El pastor y su esposa
Queridos hermanos, elevemos juntos una oración pidiendo la gracia y la ayuda del Señor para poder seguir con el estudio de su palabra:
“Dios y Padre de misericordia, te pedimos en este momento que nos des el Espíritu Santo. Haz que recibamos la instrucción de tu palabra para que nos enseñe a ser hombres de Dios, hombres piadosos, hombres cristianos en nuestros hogares.
Que podamos ser instrumentos en tus manos; que seamos siervos en tu familia; que seamos verdaderos ministros del nuevo pacto. Haz que podamos ser eficientes en nuestros esfuerzos por impulsar tu reino; que llevemos fruto y demos gloria y alabanza a Jesucristo. En su nombre te lo pedimos. Amén”.
El tema que vamos a tratar en esta hora es la prioridad que debe dar el pastor al cuidado de su familia. En la hora anterior vimos el cuidado que el pastor debe tener en cuanto a sí mismo y consideramos la prioridad de mantener nuestra propia salud espiritual. Vimos que teníamos que ser hombres cristianos verdaderos.
Es necesario que seamos disciplinados en nuestra devoción hacia Cristo, en nuestra lectura devocional de la palabra de Dios y en nuestra vida secreta de oración. Asimismo, debemos esforzarnos por mantener una buena conciencia delante de Dios y de los hombres.
Al considerar la necesidad de mantener nuestra salud, debemos referirnos también a la cuestión de la salud intelectual. Debemos aceptar el reto que nos presenta la palabra de Dios en cuanto a mantener un vigor intelectual, sobre todo en nuestros hábitos de lectura.
La palabra de Dios puede plantear también un desafío en lo que respecta al mantenimiento de nuestra salud física. Debemos esforzarnos como hombres para tener una buena salud física y estar fuertes de modo que podamos tener vigor y energía para desarrollar el ministerio del Evangelio.
De este modo, evitaríamos enfermedades innecesarias que nos representarían un obstáculo para la constancia en nuestros ministerios. Haciendo uso de la palabra de Dios, podríamos referirnos a nuestra salud emocional y ver la necesidad que tiene el ser humano de relacionarse con otros para poder tener salud y vigor emocional.
Durante esta hora en que hablaremos de nuestra relación con nuestras esposas y nuestros hijos, tocaremos indudablemente y, en gran medida, el tema de nuestra salud emocional. Está claro que, a la hora de plantearnos este estudio, nuestro enfoque se halla en nuestras propias familias.
En nuestra calidad de pastores, somos hombres y formamos parte de nuestra comunidad. Somos hombres en la comunidad de nuestras iglesias y vivimos como uno más en medio de ellas. No tenemos un ministerio itinerante que nos haga viajar de iglesia en iglesia.
Las Escrituras nos identifican con frecuencia como hombres casados y, en la mayoría de los casos, los hombres casados suelen tener hijos. Se instruye a la congregación según la palabra de Dios. Se le dice a sus miembros que miren dentro de ella y en su comunidad, con el fin de identificar a aquellos hombres que, a su modo de ver, han recibido el Espíritu Santo y han sido preparados y equipados para llevar a cabo la labor de pastorear.
Con este objeto, una de las cosas que se les suele decir es que observen cómo se comportan en la relación con sus familias. Si han podido reconocer que tiene las aptitudes de líder y que las ejerce en el seno de su propio hogar, entonces será muy fácil determinar quién tiene la capacidad de liderar a la iglesia.
Se les dice que la forma en que un hombre ame y guíe dentro de su hogar será la manera en que amará y guiará a la iglesia. Las aptitudes que tenga para guiar a su esposa y a sus hijos serán las mismas que aplicará a la hora de proporcionar liderazgo al pueblo de Dios.
