¿Cómo practicamos la adoración?
La esencia de la salvación y la esencia de la adoración es la vida con Dios. La meta de la salvación es la vida con Dios: la vida con Dios que mora con nosotros, el Dios a quien le agrada tener contacto con su pueblo. Esa es la esencia de nuestra salvación, la esencia de nuestra adoración.
Esta perspectiva se expresa desde el principio hasta el final de nuestra Biblia. Lo vemos, por ejemplo, en Éxodo capítulo veintinueve; en este capítulo tenemos este testimonio de nuestro Antiguo Testamento. Allí encontramos las bendiciones de la adoración sacrificial reglamentada por Dios, en las que Él expresa la esencia de la promesa de Su pacto.
En Éxodo capítulo veintinueve y comenzando en el versículo cuarenta y dos leemos: “Será” [aquí se refiere al holocausto y al incienso]:
“Será holocausto continuo por vuestras generaciones a la entrada de la tienda de reunión, delante del Señor, donde yo me encontraré con vosotros, para hablar allí contigo. Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será santificado por mi gloria. Santificaré la tienda de reunión y el altar; también santificaré a Aarón y a sus hijos para que me sirvan como sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que soy el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto para morar yo en medio de ellos. Yo soy el Señor su Dios”.
Esta es la esencia de la bendición salvífica de Dios sobre Su pueblo que le adora: que Él mora en medio nuestro como nuestro Dios y nosotros como pueblo suyo.
Esto se expresa también en el Nuevo Testamento, en la era de la iglesia actual en segunda de Corintios, capítulo seis, desde el versículo dieciséis y hasta el versículo dieciocho leemos:
“¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré. Y yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
Yo habitaré en medio de ellos. Yo seré su Dios. Ellos serán mi pueblo. La nueva familia del pacto de Dios, hijos e hijas para Dios, constituidos como un templo, el templo del Dios vivo. Y aquí volvemos a tener nuestra esperanza final en la era venidera.
En Apocalipsis capítulo veintiuno, comenzando desde el versículo uno y hasta el versículo tres encontramos:
“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos”.
Y luego viene el versículo más glorioso, que es el versículo siete:
“El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo”.
Dios morará con nosotros; nosotros seremos los hijos de Dios y viviremos en una creación que habrá sido transformada en el tabernáculo mismo, el santo templo de Dios. Hermanos, yo creo que si nos aferráramos a esta verdad fundamental de que Dios mora en medio nuestro, una gran parte de nuestra confusión sobre la adoración empezaría inmediatamente a despejarse.
Si sintonizáramos nuestra fe para concretar la presencia de Dios con nosotros; si nos concentráramos en que Dios mora en medio de nosotros; si aprendiéramos a identificar que esto es la esencia de la adoración aceptable, que también se encuentra en otras iglesias, distintas a las nuestras en ciertas formas, pero en medio de las cuales podemos ver, a pesar de todo, la presencia de Dios; si aprendiéramos a reconocer esa presencia de Dios en medio nuestro y en otras iglesias, en mi opinión creo que se habría conseguido hacer un gran progreso que permitiría cultivar la unidad del Espíritu en los vínculos de la paz, y haría que nos alentáramos unos a otros para ir en busca de una adoración que diera honra a Dios.
Entre las iglesias cristianas encontramos diferencias. En mi opinión no estaría de más, llegado el caso, distinguir entre los elementos de adoración y las formas en que esta se puede llevar esta a cabo; los elementos de la adoración y las formas de adoración.
Por ejemplo, la oración es un elemento; es un componente, una actividad prescrita por la Biblia como elemento de adoración. Debemos orar, pero la oración corporativa puede tomar formas distintas. Hay iglesias que recitan al unísono el Padre Nuestro. Hay otras iglesias donde la oración se escribe y se utiliza un libro de oración. En otras iglesias lo que se practica es la oración extemporánea.
Ahora bien, por nuestra tradición, por nuestros antecedentes y por nuestra experiencia, nosotros podemos preferir una forma u otra. Sin embargo, podemos reconocer el elemento de la oración y, por este medio, nuestra conciencia puede ser dirigida. Por medio de la oración podemos llegar a creer que Dios está presente en medio de unas personas que, ciertamente están orando pero que, quizás, lo están haciendo de una forma distinta a lo que nosotros estamos acostumbrados y practicamos en nuestra iglesia local.
Luego, claro está, tenemos el elemento del cántico. Aquí nos encontramos con un verdadero reto hoy en día. Me produce temor incluso el simple tanteo del terreno en el que se encuentra este tema ya que es una mina que, sin duda, explotará bajo mis pies. Sin embargo, seguiré adelante con ello.
Cantar es un elemento de la adoración bíblica, pero existe toda una variedad de formas en las que se pueden presentar los cánticos en la adoración. Algunas iglesias tienen un coro y un tipo de música especial; en otras iglesias solo se practica el canto congregacional; otras solo cantan los Salmos.
Algunas iglesias usan coritos, en otras se usan los himnarios; las hay en las que se proyectan las palabras en una pantalla y en otras se canta a capela sin instrumentos; o solo con el piano; a veces solo la guitarra, y así sucesivamente. En algunas iglesias hay una pequeña orquesta.
Bueno, evidentemente yo tengo mis preferencias en estas cosas, y creo que tengo buenas razones para ello. Sin embargo, como hermano en Cristo que intenta fomentar la unidad de espíritu en los lazos de la paz, puedo al menos reconocer el elemento aunque admita que haya diferencias en las formas.
Ahora bien, yo creo que en consciencia podemos ser guiados a preferir una forma más que otra, según la información bíblica que tengamos. Pero lo que pretendo decir, en principio, es que debemos aprender a distinguir entre el elemento y la forma. Esto os liberará, y no constituirá una atadura ¿me comprendéis? Os liberará y hará que os sintáis hijos de Dios, alguien conciliador, e hijos del Altísimo; actuareis en gracia y os sentiréis unificados con los hermanos en la forma en que el Espíritu nos ha dado esa unidad.
