Responsabilidad de la madre
Hace unos cuantos años, algunos caballeros que se preparaban juntos para el ministerio se interesaron por averiguar qué proporción de los integrantes de su grupo tenían madres piadosas.
Quedaron gratamente sorprendidos al descubrir que, de ciento veinte estudiantes, más de cien habían acudido al Salvador llevados de la mano por las oraciones de su madre y guiados por sus consejos.
Aunque algunos de estos hombres se habían rebelado contra todas las normas del hogar y, como el hijo pródigo, habían vagado en el pecado y el dolor, con todo, no habían podido olvidar las huellas de su infancia y, al final, fueron llevados al Salvador, para gozo y bendición de sus respectivas madres.
En unos pocos años muchos hechos interesantes han llamado la atención de los cristianos hacia este asunto. Los esfuerzos que hace una madre para que su hijo crezca en conocimiento y virtud son necesariamente reservados y discretos. El mundo no los conoce; y de ahí que el mundo haya tardado tanto en darse cuenta del poder y la dimensión de esta secreta y silenciosa influencia.
Pero ahora las circunstancias están volviendo los ojos de la comunidad hacia el cuarto de los niños, y la verdad se presenta cada día con más nitidez ante la gente: la influencia que se ejerce sobre la mente durante los primeros ocho o diez años de la existencia determina, en gran medida, los destinos de esa mente a lo largo de la vida terrena y de la eternidad. Y, puesto que la madre es la guardiana y la guía de los primeros años de vida, de ella proviene la influencia más fuerte que hay en la formación del carácter del hombre.
¿Y por qué no habría de ser así? ¿Qué huellas pueden ser más profundas y más duraderas que las que recibe la mente en la frescura y la susceptibilidad de la juventud? ¿Qué instructor puede ganarse una confianza y un respeto mayores que una madre? ¿Y dónde puede haber más deleite en adquirir conocimiento si no es cuando el pequeño rebaño se apiña alrededor de las rodillas de la madre para oír acerca de Dios y del cielo?
“Todo buen muchacho suele acabar siendo un buen hombre –dijo la madre de Washington–George siempre fue un buen muchacho”.
Aquí vemos uno de los secretos de su grandeza. George Washington tuvo una madre que hizo de él un buen muchacho, y que infundió en su corazón esos principios que le elevaron hasta convertirse en el benefactor de su país y en uno de los hombres más brillantes del mundo.
La madre de Washington merece la gratitud de toda la nación. Ella enseñó a su hijo los principios de la obediencia, el coraje moral y la virtud. En gran medida, ella formó el carácter del héroe y del hombre de Estado. Al calor de su hogar enseñó a su niño juguetón la forma de dominarse; y así fue cómo le preparó para la brillante trayectoria de servicio que seguiría después.
Estamos en deuda con Dios por habernos dado a Washington; pero no estamos menos en deuda con Él por el don de su inestimable madre. Si ella hubiera sido débil, permisiva e infiel, las energías descontroladas de Washington podrían haberle elevado hasta el trono de la tiranía; o tal vez su desobediencia juvenil habría allanado el camino para una vida de delincuencia y una tumba deshonrosa.
Byron1 tenía una madre que era precisamente todo lo contrario a la Sra. Washington; y el carácter de la madre se transfirió al hijo. No podemos extrañarnos, pues, de su carácter ni de su conducta, porque sabemos que son la consecuencia casi obligada de la educación que recibió y de las escenas que presenció en el salón de la casa de su madre.
Unas veces ella le permitía desobedecer impunemente; otras montaba en cólera y le golpeaba. Así le enseñó a desafiar a toda autoridad, humana y divina; a consentir el pecado sin restricción; a entregarse al poder de toda clase de pasiones enloquecedoras. Fue la madre de Byron quien puso los cimientos de su maldad extrema.
Ella le enseñó a sumergirse en ese mar de libertinaje y desdicha, cuyas agitadas olas le arrastraron toda su vida. Si bien los delitos del poeta merecen la execración del mundo, el mundo no puede olvidar que fue su madre quien alimentó en aquel joven corazón esas pasiones que convertirían a su hijo en una maldición para sus semejantes.
Nota:
1. Lord Byron (1788-1824), poeta renombrado en todo el mundo, nació el 22 de enero de 1788. Su madre Catherine provenía de la anárquica saga de los Gordons escoceses, y su padre, John Byron, que tenía una reputación aún peor, había acabado con la fortuna de su mujer y se escondía en Francia; posteriormente moriría convertido en un borracho y dejaría el título a su hijo.
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