Las pruebas de la vejez
Esta vida es una vida de pruebas; ¿quién está completamente libre de ellas?
Debemos esperarlas, y estar listos para cuando lleguen. Algunas veces se agrupan tan densamente a nuestro alrededor que necesitamos un corazón robusto y mucha gracia para soportarlas con mansedumbre, y pasar por ellas ilesos.
Hablemos de aquellas pruebas que pertenecen a la vejez; tal vez nos sintamos mucho mejor al decir algunas palabras acerca de ellas.
La pérdida de fuerza es una gran prueba para el anciano. Es doloroso sentir que ya no puedes hacer muchas de las cosas que antes solías hacer con tanta facilidad. El estar ocupado y contento era una vez tu mayor deleite. Pero ahora tus piernas apenas te pueden cargar; muchas de las ocupaciones de la vida son ahora una carga para ti.
Pero no dejes que esto te produzca ansiedad. Es tu porción, y Dios lo ha ordenado así. Aunque el “hombre exterior va decayendo,” El puede fortalecerte en tu alma, para que “el hombre interior se renueve de día en día” (2Cor 4:16).
¿Y es que no hay misericordia en tu propia debilidad? Te recuerda constantemente que tu vida va llegando a su fin, mientras una voz del cielo te susurra que “queda…un reposo sagrado para el pueblo de Dios” (He 4:9). En ese hogar celestial no habrá debilidad, ni cansancio, ni enfermedad, ni pecado.
La pérdida de memoria es otra gran prueba que generalmente acompaña la vejez.
Imagino que te puedes recordar muy bien lo que aconteció años atrás; pero has olvidado por completo lo que sucedió ayer. Lo que lees muy pronto se pierde; pasa como letras escritas en la arena. Escuchas un sermón, y lo que dijo tu pastor se ha ido por completo una hora más tarde; aún el propio texto se ha olvidado.
A veces puedes sentirte incómodo contigo mismo por esto, y hasta podrías temer que Dios está enojado contigo. Pero no; El no es un Amo duro. El no cosecha donde no ha sembrado (Lc 19:21). El está muy conciente de tus enfermedades. El conoce muy bien la debilidad de tu cuerpo, y se acuerda de que solo eres polvo (Sal 103:14). El es demasiado bueno y demasiado justo para requerir de ti algo que no le puedes dar.
No te preocupes entonces por la debilidad de tu memoria. Dios no va a pedirte cuentas por eso. Lo más importante es tener tu corazón bien con Dios. Pídele que limpie y purifique tu corazón por Su Santo Espíritu, y entonces todo estará bien contigo.
Hay una tercera pérdida de la que los ancianos suelen lamentarse, y es la pérdida de amigos. Uno tras otro se mueren, y son dejados atrás como un árbol solitario en el desierto. Sus hijos más queridos tal vez les han sido quitados; quizás una viudez solitaria es su porción. Hay algo triste en todo esto.
Es verdaderamente triste ver a un anciano dejado por aquellos que una vez se apegaban a él con cariño, y ahora se ha quedado completamente solo. Pero, mi querido amigo, recuerda esto: tú nunca estarás solo si Dios es tu Dios.
Cristo es el Amigo, el Hermano y el Esposo de Su pueblo. Otros podrán abandonarte, pero El nunca lo hará. Puedes contar con Su amor; nunca te faltará. El está contigo ahora, y nunca te dejará ni te desamparará. Si dices, “El Señor es mi Pastor,” también puedes agregar, “nada me faltará.”
Las personas mayores también a menudo sienten que solo son una carga para los otros. Esta es una pesada prueba para algunos. Pero ¿por qué ha de serlo? Es la voluntad de Dios que consideremos a los otros para ayudarlos en la infancia y en la vejez.
Seguramente que un hijo o una hija no ha de verlo solo como un deber sagrado, sino también como un placer, suplir las necesidades de un padre o una madre anciana. Y estoy seguro, donde el corazón está bien puesto, que esto se hará con verdadero gozo y buena voluntad.
Hay una prueba más que voy a mencionar—el sentimiento de no poder ganar su propio sustento. Si una persona ha podido honestamente mantenerse a sí misma y a su familia durante una larga vida, no desea ser una carga para otros en sus últimos días. Tal vez este sea tu caso.