Ahora, necesitamos conseguir un equilibrio en estas cosas; un equilibrio entre lo que está establecido y lo que está permitido; un equilibrio entre la ley y la gracia; un equilibrio en el compromiso con las normas bíblicas inflexibles, aunque reconociendo la presencia de Dios en las tradiciones y formas de adoración que expresan los elementos bíblicos. Quizás se trate de formas que son un tanto distintas a las que, de otro modo, contarían con nuestra preferencia y serían las que nosotros practicásemos.
Queremos tener una buena conciencia y, mientras adoramos, queremos saber que lo estamos haciendo en una forma de adoración bíblicamente establecida, en vez de hacerlo mediante elementos de adoración. Queremos tener una buena conciencia hacia los hermanos cuyas formas de adoración puedan ser distintas a las nuestras, aunque tengan igualmente sus principios y también sean bíblicas.
Necesitamos discernimiento, y para ello debemos darnos cuenta de que aquí hay un factor que entra en juego: el papel legítimo que tenemos como ancianos y pastores en la iglesia a la hora de dirigir la adoración a Dios.
Debemos dirigir a nuestra gente en adoración, y guiarles en una adoración que sea según las normas bíblicas. Pero debemos liderar a nuestra gente en la adoración. Esto significa que debe haber una sensibilidad hacia quiénes son, hacia su condición de pueblo de Dios. De este modo, junto con el pueblo de Dios y con nuestras Biblias abiertas, los líderes debemos guiar al rebaño a esa adoración que es según las normas bíblicas y que expresa la verdadera adoración que sale del corazón, en medio de ese pueblo en particular.
Somos específicamente responsables de generar el clima en el que se dirige la adoración, y gran parte de las formas de nuestra adoración proporcionará la información sobre el ambiente que se está generando en nuestra adoración. Si nuestras formas son descuidadas; si la forma en la que oramos, la forma en la que se presenta nuestra música; si las formas son informales y mundanas y no se distinguen por su reverencia; por darle honra a Dios, entonces el clima que estamos generando hace que a las personas les resulte difícil entender que han salido del mundo para entrar en la presencia de Dios.
Hay ciertas libertades que podríamos utilizar a la hora de expresarnos, pero por amor a la honra que hay que darle a Dios, necesitamos ser sabios en la forma en la que adoramos a Dios, en las formas de nuestra adoración en cualquier entorno cultural y en cualquier generación y tiempo.
Necesitamos dirigir a nuestra gente ejerciendo la autoridad bíblica, para poder establecer la clara distinción de que ahora hemos entrado en la presencia de Dios. Esto no solo debe hacerse por medio de los elementos de adoración, sino también por medio del ambiente, que tanto dice de las formas que usamos y, también, por la manera en la que llevamos a cabo nuestra adoración.
Debemos dirigir a nuestra congregación en estas cosas también, y cabe ejercer la autoridad legítima; esa autoridad de la que habla la Biblia que debemos utilizar a la hora de decir, como líderes o como ancianos, que esas son las formas que hemos elegido utilizar.
Es posible que algunos no estén expresamente de acuerdo con ello, o que quizás no les guste específicamente; pero cuando se trata de hacerlo, vosotros sois los ancianos y no ellos. Vosotros tenéis la responsabilidad de poner orden en la casa de Dios, en el tema de la adoración, y necesitáis tomar el liderazgo y guiar a vuestra gente a lo que sea más reverente y aquello que más honra le dé a Dios.
Así pues, debéis tener discernimiento; tenéis que tener sabiduría y aquí es donde el Espíritu Santo está más involucrado. Nos proporciona la gracia para ejercer nuestro liderazgo de manera que, por una parte, no ordenemos cosas que violen las normas bíblicas y que no seamos unos tiranos con respecto a la conciencia del hombre. Por otra parte, se encarga de que no seamos tan descuidados, negligentes y ególatras como para no tener la sensibilidad necesaria en el tema de conducir a las personas a una experiencia de santidad, una experiencia sagrada porque nos estamos acercando a la presencia de Dios.
No somos una reunión como otra cualquiera de las que se mantienen en nuestra cultura. A veces siento pena por mucha gente, especialmente por los jóvenes, por los niños, porque les puede resultar difícil expresar cuál es la diferencia entre ir a un concierto de música o ir a la iglesia. ¡Y debería haber una diferencia!
Nos corresponde a nosotros como líderes asegurarnos de que la diferencia sea palpable, que se pueda experimentar, de manera que en nuestras reuniones vengan a la presencia de Dios, que se postren y digan de verdad “Dios está en medio de vosotros”.
No tienen esa experiencia en una sala de conferencias en la universidad. No experimentan esto en un concierto de música. No tienen esa experiencia en una manifestación política, pero ¡sí la tienen en la iglesia! Por ese motivo tenemos que ser sabios en los tipos de formas que introducimos en la adoración a Dios y debemos guiar a las personas hacia elementos de adoración que estén dentro de la normativa bíblica.
Y bien, ¿cuáles son esos elementos? Propongo que sigamos el principio que se expresa, de forma sucinta, en Santiago capítulo cuatro y versículo ocho. En ese texto encontramos una exhortación que vamos a leer: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros”.
Aquí es donde voy a dividir nuestro estudio, en la hora final, en dos partes: las cosas que hacemos y por las que nos acercamos a Dios, y las cosas que se hacen en adoración por medio de las cuales Dios se acerca a nosotros. Como veis, la adoración es una dinámica en dos sentidos: lo que le damos a Dios y lo que recibimos de Él. Le ofrecemos nuestro sacrificio espiritual como sacerdotes, y Él responde morando en medio de nosotros y transmitiendo su presencia y su amor hacia nosotros.
Ahora bien, ¿cuáles son las actividades por medio de las cuales le damos nuestro sacrificio espiritual? En mi opinión el primero es la oración. En Mateo capítulo veintiuno, versículo trece, Jesús dice: “Mi casa será llamada casa de oración”. En Hebreos, capítulo trece y versículo quince: “Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre”.
Dar gracias y alabar son sacrificios. Son la adoración del sacerdocio del nuevo pacto. Nuestras oraciones deben expresar nuestra gratitud a Dios; debemos hacer oraciones en las que le demos gracias, oraciones de alabanza y adoración. La ingratitud mata a la adoración; un pueblo desagradecido no puede adorar.
