Deberes mutuos de maridos y esposas II
“Amaos unos a otros, entrañablemente, de corazón puro” (1Pedro 1:22).
El afecto mutuo del uno por la compañía del otro es un deber común del marido y de la esposa.
Estamos unidos para ser compañeros, para vivir juntos, caminar juntos y hablar el uno con el otro. Contraer matrimonio es absurdo para aquellos que no tengan en perspectiva la vida en común.
Los casados no deberían estar separados más de lo necesario. Algunas circunstancias hacen que algún viaje ocasional sea inevitable. En estos casos, el regreso ha de hacerse tan pronto como el propósito del viaje se haya cumplido. El hombre debe tener siempre en mente las palabras de Salomón “Como pájaro que vaga lejos de su nido, así es el hombre que vaga lejos de su hogar”.
¿Puede descargarse el hombre, mientras está lejos de su hogar, de los deberes que tiene para con su familia? ¿Puede disciplinar a sus hijos? ¿Puede mantener la adoración a Dios en su familia?
Es deber de la esposa conducir la devoción en ausencia del esposo. Sin embargo, pocas están dispuestas a ello y, por ese motivo, uno de los santuarios de Dios queda cerrado durante semanas o meses.
Es triste que algunos maridos tengan más apego a cualquier compañía que a la de sus esposas. Esto se ve en la forma de distribuir su tiempo de ocio. ¡Qué poco tiempo les apetece apartar para pasarlo con sus esposas!
La noche es el periodo más familiar del día. Este tiempo le pertenece particularmente a la esposa: está más libre de sus numerosas tareas, y tiene más libertad para disfrutar de una buena lectura o de un rato de conversación. Es muy triste cuando vemos que un hombre prefiere pasar sus noches fuera de casa. Esto implica que algo va mal y vaticina algo aún peor”.
Para asegurar, en la medida de lo posible, la compañía de su esposo en el hogar, la mujer debe ser un “guardián de la casa”. Debe hacer todo lo que pueda para que ese lugar sea lo más atractivo posible. Debe estar de buen ánimo, tener la casa en orden y fomentar una conversación alegre y cariñosa. Debe esforzarse para que el hogar sea el lugar idóneo en el que éste pueda descansar rodeado de su familia.
El hombre de hoy se halla en un estado caído; la culpa le atenaza la conciencia y la preocupación presiona su corazón. Al volver del ambiente de tensión y presión del trabajo, necesita aún más el apoyo que le brinda la compañía de su mujer. Busca que ella ahuyente las preocupaciones de su corazón.
Necesita que ella alise su ceño fruncido por la tristeza; que tranquilice su pecho agitado por el enfado; que repruebe y, a la vez, conforte su mente que de alguna manera ha sucumbido a la tentación. Mujer, tú sabes a qué hora vuelve el “buen hombre de la casa” al medio día, o cuando el calor y la carga del día ya han pasado.
No le dejes en ese momento, cuando está agotado por el esfuerzo del trabajo, y se desploma por el desánimo. No permitas que cuando llegue a su domicilio encuentre que no estás para recibirle. No dejes que la mano que debería limpiar el sudor de su frente esté llamando a la puerta de otras casas.
No hagas que se encuentre en medio del desierto cuando debería entrar a un jardín. No permitas que halle confusión en vez de ver todo en orden; que encuentre suciedad donde debería haber esa pulcritud.
Si al llegar a casa no encuentra nada de esto, sentirá la angustia de la decepción. Sentirá la amargura del marido desatendido, se dará la vuelta y se marchará. No ha encontrado el bienestar que deseaba disfrutar en su casa, ni la compañía que esperaba hallar en su esposa. Ahora buscará un sustituto para ello en casa de otros hombres o en la compañía de otras mujeres.
De este modo, unidos como compañeros, el hombre y la mujer deben estar el uno dentro del mundo. Cuando necesitan la ayuda de bailes, viajes, juegos, partidas de cartas para aliviar el tedio que les produce la vida del hogar, es que algo no funciona en la vida familiar.