Quizás pusiste dinero aparte en los días de tu juventud, y esperabas poder mantenerte a ti mismo en tu vejez. Pero le prestaste dinero a un amigo, y se ha desaparecido; o padeciste una larga enfermedad, y todos tu ahorros se gastaron durante ese tiempo; y ahora estas obligado a depender de la amabilidad de los amigos o del apoyo de la iglesia.
Bueno, si ese es el caso, no tienes por qué culparte a ti mismo, y no hay desgracia alguna en ser económicamente dependiente de otros. En lugar de sentirte así, debes estar agradecido de que puedas ser cuidado en la hora de tu necesidad. Mira a los que te asisten como enviados de tu Padre celestial. En Su gracia El te provee los medios para suplir tus necesidades. El te levanta amigos; y pone en sus corazones que te ayuden. El es la gran Fuente de donde brotan todas tus bendiciones.
Por tanto recibe todo regalo como de parte de Dios. Reconoce Su mano en esto, y depende de El día por día para todo lo que necesites. Creo que si confiamos en Dios así nunca nos sentiremos decepcionados.
Algunas veces pasaremos apuros. Podría haber poca harina en la tinaja, y apenas unas gotas de aceite en la vasija; pero recordemos aquellas palabras que confortaron al viejo Abraham—“Jehová-jireh.” El Señor proveerá. El que alimenta a los cuervos te alimentará a ti también. El tiene cuidado de Su pueblo, y nunca dejará que les falte. “Yo fui joven,” dijo David, “y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan” (Sal 37:25).
He mencionado algunas de tus pruebas. Y me atrevo a decir que hay muchas más, muchas que el mundo desconoce por completo, y que nadie conocerá jamás excepto tu. Pero no importa lo densamente que caigan a tu alrededor, y cuán fuertemente te presionen, solo las tienes que llevar a Dios y El aligerará tu carga y la hará fácil de soportar.
He aquí tu remedio junto con una promesa: “Echa sobre el Señor tu carga, y El te sostendrá” (Sal 55:22). El no solo cargará tus cargas, sino que te sostendrá a ti. El, que tan a menudo te recostó como una ovejita sobre Su pecho te cargará ahora que estás viejo. Nunca se apartará de ti, sino que se gozará por ti y te hará bien. El estará contigo en medio de todas tus enfermedades. El no solo te traerá al Jordán, sino que te cargará sobre él, y te llevará seguro a la Tierra Prometida.
Y también, recuerda que tus pruebas son buenas para ti. Si no tuviéramos ninguna, seríamos como bueyes desacostumbrados al yugo; nos saldríamos con la nuestra demasiado, y nunca aprenderíamos a someternos a la voluntad de nuestro Padre. Nuestro Señor sufrió, ¿y no hemos de sufrir nosotros? Fue su porción diaria cuando estuvo en la tierra; no esperemos escaparnos de ella.
De hecho, estamos demasiado atados y apegados a este mundo. Lo amamos demasiado. ¿Cómo sería si no encontráramos ninguna prueba aquí? Estaríamos menos dispuestos de los que estamos ahora para procurar otro lugar de descanso en los cielos.
Piensa, también, cuán livianas son nuestras cargas comparadas con las del Salvador. Las Suyas fueron una tormenta de sufrimientos; las nuestras, solo unas cuantas gotas. Y ¡por cuán poco tiempo duran nuestras pruebas, aún las más severas! Son solo “momentáneas.” En la eternidad, ¡cuán pequeñas nos parecerán cuando miremos hacia atrás! En el cielo, daremos gracias a Dios por ellas, porque veremos cuán necesarias fueron para nosotros.
Anímate entonces, compañero Cristiano. Soporta tus pruebas con paciencia, mansedumbre y gratitud. Míralas como el enfermo mira los remedios que le son enviados para hacerle bien. Míralas como el viajero mira las ásperas rocas que le sirven de peldaños para traerlo a la casa de tu padre.
Torna tus pruebas para tu provecho. No dejes que sean un estorbo para ti, sino ayudan en tu camino al cielo. Pídele a Dios que las cambie en bendiciones, y que las haga útiles para ti. Así, como cuando Noé estaba en el arca, y cada ola que surgía solo lo levantaba más y más alto hacia el cielo, que cada prueba levante tu alma sobre este mundo, ¡y te traiga más y más cerca de Dios!
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