Pablo nos habla acerca de la raíz de la idolatría, en Romanos capítulo uno, versículo veintiuno. Nos dice que aunque ellos conocían a Dios, no le honraban como Dios, ni le daban gracias, sino que se volvieron fútiles en sus especulaciones.
Era un pueblo incapaz de venir delante de Él con acción de gracias, y de ser agradecido en todo. Cualquiera que sea nuestra situación, sean cuales sean los retos a los que tengamos que enfrentarnos, somos un pueblo bendecido con la presencia de Dios; somos salvos.
Tenemos un Dios en el que nos gozamos y debemos ser agradecidos. Las oraciones de acción de gracias y alabanza son también oraciones de confesión de pecado. Una vez más es una adoración sacrificial y así lo vemos en el Salmo cincuenta y uno, versículo diecisiete: “Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás”.
Adoramos a Dios en nuestra condición de pecadores creyentes; por consiguiente, en nuestra adoración corporativa, nuestras oraciones deben expresar la confesión de nuestro pecado. Estamos confiando en Jesús como sacrificio expiatorio por nuestro pecado. Venimos delante de Dios y confesamos nuestro pecado, con humildad y con un corazón quebrantado y contrito.
Si la esencia de la adoración es conocer y experimentar a Dios en medio nuestro, entonces en Isaías cincuenta y siete, versículo quince Él nos dice dónde podemos encontrarle:
“Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos”.
Si adorar es conocer al Dios que mora en medio nuestro, entonces Dios dice: he aquí el pueblo en medio del cual yo habito, un pueblo contrito, un pueblo humilde, un pueblo que confiesa sus pecados, que ofrece el sacrificio de la oración y la confesión que procede de un corazón contrito. Tenemos también la oración de intercesión en primera de Timoteo, capítulo dos, versículos uno y dos:
“Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad”.
El versículo catorce del capítulo tres dice: “Te escribo estas cosas, esperando ir a ti pronto, pero en caso que me tarde, te escribo estas cosas para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad”.
Pablo, ¿qué quieres que hagamos? Pues bien, en primer lugar quiero que oréis y quiero que vuestras oraciones incluyan peticiones de intercesión en favor de los hombres, pidiendo por aquellos que están en puestos de autoridad, para que podamos vivir vidas pacíficas. Esto es aceptable a Dios, y también que intercedamos por los que aún tienen que venir al conocimiento del único Dios y el único mediador entre Dios y los hombres, que es Cristo Jesús, porque Dios desea que los hombres sean salvos. Orad por ellos, elevad oraciones de intercesión. “Quiero”, dice el capítulo dos, versículo ocho, “que en todo lugar los hombres oren levantando manos santas, sin ira ni discusiones”.
¿Qué más deberíamos hacer para acercarnos a Dios? Junto con la oración, creo que la congregación debería cantar; pienso que nuestros cánticos son una expresión de la oración; es una aproximación a Dios.
En el antiguo pacto, la música era algo muy destacado cuando el pueblo adoraba a Dios. En Éxodo 15, Israel canta el cántico de Moisés. Los Salmos son cánticos al Señor, oraciones a las que se les pone música. Sabemos que en el templo había un coro formado por la tribu de Leví; estos eran los cantores en el templo de Dios.
En primera de Crónicas capítulo nueve, versículo treinta y tres vemos: un coro compuesto por los sacerdotes escogidos de Dios. ¿Pero quiénes son los sacerdotes escogidos en el Nuevo Pacto? Son el pueblo de Dios.
En Mateo capítulo veintiséis y versículo treinta el propio Jesús, junto con Sus discípulos, cantó un himno al concluir la Pascua cuando instituyó la Cena del Señor para Su iglesia. En Colosenses capítulo tres, versículo dieciséis leemos: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones”.
La palabra de Cristo tiene que gobernar todo nuestro corazón a la hora de expresar nuestra adoración. Debemos enseñar y amonestar con toda sabiduría, y debemos cantar con salmos, himnos y cánticos espirituales.
Todo esto debe hacerse con gratitud en nuestros corazones hacia Dios, para que constituya lo que Hebreos capítulo trece, versículo quince define como “un sacrificio espiritual”. Por medio de Él ofrezcamos sacrificio de alabanza con salmos, himnos, cánticos espirituales, fruto de nuestros labios que dan gracias a su nombre. El canto congregacional es un elemento de adoración por medio del cual nos acercamos a Dios.
En tercer lugar, yo incluiría los diezmos y las ofrendas económicas. Las contribuciones del pueblo de Dios han sostenido siempre el templo; han promocionado y fomentado la adoración a Dios, y han constituido una provisión para los necesitados dentro del pueblo de Dios.
Así pues, en primera de Corintios capítulo dieciséis, Pablo dice a la iglesia de Corinto en el versículo uno: “Ahora bien, en cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también como instruí a las iglesias de Galacia. Que el primer día de la semana, cada uno de vosotros aparte y guarde según haya prosperado, para que cuando yo vaya no se recojan entonces ofrendas”.
Pablo no quiere que se le vea como alguien que solo viene a recaudar sostén económico. Esto debe formar parte de la adoración a Dios. El primer día de la semana debe hacerse esta contribución, para que la obra de Dios sea llevada adelante por medio del pueblo de Dios, en beneficio de esos hermanos, incluso del más insignificante de ellos que necesite ser alimentado, vestido y visitado, como vemos en Mateo capítulo veinticinco.
La iglesia debe recoger donativos como parte de su adoración. Yo he estado en iglesias donde el cepillo se encuentra en la parte trasera, en el vestíbulo, y los miembros saben que es allí donde deben aportar sus contribuciones. He asistido a iglesias donde los diáconos pasan al frente y se recoge la ofrenda. Esta es la forma.
Yo creo que el elemento implica esto mismo: que debemos contribuir como acto de sacrificio, como acto de adoración de nuestros primeros frutos. En Filipenses capítulo cuatro, versículo dieciocho, leemos: “Pero lo he recibido todo y tengo abundancia; estoy bien abastecido, habiendo recibido de Epafrodito lo que habéis enviado”. ¿Cómo lo describe? “Fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios”.
Era lo que la iglesia ofrendaba como expresión de su adoración. Estaba destinado al sostén del evangelio para que el reino y la extensión de la adoración de Dios prosiguieran adelante. Y Pablo les da las gracias por haber suplido sus necesidades, pero esto era un acto de adoración a Dios, un aroma fragante, un sacrificio aceptable.
