La huella profunda de su influencia
Es cierto que hay innumerables factores que intervienen de forma incesante en la formación del carácter. La influencia de una madre no es, en modo alguno, la única que se ejerce sobre la persona.
Sin embargo, puede que sea la más fuerte; porque, contando con la bendición que Dios otorga normalmente, es capaz de formar en la mente juvenil aquellos hábitos y de implantar aquellos principios a los cuales el resto de influencias tendrán luego que dar permanencia y vigor.
Una madre piadosa y fiel puede tener un hijo disoluto. Es posible que este rompa con todos los límites, y que Dios le permita “[comer] del fruto de su conducta” (Pr. 1:31). La madre, afligida y destrozada por ello, solo puede inclinarse ante la soberanía de su Hacedor, que dice: “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios”1.
Sin embargo, el ser consciente de haber cumplido con su deber desposee a esta aflicción de gran parte de su amargura; y, además, tales casos son raros. Los hijos libertinos suelen ser los vástagos de padres que han descuidado la educación moral y religiosa de su familia.
Algunos padres son libertinos ellos mismos y, en consecuencia, no solo permiten que sus hijos crezcan descontrolados, sino que los atraen hacia el pecado con su propio ejemplo. Pero hay otros padres muy rectos y virtuosos, y hasta piadosos, que, sin embargo, descuidan el desarrollo moral de sus hijos; y, como resultado, estos crecen en la desobediencia y el pecado.
Importa poco cuál fuera la causa que condujo a esa negligencia. La negligencia misma irá acompañada ordinariamente por la desobediencia y la terquedad.
De ahí que no resulte infrecuente que los hijos de algunos hombres eminentes, tanto en la Iglesia como en el Estado, sean la deshonra de sus padres.
Si la madre no está acostumbrada a gobernar a sus hijos, si mira al padre para que imponga la obediencia y los controle, entonces siempre que él esté ausente, todo el gobierno familiar está ausente, y los hijos tienen campo libre para hacer lo que les venga en gana, para aprender las lecciones de la desobediencia, para practicar las artes del engaño, para formarse –sobre el fundamento de la falta de respeto hacia la madre– un carácter insubordinado e inicuo.
Pero si los niños están bajo el gobierno eficaz de una madre juiciosa, sucederá casi invariablemente todo lo contrario. Y, puesto que, en casi todos los casos, los primeros años de la vida se confían al cuidado de la madre, se deduce que la influencia materna, más que ninguna otra cosa, forma el carácter futuro del niño.
La historia de John Newton2 suele citarse como prueba de la huella profunda y duradera que puede dejar una madre sobre la mente de su hijo.
Este hombre tuvo una madre piadosa. Muchas veces ella se retiraba a su propio cuarto y, colocando la mano sobre la cabeza del muchacho, imploraba la bendición de Dios sobre su niño. Estas oraciones e instrucciones calaron profundamente en el corazón del hijo. Este no podía sino reverenciar a aquella madre; no podía sino sentir que había una santidad en ese carácter que exigía reverencia y amor.
En el transcurso de su vida no pudo arrancar de su corazón las huellas que su madre le dejó en aquellos momentos. Aunque se convirtió en un infame trotamundos, aunque abandonó a sus amigos y a su familia y se apartó de todas las virtudes, el recuerdo de las oraciones de su madre, como si de un ángel de la guarda se tratara, le acompañaba adondequiera que iba.
Vivió intensamente esa vida disipada y deshonrosa de los marineros y, mientras se encontraba rodeado de amistades vergonzosas, en sus juergas nocturnas le parecía sentir sobre su cabeza la suavidad de la mano de su madre, rogando a Dios que perdonara y bendijera a su hijo.
Se fue a la costa de África, y se degradó aún más que los salvajes que habitaban en sus sombrías orillas. Pero la suave mano de su madre seguía sobre su cabeza, y las fervientes oraciones de su madre seguían conmoviendo su corazón. Y esta influencia, después de un lapso de muchos años vergonzosos, trajo de vuelta al hijo pródigo, arrepentido y transformado en hijo de Dios; lo exaltó para convertirlo en uno de los personajes más brillantes de la Iglesia cristiana y para guiar a muchos hijos e hijas a la gloria.
¡Qué forzoso se hace hablar del poder de la influencia materna! ¡Y cómo alienta esto a toda madre a ser fiel en sus esfuerzos por criar a su hijo para Dios!