Así pues, resulta sencillo discernir si un hombre está capacitado para ser pastor en su comunidad solo con analizar la relación que tenga con su esposa y con sus hijos. A diferencia de cualquier otra vocación, en la mayoría de los demás trabajos que un hombre suele desempeñar, usted no va al trabajo y su jefe le pregunta cómo va su matrimonio. No es asunto suyo.
Si usted se dedica a vender artilugios, lo único que a él le importa es que venda todos los que pueda. Si su matrimonio se está yendo al garete es algo que no le importa en absoluto, mientras no deje de vender los artilugios. ¿Cómo están sus hijos? A él le trae sin cuidado mientras usted siga siendo productivo. Pero nuestra tarea no es así.
Por así decirlo, nosotros somos nuestro trabajo. En el ministerio del Pastor Meadow y en los estudios que estamos manteniendo aquí, nosotros somos la expresión en esencia de nuestros ministerios. Nuestra forma de ser como hombres queda en total evidencia en nuestros propios hogares porque si uno no es cristiano en su casa, simplemente no es un cristiano.
Si un hombre no es cristiano en su matrimonio, no es cristiano; si no es cristiano en el seno de su familia, no es cristiano. Sus relaciones primarias son indicativas para que la iglesia pueda observar y ver quién es el cristiano maduro; quién es el hombre que tiene esa capacidad de liderazgo, quién es el que puede amar, el que puede tener influencia sobre nuestras almas, alentarnos y dirigirnos en las cosas de Dios.
Bien; en lo primero que debemos fijarnos, pues, es en la forma en la que el pastor cuida de su esposa. Veamos las cualificaciones que se detallan en primera de Timoteo, capítulo tres y versículo dos. Nuestros ojos se encuentran con estas palabras: “Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer”.
Una vez más, Pablo da por sentado aquello que es normal para los hombres que viven en sus comunidades: se trata, por lo general, de hombres casados y suelen tener hijos. La preocupación global, con respecto a la iglesia, a la hora de determinar si un hombre está cualificado o no para el ministerio depende de su reputación, de su irreprochabilidad.
Como vimos al final de nuestro último estudio, primera de Timoteo tres, versículo dos y, de nuevo, en el versículo siete, vemos que lo que está en juego es el honor del nombre de Dios, de ahí la importancia de la calidad de los hombres que escogemos como líderes.
El nombre del Señor no debe ser blasfemado entre los gentiles por culpa nuestra. Por esa razón, la reputación y la irreprochabilidad del hombre deben ser un crédito. Se lo debe a las conciencias de los que están fuera y los que están dentro de la iglesia.
Esta es la preocupación que debemos tener cuando consideramos la vida familiar del hombre. Nos estamos preguntando: ¿tiene este hombre una vida familiar ejemplar? ¿Impone la integridad del Evangelio? ¿Honra el nombre de Dios? Si la vida del hombre no es ejemplar, entonces la iglesia tiene razones para preguntarse si el pastor está verdaderamente cualificado para su tarea.
En primera de Timoteo tres, versículo once, vemos algo muy interesante. El versículo describe aquí, en griego, las “gune”, las mujeres. Dice así: “De igual manera, las mujeres deben ser dignas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo”.
Ahora bien; la interpretación de este versículo depende de la forma en que se traduzca esta palabra griega. Los eruditos conservadores nos presentan dos opciones principales: una es que la palabra “gune” debería traducirse por “mujer” y que Pablo está pensando aquí en un grupo de obreras femeninas que sean auxiliares para los diáconos.
Yo creo que este criterio se impone, siempre y cuando no estemos estableciendo un nuevo oficio en la iglesia. Yo creo realmente que, en nuestras iglesias, las mujeres deberían ser consideradas como ministras que, por así decirlo, contribuyen a la vida y el ministerio dentro de las mismas.
El pastor Meadows ya nos enseñó en su último estudio que las mujeres ancianas deben enseñar a las más jóvenes; que existe un ministerio para las mujeres en la iglesia para el que están particularmente cualificadas y que tenemos que alentarlo.