Ahora bien, algunos debatirán que no hay ningún versículo en el Nuevo Testamento donde se diga que el creyente del Nuevo Pacto deba diezmar el diez por ciento de sus ingresos.
En realidad no hay ningún mandamiento en el Nuevo Testamento que nos exija dar el diez por ciento de nuestros primeros frutos en el diezmo. Entonces ¿de dónde me saco yo que el diezmo sea parte de un elemento de adoración? Pues bien, lo deduzco de lo siguiente: Yo creo que somos los verdaderos hijos de Abraham, y en Juan capítulo ocho, versículo treinta y nueve, Jesús dice: “Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham”. Debemos seguir el ejemplo de Abraham, y responder a Dios con un corazón de fe.
Los hechos de Abraham quedaron demostrados cuando entregó a Melquisedec el diez por ciento de sus ingresos, en forma de adoración, en Génesis capítulo catorce. Estoy de acuerdo con los que ven esto como un precedente bíblico, como un punto de referencia fundamental para las finanzas bíblicas. Este es un punto de referencia por el cual podemos dirigir nuestra conciencia.
Si somos hijos de Abraham, nuestro corazón debe honrar ciertamente a Dios en la manera que Abraham dejó como ejemplo cuando ofrendó el diez por ciento. Esto se instituyó posteriormente como norma en el Antiguo Pacto, pero como hijos de Dios en el Nuevo Pacto quedamos libres para dar incluso más del diez por ciento.
Al menos esto me da un nivel para mi conciencia, de forma que pueda saber si estoy dando demasiado poco. ¿No os lo habéis preguntado nunca? Cuándo se trata de cuantificar ¿cuánto debería dar?
Si echo en la colecta el cambio suelto que llevo encima y, de vez en cuando un billete de cinco dólares, algo debería acercarse a mi conciencia y preguntar: “¿Estás dando lo suficiente? ¿Es esto lo que le agrada a Dios?
Bueno, entonces ¿cuánto tengo que dar? ¿Cómo puedo saberlo? Aquí tenéis un punto de referencia. Como hijo de Abraham puedo ver lo que hizo mi antepasado, y de ahí puedo sacar una medida de justicia que regule mi propia conciencia. Como hijo de Abraham soy libre en Cristo de dar bastante más.
De hecho, el Nuevo Testamento no pone el énfasis en la cantidad, sino en el corazón del dador. En segunda de Corintios capítulo nueve, versículo siete vemos: “Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre”.
Lo que importa es el corazón, no la cantidad, pero el importe es el tema en cuestión porque lo que se da es una cantidad. ¿Cuánto? Bueno, yo creo que la conciencia va dirigida por el ejemplo de Abraham.
Nosotros, como hijos de Abraham, podemos hacer lo que nuestro padre hizo y dar diez por ciento, no de nuestro neto, sino del bruto de nuestros primeros frutos. Debe ser sobre la misma cantidad que reclama el gobierno. Si el gobierno reclama los impuestos sobre la base del total de mis ingresos, entonces mi rey reclama ciertamente que se tome esa cantidad como referencia para que yo le de esa porción que en realidad dice: “Señor, todo es tuyo”. Y el diez por ciento es simplemente para declarar que todo es tuyo. Creo que estos son elementos prescritos en la Biblia para acercarnos a Dios.
Pero entonces ¿qué es lo que se hace en la adoración para que Dios se acerque a nosotros? En primer lugar yo diría que son las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena. En Romanos capítulo seis, versículos tres y cuatro leemos:
“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida”.
En el bautismo hay una demostración de nuestra unión con Jesucristo en su muerte y su resurrección. En el bautismo hay una comunicación visual del Evangelio. Cuando el discípulo es sumergido en el agua, Cristo nos está dando una imagen que describe nuestra unión con Jesús en su muerte.
¿Os habéis fijado en el discípulo justo después de haber sido sumergido en el agua? Intentad reproducir en vuestra mente la imagen de ese individuo que está justo debajo de la superficie del agua, cuando le estás bautizando. ¿Qué parece? Parece que está en su ataúd.
Hemos tenido bautismos en nuestra iglesia en los que he llevado a toda la iglesia hasta el borde del bautisterio, he puesto a los niños delante y los demás mirando por encima y les he dicho: “quiero que veáis lo que yo veo cuando bautizo a esta persona, porque lo que se ve es una imagen de la muerte”.
Si tomas una fotografía justo cuando está sumergido, y el agua se calma, y lo miras ahí debajo del agua, yaciendo sin más, os digo que parece estar muerto. ¿Qué representa eso? Es su unión con Cristo en su muerte.
Pero no lo dejas ahí, bajo el agua. Vuelve a levantarse porque ahí en la muerte se encuentra con alguien, en el momento en el que toma su cruz y se niega a sí mismo, y sigue a Jesús a la muerte.
Se encuentra con Jesús en esa agua de muerte y, unido a Él ahora en su resurrección, se levanta a una vida nueva. Es una imagen del Evangelio. Es una comunicación de Dios sobre nuestra unión con Jesucristo en la ordenanza del bautismo.
En primera de Corintios capítulo diez, versículo dieciséis, acerca de la Santa Cena dice:
“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de Cristo?”
Pablo nos dice que así como los sacerdotes comían los alimentos sacrificiales, en el Antiguo Pacto, así nosotros también, en el Nuevo Pacto, tenemos que comer nuestro cordero pascual. Tenemos que comer nuestra cena sacrificial, y es una comida que nos recuerda la obra completa que Jesucristo llevó a cabo en el pasado.
Es una comida que nos proporciona también una comunión presente con el Cristo resucitado Quien es el Cordero de Dios. En un culto de adoración sacrificial, los adoradores saben qué hacer cuando encuentran al cordero. ¡Se lo comen!
En el Nuevo Pacto nosotros también somos conducidos a la comunión con el Cordero. ¿Qué hacemos con esto? ¡Nos lo comemos! Tenemos contacto con Él en su comida sacrificial. Y es también un testimonio, no solo de nuestra comunión presente sino un anticipo de la fiesta de las bodas del Cordero, donde comeremos con el Señor, y Él nos cumplimentará en esa glorificada comida escatológica del Cordero.