Si la Sra. Newton hubiera descuidado su deber, si hubiera sido tan negligente como muchas madres cristianas, su hijo –desde toda perspectiva humana– podría haber continuado en el pecado y haber sido un proscrito del cielo. Fue a través de la influencia de la madre como se salvó el hijo.
Newton después se convertiría en un evangelista de mucho éxito; y cada una de las almas que se salvaron por medio de él, mientras entonaba el canto de la misericordia redentora, bendecirá a Dios durante toda la eternidad por el hecho de que Newton tuviera una madre así.
La influencia que se ejerce de esta forma sobre la mente, en la tierna infancia, durante muchos años puede parecer que se ha perdido. Cuando un hijo abandona el hogar y se introduce en el ajetreo del mundo, muchas son las tentaciones que acuden en tropel en contra suya. Si, cuando deja a su madre, no cuenta con unos principios sólidos en cuanto a religión y dominio propio, con toda seguridad sucumbirá a esas tentaciones.
Es posible que, de hecho, caiga, aun después de todo lo que su madre haya hecho o pueda hacer; y es posible que se enrede profundamente en la maldad. Pero puede parecer que ha olvidado todas las lecciones que había aprendido en casa, cuando en realidad la influencia de las instrucciones y las oraciones de su madre sigue actuando con poder y con eficacia dentro de su corazón.
Pensará en las lágrimas de su madre cuando el remordimiento le tenga despierto en plena noche, o cuando el peligro le amenace con una comparecencia rápida ante el tribunal de Dios. El recuerdo de la santidad de su hogar muchas veces llenará de amargura su copa de placeres vergonzosos, y le obligará a suspirar por la virtud y la paz que ha abandonado.
Aunque esté lejos, en moradas de infamia, degradado y disoluto, en ocasiones tendrá que pensar en el corazón roto de su madre. Así, puede que, después de muchos años, tal vez mucho después de que su madre se haya ido a la tumba, al recordar sus virtudes, sea guiado a abandonar sus pecados.
Hace poco un caballero, en una de nuestras ciudades más populosas, se dirigía a una reunión de hombres de mar en la capilla de los marineros. Justo enfrente de la capilla había una pensión para marineros. A la entrada estaba sentado un marinero fuerte y curtido, con los brazos cruzados, dando caladas a un cigarro mientras observaba a la gente que poco a poco se iba congregando para la reunión. El caballero caminó hasta él y le dijo:
–Dígame, amigo mío, ¿no le gustaría venir con nosotros a la reunión?
–No–respondió el marinero sin rodeos.
El caballero, que, por el aspecto del hombre, estaba preparado para una negativa, replicó con suavidad:
–Parece, amigo mío, como si hubiera usted visto días muy duros; ¿tiene usted madre?
El marinero levantó la cabeza, miró con seriedad la cara del caballero y no ofreció respuesta alguna.
El caballero continuó:
–Suponga usted que su madre estuviera aquí ahora mismo, ¿qué le aconsejaría ella?
Las lágrimas afloraron rápidamente a los ojos del pobre marino; trató de ocultarlas por un momento, pero no pudo; y, secándoselas a toda prisa con la palma de su áspera mano, se levantó y dijo, con una voz casi inarticulada por la emoción:
–Iré a la reunión.
Cruzó la calle, entró por la puerta de la capilla y tomó asiento junto a la congregación allí reunida.
No se sabe qué fue de aquel hombre después. Es, no obstante, casi seguro que debió de haber tenido una madre que le dio una buena educación; y, cuando el caballero apeló a ella, a pesar de lo endurecido que estaba el marinero, su corazón se quebrantó.
No es en modo alguno improbable que esta entrevista frenara al hombre en su carrera por la senda del pecado y le llevara a Cristo. En cualquier caso, demuestra la fuerza que tiene la influencia materna. Demuestra que los años de desviación y de pecado no pueden borrar del corazón la huella que allí han dejado las instrucciones y oraciones de una madre.
Notas:
1. Salmo 46:10.
2. John Newton (1725-1807). Se le conoce, quizá, sobre todo por su himno Amazing Grace [Sublime gracia], pero escribió docenas de himnos aparte de este, y numerosos volúmenes de otras obras fruto de su pluma y de su corazón. The Banner of Truth ha reimpreso ese conjunto de 6 volúmenes.
Reservados todos los derechos ©2010