Cuando interpretamos este pasaje teniendo en vista la vida de Febe, en Romanos dieciséis, versículo uno, vemos que era una sierva en la iglesia. Yo creo que sería muy beneficioso que alentáramos a las mujeres en nuestras iglesias a comprometerse de una forma más agresiva en el avance del Evangelio, en su trato unas con otras y en sus ministerios en general.
Pero la palabra puede traducirse también como “esposa” y esta es la traducción que se le da en el versículo dos: marido de una “gune”, una sola esposa. De nuevo, cuando se refiere a los diáconos, dice que deben ser maridos de una sola esposa en el versículo doce, y de nuevo encontramos la palabra “gune”.
De forma que, a mi modo de ver, el contexto nos conduce a pensar que Pablo se está refiriendo aquí a las esposas. No soy dogmático, pero esta es la forma en la que voy a interpretar y manejar el pasaje en nuestro estudio.
Si Pablo describe aquí tanto a la esposa del diácono como a la del anciano, lo que está diciendo es que ambas tienen unas cualificaciones o características básicamente iguales y que se ven primeramente en sus esposos.
Al comparar el versículo ocho con el once observad: “De la misma manera, también los diáconos deben ser dignos […]”. Veamos ahora el versículo once: “De igual manera, las mujeres deben ser dignas”. Versículo ocho: “[…] de una sola palabra”. Versículo once: “[…] no calumniadoras […]”. Versículo ocho: “[…] no dados al mucho vino […]”. Versículo once: “[…] sino sobrias […]”. Versículo ocho: […] ni amantes de ganancias deshonestas”. Versículo once: “[…] fieles en todo.
Cuando alineamos estos dos versículos podemos ver un paralelismo en el vocabulario y en los conceptos que Pablo tiene en mente cuando describe a la esposa del diácono, la de un anciano, y las compara. Entonces vemos estas similitudes.
Sugiero que al interpretar el pasaje de este modo, interpretando que se refiere a la mujer como esposa, debemos entender que Pablo nos está presentando a nosotros, más que a la iglesia en realidad, una de las mejores pruebas de la cualificación que un hombre debe tener para ejercer un liderazgo espiritual.
La pregunta de la iglesia es: ¿qué tipo de liderazgo espiritual nos proporcionará este hombre si le nombramos pastor de nuestra iglesia? ¿Cómo influenciará a otras personas? ¿Qué tipo de influencia tiene sobre los demás?
¿Tiene la habilidad de conducir a otra alma a la verdad y aportarle algún beneficio espiritual? ¿Puede llevar a personas inconversas al mundo del Evangelio y conducirlas a Cristo? ¿Es capaz de alimentar la fe de los pequeños y de los creyentes? ¿Cómo es su liderazgo?
¡Bueno! ¿Qué mejor forma de contestar a esta pregunta que mirando a la esposa de ese hombre? Al hacerlo veremos el impacto de su liderazgo, su amor y su dirección espiritual sobre aquella persona que Dios le ha dado para que él sea su cabeza, para dirigirla amarla?
La aptitud del pastor para el liderazgo espiritual será absolutamente evidente en la forma en la que trate a su propia esposa. Ella es la respuesta a la pregunta sobre la influencia que este hombre puede tener sobre otras personas.
¿Prosperará la iglesia bajo su liderazgo, o se irá debilitando? ¿Madurará la iglesia y florecerá o más bien se encogerá y se marchitará? Se puede hacer una lectura tremenda de la forma en la que su liderazgo se ejerce y en el fruto que lleva en sus relaciones domésticas.
Así pues, cuando veáis estas características de la mujer, que se describen en el versículo once, estaréis viendo un reflejo de las características de su esposo, según nos las refiere el versículo ocho. Ella refleja el carácter de él. Es un reflejo de sus virtudes.