Este es el motivo por el cual Pablo dice, en primera de Corintios capítulo once, versículo veintiséis: “Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él venga”.
La proclamáis, la recordáis; tenéis contacto con Él ahora comiéndolo, y a causa de ello testificáis que Él vuelve otra vez. En Hechos capítulo veinte, versículo siete, leemos que la iglesia estaba reunida para partir el pan.
Esta es una declaración de intenciones que señala que la iglesia se reunía con el propósito de partir el pan. En primera de Corintios capítulo once y versículo veinte, Pablo dice: “Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es comer la cena del Señor”.
Ahora bien, este es el primer tema que Pablo aborda en esta sección de primera de Corintios, en la que da instrucciones, en el versículo diecisiete, con respecto a sus reuniones. En primer lugar, esto es lo primero que tiene en mente; el versículo dieciocho dice: “Cuando os reunís como iglesia”. Hechos capítulo veinte, versículo siete dice: “Cuando estábamos reunidos para partir el pan”.
¿Qué es lo que Pablo tiene en mente, cuando el pueblo de Dios se reúne como iglesia? La Santa Cena. Pablo los reprende porque lo que hacen no es celebrar la Cena del Señor.
Lo que está diciendo en realidad es: lo que deberíais hacer es celebrar la Santa Cena. Deberíais reuniros para tomar la Santa Cena. Lo que hacéis es un insulto. En el versículo treinta y tres leemos: “Así que, hermanos míos, cuando os reunáis para comer […]”.
El propósito de su reunión era comer la Santa Cena y, a la vez que tenían una comida con Jesús, junto con Su presencia en Hechos capítulo 20 vemos que entonces se hacía uso de los dones y se ejercían los ministerios de la iglesia, entre los que destacaba el ministerio de la palabra de Dios.
Yo me pregunto, ¿piensa nuestra gente que se reúnen para escuchar un sermón, o que se están reuniendo para tener contacto con Cristo? La iglesia primitiva se reunía, en el Nuevo Testamento, para comer con Cristo y cenar con Cristo. Esto es lo que, en Apocalipsis capítulo tres versículo veinte, Jesús le recuerda a su iglesia díscola: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Jesús dice estas palabras a esa iglesia tibia y autocomplaciente de Laodicea.
La palabra para “cenar” en el original es la misma palabra que se utiliza para “la cena” en primera de Corintios once, en referencia a la comida de la Pascua, es decir la Santa Cena. Lo que Jesús está diciendo es: si escucháis mi voz y os arrepentís de vuestro letargo, vendré y cenaré con vosotros.
Al escuchar esto, la iglesia debería levantarse y decir: ¡arrepintámonos de esta forma de vida tibia y descuidada y adorémosle, porque Jesús va a venir a cenar con nosotros, a tomar la cena con nosotros! La Santa Cena es comer y beber de Cristo por fe; es comer y beber con Cristo por fe; y es un anticipo de comer y beber con Cristo por toda la eternidad en las glorias que han de venir.
Me gustaría exhortaros, queridos hermanos, a considerar seriamente si la Santa Cena tiene el papel destacado que debería, en la vida de vuestra asamblea. En Flemington, y solo puedo hablar de nosotros, estas consideraciones y algunas otras más nos llevaron hace unos tres años a empezar a celebrar la Santa Cena cada día del Señor.
Puedo daros testimonio de que ha resultado ser una bendición para nuestras almas, y ha sido una oportunidad de glorificar el Evangelio de Jesucristo. No importa en qué parte del paisaje de la verdad bíblica nos encontremos, siempre terminamos sentados a la mesa.
Siempre terminamos a los pies de la cruz. Siempre acabamos alabando a Cristo por su sangre y por el triunfo de su resurrección. El día del Señor implica la Santa Cena, y empezamos la semana habiendo tenido contacto con Cristo en su cena.
Sugiero que os preguntéis si le hemos dado la debida importancia al hecho de que la iglesia primitiva en Hechos capítulo dos, versículo cuarenta y dos, estaba dedicada a la predicación apostólica, a la oración, al partimiento del pan, y a la comunión.
El partimiento del pan era uno de los componentes fundamentales de la iglesia primitiva, y yo me pregunto si no haríamos bien en darle una mayor relevancia, ya que nuestra Biblia nos dice que el propósito por el cual se reunía la iglesia era para partir el pan y comer en la mesa del Señor.
Bien, en segundo lugar, junto con estas ordenanzas se encuentra la lectura pública de las Escrituras. En primera de Timoteo capítulo cuatro y versículo trece leemos: “Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza”.
Es más que probable que la mayoría de nosotros, en el transcurso de nuestro ministerio pastoral, no llegue a predicar sobre toda la Biblia. Sin embargo, deberíamos leer toda la Biblia con nuestra gente en una lectura sistemática y pública de la Palabra de Dios; de acuerdo con esto, deberíamos exhortar, alentar y enseñar por medio de ella.
En primera de Tesalonicenses capítulo cinco y versículo veintisiete leemos: “Os encargo solemnemente por el Señor que se lea esta carta a todos los hermanos”. En Colosenses capítulo cuatro y versículo dieciséis vemos: “Cuando esta carta se haya leído entre vosotros, hacedla leer también en la iglesia de los laodicenses; y vosotros, por vuestra parte, leed la carta que viene de Laodicea”.
En este caso, debemos tomar los escritos de Pablo como una carta. Esto significa que se empieza por el principio y se lee hasta el final. ¿Cuántos de vosotros recibís un e-mail, leéis la salutación, lo cerráis y lo guardáis; volvéis al día siguiente, leéis la primera frase lo cerráis, lo guardáis; al día siguiente leéis otra frase, lo cerráis… ¡No! Cuando recibís una carta la leéis de principio a fin. Eso es lo que se hace con una carta. Y eso es lo que debemos hacer con la Palabra de Dios. Debemos leerla; y lo saludable es leerla desde el principio hasta el final.
