Humilde perseverancia (Sal. 119:31)
Me apego a tus testimonios;
SEÑOR, no me avergüences.
La vida cristiana comienza con una decisión basada en los principios de creer y obedecer la Palabra de Dios, como confiesa el propio salmista en el versículo anterior: “He escogido el camino de la verdad; he puesto tus ordenanzas delante de mí” (Sal. 119:30). ¡Magnificad la gracia que cambió por primera vez vuestros corazones para hacer esta santa elección, hermanos! Muchos siguen caminando como enemigos de Cristo (cf. Fil. 3:18) y vosotros no sois más dignos del favor de Dios que ellos.
Con todo, muchos de los que parecen haber tomado esa decisión inicial no perseveran en la fe hasta el final. Pocos son los que empiezan bien y acaban bien, como dice la parábola de los distintos terrenos (cf. Lc. 9:4-15). Esta así lo sugiere sobre todo en el caso del terreno pedregoso (un creyente gozoso que se vuelve atrás por culpa de la persecución) y en el de la tierra con espinos (un convertido más estable que, poco a poco, se ve atraído por las cosas del mundo).
Solo los oyentes, representados por la buena tierra, los que son honestos y tienen un buen corazón, guardan la Palabra que oyen y producen un fruto espiritual con “paciencia” (paciencia, perseverancia; cf. Lc. 8:15). Una paráfrasis poco precisa dice que “toman la Palabra y se aferran a ella sin que les importe lo que pase, pegándose a ella hasta la cosecha”.1
El salmista era una persona que escuchaba la Palabra de Dios de esa manera. Se había adherido a ella y sigue demostrando, mediante su humilde plegaria, una santa desconfianza en sí mismo, y una constante esperanza en Dios. La lealtad espiritual que el salmista tenía en el pasado y su continua oración pidiendo gracia para el futuro son características de aquellos que, siendo sinceros en la fe, experimentarán la gracia de Dios, que los sostendrá hasta el final.
Los verdaderos santos, leales a Dios, siguen suplicando Su ayuda para poder perseverar.
TESTIMONIO DEL PASADO
“Me apego a tus testimonios”. Incluso hoy, casi cuatrocientos años después de que la versión autorizada se tradujese, este sigue siendo un gran modismo inglés, bastante común, que hace que el texto sea muy preciso. El verbo significa “aferrarse a, es decir, amarrarse uno mismo a un objeto”2. Se puede utilizar de forma bastante literal (cf. p. ej. 2 S. 23:10). “Rut se aferró a (mismo verbo) su suegra Noemí, mientras Orfa la besó y se despidió de ella (cf. Rut 1:14). Al pegarse a Noemí, Rut mostró cuanto afecto y lealtad sentía por su suegra. No le resultó fácil a Rut actuar de este modo en esas circunstancias. Estaba eligiendo abandonar su tierra natal, su idolatría tradicional y su familia natural para aferrarse a la tierra y al Dios de Noemí, y a su pueblo. Además, juró sobre su vida para confirmar su decisión (cf. Ruth 1:15-18). La historia que sigue ilustra su sinceridad; Rut siguió a Noemí, vivió con ella, la cuidó, siguió sus consejos e incluso la alegró casándose con Booz y dándole un nieto. Se pegó a ella en las duras y en las maduras.
Así es la lealtad del salmista hacia los testimonios de Dios y la lealtad de cualquier cristiano verdadero a las Escrituras. Pegarse a la Palabra de Dios no requiere una perfección sin pecado, porque el salmista era dolorosamente consciente de sus pasados errores (cf. 119:19) y los obstinados restos de depravación (cf. 119:5-7). Sin embargo, había una inmensa diferencia entre su experiencia y la de los inconversos. Su amor por las Escrituras de Dios era un amor sincero basado en la verdad, y su obediencia surgía de ese amor. La fe y la obediencia eran la dirección de su vida; cada pecado era una excepción a la regla. Incluso aunque el rey David tuviera unas pocas faltas morales manifiestas, después de su muerte, la valoración que Dios hizo de él estaba llena de gracia (cf. 1 R. 9:4; 14:8; 15:5).