Ahora bien, no estoy diciendo que una mujer cristiana sea incapaz de cultivar esas virtudes piadosas de forma separada de su esposo. Quiero decir que la esposa de un pastor debe mostrar esas virtudes que son evidentes por su colaboración en el ministerio espiritual de él en el hogar y que, de hecho, él la está conduciendo a la madurez espiritual.
Si el anciano es verdaderamente un hombre de carácter piadoso y capaz de influenciar a los demás con su santidad, entonces ¿dónde será esto más evidente si no en su propio matrimonio? Pablo dice que si él la ama, entonces amará a la iglesia. Si es sensible con ella, Pablo dice que lo será con la iglesia.
Si ella se somete a él es porque lo respeta y confía en él; por consiguiente, la iglesia no tiene ningún motivo para pensar si es digno de confianza o no. Se ha ganado el respeto y la confianza de la mujer que le conoce y le ve en sus peores momentos, en privado y que sigue confiando en él.
Si ella no está dispuesta a que él la guíe, la iglesia debería preguntarse si se dejaría dirigir por él. ¿Qué sabe ella sobre él que nosotros desconocemos? Si no es capaz de mantener el respeto de su esposa, ¿no será porque ella ve hipocresía en el hogar?
Amigo mío, si no puedes mirar a tu esposa a los ojos mientras predicas; si no puedes dirigirte desde el púlpito a su conciencia como pastor suyo, algo está fallando. Si cuando estás predicando llegas a cuestiones de aplicación y en tu fuero interno sabes que no la puedes mirar a los ojos porque, si lo haces, sentirás que su mirada te está diciendo: “hum, ya sé a lo que te refieres”, es que algo está fallando.
Tendrás que decirte a ti mismo que algo no va bien y que tienes que trabajarte algún área en tu hogar. Tal vez deberás preguntarte si deberías estar detrás del púlpito llevando a cabo la tarea que haces. Mi esposa es parte de lo que me cualifica para estar en el ministerio.
Por consiguiente, el pastor debe convertir su matrimonio en una prioridad porque este demuestra si sabe o no cómo aplicar el Evangelio a sus relaciones personales. ¿Quién es la persona contra la que más pecas sino tu esposa? ¿Dónde se necesita más el Evangelio y con más frecuencia sino en tu matrimonio?
El Evangelio debe ser una parte constante en la comunicación entre marido y mujer porque peco más contra mi esposa que contra cualquier otra persona. Le digo cosas que no debería decirle y esto ocurre mucho más a menudo que con cualquier otra persona. Tengo una mala actitud hacia ella con más frecuencia que hacia cualquier otra persona.
Ella es quien da la respuesta a la pregunta de si soy o no un pecador que lucha contra su propio pecado que permanece, si sé llevar el Evangelio y aplicarlo a las relaciones personales. De este modo se verá si los creyentes de la iglesia pueden esperar que, cuando pecamos (y no digo “si pecamos”) los unos contra los otros, haya alguien que pueda dar el correspondiente liderazgo espiritual.
Sabrán si pueden confiar en que ese alguien sepa lo que significa reconocer su pecado, confesarlo, arrepentirse y buscar el perdón. Verán si sabe lo que significa perdonar y no ser rencoroso guardando el pecado contra aquella persona a quien se ha perdonado. Estarán seguros de su capacidad de de llevar a cabo la reconciliación y la paz del Evangelio. ¿Quién tiene las aptitudes para esto? ¡El pastor! ¿Puede llevarlo a cabo? ¡Pregunta a su esposa!
¿Por qué? Porque si está pecando en algún área se trata con seguridad de la que se refiere a ella. Ella podrá decirte si sabe cómo reconocer su pecado y como arrepentirse. ¿Sabe cómo perdonar? ¿Sabe cómo ser líder en las relaciones personales, triunfar sobre el pecado y llevar la victoria del Evangelio, en lugar de la amenaza que supone ese pecado para el carácter de nuestra comunidad?