Ahora bien, lo que hacemos en nuestra iglesia es leer consecutivamente, como sé que lo hacen los hermanos en North Bergen, y sé que muchos de vosotros también lo hacéis. Leemos de forma consecutiva, y es bíblico que lo hagamos así. En nuestro culto matinal de adoración, leemos de forma consecutiva en el Nuevo Testamento. En nuestro culto vespertino de adoración, leemos de forma consecutiva en el Antiguo Testamento.
En el transcurso de los años habremos leído el Nuevo Testamento varias veces juntos, y habremos leído el Antiguo Testamento menos veces, pero habremos leído toda la Biblia en el ministerio público de la Palabra de Dios. Haciendo esto Dios se acerca a nosotros.
En tercer lugar, hay una proclamación de la Palabra de Dios. La enseñanza, la predicación, la exhortación por medio de la Palabra de Dios debe ser realmente la pieza central de lo que se hace en la presencia de Dios; por medio de esto, Dios se acerca a nosotros.
Me temo que hoy, hay demasiadas actividades no reguladas que se están introduciendo en la adoración a Dios y que desplazan a la predicación de la Palabra de Dios. Se le está dando demasiado lugar a actividades que no nos dejan suficiente tiempo, ni lugar, para la exposición de la Palabra de Dios.
Recuerdo que una vez visité una reunión de discípulos en la que me pidieron que predicara y, cuando por fin me levanté y subí al púlpito para predicar, después del tiempo dedicado a los testimonios personales; después del tiempo para los niños; después de la música especial; después de todas las cosas cuando me puse al frente, detrás del atril, el hombre me miró haciéndome una seña y me dijo: “aquí solemos terminar alrededor del mediodía”. Miré mi reloj y vi que eran las doce menos veinte, y le repliqué: “me estás tomando el pelo”.
En ese momento pensé que me iba al día siguiente y que si me pasaba de las doce, ¿qué podrían hacer? Pero esto no es más que un testimonio de la falta de respeto tan desconsiderada por la predicación.
La predicación debe ser la parte central porque nos reunimos en la presencia de Dios para recibir de Él la transmisión de su amor, la comunicación de su Verdad. La iglesia es el pilar y el sostén de la verdad.
Como nos exhortaba ayer el pastor Piñero, se nos ha encomendado la verdad. Debemos luchar con fervor por la verdad, y si la familia de verdad no da lugar a la verdad ¿cómo podemos glorificar y honrar a Dios?
Debemos predicar la Palabra, estar preparados a tiempo y fuera de tiempo, reprobar, reprender, exhortar con gran paciencia e instruir como dice segunda de Timoteo capítulo cuatro, versículo dos. En primera de Timoteo, capítulo cuatro y versículo trece leemos:
“Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio. Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan”.
Este tiene que ser el centro de vuestro compromiso pastoral y de vuestra labor de pastoreo: abrir la palabra y alimentar al rebaño con la Palabra de Dios. Reflexionad sobre estas cosas, haced progresos, cansaos en la búsqueda de estas cosas. En el capítulo cinco, versículo diecisiete dice: “Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza”.
La predicación y la enseñanza de la Biblia representan un arduo trabajo. No os asustéis del trabajo duro. Pablo sigue adelante y, más tarde, en segunda de Timoteo capítulo cuatro nos dice que llegará un tiempo en el que los hombres no querrán recibir doctrina.
Los hombres no querrán oír predicaciones. Los hombres querrán tener otras cosas que rasquen su comezón de oídos. Querrán oír algo distinto a lo que se esté predicando. No seáis transigentes en esto.
En primera de Corintios capítulo catorce, versículo veinticuatro y veinticinco encontramos: “Pero si todos profetizan, y entra un incrédulo, o uno sin ese don, por todos será convencido, por todos será juzgado”. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto, y él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre vosotros”.
La declaración ordenada de la palabra de Dios es un testimonio de la propia presencia de Dios. Dios no es un Dios de confusión. Él es el Dios que habla, el Dios cuya palabra nos ha sido comunicada por medio de sus profetas en nuestra Biblia, y que se ha hecho carne en su hijo y ahora está utilizando a un médium para transmitírsela a los hombres. Vosotros sois los médiums de Dios. Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era: el vuestro. Vosotros sois los médiums de Dios.
Cada vez tenemos más dependencia de los medios para la adoración. Somos los médiums de Dios, no necesitamos todos esos aparatos eléctricos, micrófonos y altavoces. ¡No! Dios ya nos ha dado un medio para la comunicación de Su palabra: el hombre, el predicador, el pastor, el que proclama la palabra y la verdad de Dios.
Lo que lleva a las personas a experimentar a este Dios es la proclamación de Su palabra, no las estrategias comerciales ni los trucos publicitarios. Es el poder de la palabra de Dios comunicada por medio de un modelo que ejemplifica la verdadera fe, el verdadero arrepentimiento, el verdadero discipulado y que pone en práctica los dones concedidos por el espíritu. Cuando esto ocurre, se oye la voz de Jesucristo.
En primera de Corintios capítulo uno, versículo veinte y veintiuno leemos: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen”.
Como el Pastor Meadows nos enseñó ayer, he aquí el método de transformación utilizado por Dios. Esto es lo que Dios usa para llevar a sus hijos e hijas a una mayor conformidad consigo, de forma que Cristo pueda tener la preeminencia como primogénito entre muchos hermanos. Él utiliza la necedad de la predicación.
Hoy en día hay muchas voces que nos dicen que lo que necesitamos es algo distinto a la predicación, que necesitamos predicar de una forma distinta a lo que se nos dice en la Biblia. ¿Dónde está el polemista? ¿Dónde está el sabio? ¿No ha silenciado Dios su necedad? ¿Cómo lo ha hecho? ¡Con la necedad de la predicación!
¡Predicad la palabra a tiempo, y fuera de tiempo! Predicad la palabra y, al hacerlo, Dios se acercará a su pueblo y ellos se postrarán sobre su rostro y dirán de verdad, “Dios está contigo”; de este modo, la predicación se vuelve transparente a la presencia de Dios.
Al finalizar nuestros cultos, al marcharse, la gente suele hacer muchas veces comentarios sobre nuestra predicación ¿no es así? “Me gusta la forma en la que usted dijo esto; me gustó la ilustración”. Yo me siento más estimulado cuando salen y dicen: “Yo no conocía a Jesús de este modo. He aprendido quién es Dios. He obtenido una apreciación mayor del amor de Dios por mi”. La predicación se vuelve transparente al Dios que está presente.
