Cómo debe cuidar el pastor de sí mismo IV
En primer lugar, debemos entender que el método de Dios es utilizar a hombres piadosos.
En segundo lugar, debemos comprender que esto significa que tenemos que ser verdaderos cristianos, discípulos bíblicos cuyas vidas estén orientadas hacia Cristo.
En tercer lugar, el pastor debe ser disciplinado en su devoción por Jesús.
Y ahora en cuarto lugar, el pastor debe mantener una buena conciencia delante de los hombres y delante de Dios. Debe hacerlo.
Sugiero que lo más importante que poseemos como hombres, como pastores, y como cristianos es una buena conciencia.
Cualquiera que sea el tipo de casa en el que vivamos y el coche que tengamos, nuestra posesión más valiosa es una buena conciencia. No importa cuál sea el tamaño de tu biblioteca, esta no es tu más preciada pertenencia.
A veces entramos en casa de algunos hombres y su biblioteca es inmensa. Y uno piensa: ¡Vaya! ¡Qué patrimonio! Pero lo más valioso que uno puede poseer es una buena conciencia. Una conciencia comprometida os debilitará desde el interior.
Contristaréis al Espíritu Santo y perderéis el poder espiritual necesario para tener influencia sobre el alma de otras personas. Estaréis inquietos. Os volveréis renuentes a utilizar la espada porque cuando la desenvainéis, cortará vuestra propia conciencia. Por esta razón, la mantenéis enfundada no sea que haga agujeros a vuestra propia conciencia. Así pues, empezamos a dejarnos llevar por la inercia.
¿Sabéis? Influenciamos a los demás y a la cultura en la conciencia, así es cómo somos la sal de la tierra y la luz del mundo.
Debemos iluminar nuestra conciencia con la luz de la palabra de Dios. Si nuestra vida no condena o convence la conciencia de los demás no seremos capaces de influenciarlos para llevarlos al Señor Jesucristo.
El poder del ministerio es mantener una buena consciencia.
En Hechos capítulo veinticuatro y versículo dieciséis, esto es lo que Pablo declara:
“Por esto (en vista de la seguridad de la resurrección tanto de los justos como de los impíos) yo también me esfuerzo (lo convierto en mi prioridad y hago todo lo posible) por conservar siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres”.
¿Qué implica mantener una buena conciencia delante de Dios? Bueno, ciertamente significa esto: que no escondes el pecado del Señor. Que no te pones una hoja de higuera ni te escondes detrás de un arbusto intentando apartarte de la vista y de la mirada de Dios.
¿Sabéis una cosa? El pecado nos engaña. Trata de convencernos para que lo aceptemos en nuestra vida y que lo toleremos. Nos dice que no nos va a dañar tanto como pensamos.
Pero Jesucristo percibe la presencia del pecado y, a menos que lo reconozcamos y lo confesemos, si lo escondemos, debemos pensar que Él lo ve de todos modos. Y esto será una separación en nuestra comunión con Él. Y nuestra alma empezará a distanciarse de Él porque Cristo no tendrá comunión con nosotros mientras abracemos nuestros pecados con afecto y los aceptemos.
El pecado nos endurece, nos ciega, nos ensordece; nos hace insensibles al ministerio del Espíritu. Si tienes principios y estás comprometido con la disciplina de la oración secreta, esta será la mayor parte del tiempo la ocasión en la que el Espíritu se reunirá contigo en tu lectura regular de la palabra de Dios y en tu hábito de la oración secreta.
Te confrontará con el pecado al que te has acomodado. Vienes a la presencia de Dios como un discípulo y el Espíritu está presente para exponer tu pecado. En el Salmo 139 dice:
“Oh Señor, tú me has escudriñado y conocido. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh Señor, tú ya la sabes toda.
Por detrás y por delante me has cercado, y tu mano pusiste sobre mí. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar. ¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia?”.
¿Qué podemos esconder de Dios? Todos nuestros pensamientos, todas nuestras palabras, nuestras acciones están expuestas delante del Señor y Dios.