La iglesia necesita saber que ese hombre conoce la forma de liderar mediante el Evangelio. En Efesios capítulo cinco, versículo veintidós dice:
“Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. El marido es la cabeza de la mujer, así como Cristo lo es de la Iglesia”.
Se le ha dado la posición de responsabilidad y liderazgo. No debemos ejercer como señores sobre nuestras esposas como los gentiles que se hacen con la autoridad y la convierten en tiranía y manipulación. Debemos liderar en Cristo; no debemos ejercer la autoridad para nuestros propios propósitos egoístas, ni debemos imponernos a la fuerza sobre otros. Debemos hacerlo mediante la entrega.
Debemos gobernar mediante el servicio. Tenemos que hacerlo como un salvador para que el resultado de nuestro liderazgo sea promover la salvación de aquellos a los que estamos guiando. Pablo sigue diciendo en el versículo veinticinco:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada”.
El liderazgo del marido debe ser la expresión del amor del Evangelio, de un gobierno como el de Cristo, que es servicio. De esta forma, está dispuesto a sacrificarse por su esposa como Cristo lo hace por la Iglesia; debe hablarle con palabras que la santifiquen, la edifiquen, la levanten, la limpien y la purifiquen.
Así pues, en el versículo veintisiete, está satisfecho y la presenta ante sí mismo como el resultado de su liderazgo: una mujer que ha madurado y florecido en su feminidad, que es como la esposa de Cristo, gloriosa por la belleza de su piedad.
Se presenta ante él y él se siente satisfecho, se sacrifica, santifica y siente contentamiento al recoger el fruto de su matrimonio hecho de amor y liderazgo según el Evangelio. Seguimos con el versículo veintiocho:
“Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de su cuerpo”.
El amor del esposo debe ser algo que dé vida porque es una sola carne con su mujer. La salud y el vigor de ella son también los suyos. Debe amarla como se amaría a sí mismo porque es una sola carne con ella. Debe alimentarla; esto significa que debe proporcionarle alimento para algo: para su salud y bienestar.
Debe ser cariñoso con ella. En el original esta palabra significa suavizar algo calentándolo, manteniendo la relación en un estado cálido y afectuoso, cuidando tiernamente de ella, suavemente, dulcemente. Como dice Pablo, tiene que considerarla como vaso más débil porque es tierna y frágil.
El liderazgo de él no debería aplastarla, sino alimentarla. ¿Por qué? Porque así es como Cristo trata a su Iglesia: la alimenta y la cuida. Él sirve a su Iglesia con ternura, bondad, cariño y sacrificándose a sí mismo. De esta manera, la va guiando hacia la santidad.
Pablo dice ahora que esta es la forma en la que vosotros, maridos cristianos, debéis amar a vuestras esposas. Luego le dice a la iglesia que debe encontrar a hombres que amen así a sus esposas y los nombre pastores.
Por consiguiente, el pastor debe dar prioridad a su matrimonio porque este será una demostración para los que estén en la iglesia y fuera de ella, del tipo de liderazgo que el propio Jesús da a su Iglesia.
¿Cómo lidera Jesús a su Iglesia? La congregación debería contestar: de la forma en que nuestro pastor lleva su matrimonio. Nos está dando un modelo, un ejemplo de la forma en que Cristo ama a su iglesia. Por este motivo le nombramos pastor, porque reconocimos un liderazgo similar al de Cristo.
La forma en la que dirige a su esposa es la manera en la que queremos que nos guíe como iglesia. Es a la manera de Cristo. Entiende y aplica el Evangelio. A medida que ejerce el liderazgo espiritual procura ver cómo prosperan aquellos a los que está dirigiendo.
La forma en la que haya alimentado a su esposa, la manera en la que ella haya crecido bajo su dirección será el tipo de influencia que deseamos como pueblo de Dios. Reconocemos las aptitudes, los dones, las virtudes para ese tipo de liderazgo. Nos gustaría que ese hombre fuese nuestro pastor. ¿Veis cómo encaja todo?
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