A mi juicio, cuando los placeres del hogar y de la compañía que este proporciona son todo lo que se podría desear, no llegan nunca a empalagar.. Cuando los esposos vean que no necesitan nada más para ser felices, entonces no dejarán el calor de su hogar para ir al baile, al concierto o al teatro. Entonces, ya no nos veremos obligados a demostrar que las diversiones públicas son inadecuadas ya que se verá que son innecesarias.
Sin embargo, no se debe permitir que los placeres del hogar interfieran con el llamamiento y las responsabilidades del deber público. Las mujeres no deben exigir, ni los maridos deben dar, ese tiempo exigido para Dios y para ayudar a los hombres. Aquellos que por su sabiduría, sus talentos, su posición o sus propiedades reciben la confianza del público deben estar dispuestos a asumir la dirección de los departamentos ejecutivos de nuestras sociedades.
Tampoco deberían permitir que el suave encanto de sus hogares les apartara de lo que es obviamente su puesto y su deber. Debo reconocer que es un precio muy alto el que se paga por contribuir a la causa de la religión y de la humanidad.
¿Pero quién puede hacer el bien, sin estar dispuesto a hacer sacrificios? Conozco a un ministro, sumamente santo y servicial, que le dijo a la dama con la que estaba a punto de unirse, que una de las condiciones para su matrimonio era que nunca le pidiera ese tiempo que en un momento dado él considerara debía darle a Dios.
4. LA PACIENCIA MUTUA ES OTRO DEBER DEL MARIDO Y DE LA ESPOSA
Esto es algo que les debemos a todos, sin exceptuar al extranjero o a un enemigo, y cuánto más a nuestro amigo más cercano, es decir, nuestro conyugue. En toda relación de la vida hay necesidad y lugar para el amor que
“es paciente, es bondadoso; que no tiene envidia; que no es jactancioso ni arrogante; que no se porta indecorosamente; que no busca lo suyo, ni se irrita, ni toma en cuenta en mal recibido; que no se regocija de la injusticia sino que se alegra con la verdad; que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Donde hay pecado, o existe la imperfección, hay lugar para la paciencia del amor. En la tierra no existe la perfección. Es cierto que, a menudo, los enamorados se imaginan que la han encontrado, pero el juicio más sobrio de aquellos que están casados suele corregir este error.
Todos deberíamos entrar en el matrimonio recordando que estamos a punto de unirnos a una criatura caída. Como dice el Sr. Bolton, no se trata de dos ángeles que se han encontrado sino de dos hijos pecadores de Adán con muchas debilidades y rebeldía.
Por consiguiente, debemos asumir que hay imperfección. Debemos recordar que en nosotros nada produce paciencia hacia el otro. Por lo tanto, debemos ejercitar esa paciencia que pedimos. Ambos tienen debilidades y tienen que estar constantemente juntos; surgirán muchas ocasiones en las que, si queremos discutir, no solo pueden producir una interrupción temporal del amor, sino que pueden llegar a matarlo.
Deberemos hacer la vista gorda muchas veces, otras tendremos que pasar algunas cosas por alto y no dejar que nos provoquen. En cualquier caso, debemos evitar con sumo cuidado incluso lo que puede parecer una discusión inocente.
El amor exige que nos señalemos mutuamente nuestras faltas, pero con toda la mansedumbre de la sabiduría y toda la ternura del amor. De otro modo, no haríamos más que aumentar el mal que pretendemos evitar o sustituirlo por uno aún mayor.
La justicia, como la sabiduría, requiere que pongamos las buenas cualidades frente a los defectos. En la mayoría de los casos encontraremos algunas cosas buenas que serán una compensación y esto debería enseñarnos a sobrellevar los defectos con paciencia.
Cuanto más contemplemos estos buenos aspectos del carácter los defectos disminuirán y las virtudes crecerán en la misma proporción. En cuanto a la amargura en el lenguaje y la conducta violenta estos son totalmente vergonzosos.
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