En el Salmo diecinueve, desde el versículo doce leemos:
“¿Quién puede discernir sus propios errores? Absuélveme de los que me son ocultos. Guarda también a tu siervo de pecados de soberbia; que no se enseñoreen de mí.
Entonces seré íntegro, y seré absuelto de gran transgresión. Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía y redentor mío”.
Esta es una oración en la que el corazón está abierto y los pecados quedan expuestos, en la lectura regular de la palabra de Dios. Eres un discípulo disciplinado de Cristo e irás a esos textos que te obligan a introducir estas palabras en tus oraciones y a abrir tu corazón y decir: “Oh Señor, tú me has escudriñado y conocido”.
En el Salmo cincuenta y uno tenemos la oración de confesión:
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas.
He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría; que se regocijen los huesos que has quebrantado.
Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu santo Espíritu.
Restitúyeme el gozo de tu salvación, y sostenme con un espíritu de poder. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti”.
Antes de entrar en un ministerio público en el que tendré que tratar con pecadores e instruir a otros acerca de la palabra de Dios, debo saber que estoy limpio en la presencia de Dios y esto no puede ocurrir si estoy escondiendo algún pecado.
No puede ocurrir si estoy evitando pasajes como este y no trato con ellos dentro de mi corazón. El pecado. Mantener una buena conciencia con Dios significa que no estoy escondiendo mi pecado, que no estoy ignorando lo que Dios quiere que haga. No me estoy negando a hacer lo que Él me ordena. Estoy haciendo su voluntad y estoy dispuesto a cumplirla de forma que cualquiera que sea el deber que encuentre en mi Biblia, me sentiré deseoso de andar por el sendero de ese deber.
Tener una buena conciencia delante de Dios significa que no estoy rechazando o negando nada de lo que el Espíritu me va a enseñar de la palabra de Dios. Significa que estoy dispuesto a someter mi mente a lo que la Biblia enseña, aunque descubra que algunas de las cosas que he creído durante mucho tiempo se ven retadas por las Escrituras.
Estoy dispuesto a arrepentirme, no solo de la actividad no bíblica, sino también de los pensamientos que no lo son y a someter mi mente a la palabra de Dios.
Conservar una buena conciencia delante de los hombres significa que estoy dispuesto a resolver cualquier área de discordia en mis relaciones con los demás. Como veremos en nuestra próxima hora, mantener una dinámica espiritual saludable en mi matrimonio y en mi relación con mis hijos también significa que no estoy permitiendo que mis pecados dañen mi relación con mis colegas líderes en la iglesia o con el pueblo de Dios, entre los que vivo o quienes hago negocio.
En primera de Timoteo capítulo tres, la lista de cualificaciones de un hombre para el ministerio termina con una preocupación primaria de Pablo que tiene la función de un sujeta-libros. En el versículo dos leemos: “Un obispo debe ser, pues, irreprochable” y en el versículo siete: “Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia”.
Esta es la preocupación primordial de Pablo: que seas un hombre que no transige en su trato con los demás, que conserves una buena conciencia delante de los hombres en la iglesia, por encima de todo reproche y con los de afuera de ella con una buena reputación.
De este modo, no ofenderás a nadie, serás un hombre que, cuando la iglesia diga: “este es nuestro pastor” y otros te conozcan, no se sorprendan diciendo: “¿Me estás tomando el pelo? ¿Este es vuestro pastor? Hice negocios con él. No es un buen trabajador”.
¿Eres un buen obrero? ¿Eres aplicado y diligente o eres perezoso? ¿Piensan los demás que mereces todo el respeto? ¿Conservas una buena conciencia delante de los hombres de forma que están convencidos de tu integridad?
¿Eres un hombre iracundo? ¿Violas el sexto mandamiento? ¿Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados Hijos de Dios? ¿Robas lo que no es tuyo? ¿Eres un hombre honrado? ¿Confían los demás en ti? ¿Te respetan?
¿Le dirían otros hombres a sus hijas: “Cuando te cases, me gustaría que lo hicieras con un hombre como…” y te señalarían a ti? ¿Te ven irreprensible; te respetan?