Bueno, ¿pero cuál es la respuesta de la Biblia a la pregunta: cómo debemos adorar? La respuesta no es ni más ni menos que la Biblia. Orad la Biblia, cantad la Biblia, ved la Biblia en las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena, leed la Biblia y predicad la Biblia.
Estos son los elementos, los ingredientes de la adoración por medio de la cual nos acercamos a Dios. Oramos la Biblia; cantamos la Biblia; ofrendamos los diezmos a nuestro Dios en obediencia a la Biblia. Recibimos gracia de parte de Dios en las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena, y vemos la Biblia. Leemos la Biblia y, en nuestras predicaciones, proclamamos la Biblia.
Ahora bien, esos elementos pueden ordenarse de formas distintas para ministrar al pueblo de Dios, pero caracterizarán la adoración bíblica. Se pueden expresar en una amplia gama de normas, según las distintas variantes, pero la adoración bíblica siempre tendrá estos elementos.
Y como conclusión, os traigo una descripción que he recogido de la contribución de Ligon Duncan al práctico volumen Give Praise to God [Alabad a Dios], donde ofrece cinco descripciones de una adoración regulada por la Biblia, estimulada por el Espíritu y centrada en Cristo.
Si el pueblo de Dios adora y se acerca a Dios en sacrificio y adoración regulados por la Biblia, y conocen a Dios que se va acercando a ellos en una comunión con Cristo que se centra en la palabra y en Cristo, entonces así es cómo se puede describir esa adoración: En primer lugar, es simple y yo diría que es espiritual.
Ligon Duncan dice simple, yo diría que es espiritual. Escribe: “Meramente basada en los principios sin adornos, sin pretensión, y ordenados que hallamos en la Biblia”.
Es justa, es simple, no tiene adornos y no es pretenciosa. No es llamativa. Se trata exactamente de simple compromiso espiritual. No es cuestión de satisfacer los sentidos carnales. No tiene nada que ver con incienso y sotanas llenas de colorido, ni con todos los uniformes secretos y los símbolos, y toda esa parafernalia. ¡Es algo simple!
No tiene nada que ver con esos movimientos en masa, coreografiados, mientras desfilan desplegando todo el boato. ¡No! La adoración bíblica es simple. Es espiritual; su interés está en el movimiento del corazón, no en el boato coreografiado ni en el movimiento de símbolos, vestimentas y todo lo demás.
En segundo lugar, es bíblica. Nosotros no estamos preocupados por cómo se adapta nuestra adoración a la cultura. Lo que nos interesa es: cómo ser bíblicos en todas las culturas. No se trata de cómo adaptar nuestra adoración a nuestra cultura, ¡no!, sino cómo vamos a ser bíblicos en los Estados Unidos, o cómo vamos a ser bíblicos en la República Dominicana, en España, en Paquistán, en China, en Brasil o en Islandia. Esa es la cuestión.
Se trata de ser bíblico sea cual sea la cultura, y no adaptar la adoración a la cultura. Es algo bíblico. Solo tenéis que orar la Biblia, cantar la Biblia, ver la Biblia, leer la Biblia y predicar la Biblia. Es bíblico.
En tercer lugar, es transferible. La adoración y las misiones van juntas. A medida que los elegidos de cada tribu y nación son salvos, son admitidos en la presencia de Dios, quien les da la base de su aceptación en la sangre de Cristo, y les da la salvación.
Luego, los dirige en lo que deben hacer en su presencia de manera que los hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, nos reunamos en la presencia de Dios para hacer lo que Él nos ha dicho que hagamos. Así pues es transferible. Es mucho más transferible que los grandes ritos y rituales litúrgicos de la iglesia que hacen que, cuando viajamos al extranjero y vemos ciertas iglesias que fundan misiones, nos parezca que es la Iglesia de Inglaterra la que se ha establecido aquí.
Pero, ¡un momento! Esto no es Inglaterra. Dondequiera que encontremos una iglesia fundada debería ser una iglesia bíblica. La iglesia no puede ser lo que es a menos que lleve todos los avíos, todos los ritos, el boato y todo lo demás; la elevada iglesia litúrgica no transfiere demasiado bien. Lo que vemos hoy en día es también esta simple adoración espiritual, mucho más transferible que la adoración dependiente del sistema de sonido eléctrico que está más orientada al entretenimiento.
Participé en la adoración en algunas iglesias que, por así decirlo, se podrían denominar tercermundistas. Eran muy pequeñas y pobres, pero nadie podía hacer nada hasta que los micrófonos y los amplificadores estuvieran preparados. Este tipo de cosas no transfiere bien.
Recuerdo a mi querido hermano Amresh Semurath, de Trinidad. Fuimos juntos y predicamos en aquella pequeña iglesia en la isla de Granada, hace años. Venían predicadores invitados, venía un americano y tuvimos que asegurarnos de que todos los amplificadores estuviesen instalados, todos los micrófonos ajustados, y todo estuviese bien a punto.
El Pastor Semurath tiene una voz muy, muy fuerte. Se colocó detrás del púlpito y lo primero que hizo fue apagar el micrófono, lo quitó de allí y empezó a hablar en aquella habitación. ¡Vaya! Todos parecían pensar: este hombre no necesita micrófono. ¡No, no necesitáis toda esa parafernalia! Nada de eso es necesario para adorar.
La adoración bíblica puede transferirse a lugares donde no hay electricidad y no necesitáis ninguno de los trucos de los medios de comunicación modernos, ni todo lo demás, como si no pudiésemos adorar a menos que todo se amplifique por los altavoces. ¡No, no necesitáis nada de esto!
Ligon Duncan dice: “En los entornos más simples, con frecuencia en condiciones peligrosas, personas sacudidas por la pobreza y el terrorismo se reúnen cada Día del Señor para escuchar la proclamación de las doctrinas de gracia”.
¿En qué consiste su adoración? Leen la Biblia; predican la Biblia; cantan la Biblia; oran la Biblia. Es verdad que existen distintas costumbres y que las cosas se hacen a veces en un orden diferente, pero enseguida se reconoce su adoración bíblica. Es transferible a las diferentes culturas. No depende de las tecnologías, no está sujeta a boatos externos. Es simple; es bíblica; es transferible.