Algunas almas, espiritualmente sensibles, fallan a la hora de hacer un autoexamen en la aplicación del juicio de caridad y sufren sin necesidad. Pierden, sin justificación alguna, gran parte de su seguridad al vivir demasiado tiempo con sus pecados mientras ignoran por completo las pruebas de su regeneración. Francamente, eso se acerca mucho a la horrible confianza en uno mismo que menosprecia la gracia de Dios. Si usted no espera ser aceptado “en usted mismo sino en el Amado” (cf. Ef. 1:6, en Cristo el Justo) ¿por qué pierde su seguridad por el pecado que permanece? De la misma manera ¿cómo puede usted justificar el amor genuino que ha profesado usted por Dios, aunque sea tan pequeño e inconsistente que casi produzca pena? ¿Y su fe viva en Su Palabra? ¿Y el arrepentimiento por el pecado que usted sintió en su corazón? ¿No se debe todo esto a la buena obra que Él ha comenzado en usted? No cree que todas esas pequeñas gracias tengan algún merito, ¿no es así?
Si usted tiene que confesar, con toda honestidad, que está esclavizado al pecado y totalmente desprovisto del amor de Dios, es que sigue usted perdido, pero pocas personas que sienten una verdadera ansiedad por su estado ante Dios pueden testificar de este modo. Si se consideraran caritativos, estarían obligados a decir con el salmista: “Me he apegado a tus testimonios”. Esto no es vanagloriarse; es reconocer humildemente que Dios ha estado obrando en su corazón y en su vida.
ORACIÓN POR EL FUTURO
“Señor, no me avergüences”. Aunque esté proclamando su lealtad pasada, el salmista sigue dependiendo humildemente de la gracia futura de Dios. Clama a este grande y único nombre de Yahvé, el que no ha sido creado, el Todopoderoso que existe por sí mismo. El que cumple su pacto con Su pueblo escogido. La petición es una confesión implícita de que no está dentro del hombre el apartarse de la gracia de Dios. Para citar los juiciosos Cánones de Dort (quinto apartado, artículo 8):
“Así pues, no es consecuencia de sus propios méritos ni de su fuerza, sino de la gratuita misericordia de Dios, que no caigan totalmente de la fe y de la gracia y que no sigan así llegando finalmente a perecer por volverse de su camino. En lo que a ellos se refiere, esto no solo es posible sino que podría ocurrir sin lugar a dudas. Sin embargo, en lo que a Dios concierne, esto es absolutamente imposible porque Su consejo no puede ser cambiado y su promesa no fallará nunca. El llamamiento que se ha hecho según su propósito no puede ser revocado; tampoco pueden el mérito, la intercesión y la protección de Cristo quedar como si fuesen algo ineficaz. El sello del Espíritu Santo no puede frustrarse ni destruirse.
“No me avergüences” se refiere a una catástrofe futura que él quiere evitar a toda costa. Manton enseñó que esta vergüenza podía venir de:
su propio pecado (“¡Oh, no me dejes caer en un rumbo pecaminoso que me pueda exponer a la vergüenza, y hacer que me convierta en un reproche a la religión!”) o,
del sufrimiento (es decir de la “decepción por sus esperanzas. La esperanza aplazada deja a un hombre avergonzado (cf. Ro. 5:6) […] Cuando un hombre le ha dicho a otros que tiene tales defensas, esperanzas, expectativas y estas fallan se queda avergonzado”)3.
Lo primero parece ser el sentido intencionado en este contexto. ¿La falta de confianza en usted mismo le hace sentir su precariedad espiritual? ¿Está usted verdaderamente atemorizado de caer de la gracia de Dios si él le deja desenvolverse por usted mismo? ¡Perfecto! Este es su recurso: ore para que el Señor, quien ha comenzado la buena obra en usted la perfeccione hasta el día de Jesucristo (cf. Fil. 1:6). Ore con el salmista: “Oh Señor, no me avergüences”. Al describir a un creyente verdadero, Henry Law dijo:
“Los testimonios se asirán con manos que se aferran. Se le tendrá pavor a la desgracia de perderse. La oración se convertirá en la liberación de una vergüenza así”4.
Charles Bridges cierra sus observaciones de la forma más alentadora:
“Depender del Señor, en un profundo sentido de nuestra debilidad, es el principio de la perseverancia. Él nunca acallará la oración de su siervo fiel. Él prometió: “Nunca jamás será avergonzado mi pueblo” (cf. Jl. 2:27). Por consiguiente, asiéndonos de esta promesa, puede usted “seguir su camino con gozo”5.
¡Que el Señor haga que nuestra buena confesión pueda presentar la misma petición: “Me apego a tus testimonios; Señor, no me avergüences”! Amén.
Notas:
1. La cita merece la pena, pero no podemos recomendar toda la obra.
2. DBL # 1815
3. La obra de Manton VI. 321-324.
4. “Law, Daily Prayer and Praise” Ley, oración diaria y alabanza, In Loc.
5. Bridges, “Exposition of Psalm 119” (Exposición sobre el Salmo 119) In Loc.
Reservados todos los derechos.