Amigo mío, por más que se repita nunca se hará demasiado hincapié. Si no conservas una buena conciencia te encontraras probablemente en el camino que lleva a la apostasía. En primera de Timoteo uno, versículo diecinueve, Pablo alienta a Timoteo a “guardando la fe y una buena conciencia, que algunos han rechazado y naufragaron en lo que toca a la fe. Entre los cuales están Himeneo y Alejandro”.
Timoteo había conocido a esos dos hombres y cuando Pablo le dice:
“guarda la fe, la integridad doctrinal, la fidelidad y una buena conciencia. Algunos no lo han hecho y han jugado con su conciencia. La consecuencia ha sido el naufragio. Han apostatado y su vida es ahora como una ruina sobre las rocas”.
Timoteo debía saber quiénes eran Himeneo y Alejandro. Algunos de nosotros que estamos en este salón hoy nos acordamos de nombres que vienen a nuestra mente cuando leemos pasajes como este. Son hombres que sabemos que no guardaron una buena conciencia delante de Dios y delante de los hombres.
A pesar de ello se levantan, predican y dirigen la oración pública, pero al mismo tiempo están desarrollando una vida paralela, una doble vida. En lugar de cultivar la oración en secreto, cultivan los pecados secretos. En vez de mantener el conocimiento de la intimidad y la relación con Jesucristo, alimentan el de la intimidad con hombres y mujeres perversos.
El sexo y el dinero son los dos peligros principales en el ministerio. Algunos de nosotros hemos conocido a hombres que han caído en hábitos de lujuria, cogiendo dinero que no debían, entregándose a placeres sexuales que no debían y lo han hecho durante un tiempo hasta que Dios los ha dejado en evidencia y ahora su vida es como ruinas sobre las rocas.
Los matrimonios se han arruinado. La relación con los hijos también. La posición financiera, la reputación social, toda una vida de ministerio, el equilibrio sicológico, todo como una ruina. No fueron capaces de guardar la fe y una buena conciencia. Aunque llegaran a conocer el perdón de Dios de nuevo en la gracia, sigue habiendo una destrucción porque Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
Hermanos, la batalla de vuestra alma en el ministerio está exactamente en esto. Aquí es donde se gana esa pelea y donde se pierde: en guardar la salud espiritual, en la lectura devocional de la palabra de Dios, la vida de oración devocional y conservar una buena conciencia.
Salomón dice en Proverbios cuatro, versículo veintitrés: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida”. Todo lo que concierne especialmente al ministerio fluirá en la calidad de tu salud espiritual y en la de tu corazón.
Esta es nuestra pelea; aunque vayamos haciéndonos mayores y nos enfrentemos a los desafíos de un extenso ministerio, la pelea sigue siendo la misma: ¿cómo está tu conciencia? ¿Es posible que estés llevando una doble vida y que los hombres que están aquí te conozcan de una forma, pero Dios te vea viviendo de otro modo?
¿Qué haces en secreto? ¿Oras o pecas en secreto? ¿Cómo está tu conciencia? ¿Tienes una buena salud espiritual? ¿Eres un hombre piadoso? Si lo eres, entonces eres el método de Dios. Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre es el tuyo. ¡Sed el método de Dios! ¡Sed hombres piadosos y un gran instrumento en la mano de Dios!
Oremos:
Padre nuestro, te pedimos que tu Espíritu descienda y nos vuelva a condenar por las cosas que hay en nuestro corazón, esas cosas que se hallan en nuestra vida. Sabemos que son pecados y que son un estorbo que pueden derrotarnos fácilmente y ser un obstáculo en la carrera que tenemos por delante.
Padre, danos el deseo de tener buena salud y energía espiritual. Que no caigamos en los hábitos del ministerio de forma que perdamos la vitalidad de la comunión con Cristo; que el ministerio llegue a convertirse en un mero trabajo en una función. ¡Ayúdanos, Dios nuestro, a ser hombres piadosos que caminan con Cristo para que podamos ser instrumentos en tu mano por el bien de tu pueblo y para la gloria de tu nombre! Amén.
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