En cuarto lugar, es flexible. Podrán verse variaciones en el orden y en la presentación de la adoración bíblica, en las diferentes nacionalidades, o en las distintas tradiciones de iglesia. ¡Es flexible!
Los bautistas ofrecen una adoración bíblica. Los presbiterianos ofrecen una adoración bíblica. Las iglesias congregacionales ofrecen una adoración bíblica y las Iglesias Bajas Anglicanas ofrecen una adoración bíblica.
Es inmediatamente reconocible; es flexible, tiene algunas variantes de cultura y nacionalidad, así como factores tradicionales y socioeconómicos. Sin embargo, en todo el mundo, la adoración bíblica se está ofreciendo a Dios por fe en Jesucristo, y el Espíritu Santo la vivifica.
Duncan dice también: “No os encontraréis con algo manido, tampoco con un afán de estar al día; no encontraréis ninguna cosa excéntrica que destaque, solo carne y patatas; solo la adoración simple, espiritual, apasionada, bíblica y reverente”.
No se persigue lo que está de moda; nadie piensa: “Soy más relevante; soy más contemporáneo que tu”, solo concentrarse simplemente en el Dios que está presente. ¡Venid a Él, y orad vuestra Biblia, cantad vuestra Biblia, ved vuestra Biblia, leed vuestra Biblia y predicad vuestra Biblia!
Y, finalmente, esta adoración es reverente. Se trata de un encuentro con Dios. No es algo que se hace en broma; no es algo informal; no es algo social.
Hughes Old nos dice: “La mayor contribución simple que la herencia litúrgica reformada, es decir, el principio regulativo puede hacer al protestantismo contemporáneo es su sentido de la majestad y de la soberanía de Dios; es el sentido de reverencia y de simple dignidad; es la convicción de que la adoración debe servir sobre todo a la alabanza de Dios”.
¡Es reverente! “Dado que recibimos un reino que es inconmovible, ¡mostremos una gratitud por medio de la cual podamos ofrecer un servicio aceptable a Dios”. Él es quien nos dice lo que es aceptable; no se trata de un servicio popular sino de un servicio aceptable.
¿Cómo ofrecerlo? Con reverencia y con temor porque nuestro Dios es fuego consumidor. Todo ese juego, toda esa artificiosidad, todo ese egocentrismo… Dios es muy paciente, pero también es fuego consumidor. Llegará un día en el que el fuego del juicio de Dios quemará muchísima madera, heno y hojarasca de los ministerios de los hombres y de sus cultos de adoración.
Debemos ser sabios y traer ante Él aquello que es oro, plata y piedras preciosas porque Él es fuego consumidor y todo lo que no sea aceptable se quemará en el fuego. Así es que empecemos por no ofrecer aquello que no es aceptable, y vengamos con reverencia; vengamos con temor.
Dios está ciertamente en medio de vosotros. Dejemos de mirarnos a nosotros mismos cuando adoramos, y concentrémonos en el Dios que está en medio nuestro.
Para terminar, en Efesios capítulo dos leemos acerca de la dignidad y de la gloria de la iglesia, en el versículo diecisiete: “Y vino y anunció paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca [gentiles y judíos]; porque por medio de Él los unos y los otros [gentiles y judíos] tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.
¡La morada de Dios! Mi oración es que os llevéis de estos cuatro mensajes sobre la adoración, este pensamiento tan fundamental: Dios está con nosotros. ¡Dios está con nosotros!
Si tenéis esto bien claro, todas las demás cosas entrarán en la perspectiva correcta. Habrá muchas cuestiones que ya no merezcan la pena debatirse o analizarse. El motivo es que la presencia de Dios, ese fuego consumidor, quemará todo lo que no sea esencial y no dejará más que la adoración a Dios, simple y espiritual, que se haga en espíritu y en verdad solamente.
Oraremos nuestras Biblias; cantaremos nuestras Biblias; veremos nuestras Biblias; predicaremos nuestras Biblias y daremos la gloria a Dios que nos ha dado la siguiente promesa: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y moraré en medio de vosotros”. ¡Amén!
Oremos: Padre de gracia y Dios nuestro, nuestros corazones arden dentro de nosotros y tenemos hambre y sed de Ti, que eres el Dios vivo. Oramos pidiendo que nos concedas sabiduría y gracia para que, como siervos en la familia de Dios, podamos ministrar tu palabra y que podamos conducir a tu pueblo en el camino de la adoración aceptable. Padre, confesamos que en estos tiempos nos sentimos tan fácilmente confundidos por todos los debates y análisis, todas las opiniones que se expresan sobre estas cuestiones de la adoración… Te pedimos que nos des sabiduría.
Te pedimos que nos concedas una perspectiva clara y centrada en quien Tú eres, en cómo Te has revelado en Cristo, y lo que has decidido que sea tu voluntad para nosotros, cuando por medio de la fe en Cristo nos acercamos a Ti, en adoración.
No permitas que llevemos fuegos extraños delante de Tí. No nos dejes incorporar los métodos, ni el ambiente, ni las técnicas de los paganos que adoran sus entretenimientos, sus placeres y que se adoran a sí mismos, observándose unos a otros para confeccionar una religión de servicio egocéntrico.
¡No a nosotros, Padre, no a nosotros Señor, sino a tu nombre da gloria por tu tierna bondad, por tu verdad! Haz que nuestros ojos no estén fijados sobre nosotros mismos. Haz que nuestros ojos no estén puestos en las cosas de este mundo, ni en lo que se hace a otros dioses de este mundo. Fija nuestros ojos en Tí.
Haz que nuestros oídos estén pegados a tus labios. Haz que veamos y oigamos tus palabras y hagamos tu voluntad; que vengamos delante de ti con la belleza de la santidad, con la fuerza de tu Espíritu, en unión con Cristo Jesús y para la gloria de tu gracia y amor por nosotros en Él.
¡Ven, Dios nuestro, ven y mora en medio de nosotros! Haz de nosotros un pueblo santo, un pueblo amado y que ame, para que podamos adorarte y servirte todos los días de nuestra vida. ¡Amén!
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