cristo”.
Entonces vemos que aquí Satanás cambia su estrategia. No consigue hacerles callar por medio de la oposición y la persecución. Por consiguiente, en el capítulo seis, decide distraerles e intenta silenciarlos proporcionando una buena razón para que descuiden la predicación por verse enredados en otras actividades legítimas del reino.
En Hechos capítulo seis leemos:
“Por aquellos días, al multiplicarse el número de los discípulos, surgió una queja de parte de los judíos helenistas en contra de los judíos nativos, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los doce convocaron a la congregación de los discípulos, y dijeron: No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas.
Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y escogieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, y después de orar, pusieron sus manos sobre ellos”.
Aquí, los Apóstoles tuvieron la suficiente sabiduría para ver la importancia del ministerio a las viudas necesitadas que se encontraban entre ellos. No descuidaron esa necesidad sino que dirigieron a la congregación para que reconociera a hombres que fuesen siervos y tuviesen la capacidad de tomar la responsabilidad de hacer frente a esa necesidad, por ser una preocupación necesaria del Evangelio, un ministerio de iglesia ineludible.
Sin embargo, con todo lo necesario que pueda ser ese ministerio, no puede constituir una distracción de la predicación de la Palabra de Dios. No puede desplazar la atención de los Apóstoles y hacer que descuiden la Palabra de Dios para entregarse a esas obligaciones por muy buenas y legítimas que sean. Por tanto, los Apóstoles mantienen la prioridad de predicar y no permiten que esto, por necesario y bueno que sea, les distraiga de la Palabra de Dios.
Lucas nos relata el resultado de esta decisión en el versículo siete: “Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. La Palabra de Dios siguió creciendo. Esta es la forma en que Lucas describe el éxito de predicar la Palabra de Dios: se proclamaba públicamente la Palabra de Dios, de casa en casa, testificando, predicando, dando testimonio; todo el vocabulario que describe el avance de la Palabra.
En Hechos veinte tenemos el ejemplo del Apóstol Pablo cuando describe su ministerio entre los efesios. Observemos las palabras, el vocabulario y tomemos nota de las distintas formas que utiliza en Hechos capítulo veinte, y comenzando en el versículo dieciocho, para describir la declaración verbal y la proclamación de la Palabra de Dios.
Cuando los ancianos de Éfeso llegan a Mileto, vienen a Pablo y él les dice:
“Vosotros bien sabéis cómo he sido con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con lágrimas y con pruebas que vinieron sobre mí por causa de las intrigas de los judíos; cómo no rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.
Pablo dice: “Recordad cuando vine a vosotros por primera vez. Qué destaca en vuestra mente de ese momento en el que me visteis en el entorno público, cuando me observasteis en privado, de casa en casa, ¿en qué se fijaron vuestros ojos? Mis labios —dice Pablo— estaban en continuo movimiento. Declaré, enseñé, di solemne testimonio e intenté en cada momento que las palabras penetraran en vuestros oídos por medio de la proclamación verbal”.
Versículo veinticuatro: “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios”.
Versículo veinticinco: “Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de vosotros, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro”. “Anduve predicando”.
Otra vez, en el versículo veintisiete: “Pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios”.
Pablo describe cada punto de su ministerio: de forma pública, privada, de principio a fin, hasta el final de su vida se dedicará a predicar, declarar, proclamar, testificar, enseñar, instruir. Será una comunicación verbal constante y continua de la Palabra de Dios.
Cuando llega a la última carta de su vida, en el momento en que está al borde de la eternidad ¿cómo se define a sí mismo?
Segunda de Timoteo capítulo uno versículo once. Lo vimos esta mañana. ¿Cómo se describe a sí mismo? Versículo once: “para el cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro”.
He aquí mi ministerio. Es un ministerio de proclamación. Es un ministerio de declaración. Es una vida entregada a un tipo particular de comunicación: predicar y predicar.
Dejando nuestras biblias para considerar la historia de la Iglesia, no puedo pretender hacer un estudio siglo a siglo. Sin embargo, os sugiero hermanos que penséis por un instante en un momento de la historia de la Iglesia que atraiga vuestra atención.
Pensad por un momento en un periodo de la historia de la Iglesia que tenga un interés particular para vosotros. Me atrevería a decir que, cualquiera que sea vuestro pensamiento sobre ello ahora mismo, podéis asociarlo a la predicación y podéis nombrar a alguien de la iglesia primitiva que fuese útil y relevante a causa de la necedad de la predicación.
Si pensáis en la Reforma, podréis pensar en hombres que fueron poderosos en el púlpito, que abrieron la Palabra de Dios y la proclamaron. Si pensáis en el Gran Avivamiento; en el Segundo Gran Avivamiento; en los movimientos del Espíritu en avivamientos regionales, nacionales, ¿qué veis con los ojos de vuestra mente? Veis un púlpito y un predicador.
Cada vez que Dios ha tenido a bien que hubiese un avance del Evangelio en la historia, lo ha hecho por medio de la predicación. Nuestra oración es que el Espíritu descienda sobre nosotros en este lugar y nos capacite para ser portavoces del Dios que vive, que habla, que nos ha dado un libro y palabras para que podamos ser sus heraldos, sus voceros, y sus predicadores en nuestro tiempo.
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